Kintto Lucas
UNO
De esto hace casi diez años. Corría 1992, estábamos en la
redacción del periódico Mate Amargo de Montevideo cerrando las últimas páginas,
cuando de pronto surgió la noticia de un levantamiento militar en Venezuela. La
información era confusa y las especulaciones no se hacían esperar. La derecha
hablaba de intento de golpe de estado, gran parte de la izquierda comparaba a
los rebeldes con los carapintadas argentinos que habían impuesto su mirada
fascista a los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, muchos no entendían lo
que estaba pasando y algunos decidimos reivindicar el derecho a la duda. Aunque
el periódico estaba casi cerrado, no podíamos obviar el hecho: había que
escribir al respecto y acepté el desafío. Desde un comienzo no creí que se
tratara de un intento de golpe de estado como los que habíamos sufrido en el sur
del continente. El lenguaje utilizado tampoco tenía semejanzas con el de los
carapintadas, y el gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez, que profundizó la
brecha entre pobres y ricos, no inspiraba ninguna confianza.
Lo mejor era empezar por el lenguaje: analizar primero la
imagen de los hechos y su desenlace, y luego, sobre todo, ver qué se escondía
detrás de las palabras escritas y pronunciadas en las proclamas de los alzados.
Del análisis de los hechos se desprendía que no se trataba de un intento de
golpe de estado porque el poder radicaba en el alto mando, que salió triunfante
en el corto plazo al reprimir a los rebeldes, defendiendo el orden establecido
por la corruptela que rodeaba a Carlos Andrés Pérez. Como antes había defendido
la propiedad privada a sangre y fuego ante la llegada de los desesperados que
bajaron de los morros en el Caracazo. Si alguien podía dar un golpe era
justamente el alto mando. Pero fue del estudio de las palabras de donde
surgieron los datos más relevantes. Si me hubiese puesto a mirar el discurso de
los rebeldes desde una mirada de izquierda tradicional tal vez me hubiese
desilusionado porque no reivindicaban a la clase obrera, ni a Marx, ni a Cuba.
Solo reivindicaban la ética de luchar contra la corrupción y la imagen de
Bolívar. Pero eso no era mucho si tenemos en cuenta que los carapintadas también
reivindicaban la lucha contra la corrupción y la imagen de San Martín, y la
dictadura uruguaya también reivindicó a Artigas. Sin embargo al analizar cada
párrafo, empezaban a surgir las diferencias entre el discurso con sintaxis
fascista de los carapintadas y el de los oficiales venezolanos que, si bien no
se definían claramente en lo ideológico, demostraban una vinculación con la
historia de las luchas populares.
Cuando se reivindicaba a Bolívar no era al militar lleno de
latones que impone su poder y representa el nacionalismo exacerbado, se defendía
sus ideas con pleno conocimiento de lo que representaban. El Bolívar que
mostraban aquellas proclamas no tenía nada que ver con el Artigas de los
dictadores uruguayos ni el San Martín de los carapintadas. Aquel, era un Bolívar
humano, no una estatua con uniforme.
A la hora de juntar las piezas del rompecabezas encontré ese
discurso distinto al de los militares conosureños, encontré un gobierno corrupto
apoyado por una cúpula militar desgastada, encontré un modelo económico que
consumió la riqueza del petróleo entre pocos, encontré el Caracazo como
respuesta inorgánica a ese modelo, y la represión como respuesta orgánica al
desespero de la gente. Encontré también el fantasma de una izquierda perdida en
el discurso de la socialdemocracia. En fin, una historia reciente que daba
pautas para armar el puzzle.
A la hora de escribir, empecé por el lenguaje y opté por
descartar totalmente la imagen de golpismo, asumiendo la de una rebelión. Opté
también por desarrollar el análisis del discurso y argumentar que el hecho en sí
ponía de manifiesto un descontento con la conducción política y económica de un
país arrasado por la pobreza. Expliqué también que los alzados eran un producto
puramente venezolano, surgido desde Venezuela, sin una mirada foránea. Ahí no
había carapintadas, ni golpistas, ni militares progresistas a la uruguaya, ni
militares al estilo peruano, ni el populismo peronista. No era un proceso que se
podía encasillar dentro de los parámetros que utilizaba la izquierda
tradicional, o los que usaba la izquierda agiornada surgida del baldío
socialista en el Este europeo y convertida en poco tiempo en nueva derecha. Sin
embargo, se podía percibir el germen de una mirada nueva, no tan ideologizada
como estábamos acostumbrados, pero arraigada en la defensa de la soberanía,
estrechamente vinculada a una razón de ser nacional y hondamente popular. La
base de un proceso histórico distinto que se estaba gestando en Venezuela y en
un sector de las fuerzas armadas de ese país.
Cuando Mate Amargo estuvo en los kioscos, muchos conocidos de
la izquierda uruguaya me llamaron para decir que estaba dando a un golpista el
lugar que no merecía, además defendían a Pérez y repudiaban aquella rebelión.
Optaban así, como los grandes medios, por el lenguaje del poder, lo que
obviamente me tenía sin cuidado.
DOS
Nueve años después me tocó vivir una historia similar pero
mucho más de cerca, cuando en enero de 2000, en Ecuador, se produjo la rebelión
indígena apoyada por oficiales progresistas de las fuerzas armadas de este país.
Los diarios del continente hablaron de golpismo sin analizar lo que realmente
estaba sucediendo. Prefirieron la versión enlatada al análisis, porque este
podía llevarlos a descubrir ante la opinión pública internacional otra rebelión
con contenido popular. Los grandes medios del continente y alguno que otro
despistado de izquierda optaron por el lenguaje del poder, que no aceptaba una
alianza entre indios y militares progresistas.
Hoy esos creadores de opinión publica ponen énfasis en el paro
de los empresarios venezolanos secundados por la burocracia sindical amiga de
Carlos Andrés Pérez, como si se tratara de un paro del pueblo venezolano. Otra
vez el lenguaje que tergiversa. Los patrones pueden parar gran parte de
cualquier país si cierran sus comercios, sus empresas, sus bancos y sus diarios
y sacan de circulación sus buses, pero no es un paro del pueblo que decide no
trabajar para protestar. La gran mayoría del pueblo venezolano hace años que no
trabaja porque fueron justamente esos patrones con su modelo económico quienes
los expulsaron a la desocupación, provocando el cierre de las fuentes de
trabajo. Fueron ellos los que apostaron a la especulación en lugar de la
producción. Los que usufructuaron de las ganancias del petróleo y ahora quieren
entregarlo a capitales extranjeros. Los que prefieren mantener propiedades
rurales improductivas en lugar de promover la seguridad alimentaria.
Sin embargo, tampoco son capaces de perder dinero con un paro
que los beneficia. Por eso solo cerraron las vidrieras, las oficinas, pero sus
fabricas siguieron trabajando a puerta cerrada. Y aquellos que sí pararon
avisaron a sus empleados que esas horas serían descontadas en el futuro. La
burguesía venezolana, como la de cualquier parte, no da puntada sin hilo. Para
poner toda la carne en el asador esperan un apoyo más directo del país gringo,
que con su cruzada antiterrorista y su profundización del Plan Colombia promete
llegar a tierras andinas.
TRES
Para entender el significado del paquete de leyes que los
empresarios tildan de "estatistas" y que "van contra la modernización" del país,
es necesario volver a la guerra de símbolos y al laberinto del lenguaje. Los
sectores dominantes se alinean rápidamente cuando sienten que el modelo empieza
a correr peligro, cuando se dan cuenta que el proceso histórico se acelera con
la promulgación de leyes a favor de los que menos tienen.
Tal vez el cuerpo legal más emblemático es la Ley de Tierras y
Desarrollo Rural, donde se establece que la tierra y la propiedad no son
privilegios de unos pocos, sino que deben estar al servicio de toda la
población. Este es, sin duda, un primer paso para terminar con el latifundio en
un país donde se necesita producir alimentos. Y por eso, en su primer artículo
determina la eliminación del latifundio como sistema contrario a la justicia, al
interés general y a la paz social en el campo, mientras en el segundo declara
afectadas todas las tierras publicas y privadas con vocación para la producción
agroalimentaria. Nuevamente el lenguaje como parte de los símbolos.
Nuevamente Chávez nos recuerda que aquel proceso que se inició
con la rebelión de 1992 sigue su curso. A veces lento o vacilante, como diría
Zitarrosa, a veces acelerado de más, pero sigue su rumbo. Nunca se ha detenido
desde la rebelión, incluso cuando el actual presidente venezolano estuvo preso.
Los procesos históricos no se detienen. Queda gente por el camino, sufren
marchas y contra marchas, pero no se detienen. Que lleguen al destino deseado es
otra cosa. En todo caso, esta ley de tierra es una partecita pequeña de ese
camino. Una ley que nos dice que los terrenos de propiedad estatal serán
sometidos a un esquema de parcelamiento y las tierras privadas deberán someter
su actividad a las necesidades de producción de rubros alimentarios.
Que nos asegura además que las actividades agrarias de
mecanización, recolección, transporte, transformación y mercadeo de productos
agrarios se establecerán en forma autogestionaria y cogestionaria, mediante
organizaciones cooperativas o colectivas. Que establece que el Estado se
compromete a organizar un servicio eficiente de crédito agrario incorporando a
las instituciones bancarias y financieras publicas o privadas al mismo, o
creando otras si fuera necesario. Que reconoce el derecho a la adjudicación de
tierras a toda persona apta para el trabajo agrario y da prioridad a las mujeres
campesinas que sean cabeza de familia, garantizándoles, además, un subsidio pre
y post natal por parte del Instituto de Desarrollo Rural. Que tiene en cuenta la
necesidad de afectar el uso y aprovechamiento de las aguas susceptibles de ser
usadas para riego agrario y planes de acuicultura, y establece que cualquier
ciudadano podrá denunciar la existencia de tierras ociosas. Que garantiza a los
propietarios de terrenos privados que se encuentren produciendo que no tendrán
ningún problema.
Si con la aprobación de Constitución Bolivariana, el esfuerzo
para revitalizar la OPEP, la lucha por un mundo multipolar enfrentado al
unipolar del país gringo, y la solidaridad con Cuba, Chávez demostró que las
proclamas de 1992, supuestamente desideologizadas, tenían contenido, con esta
ley de desarrollo agrario deja claro que el contenido también es parte del
proceso histórico, y por lo tanto, se va construyendo y reconstruyendo con él.
CUATRO
Seguramente el mayor error de Chávez es no haber logrado
todavía organizar e involucrar a la sociedad en un modelo participativo. Aunque
se podría argumentar que en tres años era muy difícil cuando había que resolver
tantos problemas de estructura política y militar, y cuando había que edificar
una base que diese sustento al proceso, como la nueva Constitución y la política
internacional que tanto desagrada al gobierno de Washington. Es justamente desde
Estados Unidos desde donde se ve con mejores ojos el ataque empresarial a
Chávez, porque éste es la piedra en el zapato que habría que botar cuanto antes.
Sin embargo, por ahora el país de Bush hijo solo apuesta al lenguaje. Y dentro
de esa apuesta juegan un papel fundamental las imágenes adoptadas y recreadas
por los cultores de la politología, esa especie de patología de la
postmodernidad, como dije alguna vez.
La primera idea es presentar al populismo como causante de los
males políticos y económicos que padecen los países latinoamericanos. La segunda
idea es mostrar a los gobiernos poco dóciles hacia las políticas norteamericanas
como populistas. En esa guerra de imágenes Chávez es un populista, aunque la
Constitución, las leyes y la política exterior que está impulsando no tengan
nada que ver con una propuesta de ese tipo. Tal vez se podría aceptar que el
estilo de Chávez se presta para que lo tilden de populista. Pero el estilo de
Fujimori y Menem también se prestaba para eso. Sin embargo, como sus propuestas
estaban apegadas al modelo neoliberal eran "serios gobernantes" y tenían el
respaldo del país de Bush. Mucho más serio es el estado en que quedaron esos
países después del paso de estos personajes por el gobierno. En el lenguaje del
poder Chávez es populista, como seguramente mañana pueden ser populistas Lula si
gana la presidencia de Brasil y Tabaré Vázquez si gana la de Uruguay.
En ese juego de símbolos lo peor está en que para el lenguaje
del poder este "populismo de izquierda" podría ser considerado como la "antesala
del terrorismo". Mucho más luego del 11 de septiembre. Esa es la imagen que
fomentan ciertos medios de comunicación y alguno que otro politólogo en sus
creativos análisis. Promover procesos de oposición al modelo dominante con un
lenguaje que se acerque a amplios sectores es "populismo". Aplicarlo,
dependiendo de la circunstancias, podría ser considerado "terrorismo". Aunque
eso dependerá de los momentos históricos que están por venir.
Es bueno que el Foro de Sao Paulo haya dado su apoyo al proceso
bolivariano, y es mejor que quienes se consideran de izquierda no duden que la
consolidación de ese proceso, más allá de los errores, es una contribución muy
importante para echar por tierra el modelo que nos han impuesto y la anexión
político-económica que intentan imponer con la implementación del ALCA y el Plan
Colombia. De aquel articulo de Mate Amargo a hoy, se reforzó la convicción de
que los procesos históricos son muchos más ricos que las elucubraciones de
cierta izquierda que adapta su cuerpo según venga el viento. Algunos de los que
confundieron a Chávez con un carapintada y se aferraron a la imagen
socialdemócrata de Pérez hoy se han dado cuenta del error, otros terminaron en
la derecha, donde debían estar desde un comienzo. Valió la pena que aquel
artículo apostara por la duda y recurriera a las imágenes del lenguaje, que
ciertamente dicen mucho más que los encasillamientos burocráticos.
Ojalá la izquierda actual con todas sus vertientes, no cometa
el error de dar la espalda al proceso venezolano, porque en estos días ese tipo
de errores pueden costar mucho más caros que antes, y tal vez ni haya tiempo
para lamentar. Fidel Castro, que conoce el laberinto del lenguaje y cuando no
dice nada dice mucho, afirmó al llegar a Venezuela para la reunión de los países
del Caribe, que Chávez estaba viviendo momentos históricos, "que son los que
reconfortan". Son momentos de definiciones, y no se puede permitir que el tren
se descarrile.
http://www.rebelion.org/internacional/lucas121201.htm