LA CRISTIADA
Religión y gobierno en México
Carlos
Scavino
AMBITO
FUNDAMENTAL del mundo narrativo de Juan Rulfo.
La Cristiada marcó la historia
de México, aunque es un episodio escasamente difundido en sus detalles.
"Cristiada" se llamó a la guerra que entre 1926 y 1929 enfrentó al
Gobierno con la Iglesia. Las relaciones entre ambos poderes eran
forzosamente
conflictivas y se politizaron durante las guerras civiles con la
división de
liberales y conservadores. Mientras la Iglesia apoyó a los
conservadores y
propuso la Cristiandad como solución, los liberales abogaban por la
secularización de los bienes del clero y la abolición de las órdenes
religiosas.
UN PAPA
MEXICANO.
Al asumir la presidencia en 1924, el Gral. Plutarco Elías Calles se
encontró
con la concesión del petróleo mexicano a las empresas norteamericanas,
otorgada
por Porfirio Díaz, y decidió imponerles un férreo control. A este
conflicto con
EE.UU. se sumaron, entre 1925 y 1926, dos más. Uno surgió con motivo de
la
reelección a la presidencia del Gral. Obregón (predecesor de Calles en
el
cargo) y el otro, por el enfrentamiento existente entre la central
sindical
oficialista CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos), y los
demás
sindicatos: los independientes de izquierda (conocidos como "rojos")
y los católicos. En este punto es donde realmente chocan Estado e
Iglesia
porque la CROM, para debilitar a sus antagonistas, funda una iglesia
cismática
con un Papa mexicano.
Aunque
el proyecto fracasó, fue el motivo para que los católicos crearan La
Liga
Nacional de Defensa de las Libertades Religiosas (LNDLR).
Dos
hechos exacerbaron el espíritu nacionalista de los partidarios de
Calles. Por
un lado veían que el llamado Partido Negro, (Partido Católico
Nacional), era
adicto al Papa, un soberano extranjero, y por el otro, que los pozos de
petróleo eran norteamericanos. Su reacción no se dejó esperar: en todas
partes
se oía y se leía: Expulsemos a los extranjeros de México. México
para los
mexicanos". Tanto era el estado del conflicto entre católicos y
anticlericales que el gobierno decidió tomar medidas. Tras la muerte de
siete
católicos durante un motín en México D.F., los gobernadores de todos
los
estados recibieron, el 23 de febrero de 1926, la orden de aplicar la
Constitución "pase lo que pase". Como no había unanimidad de
criterios, en algunos casos se lograron acuerdos amistosos pero en
otros, la
violencia se impuso en los enfrentamientos. En este clima, el 14 de
junio,
Calles firma la ley que lleva su nombre donde se reglamenta básicamente
el
Artículo 130 de la Constitución, limitando el poder de la Iglesia. Era
lo que
necesitaba el gobierno para cerrar templos, escuelas católicas y
conventos,
expulsar sacerdotes extranjeros y reducir el número de curas en el
Estado.
En
aquellos días de tanta incertidumbre, los obispos se mostraban
indecisos, el
Vaticano guardaba silencio e intentaba conseguir una rápida solución.
El 31 de
julio de 1926 la ley Calles entra en vigor en todo el país. A las 12 de
la
noche se cerraron los templos, la Iglesia por su parte, suspendió los
cultos y
empezó el boicot económico de los católicos, que deciden comprar sólo
lo
imprescindible para subsistir. Al día siguiente, el gobierno encomendó
a
notarios y gendarmes lacrar las puertas de las iglesias después de
realizar el
inventario de su contenido. La gente se amotinó en muchos lugares,
corrió
sangre y hubo levantamientos espontáneos, como el de los cristeros en
el oeste
y parte del centro de México. Cuando, en septiembre, el Congreso
rechazó la
petición de reforma de la constitución presentada por los obispos y
respaldada
por dos millones de firmas, los dirigentes de la Liga decidieron
recurrir a las
armas. En su ánimo no sólo estaba liberar a la Iglesia de unas leyes
inicuas,
sino derribar el régimen para tomar el poder.
NEGOCIACIONES. Los
EE.UU. aprovecharon la crisis para lograr sus fines y consiguieron que
el
gobierno mexicano olvidara el tema del petróleo. El embajador
norteamericano,
Dwight W. Morrow, comprendió que la tarea más urgente para todos era la
paz
religiosa. Constató que la mayoría de los prelados estaban en
desacuerdo con la
Liga y con los cristeros y que Roma no apoyaba la resistencia armada.
El único
medio para protestar que encontraron los cristeros fue su guerra
autónoma,
objeto de intensas negociaciones diplomáticas, cuyo fin era
desarmarlos.
Oriundo del oeste mexicano, el Gral. Álvaro Obregón intentó por tres
veces
lograr un acuerdo para aparecer como un pacificador y tener mayores
posibilidades de ser reelecto en las próximas elecciones. Este hecho da
mayor
significado a su muerte en manos del joven católico José León Toral el
13 de
noviembre de 1927, en la ciudad de México. La prensa mundial dedicó al
suceso
sus primeras planas, cuando los culpables fueron fusilados sin juicio.
En esos
momentos complicados, Calles puso de manifiesto sus dotes de gran
estadista al
entregar el poder a un presidente interino, Emilio Portes Gil y evitar
así un
alzamiento militar. Además, libró de culpas a la Iglesia por la muerte
de
Obregón, confió a Portes Gil, con el asesoramiento de Morrow, la tarea
de
conseguir la paz y, fundó el PRN (Partido Nacional Revolucionario)
origen del
actual PRI (Partido Revolucionario Institucional).
Las
negociaciones se estancaron hasta la resolución de la crisis política
provocada
por la muerte de Obregón. A los pocos días, Portes Gil dijo a Morrow
que sería
preciso llegar a un acuerdo, antes de las elecciones presidenciales del
otoño,
para evitar una guerra civil. Las gestiones fueron rápidas y contaron
con el
apoyo del Papa Pío XI. La última negociación tuvo lugar del 12 al 21 de
junio
de 1929 y culminó con la firma de "los arreglos" entre el gobierno y
Leopoldo Ruiz y Flores, delegado apostólico del Vaticano y Pascual Díaz
arzobispo de México. De hecho, al tratar con ellos, el gobierno había
reconocido la existencia de la Iglesia y asumido el compromiso de
aplicar la
ley benévolamente mientras se tramitaba su modificación, para lo cual
hubo que
esperar hasta 1991.
NUEVOS
CONFLICTOS. Entre 1932 y 1937, el Gobierno deja a un lado los
arreglos y emprende una verdadera persecución religiosa que casi acabó
con la
Iglesia: los templos fueron cerrados, los dirigentes exiliados, los
sacerdotes
pasaron a la clandestinidad y muchos cristeros decidieron reiniciar el
combate.
Este nuevo levantamiento se conoce como La Segunda. Nadie se atrevía a
llamarla
La Segunda Cristiada porque la Iglesia prohibía la sublevación y la
ayuda a los
sublevados.
En 1935
sólo quedaban 305 (de 4.000), sacerdotes autorizados en todo el país y
7.500
insurgentes. En 1936, el Presidente Gral. Lázaro Cárdenas prometió que
su
gobierno no cometería con la Iglesia los errores de sus predecesores,
ordenó
devolver los templos y permitir el regreso de los sacerdotes. Lo
ayudaron en su
tarea las nuevas tácticas pacíficas de los católicos. A partir de 1937,
los
arreglos de 1929 fueron respetados. En 1938, el petróleo pasó a manos
mexicanas, ocasión aprovechada por los obispos para manifestar su
nacionalismo
y desde entonces, la relación entre ambos poderes es de mutuo respeto.
*
Los
soldados de Cristo
LA
REVOLUCION cristera estalló en enero de 1927. Al día siguiente de la
suspensión
de los cultos, se produjeron los primeros alzamientos espontáneos, tras
los
cuales el gobierno arrestó a los sacerdotes provocando nuevos
levantamientos.
Grupos católicos se alzaron contra el gobierno al grito de "¡Viva
Cristo
Rey y la Virgen de Guadalupe!". La consigna era: "ir a la guerra en
defensa de la libertad de Dios y de los prójimos" y fue dada por La
Liga,
que así demostró su incapacidad para sopesar las consecuencias de un
llamado a
la insurrección sin aportar armas, dinero ni organización militar.
En el
centro oeste del país el levantamiento fue masivo: hombres, mujeres y
niños
llegaron de todas partes y se unieron para lograr, con su sola
presencia, la
capitulación del gobierno. Esta gente, prácticamente desarmada, pasó a
la
guerra. En el primer choque con el ejército, huyó en desorden. El
Presidente
Calles, al ver que la insurrección no prosperaba, comentó con el
gobernador de
Jalisco que aquélla sólo duraría uno o dos meses. "Con tal que no dure
dos
años", replicó éste, que conocía bien a la gente de su región.
El
gobierno y el ejército federal, más conocido como la federación
(abreviatura de
Fuerzas Armadas de la Federación), actuaban como una unidad:
consideraban a la
Iglesia su propio enemigo. Como agente del anticlericalismo, la
federación, que
contaba con unos 70 mil hombres al mando del Gral. Joaquín Amaro,
secretario de
Defensa, llevó a cabo su propia guerra religiosa. En su estrategia, el
Gral.
Amaro consiguió gran movilidad para su ejército combinando el
transporte por
carretera y el ferroviario, con la aviación y la caballería. Pero este
esfuerzo
estaba condenado al fracaso debido al carácter popular de la
insurrección. El
poder militar y la dureza de su represión no alcanzaban para vencer a
la
Iglesia y a los cristeros. Estos luchaban en una geografía que conocían
bien y
contaban con el apoyo del pueblo, que interfería en la acción del
ejército.
La
falta de tropas para aplastar los levantamientos populares que surgían
por
todas partes en el altiplano central, marcaría el curso de los
acontecimientos.
El ejército presionaba ejecutando prisioneros, matando civiles,
destruyendo
poblados, arruinando cosechas y poniendo en práctica una verdadera
persecución
religiosa: todo cura descubierto en el campo era fusilado y todo acto
religioso, castigado con la muerte.
ORGANIZACION. Los
combatientes, que estaban dispersos en enero de 1927, se convirtieron
en
guerrilleros y sumaban 20 mil en julio de ese año. Desorganizados,
actuaban en
grupos (de 50 a 500) de manera espontánea, usaban fusiles tomados al
enemigo,
contaban con pocas municiones, pero tenían buenos caballos. Trabajaban
su
tierra y actuaban según la tradición zapatista del soldado campesino.
Desde el
gobierno se les llamó "cristeros", por aquél a quien defendían.
Después del fracaso militar, la Liga no estaba en condiciones de
dirigir el
movimiento y buscó a un estratega con capacidad militar, que aceptara
la
obediencia política. El hombre indicado era el Gral. Enrique
Gorostieta, un
personaje extraño, liberal, jacobino y masón que sentía gran odio por
Obregón y
Calles. Adoptó la causa de los cristeros sin compartir su fe, como una
oportunidad para la venganza, y tal vez, el triunfo. Tanto los
cristeros como
el general se profesaban una mutua admiración. Este militar de carrera,
a sus
40 años, estudió a fondo la táctica de la guerra de guerrillas, sobre
la que teorizó
y llevó a la práctica con gran destreza. Su alianza con los cristeros
tenía
como único fin destruir el régimen.
La
guerra comenzó de manera lenta, por el desconcierto reinante en el
pueblo. Sin
embargo, la represión del gobierno y la motivación de la lucha,
contribuían a
que la rebelión se propagara. Desde agosto de 1926 hasta julio de 1927,
la
guerra para los cristeros no significaba otra cosa que escapar del
enemigo,
pero, a partir de ese momento, la Cristiada experimentó un nuevo
impulso y se consolidó.
Fue entonces cuando el Gral. Gorostieta tomó el mando de la
insurrección y puso
sus métodos a prueba sobre una pequeña región, que amplió en junio de
1928 a
los seis estados del centro-oeste. Aunque los cristeros ya no podían
ser
vencidos, el gobierno, con el apoyo norteamericano, era amo de la
ciudades, las
vías férreas y las fronteras. Para su gran ofensiva de diciembre, la
federación
había reunido todos los recursos posibles, con tropas llegadas de
lejanos
lugares, pero los cristeros estaban preparados para una larga lucha, y
su
capacidad de resistencia, en lugar de quebrarse, se exaltaba. El
embajador
Morrow comprendía muy bien cuál era el problema y así lo manifestaba: "Parece
improbable que se logre restablecer la paz, a pesar de los esfuerzos
del
presidente y de los militares, mientras no se arregle la cuestión
religiosa".
Tampoco
el Gral. Gorostieta podía hacer mucho sin dinero y sin municiones para
contrarrestar con sus cristeros el apoyo político, financiero y militar
de los
EE.UU. al gobierno. Consideraba las elecciones presidenciales como una
salida
posible y trató de persuadir a los obispos para continuar la guerra,
porque
sabía que una vez sellada la paz, sería necesario obedecer. Conocía el
espíritu
de sus hombres y el motivo de su lucha, por ello comprendió que todo
había
terminado desde el momento en que la Iglesia llegó a un acuerdo con el
Gobierno. Murió a manos de un destacamento federal que lo sorprendió
mientras
descansaba en una hacienda de Jalisco. Se habló de traición pero este
hecho no
ha sido comprobado.
PAZ Y
GUERRA.
De acuerdo con los arreglos, el gobierno no derogaba la famosa ley 130;
pero si
se suspendía su aplicación, habría amnistía para los rebeldes y se
devolverían
las iglesias a los curas. Por su parte, la Iglesia reanudaba los
cultos. Cuando
en junio de 1929 se firmó la paz, había 50 mil cristeros peleando. Como
primer
resultado de los arreglos, al tiempo que los cristeros deponían las
armas,
subían los valores mexicanos en la bolsa de Nueva York. No obstante,
esta
guerra, que tuvo una solución política, costó muy cara. Se habló de un
total de
250 mil muertos entre civiles y militares, a lo que habría que agregar
los
gastos del ejército y las consecuencias económicas de la crisis. La
guerra, al
afectar el centro agrícola de México, hizo sentir sus consecuencias.
Poco a
poco la actividad del campo y de las pequeñas ciudades se paralizaba
mientras
la emigración a los EEUU adquiría proporciones hasta como para
constituir un
serio problema.
Si la
primera etapa de la Cristiada había sido una guerra de pobres, la
segunda fue
una guerra de miserables. Sin ningún tipo de medios ni ayudas, los
cristeros
debieron enfrentarse no sólo a un ejército mucho más eficaz, que estaba
alerta,
a la espera de una nueva insurrección, sino también a una Iglesia
inquebrantable que se oponía a la lucha armada. La masacre de cristeros
desarmados, una nueva persecución religiosa a partir de 1932, y luego
en 1934 y
1935, impulsaron a los supervivientes y a otros nuevos guerrilleros a
dejar a
un lado la prohibición eclesiástica y lanzarse a la lucha. Las pérdidas
de los
insurgentes fueron mayores que en la primera etapa. Finalmente, para
lograr la
reconciliación nacional, Lázaro Cárdenas suspendió en 1938 la
aplicación de la
ley anticlerical e hizo extensivo el perdón a toda la república. Así
logró que
los mexicanos vivieran en paz. *
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