¿Se agotará la renta
petrolera?
Texto: Domingo Alberto Rangel
V enezuela ha vivido,
prosperado y crecido, desde 1929 gracias a una renta. Cualquiera
tacharía esta afirmación de banal y mediocre puesto que no hay quien
no viva de una renta. El obrero que trabaja las ocho horas de ley,
el banquero que amasa fortunas, el especulador afortunado y el
estudiante titular de una beca, todos ellos derivan su existencia de
una renta en cierto modo, o de manera cierta sin duda. Podría
responderse tal observación con una aclaratoria en este caso vital.
Cuando se asevera que nuestro país vive de una renta se está tomando
esta palabra en la acepción que ella tiene en la economía política.
Los clásicos de la
economía inglesa y los fisiócratas de la economía francesa entendían
por renta aquel ingreso o rédito que deriva de las virtudes
"naturales e indestructibles del suelo o del subsuelo" como dijo uno
de ellos, David Ricardo en un tratado famoso. La renta se origina
sólo en la agricultura y en la minería, actividades ligadas,
dependientes y determinadas por el suelo o el subsuelo. Pero no todo
es, en la agricultura y en la minería, renta del suelo o del
subsuelo. Al hacer esta advertencia separamos la renta del salario y
del beneficio, las otras dos categorías de ingreso existentes en el
campo de la economía. El salario es el ingreso del trabajo, el
beneficio, el ingreso del capital.
La renta es
entonces el ingreso que en la minería-petróleo comprendido desde
luego- viene del subsuelo, por la riqueza que en el haya formado la
naturaleza.
La renta es clave
En la minería-petróleo
incluido, repetimos, el concepto de renta es clave. Una explotación
petrolera por ejemplo contiene trabajo y capital. Hay allí operarios
de distinta categoría sin los cuales no se movería un balancín,
surcaría los mares un banquero o correría el negro aceite por las
tuberías. Y hay un capital implícito en los equipos productivos que
van de los taladros y carreteras de penetración hasta los pozos y a
los muelles de embarque del crudo en las bodegas de los barcos.
Pero, trabajo y capital
existen en cualquier actividad económica diría alguien con aires de
censor. Sí, pero el petróleo por su carácter extractivo maneja una
sustancia creada por la naturaleza. En otras ramas económicas, todo
cuanto se mueve o maneja es creación del hombre. Un obrero textil
urde hilos de algodón que alguien tejió, el operario metalúrgico
trabaja con barras, láminas o lingotes que vienen de una acería.
Mientras en el petróleo la renta es determinante, ante todo porque
la obra de la naturaleza es ahí cardinal, en las otras actividades
citada y muchas más, no lo es.
La renta es un
componente de la riqueza y su proporción en ella será tanto más
grande cuanto más extractivo sea el carácter de una economía. Un
país petrolero vivirá más de la renta que del salario y el beneficio
y su esplendor será siempre posible mientras ella perviva y sea
vigorosa.
El cálculo de la renta
Para Venezuela debería
ser cuestión capital el cálculo de cuanto haya de renta en el
petróleo y cuanto haya allí de salario y beneficio. Ello por dos
razones. La renta es esplendorosa, pero pasajera; un yacimiento de
petróleo se agota por rico que sea mientras el trabajo productivo y
los equipos de producción pueden procrearse o fabricarse a voluntad.
Y, si como ocurre con Venezuela, se vive del petróleo o es el
petróleo la riqueza preponderante, tal cálculo sería cuestión de
vida o muerte.
Aunque parezca digno de
Ripley, sólo un economista, el doctor Asdrúbal Baptista, ha hecho en
nuestra tierra cálculos solventes, exactos y completos sobre la
renta en el petróleo. No voy a repetirlos aquí porque ellos
envuelven sutilezas técnicas inevitables que apenas manejan los
académicos, pero baste reconocer la preocupación, la sindéresis y el
brillo del doctor Baptista, y la pertinencia y exactitud de sus
cálculos. En su libro sobre la economía rentística (Iesa, Caracas)
están separados el trigo y la cizaña, esto es en cuanto a lo que nos
interesa, la renta del salario y el beneficio.
Cualquier
venezolano que conozca la economía política y maneje sus categorías,
caería en la perplejidad y el temor ante las tesis que podrían
derivarse de los señalamientos estampados en este libro. La renta,
ingreso no trabajado, es tan alta en nuestra economía, que su
agotamiento nos condenaría a una espantosa miseria.
La miseria tras la opulencia
La renta puede
agotarse, incluso antes de extinguirse los yacimientos que lo
originan. Una renta exige, aparte de unas minas o pozos de cierta
riqueza mineral, un mercado amplio y próspero para la riqueza de que
se trate y unos costos de extracción bastante bajos. El mercado
amplio no existe ya para el petróleo porque otros país productores
han entrado a competir con nosotros desde hace ya cierto tiempo.
Compárese la cuota de Venezuela hoy y la de treinta o más años atrás
y se verá cómo hemos retrocedido. Y seguiremos retrocediendo a
medida que el mar Caspio o el África Ecuatorial se incorporen a la
producción petrolera en gran escala, para lo cual tienen reservas.
La distancia entre el
costo y el ingreso total por barril en el petróleo se va reduciendo.
En 1999 el costo operativo ya andaba cerca de seis dólares por
barril, cuando diez años atrás, no llegaba a tres dólares. Hoy
quizás frise en los siete dólares si las tendencias de los últimos
quince años siguieron manifestándose después de 1999.
Con una cuota regresiva
de mercado y unos costos crecientes, la renta está condenada. Podría
pasarnos lo mismo que a España, la cual, a partir de 1492, empezó a
vivir de la renta de las minas de oro y plata descubiertas por sus
adelantados en América. Un siglo más tarde aquella renta se agotó,
por razones de mercado, sumiendo a España en un doloroso calvario
del cual ha venido a salir sólo ahora en nuestros tiempos.
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