Asunto: | [LEA-Venezuela] Depresión, Prozac y publicidad engañosa | Fecha: | Domingo, 8 de Enero, 2006 09:22:02 (-0400) | Autor: | Jorge Hinestroza M. <vitae @......com>
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Depresión, Prozac y publicidad engañosa
La manipulación en el desarrollo y validación científica de fármacos
confunde a médicos, perjudica a pacientes y prostituye el proceso de
creación científica
En el frívolo y apresurado mundo actual en que vivimos existe una
preocupante distorsión entre la información que ofrecen las compañías
farmacéuticas sobre sus productos y los efectos reales de éstos. Se trata de
vender a toda costa, incluso a costa de nuestra salud, escondiendo en
algunos casos tanto los resultados de estudios que no son favorables al
fármaco como la escasa –o nula– validez científica de las investigaciones
realizadas para su desarrollo y comercialización. Acaba de publicarse en
PLoS Medicine un revelador artículo sobre la desconexión que existe entre
los anuncios de medicamentos antidepresivos y la realidad científica que los
ampara. Por Xurxo Mariño.
La investigación científica da pie a la fabricación y venta de muchos
medicamentos que son útiles, e incluso esenciales, para la salud de todos.
Las vacunas, por ejemplo, son prácticamente indispensables para mantener la
esperanza de vida actual. Pero hay algunos casos en que los productos que se
venden no están apoyados por el rigor de la ciencia, sino más bien por la
información engañosa y la voracidad capitalista.
Desde hace tiempo se sabe que algunos de los medicamentos que nos recetan
los discípulos de Hipócrates no hacen el efecto deseado o, al menos, con la
eficacia que proclaman los poseedores de las patentes. Esta poco saludable
noticia puede extraerse, por ejemplo, de un trabajo publicado en 2003 en el
British Medical Journal (BMJ) por un equipo de investigación de la
Universidad de Toronto.
La principal conclusión de este trabajo es que si un estudio científico para
el desarrollo de un fármaco está financiado por una compañía farmacéutica,
el resultado tiende a favorecer al producto fabricado por esa misma compañía
(con una probabilidad de 4 a 1). Este desequilibrio no existe en los
estudios financiados por otras fuentes. O sea, existe una presión económica,
una mano fantasma, que puede dirigir experimentos en principio puramente
científicos, y por lo tanto objetivos, y convertirlos en ciencia mal hecha
para favorecer los intereses de unos pocos.
Un proceso bajo sospecha
La manipulación es sutil y supera alegremente los severos filtros que tiene
la ciencia para la investigación y publicación de resultados. Según los
autores del estudio publicado en el BMJ, el sesgo puede producirse en la
raíz misma del proceso de desarrollo del fármaco, en el que existen dos
etapas importantes: por un lado está la investigación en el laboratorio y
por otro el proceso de validación de los resultados.
Los experimentos de laboratorio financiados por empresas farmacéuticas son
de igual o mejor calidad que el resto, pero puede ocurrir que el diseño
experimental sea erróneo, lo cual lleva a una interpretación errónea de los
resultados (en este caso erróneo quiere decir favorable a los intereses de
la compañía).
Todos los científicos sabemos, o deberíamos saber, que tan importante como
un experimento en sí es el diseño teórico de éste. A la hora de comprobar si
un nuevo fármaco es potente y eficaz, lo correcto es cotejar sus efectos con
las mejores drogas ya existentes en el mercado. Sin embargo, lo que se hace
en muchos casos es comparar al candidato simplemente con un placebo, o
utilizar dosis no apropiadas del producto en investigación.
A pesar de que la realización física de los experimentos puede ser
inmaculada, la interpretación de los resultados no lo es. El paso siguiente,
una vez que se tienen los resultados experimentales, es la validación de
éstos por la comunidad científica. Un descubrimiento o avance científico no
se considera tal hasta que no se publica en una revista que posea un proceso
de selección por revisión por pares (la aceptación o rechazo de los trabajos
se hace sobre la base de informes realizados por evaluadores externos,
imparciales y anónimos).
Ningún científico serio puede fiarse de resultados no publicados de esta
forma. Sin embargo, muchos de los resultados de los experimentos financiados
por compañías farmaceuticas no se publican nunca en este tipo de revistas,
sino que lo hacen en congresos o simposios. A pesar de esto, los
medicamentos son finalmente aceptados por las agencias oficiales
correspondientes y puestos a la venta.
Soluciones difíciles
En este juego los médicos pueden hacer poco o nada. A pesar de que, con su
mejor voluntad, receten los fármacos que crean realmente ser los mejores,
pueden estar confundidos. Pero no confundidos por los visitadores médicos,
sino por la letra pequeña de los informes científicos.
Según lo anterior, la única manera que tendría un médico para estar seguro
de que una medicina es más efectiva que otra, o por lo menos para tener una
opinión crítica independiente, sería acercarse a la biblioteca de una
universidad próxima y revisar todas las publicaciones científicas
relacionadas con el descubrimiento y desarrollo de una determinada
sustancia, algo que es muy difícil de llevar a la práctica.
Pero es que, además, otro estudio publicado en el mismo número del BMJ
analiza la fiabilidad de la bibliografía cuando se trata de trabajos
financiados por la industria farmacéutica, e indica que es virtualmente
imposible elegir un fármaco adecuado sumergiéndose en la biblioteca, ya que
incluso las publicaciones en revistas con evaluadores externos están
sesgadas por factores diversos.
Por ejemplo, existe una tendencia de las compañías privadas para publicar
sólo los resultados que les resultan favorables, escondiendo otros
resultados que pueden ser científicamente correctos, y muy interesantes,
pero que no les conviene airear. Esto no ocurre, sin embargo, con la
investigación financiada por otras fuentes.
El ejemplo de la publicidad de antidepresivos
La tergiversación o el ocultamiento de información alcanza de manera
escandalosa a muchos ciudadanos a través de las campañas de publicidad de
algo tan delicado como los fármacos para tratar la depresión. Esta dolencia
afecta a millones de personas en todo el mundo y su tratamiento habitual es
el farmacológico, principalmente con sustancias que actúan sobre los niveles
de serotonina, una molécula muy común en el sistema nervioso.
Aunque funcionan, no está demostrado científicamente que la serotonina tenga
algo que ver con la/s causa/s de la enfermedad. Este hecho, ignorado por
muchos médicos, es hábilmente tapado por las todopoderosas industrias
farmacéuticas, que venden millones de esos medicamentos cada año.
En la página web española de Lilly, fabricante del Prozac, puedo leer esto
sobre la depresión: se ha comprobado que existen alteraciones de unas
sustancias químicas presentes en el cerebro. (…) En los pacientes
depresivos, los niveles de estas sustancias están disminuidos. Los
medicamentos antidepresivos se encargan de regularlas y de que vuelvan a sus
niveles normales . Según parece son todas afirmaciones incorrectas (ver más
abajo). Frases similares pueden encontrarse en la publicidad de otras
compañías.
En un artículo recién publicado en PLoS Medicine, se revela el uso
despiadado que hacen las empresas farmacéuticas de los preparados
antidepresivos de tipo ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de
Serotonina). A este grupo pertenecen medicamentos como la fluoxetina
(Prozac), sertralina (Vestiran, Aremis), paroxetina (Seroxat, Motivan) y
otros.
Esos medicamentos alivian la depresión pero, curiosamente, no se sabe cómo.
El éxito que tienen en todo el mundo se debe en gran medida a la publicidad
engañosa de las compañías que los venden, con la complicidad de las agencias
estatales de turno y también del desconocimiento y/o frivolidad de algunos
médicos.
Serotonina y depresión
El funcionamiento de los ISRS es, en principio, sencillo. La mayoría de las
neuronas (células principales del sistema nervioso) se comunican entre sí
mediante una sustancia química o neurotransmisor: en los lugares llamados
sinapsis estas sustancias son liberadas por una neurona –la que envía
información– y captadas por la superficie de otra –la que recibe la
información–.
La liberación del neurotransmisor está siempre acompañada de la casi
inmediata eliminación del mismo, de tal manera que tiene muy poco tiempo
para actuar sobre la célula receptora. Si esta eliminación falla o se
bloquea, el neurotransmisor tiene más tiempo para actuar, por lo que
aumentan sus efectos.
La serotonina es una de estas sustancias transmisoras de información. Actúa
en muchísimas sinapsis del sistema nervisoso y está siendo eliminada
continuamente por un proceso de re-captación: es absorbida, captada de nuevo
por la neurona que la liberó. Los fármacos ISRS impiden esta recaptación, de
tal manera que la serotonina permanece más tiempo de lo normal en las
sinapsis, aumentando su efecto sobre las células receptoras.
La teoría inexistente
Por razones todavía desconocidas, esta estrategia de aumentar los niveles de
serotonina en las sinapsis ayuda a mejorar los síntomas en la mayoría de las
depresiones. Este hecho dio lugar hace años a la teoría de que la depresión
es un desequilibrio químico en el cerebro consistente en una disminución en
los niveles de algunos neurotransmisores.
En la actualidad, instituciones, médicos y el gran público tienen asimilado
que esa relación (menos serotonina = depresión) es una teoría científicamete
válida, pero no es así: no hay absolutamente ninguna evidencia científica
seria que demuestre la existencia de una deficiencia de serotonina en la
depresión, ni en ningún otro desorden psiquiátrico.
Esta es al menos la tajante conclusión de Jeffrey R. Lacasse y Jonathan Leo,
los dos autores del artículo de PLoS Medicine (del Florida State University
College of Social Work y el Lake Erie College of Osteopathic Medicine
repectivamente). El hecho de que los fármacos ISRS funcionen relativamente
bien –el Prozac es el antidepresivo más recetado de la historia– dio lugar a
la citada teoría, pero esto de buscar la causa de una enfermedad sobre la
base de la respuesta a un tratamiento es un mal argumento; es algo así como
decir que, ya que el Frenadol o la Couldina alivian los síntomas del
catarro, éste se debe a la existencia de niveles bajos de esos compuestos en
el cuerpo.
La confusión está en todos los niveles: en el portal tecnociencia,
gestionado por el Ministerio de Educación y Ciencia español, y con el apoyo
técnico del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), puede
leerse algo similar a lo que aparece en la publicidad de las campañas
farmacéuticas se ha demostrado que la bioquímica del cerebro juega un papel
significativo en los trastornos depresivos. Se sabe que las personas con
depresión grave tienen desequilibrios de ciertas sustancias químicas en el
cerebro, conocidas como neurotransmisores . Pues no, no hay nada demostrado
en la literatura científica.
Hay instituciones –como la británica National Institute for Clinical
Excellence– que, tomando los datos científicos con rigor, aconsejan tratar
la depresión moderada con métodos no farmacológicos (por ejemplo la
psicoterapia).
¿De dónde viene la confusión? Los autores del artículo comentado creen que
de la publicidad de las empresas farmacéuticas, que no dudan en utilizar
frases científicamente inexactas para distribuir sus productos por el mundo.
Esto –aseguran Lacasse y Leo– lleva a una sociedad hiper-medicalizada, con
pacientes que acuden a las consultas influídos por lo que escuchan en los
medios de comunicación y que pueden ser escépticos con los médicos que les
dicen que es mejor una terapia alternativa a la farmacológica.
Además de la intoxicación mediática, también entra en juego muchas veces el
interés por la no-información, ya que estas compañías no sacan a la luz los
datos de los estudios que no le son favorables –hay por ejemplo estudios que
demuestran que sustancias placebo u otras como el extracto de hipérico
(Hipericum perforatum) son tan eficaces en el tratamiento de la depresión
como los ISRS–.
Todos, o casi todos, perdemos
Con esta prostitución del proceso de creación científica todos perdemos,
empezando por los pacientes. Estas medias verdades son financiadas por las
grandes compañías, distribuídas por los visitadores médicos y dispensadas
por los médicos a todos nosotros. Unos pierden credibilidad y otros la
salud.
Muchos laboratorios universitarios no tienen más remedio que aceptar
suculentas ofertas de las grandes compañías para seguir investigando, ya que
los gobiernos son extremadamente inútiles para comprender que la
investigación científica es algo que beneficia a toda la sociedad. La mejor
solución sería convencer a los políticos de la necesidad de invertir en el
desarrollo científico y tecnológico. El problema es que las ciencias
funcionan a largo plazo, pero los políticos no.
Xurxo Mariño pertenece al Grupo de Neurociencia y Control Motor de la
Universidade da Coruña, Neurocom, y colabora con el laboratorio del Dr. Sur
del MIT (Massachusetts Institute of Technology, EEUU). Realiza investigación
básica acerca de aspectos muy concretos del funcionamiento de una estructura
maravillosa: el sistema nervioso.
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