Ansiedad, agitación y nerviosismo fueron los rasgos
caracterológicos predominantes en el mundo petrolero en los meses previos a la
reunión de la OPEP de finales de marzo pasado. Nada extraño, dadas las pasiones
que suelen acompañar las discusiones en torno a las decisiones y aún la
existencia misma de esa Organización, inmersa en una composición de fuerzas
entre poderes mundiales que a veces amenazan con desbaratarla y en otras la
convierten en chivo expiatorio de inconfesables pecados.
En las postrimerías de 1999, anticipándose a lo que debería ser
la reunión de marzo del 2000, comenzaron a florecer las informaciones, estudios
y debates sobre cómo la OPEP debería ingeniárselas para aumentar sus niveles de
producción sin provocar un colapso de los precios. "¿Podrá la OPEP manejar un
"aterrizaje suave" de los precios en el 2000?", fue la pregunta con la cual
titulaba, el 7 de enero pasado, un articulista de "Oil and Gas Journal", Bob
Williams, comentando las proposiciones hechas en ese mismo sentido por el
londinense Centre for Global Energy Studies: "...la OPEP debe coordinar
incrementos de la producción este año para evitar daños a la demanda
futura."
En ese mismo mes de enero, informaciones procedentes de la
propia OPEP daban cuenta de que durante todo el año 1999 la producción efectiva
de cada uno de sus miembros desbordó los niveles acordados previamente en junio
de 1998 y en marzo de 1999. La amplitud de la "desviación" (trampa, en el más
estricto sentido) osciló entre 430 mil barriles diarios en junio y un millón 32
mil en diciembre, promediando unos 670 mil barriles diarios para todo el año.
{Debo señalar, de paso, que la contribución de Venezuela a esta
"desviación", fue mínima, expresando un comportamiento oficial mucho más serio,
respecto a los compromisos suscritos, que el abiertamente saboteador
prevaleciente en el pasado quinquenio}. Lo cierto del caso es que los
referidos niveles de sobreproducción, enfrentados en este caso a un mercado
fuerte, con los precios en alza, constituyeron uno de los argumentos esgrimidos
a favor de una decisión que elevara las cuotas asignadas, "santificando" la
trampa. De hecho, con ello se justificó la decisión adoptada, al afirmar que, en
realidad, sólo se incorporarían al mercado 400 mil barriles diarios adicionales,
si se tomaba en cuenta la "trampa" de marzo, estimada en 1 millón 300 mil
barriles diarios.
Igualmente, en ese mismo lapso se multiplicaron las
informaciones escandalosas –manifestaciones de camioneros frente a la Casa
Blanca incluidas- sobre el potencial inflacionario en los principales países
consumidores de los precios del crudo por encima de los 30 dólares, el estímulo
que los mismos representaban para la competencia de petróleos procedentes de
áreas de mayores costos, el posible desarrollo de fuentes energéticas alternas,
la incorporación de nuevas tecnologías ahorradoras de energía, amén de las
tradicionales formulaciones en defensa de la libre competencia, en las cuales se
comienza por presentar a la OPEP como un cartel demoníaco y se termina
amenazando con el uso de las reservas estratégicas norteamericanas para
restituir a un nivel aceptable los precios o con la internacionalización de las
domésticas leyes antimonopolio norteamericanas y la aplicación de sanciones
comerciales a los suscriptores de los acuerdos de reducción de la
producción.
Todo ello condujo al ya señalado ambiente angustioso, de
apresuradas consultas previas, bilaterales, trilaterales y de cualquier orden
entre Ministros petroleros dentro y fuera de la OPEP, condimentadas con el
"tour" aprieta tuercas del Secretario de Energía Bill Richardson, los
pronósticos agoreros de ciertos analistas proclives al expansionismo productivo
y decididamente anti-OPEP, a los cuales se enfrentaban las exigencias de firmeza
de parte de los más radicales defensores de las políticas restrictivas de la
producción y la elevación de los precios en términos reales.
El desenlace del 28 de marzo fue una decisión mayoritaria, sin
el consenso que tradicionalmente requieren las resoluciones OPEP, objetada por
Irán, pero aplaudida inmediatamente como un paso en la dirección correcta por
Bill Clinton y los voceros de la Agencia Internacional de Energía.
Estas circunstancias han llevado a algunos analistas a
considerar que se trató de una rendición de la OPEP frente a los Estados Unidos
y los demás poderosos consumidores, de un abandono de la política de defensa de
los precios, sobre todo si se toma en cuenta que los demonizados 30 dólares de
marzo de este año sólo equivalen, en verdad, si se comparan en términos de su
real poder adquisitivo, a menos de 9 dólares de 1973. En este mismo tono
argumental se encuentran las constataciones de que, de los 150 dólares que en
promedio paga el consumidor europeo por un barril de productos petroleros, el
costo de adquisición del crudo representa una ridícula fracción.
Considero que estos cálculos son inapelables. De hecho, son el
resultado de la tradicional historia de las relaciones comerciales entre el
centro desarrollado, antes y ahora colonialista, y la periferia subdesarrollada:
las famosas "tijeras del intercambio" con las cuales nos han cortado a placer
durante los últimos dos o tres siglos. Hoy, además, constituyen parte del
arsenal instrumental de la globalización que quieren imponer el Banco Mundial,
el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Nunca
está demás –remember Seattle- recordarlo y denunciarlo: forman parte de las
desigualdades e iniquidades institucionalizadas que se nos quieren imponer como
normalidad y modernidad.
Por todo ello, estoy de acuerdo con no hacer muchas fiestas con
los resultados de la última reunión de la OPEP, pero también, compelido por la
realpolitik, la miserable y oportunista ciencia de lo posible, considero
que se debe evaluar con serenidad la factibilidad de los escenarios que se
presentaban entonces y se siguen presentando hoy.
De tal suerte, y colocándonos en el ambiente de presiones y
amenazas descrito al principio, conociendo los diversos niveles de debilidades y
compromisos de cada uno de los miembros de la Organización, una ratificación de
los niveles de producción vigentes desde abril de 1999 hubiera significado, por
parte de la OPEP, la declaración de una guerra para la cual no estaba preparada,
en la que rápida y "quirúrgicamente", como se acostumbra desde la Guerra del
Golfo, sería aislada y obligada a retroceder hasta perder su actual papel, en
cual disfruta de un cierto protagonismo, así sea delegado por los otros actores.
En otras palabras, se hubiera roto el equilibrio de poderes,
ese juego en el que los demandantes netos de petróleo, encabezados a por los
Estados Unidos y los demás poderosos miembros de la Agencia Internacional de
Energía "negocian" el precio de los suministros domésticos e importados
con los países productores de la OPEP y fuera de ella, intermediado todo el
proceso por el interés fundamental de las grandes transnacionales petroleras y
no petroleras. Un juego en el que todos quieren maximizar sus beneficios y en el
que, para poder lograrlo, dejan a la OPEP un campo limitado de opciones, pero
que también constituyen posibilidades reales de tomar decisiones determinantes
sobre el rumbo del mercado. Por ejemplo, la OPEP puede, como lo hizo entre 1997
y 1998 guiada por la locura expansionista de los dirigentes petroleros
venezolanos de la época, desestabilizar el mercado y hundir los precios por
debajo de los costos de producción de la mayoría de los productores mundiales y,
en su euforia "competitiva", llevar la economía de sus respectivos países a
crisis como la que está viviendo nuestro país desde entonces. (Esto, a la
postre, no convino a nadie y es lo que ha permitido que funcione la actual
política de recortes). Pero lo contrario no es cierto: la OPEP no puede
restringir la demanda permanentemente y llevar los precios hacia la recuperación
de los niveles de ingresos reales perdidos por la erosión que la inflación y la
desvalorización del dólar desde 1973 hasta nuestros días. "Te puedes meter
con el santo, pero no con la limosna", sería la admonición que susurrarían
los dueños del mundo al lado del potro del tormento, mientras nos meten en
cintura con toda la delicadeza que los caracteriza.
Sin que ello signifique resignación, y mientras se presenten
escenarios más propicios para plantear combates exitosos contra las ancestrales
injusticias, debemos evaluar, dentro de los límites que nos impone una realidad
que rechazamos pero no podemos modificar por ahora, los resultados de las
decisiones del 28 de marzo.
Constatamos así que a partir de esa fecha los precios del
petróleo continuaron la caída que habían iniciado después del récord nominal del
8 de marzo, cuando alcanzaron el nivel superior a los 34 dólares para el WTI, lo
cual agudizó, por cierto, la presiones sobre la OPEP. Esa tendencia se mantuvo
hasta el 11-12 de abril, cuando dichos precios se colocaron debajo del límite
inferior -22 dólares el barril para la cesta de crudos OPEP- de la banda dentro
de la cual las cuales deberían moverse los precios, según fuera aprobado por esa
Organización en la misma reunión que estoy comentando. A partir de entonces se
produjo una inflexión en el rumbo de las cotizaciones y transacciones efectivas
que los está elevando a cimas que para el 11 de mayo constituían las más altas
en siete semanas y los colocaban de vuelta en "los aires enrarecidos de los 30
dólares el barril", según la expresión utilizada por el servicio electrónico
"Infobeat Finance" el día anterior, al registrar la señalada tendencia.
Los servicios informativos de la Agencia Internacional de
Energía, el Departamento de Energía de los Estados Unidos y los analistas
privados de fuentes como la anteriormente citada, reportan que la caída inicial
estuvo fuertemente motivada por el impacto psicológico de la decisión misma de
la OPEP y las expectativas de que la expansión de la producción no se detuviera
en los límites acordados, lo cual hubiera permitido una recuperación masiva de
los inventarios que presionaría los precios hacia niveles más bajos aún. De
hecho, las contradictorias informaciones sobre el verdadero nivel de estos
inventarios y las dudas sobre su adecuación a la venidera temporada veraniega y
la expansión del consumo de gasolina en los Estados Unidos han sido algunos de
los factores de la reciente tendencia sostenida al alza, activa en el momento en
que escribo estas líneas, aunque todavía pendiente de novedades anunciadas por
el American Petroleum Institute sobre inventarios, el fin de la huelga en
Noruega y otros factores por el estilo.
Pero además, creo importante señalar la circunstancia de que,
hasta ahora, se están cumpliendo las expectativas de la OPEP según las cuales
sólo se incorporarían al mercado volúmenes adicionales a los ya clasificados
como "trampa" en los pasados 12 meses, y no 1,7 millones de barriles diarios
netos, como temían algunos. Bloomberg Energy informa, el 11 de mayo, que los
diez miembros de la OPEP comprometidos en el acuerdo incrementaron su producción
en sólo 395 mil barriles diarios durante abril, lo cual, añadido a la mencionada
"trampa" de marzo, de 1 millón 300 mil barriles diarios, completa el aumento
acordado en Viena. Irak, que no está incluido en el acuerdo aumento su
producción en 455 mil barriles diarios durante ese mismo mes.
Pese a todo lo anterior, como ya dije, los precios están
volviendo durante el día de hoy, 12 de mayo, a bordear la frontera de los
míticos 30 dólares para el WTI. Ello podría interpretarse como algo más que el
logro del anhelado "aterrizaje suave" y el alejamiento del colapso temido.
Debo recordar que la AIE expresó, con clarísima intención, el
mismo 28 de marzo, que atribuía una gran importancia a la disposición de la OPEP
de revisar los niveles de producción en su próxima reunión del 21 de junio. Por
el contrario, los Ministros petroleros de México, Venezuela y Arabia Saudita
declararon, el 11 de mayo al término de una reunión en el país azteca, que están
de acuerdo en considerar que no son necesarios, por el momento, nuevos aumentos
de la producción. Todo vuelve a comenzar: ya veremos las movidas de Estados
Unidos y los demás consumidores.