EL PODER
SUPREMO TERRITORIAL
León Moraria
Introducción.-
La doctrina tradicional distingue tres elementos del Estado: el
territorio, la población y el poder. En nuestro país el territorio
es la unidad geográfica formada por el mar territorial con su plataforma
submarina, islas, islotes, cayos, arrecifes, bancos; y el área terrestre
con sus montañas, cuencas hidrográficas, llanuras, ríos, lagos, bosques,
sabanas, zonas desérticas, niveles altitudinales y el espacio aéreo, tanto
en el mar territorial como en el área terrestre. Sobre ese territorio se
distribuye la población y se establece el poder del Estado.
Territorio y población están sometidos al poder
del Estado.
A pesar de la esencial unidad del Estado, se
admiten tres diferentes poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. La
Constitución venezolana introduce la innovación del poder electoral
para recuperar la legitimidad perdida en los procesos electorales. Y el
poder ciudadano para mejorar la defensa de los derechos humanos.
Vemos como el constituyente organiza los poderes tradicionales y los
refuerza con el poder electoral y el ciudadano, pero, no pone el mismo
interés en el primer elemento del Estado: el territorio, sin el cual
no pueden existir los otros dos elementos: población y
poder.
Toda actividad está montada sobre el territorio –“espacio
geográfico”- no sólo el poder del Estado, sino la vida y actividad de lo
que existe sobre ese “espacio geográfico”. Si el constituyente, para darle
legitimidad a los procesos electorales, creó el poder electoral; y para la
defensa de los derechos humanos, creó el poder ciudadano ¿por qué no tuvo
el mismo interés en proteger y defender “el espacio geográfico”, que es
fuente de vida y sobre el cual se realizan las actividades y planes del
Estado? Si el territorio es el primer elemento del Estado ¿por qué no
constituirlo en poder del Estado, para la defensa y conservación de
los recursos naturales renovables y no renovables?
Argumentación.
Hace 130 años ni siquiera se conocía la palabra “ecología”, vocablo
acuñado por Ernest Haeckel; pero, con el paso del tiempo ha llegado a
englobar todo lo relacionado con los recursos naturales, así como el
ambiente, conservación y defensa del equilibrio natural.
El equivocado criterio de la inagotabilidad de los recursos
naturales, argumento de la sociedad industrial y de la modernidad, condujo,
no al uso moderado, sino, al abuso de su explotación y utilización. El ser
humano convertido en fuerza de trabajo, cayó envilecido por el “fetichismo
de la mercancía” (Marx). La voracidad de la sociedad industrial, al
deshumanizar al ser humano, lo transforma en agente que, en su
desquiciamiento, atenta contra la naturaleza, que es igual a atentar contra
si mismo.
En el principio de las civilizaciones, la
relación hombre-naturaleza-sociedad, era armónica, pero a medida que
el ser humano: desarrolla los instrumentos de producción, crece la
población y se amplían las relaciones de todo tipo, esa armonía se fue
quebrando. La revolución industrial ocurrida en los últimos dos siglos, le
ha causado más daño a la naturaleza, que todo el causado desde la aparición
del Homo Sapiens.
Como consecuencia, vivimos en un planeta, donde cada día vemos como
se rompen los equilibrios naturales, lo cual se evidencia, cada vez más, en
los cambios climáticos, en el calentamiento de la tierra, en el creciente
deterioro de la flora y la fauna, en los desastres naturales, hambrunas y
epidemias. Miles de hectáreas de bosques desforestadas, se van convirtiendo
paulatinamente en pavesas humeantes y luego en desierto. Es tal la
avalancha de destrucción, que el equilibrio protector de la capa de ozono
situada a cientos de kilómetros de altura de la corteza terrestre, se ha
roto.
Como no hay forma de contener la actividad
destructora y depredadora del ser humano, la propia naturaleza en su
inmensa sabiduría, comienza a sacudirse, defenderse y quitarse de encima la
epidemia mortal que le causa el ser humano. Lo hace, por medio de fenómenos
naturales: inundaciones, terremotos, maremotos, tsunamis, cambios
climáticos inesperados, nevadas, huracanes, tornados, largas sequías o
prolongadas lluvias.
Si hace 130 años todavía no se había acuñado el
vocablo “ecología” y luego, durante muchos años constituyó inquietud de
grupos selectos; hoy, es la gran preocupación intelectual, filosófica,
científica, educativa y religiosa, presente en todas partes. Trasciende
todos los ámbitos, hasta convertirse en problema planetario, que busca
canalizar la cooperación internacional; por cuanto a escala local, regional
o nacional, se busca que el problema reciba el tratamiento que corresponde
al ámbito respectivo.
Propuesta.
El problema de
la defensa y conservación de los Recursos Naturales Difícilmente Renovables
está a la vista de todos. Nadie escapa al democrático desenfreno de los
fenómenos naturales. En el mundo contemporáneo, el problema ecológico
figura en la agenda de toda sociedad, sea cual fuere su nivel de
desarrollo.
Si el problema tiene tal magnitud y ocurre exactamente sobre uno de
los elementos del Estado: el territorio, ¿por qué continuar
ignorándolo o pretender tratarlo con “paños calientes”, si en ello nos va
la vida misma? ¿Por qué no darle la atención que merece, en razón a su
importancia?
En el siglo XXI, el problema ecológico adquiere dimensiones de
trascendencia inconmensurable. Su importancia le da jerarquía, para
ingresar en la normativa de la Constitución Nacional, no como simple
referencia ni como simple vocería para complacer la angustia de
ecologistas, sino, con la jerarquía de ser un elemento del Estado que pasa
a constituir un nuevo poder del Estado: legislativo, ejecutivo, judicial,
electoral, ciudadano y el poder supremo territorial.
Todo proyecto del Estado se desarrolla sobre el “espacio geográfico”
formado por: el mar, la tierra, el aire, las montañas, las sabanas, los
ríos, los lagos, los bosques, los suelos cultivables, las zonas
urbanizables. Además de los servicios: acueductos, hidroeléctricas, vías
férreas, oleoductos, puertos, aeropuertos, carreteras, autopistas, puentes,
represas, canales, explotaciones mineras, hidrocarburos. Todo,
absolutamente todo - planes de cualquier índole - se realiza sobre el
territorio (primer elemento del Estado). En consecuencia, merece la
máxima atención para garantizar la vida de la población (segundo
elemento del Estado), y así el poder (tercer elemento del Estado),
cumpla a cabalidad las atribuciones que le asigna la sociedad.
 
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sp; Tovar, 11 de enero del 2007