San
Gaviria
Ignacio
Avalos Gutiérrez
(El Universal, martes 3 de
junio de 2003)
I
Pudo haberse
hecho mejor, incluso mucho mejor. Pudo haberse logrado antes, bastante antes.
Pudo haber tenido otros alcances. Pudo haberse redactado de otra forma. Pudo
haber sido más contundente. Más determinante. Más espectacular. Más radical en
sus soluciones. Más esto o más aquello.
Claro, todas
las cosas son mejorables, eso lo sabe cualquiera sin necesidad de ser filósofo
de hartos pergaminos. Pero lo cierto (los hechos son tercos, solía repetir Lenin
quien, supone uno, algo sabía de realidades), lo cierto, digo, es que ya tenemos
un acuerdo entre el Gobierno y la oposición, mediante el cual ambos convienen en
ir reparando nuestras averías políticas celebrando elecciones, algo cuya
importancia nadie puede negar.
Este acuerdo,
insisto, es el que se pudo lograr. Y no es obra de poca envergadura si miramos
por el espejo las condiciones complejas y difíciles que hubo que sortear antes
de hacerla. Si miramos los grados de radicalismo a los que llegó la sociedad
venezolana. Los niveles de intolerancia y maniqueísmo. El ruido que interpusimos
para no dialogar. El empeño para excluir al que se encontraba enfrente. El
mínimo esfuerzo que dedicamos a tratar de comprender las razones del otro. La
irresponsabilidad con que empleamos la palabra, creyendo que así nos ahorrábamos
la necesidad de explicaciones y argumentos. La capacidad que alcanzamos para
minar puentes y colocar bombas que cerraran los caminos para el encuentro de los
de aquí y los de allá.
II
En estos
momentos de estremecimiento colectivo no es ocioso, entonces, el hecho de que el
pacto suscrito nos recuerde que la convivencia civilizada implica el respeto a
unas reglas establecidas, empezando por la Constitución Nacional, obligatorias
para todos, sin que exista razón suficiente, ni moral ni política, para
autorizar a alguna de las partes a incumplirlas y usted sabe, lector, que al
decir esto no estoy hablando de supuestos ni de abstracciones.
Con tanto
viento en contra no es poca cosa, pues, la que lograron los integrantes de la
Mesa de Negociaciones y no es poco, por otra parte, el mérito de San Gaviria y
de la gente del Centro Carter y del PNUD, así como del Grupo de Amigos. Hay en
todos ellos el sudor de una terquedad que los venezolanos debemos saber
agradecer.
Se ha
coincidido, así pues, en una solución pacífica para solventar nuestras
diferencias, señal, por cierto, de que volvemos a tener presente (parecía que lo
habíamos olvidado), el sentido de pertenencia a un lugar y a una historia
comunes, ese sentimiento básico que hace que una sociedad sea una sociedad. Y se
ha coincidido a pesar de la existencia de sectores, tirios y troyanos, que andan
remolones, inventándose excusas al gusto de vaya usted a saber cuáles
intenciones (pero presumiblemente poco santas en casi todos los casos), dejando
visible y clara su disconformidad con este acuerdo que nos muestra ahora un
pedacito de esperanza, después del descreimiento de varios meses, largos como
una eternidad.
III
Hacerle honor
al acuerdo debe ser afán y compromiso de todos los venezolanos, actuando cada
uno desde el espacio que le corresponde. Sellado el trato entre el Gobierno y la
oposición, su cumplimiento no es, sin embargo, asunto sencillo, como si de
soplar y hacer botellas se tratara.
Las tareas
pendientes son varias, urgentes y más o menos complicadas. Queda por resolver la
elección del CNE, un trabajo que la Asamblea Nacional no ha sido capaz de
realizar. Queda por construir un clima colectivo apropiado, dentro del que
puedan hacerse unas elecciones, cuyo objetivo es contribuir a sosegar y aquietar
al país, pero que, es un riesgo innegable, pudieran servir para lo contrario.
Queda por dilucidar el asunto de la Ley de Contenidos, un factor de
perturbación, sin duda. Queda por concertar entre todos cuál va a ser el papel
de los medios, dedicados últimamente a ofrecernos dos visiones opuestas de la
realidad que, a la postre, lo que hacen es confiscarnos el derecho a enterarnos
de lo que ocurre. Queda por disolver esa insensatez política que ejemplifican
Altamira y La Campiña, muestra de una concepción primitiva, por lo que tiene de
testicular, en donde la clave pareciera ser delimitar espacios, los míos y los
tuyos. Queda por encarar de una vez por todas lo de la Comisión de la Verdad y
lo del desarme de la población. Queda por hacer, en fin, el trabajo de
prepararnos para 'el día después', cualquiera sea su resultado, a sabiendas de
que el referéndum revocatorio no es magia, es apenas el principio de un camino
largo y enlodado, aunque camino al fin y al cabo, eso es lo importante.