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El modelo que proponemos
tiene que ser práctico y generar conservación humana; es
decir, que el hombre pueda producir lo que necesita para su
consumo y mantener su hábitat en una relación armónica con la
comunidad y el ambiente, dice Pablo Sándor. |
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AYACARA: La amistad con la naturaleza da frutos
humanos
MÓNICA
CUEVAS URÍZAR
La crisis
ambiental no existe; lo que vivimos es una crisis humana. De eso
está convencido Pablo Sándor (31), cerebro y alma de la fundación
Ayacara, una exitosa iniciativa que salió del anonimato hace pocas
semanas cuando el mismísimo secretario general de Naciones Unidas,
Kofi Annan, le entregó en Nueva York el Premio Internacional de
Erradicación de la Pobreza.
Hasta entonces el nombre Ayacara
era tan desconocido para la mayoría de los chilenos como el de Nueva
York para los mil 700 habitantes de este pequeño pueblo, enclavado
en la dramática geografía de Chiloé continental, que ha comenzado a
despertar a sus posibilidades de desarrollo.
Lo que buscamos
es que la gente entienda dónde está, conozca profundamente su
entorno y lo comprenda para que pueda manejarlo, comenta Pablo
Sándor. No es una fundación ambientalista, aclara, sino un proyecto
educativo integrado en el que la comunidad es protagonista y que
busca mejorar la calidad de vida sin romper los equilibrios de la
naturaleza y aprendiendo de ésta.
Esto que parece sacado de
un libro se concreta en cosas tan simples como que un habitante de
Ayacara tome una ramita de árbol, la ponga bajo el microscopio y al
observarla comprenda que tiene un sistema circulatorio y que
pertenece a un bosque cuyos componentes interactúan en forma similar
a una comunidad humana. Eso cambia la óptica de las personas; lo que
antes era un palo, ahora es un hábitat. Pero si esa comprensión no
sirve para comer, no es muy útil..., explica
Sándor.
Descubrir es la consigna Por esa razón, el modelo
que propone la fundación pretende que la educación y el conocimiento
del entorno desemboquen en proyectos productivos sustentables que
respeten la naturaleza, rescaten las tradiciones locales y sean
económicamente eficientes.
En Ayacara y las comunidades
aledañas, la idea de hacer de la comprensión del medio una ventaja
competitiva se ha concretado en un astillero para construir
embarcaciones de lujo, una microempresa de ecoturismo, una sociedad
productora de textiles y tintes naturales y otra de alimentos
orgánicos a base de ajo. Y el rostro de la península de Comau está
cambiando.
La base para poner en práctica este cambio de
mentalidad está en el liceo construido por la fundación, que
permitió solucionar el problema del éxodo por falta de educación
secundaria. Según palabras de la ministra de Educación, el liceo es
la aplicación más compleja, completa y radical de la reforma
educacional chilena.
En él, descubrir es la consigna. Así
queda en evidencia apenas se entra al laboratorio, donde un
esqueleto de lobo de mar que los mismos alumnos - adolescentes y
adultos, padres e hijos- encontraron en la playa, limpiaron y
armaron, se exhibe en todo su esplendor. También patas de pudú,
caballo, vaca y hasta de perro están instaladas en atriles
fabricados artesanalmente, pero de prolija manera por los
estudiantes.
La idea es que los estudiantes investiguen su
entorno y luego lo traduzcan a formatos pedagógicos para darlos a
conocer a otras personas y aplicarlos a sistemas productivos.
Salimos a terreno y recolectamos muestras de todas las especies en
un espacio; las secamos en diarios para mantener los colores y
hacemos una ficha de información. Así, la persona que viene con una
muestra puede ver en el herbario qué es, cuenta Johnathan Mancilla
(17).
Él heredó de su abuela vastos conocimientos sobre
plantas medicinales y será un personaje clave en la investigación de
sus procesos de floración y producción de semillas una vez que
terminen de construirse dos invernaderos del liceo. Así se abre una
nueva veta productiva para la localidad.
Los estudiantes
también realizan expediciones a la estación científica, epicentro de
la Escuela de Naturaleza Salvaje, un lugar destinado a la
observación de un entorno absolutamente virgen, una experiencia que
obliga al hombre a repensar su rol en el ecosistema. Es muy potente
porque te das cuenta de que la naturaleza tiene sus propias leyes,
muy distintas a las que nosotros ocupamos en nuestras formas de
producir, educar o entender la realidad, dice Pablo
Sándor.
En el camino a la estación, hay tareas investigativas
insólitas, como la recolección de excrementos de puma, por ejemplo,
los que luego se analizan en el laboratorio. Los alumnos han
descubierto en los desechos del animal garras y huesos de pudú;
nadie tuvo que contarles de qué se alimentaba el puma...
Al
ir descubriendo los mecanismos y la lógica de la naturaleza, la
gente se ha dado cuenta de la locura que significa que, teniendo las
materias primas más ricas, vivan en una pobreza tan grande, dice
Sándor.
Modelo de exportación
La propuesta de
Fundación Ayacara, más que un proyecto, es un modelo que aspira a
ser replicado. En eso están los cerebros y las piernas de varios
profesionales que trabajan para ella - muchos de ellos en forma
voluntaria- que se han trasladado a la localidad de Vilches Alto, en
la VII Región, para poner en marcha una iniciativa de ecodesarrollo
y rehabilitación y educación de personas con discapacidad.
Si
vemos que en la naturaleza cada elemento tiene un rol, y aplicamos
esa ley a la especie humana, es evidente que los discapacitados
tienen también el suyo, y que tienen que desarrollar. Eso es lo que
estamos investigando, cuenta Pablo Sándor.
La idea es generar
nuevas alternativas de comprensión de la naturaleza y de producción
que permitan insertar a este grupo, en conjunto con la Fundación
Teletón, que ya realizó algunas experiencias en Ayacara con avances
notables en los participantes.
Pero los interesados en el
modelo no sólo están en Chile. La fundación ha recibido solicitudes
de pueblos de África y del Amazonas para replicar el modelo de
desarrollo humano integral en comunidades pobres.
El
obstáculo: los fondos. Hasta ahora la fundación Ayacara ha obtenido
recursos de decenas de instituciones y organismos, en su inmensa
mayoría extranjeros, ya que en Chile el apoyo ha sido un tanto
esquivo. Con el fin de mejorar la cacería de fondos se creó Ayacara
International, con sede en Estados Unidos.
Pronto en las
tiendas italianas será posible adquirir echarpes, chalecos,
bufandas, frazadas y otros productos de lana hechos por manos de
mujeres de la península de Comau, que no sólo son tejedoras sino
además investigadoras de los misterios de la química. Las siete
socias experimentan con raíz de manila, hoja de maqui, corteza de
canelo, helechos, zapallos, musgo barba de palo, barro y maíz para
producir tintes que den color a sus lanas. Ya tienen estandarizados
36 colores nacidos de la tierra, entre ellos el negro Ayacara, que
surge de la cocción de barro del lugar y hojas.
Esto me ha
ido cambiando la vida; me relaciono más con la gente y además uno se
gana sus pesitos y se siente realizada como persona, afirma Nelda
Mayorga, de 44 años.
Ése es el nombre de la empresa
productora y procesadora de alimentos orgánicos de Reldehue, en la
península de Comau. Allí, 12 socios, entre 29 y 63 años,
experimentan con jengibre, cúrcuma, ají, curry y otras especias para
dar valor agregado al sabor del ajo chilote. Con botas de goma,
delantales, gorros y mascarillas albas, se sumergen en el rigor de
su planta procesadora para investigar las mejores formas de producir
y almacenar sus alimentos.
Los ajos, antes sólo para consumo
familiar, se transforman en una empresa que promete circular por el
país (donde ya hay restaurantes y supermercados interesados) y
exportar a EE.UU.
Eso junto con ser una fuente de autoestima
y salud: la señora María Tulia Alonso asegura que con el trabajo se
le han pasado los achaques.
José Manuel Barría está
ansioso por que llegue el verano. Es uno de los 11 socios de la
microempresa Tres Mares, que ofrecerá programas para veraneantes,
entre los que se destacan los paseos en kayak por los fiordos de la
península, con campamentos y visitas a termas naturales. La
fuerte disminución de la pesca, por las cuotas para proteger
recursos, hacen del turismo una posibilidad atractiva para don José
Manuel y sus colegas. "Va a ser un ingreso más estable... antes si a
uno se le enredaba el material o le salía el lobo en el día de la
pesca, sonaba no más.
El microempresario está contento de
aprovechar sus conocimientos del mar y la capacitación que recibió
de la fundación Ayacara para generar nuevos ingresos y mostrar el
orgullo que siente por su tierra. Ya ha tenido algunos turistas
piloto y afirma que uno se emociona cuando ven los lugares y los
encuentran tan bonitos...
Unos 140 mil pesos en materiales y
el trabajo de un mes de cuatro personas dan vida a botes y kayaks de
lujo en Astilleros Comau, una empresa de 7 socios que rescatan la
tradición de la carpintería de ribera, casi perdida en la península.
Construyen con trozos de madera desde 10 centímetros, de tal forma
de aprovechar los recursos y terminar con la depredación de ciertas
especies superexplotadas. Con apoyo de la fundación recibieron
capacitación y comenzaron a elaborar ítemes cuya demanda crece en el
mercado internacional de los deportes acuáticos. Trabajan a pedido y
exportan a Estados Unidos.
He crecido bastante, sobre todo
como persona. Antes a la gente de Ayacara se nos conocía por la
pesca, pero ahora también nos conocen por este trabajo. Hemos ido a
exposiciones y dado charlas, entonces esto ya no es un cuento, es
parte de nuestra vida , comenta Carlos Alvarado, gerente de la
empresa.
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