Son 5 millones de km cuadrados, que serán licitados
para su explotación. El gobierno dice que así protege la zona de la
apropiación ilegal. Sus críticos aseguran que el Estado no tendrá cómo
controlar el negocio.
Unos la llaman el "gran legado" del
presidente Lula da Silva para el Amazonas. Otros la consideran una entrega
de la selva al capital privado, sobre todo extranjero. Así, la nueva ley
que regula la explotación económica de una de las mayores matas tropicales
del mundo, nace en medio de controversias. Sancionada ayer por el
presidente brasileño, había más incertidumbres que certezas sobre los
efectos que la legislación tendrá sobre los 5.000.000 de kilómetros
cuadrados cubiertos por esa portentosa floresta (el 60% en manos
estatales), uno de los pocos pulmones del mundo que siguen en
pie.
La ley, aprobada hace un mes por el Congreso brasileño,
representa una privatización del llamado Amazonas Legal: abre la concesión
de las florestas públicas a la iniciativa privada, aun cuando conserva la
titularidad de la tierra en manos del Estado. Condenada por algunas
organizaciones ambientalistas, la norma es defendida por otras ONG como
Greenpeace.
El objetivo oficial para privatizar mediante licitación
pública la explotación amazónica es que se evita, así, la apropiación
ilegal de las tierras por aventureros que se las ingeniaban para fraguar
títulos de propiedad sobre posesiones estatales. Uno de los casos más
renombrados fue el de Cecilio do Rego Almeida, dueño de una empresa
constructora que se apropió sin más de 5 millones de hectáreas en el sur
del estado de Pará. La otra función de la ley es garantizar al Estado
brasileño un canon por las áreas concesionadas, tal como ocurre con los
servicios públicos privatizados, por ejemplo YPF de Argentina. Es plata
que entraría al fisco a cambio de permitir que las empresas conviertan el
Amazonas en un sitio de explotaciones económicas "sustentables": desde la
extracción maderera hasta su uso para producción de medicamentos.
En teoría, esto debería "reordenar" las actividades en el medio
amazónico. Así, la ley crea el Servicio Forestal Brasileño, que no existía
hasta ahora, le otorga la facultad de identificar los bloques —especies de
yacimientos— de selva que podrán ser explotados en los próximos diez años
y, también, le da la tarea de organizar el proceso licitatorio. Los
pedazos de selva a privatizar no son homogéneos. La ley establece tres
tamaños: pequeños, medianos y grandes; esa distinción tiende, según el
gobierno, a garantizar que accedan al tesoro amazónico empresas de
distinto rango: desde pymes hasta grandes nacionales y multinacionales. A
éstas se les pide apenas que tengan una filial con oficinas en
Brasil.
El plazo de las concesiones llega a ser de hasta 40 años. Y
por toda prevención para un uso "sustentable" se establece una auditoría
de la gestión forestal cada tres años. Para los detractores de la nueva
legislación, es tiempo de sobra para que las empresas puedan provocar
desastres ecológicos sin culpa ni pena, y sobre todo, sin que se entere el
Estado brasileño.
Como se trata de una ley sancionada por un
gobierno como el de Lula y una ministra popular como Marina Silva —nacida
en una familia de obreros del caucho— ésta incluye un costado social.
Prevé crear unidades de conservación de las florestas nacionales que serán
dedicadas a una producción sustentable. Dicho de otro modo, se les da
algún espacio a quiénes exploten frutos amazónicos para uso comunitario y
comercial de pequeña escala. Es el caso de las comunidades negras y
poblados indígenas.
En esta iniciativa, un objetivo confeso es
atraer el capital privado para explotar la madera y la biodiversidad del
Amazonas; todo esto, en nombre de propender a una "floresta productiva".
Con la salvedad oficial de que deberá ser "autosostenida" y proteger la
biodiversidad, además de integrarse a la política científico-tecnológica
nacional. Los detractores de la ley son implacables. Sostienen que ésta no
impedirá la extracción abusiva de la madera; esto es, seguirá viento en
popa la tala indiscriminada de árboles. Muchos técnicos consideran que las
concesiones forestales no serán suficientes para mejorar el control sobre
la industria maderera. Subrayan, incluso, las experiencias en otros países
amazónicos donde leyes similares demostraron su falta de eficacia. Afirmar
que las concesiones en lugares remotos de difícil acceso no sirven para
evitar que las madereras hagan trampa y continúen con extracciones
ilegales de maderas preciosas.
La ley fue duramente cuestionada por
el Instituto de Abogados de Brasil. Según el coordinador de la Comisión de
Derecho Ambiental, Marcos Montenegro, "viabilizar la privatización del
Amazonas representa entregarla al capital extranjero".
*corresponsal del periódico argentino Clarin, en Sao
Paulo |