NCeHu 74/08
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Felipe Calderón vende México a las
trasnacionales
Marcos
Roitman Rosenmann
La Jornada
México D.F., 15/6/08
Recibido con los honores de jefe de Estado, en medio de un paro patronal de
camioneros, el presidente de México trae un mensaje diáfano a los empresarios
españoles. La relación capital-trabajo es favorable para quienes deseen invertir
en un espacio abierto, seguro y rentable. México está en venta. Así expone sus
argumentos: lucha contra el narcotráfico, la corrupción, la inseguridad jurídica
y el crimen organizado son los mejores signos de una economía saneada y de un
orden político que apuesta por ser competitivo. La guinda del pastel: el proceso
de desnacionalización de las riquezas básicas, así lo anuncia en un programa de
televisión: Los desayunos de TVE. En definitiva, no habrá obstáculos a
las inversiones de España en infraestructuras. La periodista, muy sonriente y
pro Calderón, para dejar claro las distancias entre la incertidumbre del
populismo y la seriedad del gobierno del PAN, pregunta de forma irónica: México
privatiza, en tanto Venezuela, Argentina, Ecuador o Bolivia nacionaliza, ¿eso da
seguridad a los empresarios españoles? ¿Trasladará las inversiones a su país?
Calderón deja entrever cuál es el futuro: abrir el país a las trasnacionales
ibéricas para llevar a cabo sus pingües negocios. Todo ello en medio de la
pérdida de soberanía y autodeterminación.
Sin embargo, para ese proyecto pueril es necesario convencer a los
interlocutores del grado de sumisión de las nuevas autoridades a los designios
del poder económico español. Endesa, Santander, Iberdrola, Construcciones y
Contratas, Repsol. En España Felipe Calderón se comporta como un cipayo. Por
este motivo es bien tratado en el círculo de empresarios. Carlos Slim había
preparado el terreno con anterioridad, viajando y entrevistándose con
empresarios y la CEOE. Felipe González allanó igualmente el terreno con el
gobierno. Mientras tanto, su séquito aprovecha para elogiar el modelo neoliberal
en crisis desde hace mas de una década, atiborrándose de compras y consumiendo
hasta la extenuación y relacionándose con el Partido Popular. Cada vez, la nueva
derecha mexicana se parece más a la vieja oligarquía del siglo XIX, cuya única
preocupación era la ostentación, el lujo y el despilfarro, además de vivir de
las rentas y los beneficios obtenidos de administrar los intereses de las
compañías extranjeras a las cuales vendía su alma. Ahora quieren revivir esa
sociedad bajo las nuevas condiciones tecnológicas del siglo XXI. Exclusión,
sobrexplotación, trabajo infantil, informalidad y maquila. Sólo así pueden
extremar los beneficios y las desigualdades. Ellos, los nuevos plutócratas,
sueñan con trasladar el mito del capitalismo salvaje del consumo de masas,
aunque nunca han pasado hambre, ni penurias, levantan el neocolonialismo,
asesinando a los pueblos indígenas. Se comportan como vendepatrias. Lo cierto es
que desde hace ya tiempo no tienen concepto de país.
Aquí, construyen una lógica perversa. Presentan un México unido por las
tradiciones a un pasado que los ata y los limita en su proyecto. Lo cual impide
construir el mañana. Ellos, sin embargo, son los poseedores del futuro. Se
consideran sus únicos representantes. Su discurso quiere hacer ver, de forma
maniquea, que durante 500 años el país no participó de la economía
internacional. Que vivió de espaldas al mundo. Que ha llegado la hora de soltar
lastres. De ser responsables, de asumir el cambio. Son de sesera frágil. ¿Hay
que recordarles que México es independiente porque fue una colonia donde se
extrajo el oro, la plata y posteriormente sufrió invasiones y guerras? ¿Olvidan
que exportó el henequén y el petróleo, por decir lo menos? No recuerdan su
aporte a la independencia latinoamericana, Morelos Hidalgo. La lucha
antimperialista y nacionalista: la Revolución Mexicana. La dignidad construida
bajo el derecho de autodeterminación, la nacionalización del petróleo y las
riquezas básicas. Borran la memoria y la conciencia, la voluntad colectiva de un
proyecto irrenunciable a la independencia política y económica.
Sin embargo, para Calderón y el PAN sólo hay un lenguaje. El dinero y poder
de los de arriba. Los dueños de México son Slim y el capital privado. A la
nación y el pueblo se le trata de arrebatar su identidad construida desde los
valores colectivos nacidos de la revolución. La actual se construye en función
de los intereses de las trasnacionales y desde el mercado. La dignidad y la
determinación soberana se esfuman del imaginario social.
En esta lógica, es vergonzoso escuchar cómo Felipe Calderón oferta ante las
cámaras de televisión española médicos, ingenieros, investigadores, es decir,
mano de obra cualificada, formada en sus universidades públicas, como una
contrapartida si las empresas españolas deciden invertir en México. Dice, de
esta guisa promover la inmigración de profesionales sin salida. Pero la realidad
es otra. No tiene la intención de invertir en laboratorios, en desarrollo y en
innovación. De un plumazo expulsa la cantera, opta por la dependencia
tecnológica financiera y, lo que es peor, asumir formar de pensar y de actuar
inadecuadas para la solución de los problemas nacionales, pagando altos costos
por patentes. Así, no tiene rubor en dejar marchar generaciones de científicos y
jóvenes que deseando participar en el desarrollo del país, cerrándoles las
puertas por una mezquina visión de corto plazo cuyo objetivo es atraer capitales
depredadores sin ningún interés en acabar con las estructuras del subdesarrollo.
Nunca lo han tenido ni lo tendrán. Por ello, Calderón evidencia su mezquindad al
plantear dicha estrategia. Es la llamada fuga de cerebros, hoy convertida en
inmigración. Los beneficios de tal operación siempre serán un intercambio
desigual. México perderá su fisonomía nacional y se convertirá en una colonia de
trasnacionales. Felipe Calderón paga en este viaje los favores de Aznar en su
campaña y de José Luis Rodríguez Zapatero al reconocerlo como presidente
legítimo. Se vende México; tratar con Felipe Calderón.