NCeHu 180/08
Argentina
Inflación, agronegocios y crisis de
gobernabilidad
9/7/08
Hacia mediados de Junio la confrontación
entre el gobierno y las asociaciones patronales del campo parecía haber llegado
a un punto de ruptura total, pero no fue así, pocos días después las aguas se
calmaban. La presidente decidía transferir al Parlamento la decisión final sobre
los impuestos a la exportación de productos agrícolas, es lo que esperaban los
empresarios rurales para levantar su lockout que empezaba a desgastarse rápidamente
al igual que la popularidad del gobierno. Fue el fin provisorio de más de cien
días de enfrentamiento luego de los cuales, como dicen ahora algunos
politólogos, “Argentina ya no es la
misma”.
La imagen de la presidenta
había llegado a un nivel de deterioro solo comparable con el del ex presidente
De la Rua en
diciembre de 2001, sus convocatorias a la movilización en apoyo al gobierno
habían enardecido en su contra a las clases altas y a sectores crecientes de las
clases medias. Por su parte los ruralistas habían extendido su influencia
unificando detrás de ellos al conjunto de la oposición de derecha y a vastos
sectores de las clases medias rurales y urbanas, en este último caso incluso a
grupos medios-bajos afectados por un proceso inflacionario que a lo largo de los
últimos meses ha deteriorado su nivel de vida. Sin embargo su radicalización los llevaba a
un callejón sin salida, especialmente en el caso de la pequeña
burguesía agraria prospera, una suerte de “nuevos ricos” furiosos ante
las cargas fiscales que enturbiaban sus expectativas de ganancias abundantes y
ascendentes.
La
intransigencia extremista a que habían llegado en sus exigencias era de hecho
una convocatoria al golpe de estado, en el pasado tal vez su deseo se hubiera
podido materializar, pero ahora, a un cuarto de siglo del fin de la última
dictadura militar, la capacidad de intervención de las Fuerzas Armadas es casi
nula, su degradación institucional y la lápida moral que pesa sobre ellas
llamada genocidio hace impracticable esa posibilidad.
La otra
alternativa golpista era la de una pueblada de derecha (una
suerte de 2001 al revés) amplificada por los medios de comunicación y finalmente
manipulada por un sector del sistema institucional (judicial, parlamentario
nacional, gobiernos provinciales, etc.). Pero los dirigentes de las derechas
política y rural no estaban dispuestos a intentar semejante aventura, en primer
lugar porque el actual gobierno más allá de su imagen progresista ha
respetado integralmente al sistema neoliberal dominante heredado de los años
1990 y en consecuencia núcleos decisivos del poder económico no apoyarían de
ninguna manera el desalojo de la presidenta.
En segundo
término porque ese hecho habría abierto una suerte de caja de pandora, un
desorden general que unido al más que probable hundimiento de las clases
populares acorraladas por el alza de los precios de los alimentos podría haber
generado una avalancha muy extendida de protestas sociales. Y finalmente porque
hacia mediados de junio pese a la persistente agitación de los medios de
comunicación la popularidad del derechazo mostraba serios signos de deterioro,
el alza de precios y la amenaza de desabastecimiento comenzaban a producir
reacciones hostiles hacia los ruralistas provenientes de importantes sectores de
las clases medias y bajas. Las asociaciones tradicionales de la burguesía
terrateniente como la
Sociedad Rural que a lo largo del conflicto habían mantenido un
perfil relativamente moderado presionaron con fuerza para desacelerar la
protesta. Los nuevos ricos del mundo agrario (pequeños y medianos rentistas y
agricultores) fueron de hecho la masa de maniobras del bando de los
agronegocios, se creyeron sujeto de una suerte de cruzada gaucha contra
el “estado-ladrón” que les quería cobrar tributos extraordinarios. Por
debajo de las escarapelas y banderas patrias se movía azuzada por las clases
altas una clase media agraria mezquina que pretendía apropiarse de una parte
sustancial del botín de super ganancias del negocio
exportador.
Sin embargo
sería un grueso error limitar el fenómeno a ese aspecto socioeconómico, el
abanico civil movilizado contra el gobierno fue mucho más amplio, se extendió a
las ciudades, cobró ímpetu en los grandes conglomerados urbanos incorporando a
importantes sectores medios la mayor parte de ellos sin vínculos materiales
directos con el mundo agrario.
Es cierto
que en los barrios acomodados de Buenos Aires, por ejemplo, la vanguardia de los
cacerolazos fueron las “cacerolas de teflón” esgrimidas por
los ricos acompañados por nostálgicos de la última dictadura militar, pero el
movimiento se extendió a las zonas de clase media y fue visible la simpatía
despertada en sectores importantes de clase media urbana
baja.
La
desestabilización
Las movilizaciones
promovidas por el gobierno se realizaron a fuerza de aparato, el clima entre los
trabajadores fue de apatía o indiferencia y en ciertos casos de repudio no muy
entusiasta a la derecha, el activismo pro gubernamental a veces autocalificado
como “anti oligárquico” fue claramente
minoritario.
Un factor
decisivo del ascenso opositor en las capas medias y de alejamiento respecto del
oficialismo en las clases bajas (donde la presidenta hizo su mejor cosecha de
votos en 2007) es la inflación que ha deteriorado rápidamente los ingresos
reales de los asalariados.
Actualmente
la derecha política y su paraguas empresario señalan a la inflación como el
enemigo principal a combatir para lo cual vuelven a levantar las tradicionales
recetas neoliberales centradas en el llamado “enfriamiento de la
economía” alcanzado a través de la reducción del gasto público y del freno
a los salarios. El resultado sería un rápido incremento de la desocupación y la
precarización laboral y el achicamiento de la demanda de las clases bajas pero
no de los beneficios empresarios que se mantendrían o aumentarían gracias al
descenso de los costos salariales reales.
Con menores
gastos el Estado podría preservar el superávit fiscal sin necesidad de aumentar
los impuestos lo que beneficiaría obviamente a empresarios y clases altas en
general. Allí se detiene la ofensiva liberal, porque según ellos el
Estado debería seguir interviniendo en el mercado cambiario acumulando dólares y
sosteniendo así un dólar artificialmente muy alto lo que permitiría mantener o
aumentar los altos ingresos en pesos de los exportadores industriales y
agropecuarios. En este esquema económico la gobernabilidad solo podría ser
sostenida con dosis crecientes de represión social y con la consolidación del
bloque reaccionario (clases altas y medias) tal como se ha ido conformando en
los últimos meses. Pero ambas condiciones son de muy difícil obtención, las
bases populares han cambiado mucho desde la década pasada, la experiencia de
2001-2002 marca un punto de inflexión casi irreversible. Si se impone la opción
neoliberal la generalización y radicalización de las protestas populares
conformaría un panorama de alta turbulencia al que seguramente se incorporarían
sectores intermedios que afectados por la concentración de ingresos abandonarían
sus delirios elitistas para volver a mirar con simpatía a los de abajo.
Por su
parte el gobierno trata desde hace algo más de un año de enfrentar la inflación
con medidas puntuales que no consiguen frenar el proceso. Desde el ocultamiento
de la realidad manipulando las estadísticas hasta los acuerdos de precios
sectoriales pasando por toda clase de negociaciones con grupos empresarios y
burocracias sindicales, fue desplegado un complicado juego destinado ahuyentar
el clima inflacionario preservando la alianza social y mediática que había sido
la base de la gobernabilidad desde 2003.
El gobierno
temía que dicha alianza se rompiera desde abajo, desde el espacio de los
trabajadores debido a la persistente degradación de los salarios reales pero se
rompió por arriba, desde el mundo de los agronegocios, desde las capas sociales
más beneficiadas por la estrategia económica kirchnerista desatando una ola
reaccionaria cuya magnitud y radicalidad sorprendió a todos, al gobierno por
supuesto pero también a sus instigadores directos, los dirigentes empresarios
rurales.
La
aplicación de impuestos o retenciones móviles a la exportaciones agrícolas, que
apuntan centralmente a las ventas externas de soja no constituyen una medida
fiscalista, el estado dispone de una amplia variedad de fuentes tributarias
alternativas y cuenta con un superávit fiscal considerable, su objetivo es el
sistema de precios, la inflación empujada por la repercusión interna del alza
internacional de los precios de los productos agrícolas.
Midió muy mal las posibles repercusiones de la medida pero ¿quien las
midió bien?, ni los dirigentes patronales agrarios, ni los medios de
comunicación que los apoyan, sospechaban la ola de protestas que se desataría y
mucho menos la rápida conformación de una masa social reaccionaria cuyo volumen
y dinamismo no tiene precedentes en el último medio siglo. Par encontrar algo
parecido deberíamos retroceder hasta 1955 cuando un enorme bloque de clases
medias y altas apoyó (impulsó) al golpe militar antiperonista, también en ese
entonces como ahora salpicado con brotes racistas contra los
pobres.
Inflación, capitalismo
realmente existente y agronegocios
El proceso
inflacionario no es el resultado de un supuesto
“recalentamiento” económico sino de una combinación
de factores internos y externos cuya convergencia desborda tanto al oficialismo
como a su oposición de derecha.
Desde el
ángulo de los costos productivos, la inflación internacional hizo subir los
precios de una amplia variedad de insumos importados, esa tendencia se vio
reforzada por la política de dólar alto en beneficio de los exportadores.
Pero un
factor decisivo ha sido la carrera entre salarios y beneficios empresarios.
Tomando como base las estadísticas oficiales los salarios reales cayeron en
promedio un 30 % en 2002 y comenzaron a recuperarse al año siguiente, hacia 2007
ya se encontraban casi en el nivel de 2001, antes del desplome, pero eran
todavía inferiores a los de mediados de los años 1990.
Tenemos que
tomar en cuenta tendencias de largo plazo como las del crecimiento de la tasa de
desocupación y de la concentración de ingresos, las mismas fueron avanzando
lentamente desde mediados de los años 1950 a través de un movimiento
zigzagueante expresión de la puja entre los sindicatos y las empresas, el golpe
militar de 1976 aceleró su marcha que adquirió mayor velocidad en los años 1990.
En 2001-2002 se produjo el derrumbe de los salarios y del gasto público en
términos reales pero desde 2003 la recomposición económica produjo un gradual
incremento de la ocupación que creció cerca del 20 % entre 2003 y el primer
trimestre de 2007, de los salarios reales (crecieron algo más del 30 % en el
mismo período) y de la participación de los trabajadores en el Ingreso Nacional:
23 % en 2003 y 28 % a comienzos de 2007 aunque todavía inferior a la de 2001
próxima al 31 % , todo esto siguiendo las estadísticas oficiales (1). Es muy probable que dichas
estadísticas exageren las cifras positivas, además la recomposición salarial fue
muy despareja, sin embargo resulta evidente que entre 2003 y
2006, el período de gloria del kirchnerismo, las tres variables arriba
mencionadas aumentaron. Frente a ello el conjunto de la clase capitalista
aprovechó en una primera etapa los bajos salarios reales para acumular
beneficios festejando la expansión general de la demanda interna. Pero cuando
entre fines de 2006 y comienzos de 2007 los salarios reales comenzaron a
aproximarse a los niveles de 2001 los empresarios reaccionaron tratando de
revertir la situación; comerciantes, industriales, productores agropecuarios,
etc., fueron aumentando los precios de sus productos. Desde su punto de
vista los aumentos en los precios de insumos y de los
salarios estaban comprimiendo margenes de beneficios hasta niveles
“inaceptables”, para ellos 2001-2002 (al igual que 1976) marcaba un
hito histórico irreversible.
La primera
oleada inflacionaria fue suave y pudo ser absorbida por el conjunto de la
población (incluidos los asalariados) y las relativamente pequeñas retracciones
iniciales de la demanda en las clases bajas fue más que compensada por
incrementos paralelos en la demanda de las clases superiores. Más adelante la
reconcentración de ingresos (paralela al deterioro de los salarios reales)
impulso con mayor fuerza el fenómeno de “inflación de demanda” proveniente de
los sectores medios-superiores y altos.
El empujón
final lo produjo la aceleración del alza de los precios internacionales de los
productos agrícolas repercutiendo sobre el sistema interno de precios (y sobre
las expectativas de superbeneficios en las clases altas y medias del mundo
rural).
Como ya lo
señalé el gobierno cuyo negocio principal es la “gobernabilidad”, madre del
poder político y de todos los negocios oficiales, reaccionó tratando de
imponer retenciones móviles a las exportaciones agrícolas partiendo de la base
de que sus precios futuros, en un horizonte previsible, serán cada vez más
altos. Fue a la vez una medida defensiva y preventiva que provocó el
amotinamiento ya conocido lo que a su vez aceleró el proceso
inflacionario.
En uno de
sus primeros discursos, al iniciarse la protesta rural, la presidenta señaló
estar “en contra de la lucha de clases”, lo expresó como una suerte de
“principio doctrinario” irrenunciable; como lo estamos viendo se podrá
estar a favor o en contra pero la lucha de clases existe. El fundador de su
movimiento solía repetir hace varias décadas una y otra vez que “la única
verdad es la realidad”, queda abierto el debate acerca de si se trataba o
no de un principio doctrinario o sobre el significado filosófico del concepto de
“realidad” , etc., pero no podrá negarse que constituía un llamado a la
sensatez y a la desacralización de fantasías irracionales, por ejemplo (si nos
situamos en la
Argentina actual) la ilusión respecto de un capitalismo
armónico, estable, aunque subdesarrollado y crecientemente dominado por los
agronegocios (inmersos en una avalancha de superganancias especulativas) y en
medio de una formidable crisis global.
La larga marcha del
parasitismo financiero
Los agronegocios aparecen
hoy como la cabeza, el área más prospera del capitalismo argentino, la
agresividad de sus huestes, su tono autoritario ha llevado a diversos
grupos y comunicadores pro gubernamentales a calificar al
fenómeno de “renacimiento oligárquico”, de resultado
de la “reprimarización económica”, de retorno al viejo sistema
agroexportador sobre el que la aristocracia terrateniente colonial asentó su
poder hace algo más de un siglo, desplazado después por la industrialización y
el primer peronismo.
Esa imagen
oculta el carácter claramente “financiero” de los agronegocios y en
consecuencia su pertenencia al movimiento global de financierización
ascendente desde hace cuatro décadas que ha terminado por establecer su
hegemonía sobre la economía mundial. La masa total de fondos que circulan en sus
redes especulativas se aproxima a los mil millones de millones de dólares
(equivalente a casi 16 veces el Producto Bruto Mundial), solo
los negocios con los llamados “productos financieros derivados”,
registrados por el Banco de Basilea, rondan los 600 millones de
millones de dólares. Esta hipertrofia parasitaria ha impuesto su sello
subcultural a las más variadas actividades productivas tanto en los países
centrales como en los periféricos, es una de las causas decisivas de la
inflación internacional (cuyo pilar fundamental es obviamente la explosión del
precio del petróleo) y la principal fuente nutricia de la depredación ambiental
planetaria.
Dicha
tendencia, expresión de decadencia civilizacional, atrapó a las sociedades
latinoamericanas hace ya mucho tiempo. El inicio de la declinación de la
economía argentina suele establecerse en el segundo lustro de los años 1970,
durante la dictadura militar, cuando emergió dominante el sector financiero como
cabeza de un sistema más vasto de actividades especulativas que fue dejando en
un segundo plano a los sectores productivos, principalmente la industria. Entre
1976 y 1981 el sector industrial creció apenas un 2% en términos reales,
mientras el financiero lo hizo en casi 150% (2).
En
Argentina el nacimiento de la hegemonía financiera, que desde el comienzo asumió
formas mafiosas, apareció como resultado del agotamiento y descomposición del
proceso de industrialización (subdesarrollada) evidente desde fines de los años
1960 cuya más alta expresión política fue el primer gobierno peronista
(1945-55). Dicho proceso nunca había podido superar el viejo esquema
agroexportador, con el que coexistió de manera inestable y confusa: dependía
para funcionar de las divisas de las exportaciones provenientes del sector
rural, lo que determinaba una debilidad estratégica fundamental en su inserción
internacional. Esto prosiguió hasta mediados de los 1970, en un contexto de
interminable sucesión de golpes y contragolpes de Estado y asociaciones
intersectoriales de las que participaban las transnacionales que iban ocupando
posiciones, los acreedores externos, los industriales más o menos
"nacionales", los intereses de la alta burguesía rural y comercial, los
sindicatos, etc., en una suerte de eterno "empate" donde ningún sector
conseguía prevalecer de manera durable. En los hechos se iba produciendo poco a
poco la recolonización del aparato económico argentino (a través de la deuda
externa, las inversiones extranjeras, el debilitamiento comercial) al mismo
tiempo que se concentraban los ingresos y se degradaba el Estado. Este retroceso
general debilitaba, quebraba una tras otra las zonas de protección económicas,
institucionales y sociales, transformando al capitalismo local en su conjunto.
La dictadura instalada en
1976 produjo un cambio cualitativo, marcado por la avalancha especulativa, la
caída salarial y la apertura importadora salvaje, coincidente desde la
especificidad periférica argentina con el proceso global de dominación
financiera.
El predominio de los
agronegocios debe ser visto en consecuencia como la resultante (la más reciente
degeneración socioeconómica nacional) de ese movimiento externo-interno, la
dinámica del mundo rural argentino de hoy es inexplicable sin la introducción de
términos como “pool de siembra”, “fondo fiduciaro” o “rentista rural”. Por otra
parte su auge es el producto del alza acelerada de los precios internacionales
de los productos agrícolas: componente de la crisis mundial del capitalismo,
resultado del agotamiento tecnológico de la modernización agrícola convertida en
mega depredadora de recursos naturales, generadora de hambrunas en vastas zonas
subdesarrolladas, desestabilizadora de economías centrales y
periféricas.
De todos
modos la “cultura financiera” de los centros
dinámicos del sistema rural argentino no significa la
presencia de una “nueva burguesía” borrando por completo las viejas
raíces oligárquicas. El proceso histórico ha sido mas complejo, las antiguas
clases dominantes agrarias fueron mutando en las últimas décadas, sobre todo
desde los 1990, algunos sectores desapareciendo del escenario, otros adaptándose
con dificultades y finalmente los ganadores incorporándose de
manera plena a los nuevos tiempos, asociándose con los recién llegados por lo
general especuladores, estructuras financieras locales y transnacionales (en
numerosos casos es casi imposible diferenciar estas dos últimas categorías). Hoy
cuando observamos a la élite dirigente de la economía agraria encontramos viejos
apellidos de la aristocracia rural combinados con personajes
surgidos de los negocios rápidos de la era neoliberal, grupos financieros
globales, etc. A este proceso de “financierización” han ingresado amplias capas
de la clase media agraria en tanto socias de los nuevos emprendimientos o como
rentistas.
Por otra
parte no deberíamos oponer de manera esquemática los nuevos comportamientos a la
antigua cultura “oligárquica”, muchas veces señalada erróneamente como
“poco-capitalista”, “atrasada” desde el
punto de vista del desarrollo burgués. Desde sus orígenes en el siglo XIX la
élite pampeana estuvo impregnada de una gran dinámica comercial-financiera, su
carácter colonial le otorgó una identidad
“internacional” (pro europea), diversificó sus negocios en el
área urbana donde por lo general residía,
etc.
En
consecuencia su última mutación hacia los agronegocios de alta tecnología no
significó el ingreso a un mundo totalmente nuevo sino más bien el salto
cualitativo de procesos recientes y también de otros muy lejanos en el
tiempo.
Crisis de
gobernabilidad
La economía mundial, con
centro en los Estados Unidos, va ingresando en una situación caracterizada por
la combinación de inflación y desaceleración productiva. El desorden
inflacionario global llegó para quedarse seguramente durante mucho tiempo,
acunado por la hipertrofia financiera, empujado por el alza incesante de los
precios del petróleo, los alimentos y la commodities en
general.
Los
agronegocios actuales son entre otras cosas “negocios inflacionarios”,
impulsados por (e impulsando) corridas especulativas internacionales (e
intranacionales), golpes de mano y operaciones de corto plazo en procura de
superganancias, acumulaciones veloces de liquidez destinada a
ser reinvertida en ese rubro o en otros. La depredación de todo lo que se les
cruza en el camino (recursos naturales, estructuras sociales, etc.) es una
componente esencial de su comportamiento. En el caso específico argentino es
posible afirmar que el clima cultural prevaleciente a comienzos de esta década
(bien abonado por el período menemista) estaba perfectamente preparado para esa
avalancha capitalista global, el gobierno de los Kirchner ahora victima del
fenómeno lo alentó desde su llegada porque lo consideró un factor decisivo de la
“prosperidad económica” que aseguraba la estabilidad institucional. Los
records de exportaciones agrícolas (es decir el ascenso triunfal de los
agronegocios) era presentado desde el oficialismo como ejemplo de éxito
empresario de la nueva Argentina donde la acumulación de reservas dolarizadas,
las altas tasas de crecimiento del PBI y el enriquecimiento de los poderosos
solían ser asociadas a la integración social, la recuperación de salarios y
empleos y la consolidación de la convivencia republicana.
Al parecer
el “progresismo” había por fin encontrado la fórmula de la cuadratura
del círculo: subdesarrollo capitalista prospero con inclusión de los de abajo y
democracia representativa. Pero la fiesta duró menos de un lustro, los
agronegocios fueron acumulando poder económico, mediático y político y en el
primer semestre de 2008 ya estuvieron en condiciones de exponer su poderío y
avanzar hacia una super concentración de ingresos.
Al hacerlo
deterioraron gravemente no solo a la gobernabilidad progresista sino a la
gobernabilidad en general: la inflación descontrolada y la irrupción de una masa
social reaccionaria muy agresiva y extendida con claros
brotes protofascistas puso al desnudo la debilidad del régimen político, su
insuficiente legitimidad. De manera aparentemente “inesperada” ha comenzado la
enésima de crisis de gobernabilidad de la historia argentina, la misma no ha
sido originada por el derrumbe económico sino por la prosperidad
(agroexportadora), su contexto internacional esta
sobredeterminado por la crisis estanflacionaria global, la burguesía ganadora
que la ha desatado difícilmente podrá transformar su dominio
económico en un sistema integral y durable
de control político de la sociedad, su ascenso es desestabilizante. De todos
modos no parece preocuparle demasiado el futuro en general y mucho menos el
futuro de la “democracia” virtual argentina, su obsesión es acumular grandes
beneficios lo más rápido posible, su mundo es el del corto plazo y se
corresponde con la vorágine nihilista de los centros financieros del
planeta.
Mientras
tanto el gobierno y la totalidad de los grandes medios de comunicación insisten
en que Argentina se encuentra ante “una gran oportunidad” para
enriquecerse gracias al ascenso vertiginoso de los precios de los alimentos, el
hecho de que el mismo sumerja en el hambre a centenares de millones de seres
humanos no parece motivar en ellos ninguna reacción ética. Su pequeña
“racionalidad” amoral les impide percibir desde una visión racional más
amplia la catástrofe hacia la que se encaminan mientras contabilizan
sus ganancias extraordinarias, al zambullirse en el mar turbulento del
área más inestable de la economía mundial con sus precios zigzagueantes y sus
estampidas
financieras.
(1) Eduardo M. Basualdo, “La distribución
del ingreso en la
Argentina y sus condiciones estructurales”, Memoria Anual 2008,
Centro de Estudios Legales y Sociales,
Argentina.
(2) Jorge Beinstein, “Crisis de régimen en Argentina. Pujas internas en la
dirigencia, descontento social”, Le Monde Diplomatique, “el diplo”, número 22,
abril 2001.
http://www.alainet.org/active/25165