NCeHu 69/08
Reproducido de la RGE 235/08 (7/6)
Tecnología, poder
y viceversa
7/6/08
La incorporación de inteligencia a los procesos productivos y a los bienes
finales –la tecnología– suele quedar expuesta a evaluaciones prejuiciosas o
superficiales. En efecto, es inexorable que sea una fracción pequeña de la
sociedad la que incursione en el desarrollo de aspectos tecnológicos y por su
aplicación al agro, la industria o los servicios. Sin embargo, tal aplicación
afecta la vida de todos y cada uno de los miembros de la comunidad. De manera
positiva o de manera negativa, pero afecta. Por lo tanto, todos tenemos derecho
a opinar pero en algunos casos lo hacemos con poco fundamento.
Esto es
bastante inevitable y en todo caso es responsabilidad central de quienes conocen
el tema buscar todas las maneras posibles para que el resto de los ciudadanos
acceda a la mejor información. Sin embargo, en rigor, este sesgo del poco o mal
fundamento opinativo tiene una contra cara aún más grave. Sucede cuando la
tecnología afecta nuestras vidas, lo hace de una manera controvertida o
francamente dañina, y ni siquiera nos damos cuenta.
Veamos algún ejemplo,
eligiendo la siembra directa en grandes extensiones. La siembra sin un laboreo
previo o con laboreo mínimo ha sido pensada e implementada por agricultores con
variada base científica desde hace muchísimos años, con un objeto
conservacionista. Como criterio general, puede reducir hasta eliminar la
erosión; puede preservar los procesos naturales de nitrificación y formación de
humus del suelo; ahorra energía; en síntesis: permite llevar adelante cultivos
de manera armoniosa con el hábitat, adaptándose a aquello que la naturaleza
viene haciendo hace centenares de miles de años. Claro: en superficies a escala
humana y sin aplicación de grandes máquinas ni arsenales químicos. Es más: en la
primera mitad del siglo XX, la labranza mínima era una de las banderas contra el
uso de fertilizantes artificiales en gran escala.
Hasta que llegó otra
mirada tecnológica. Una gran corporación americana advirtió que podía tomar a su
favor el valor cultural de la conservación del suelo, pero rediseñó por completo
la idea de la labranza cero. Para la tecnología "Monsanto" el suelo es sólo un
soporte para los cultivos. Todo lo demás viene de afuera: se aplica un herbicida
total de contacto, que al menos cuando se lo diseñó, eliminaba toda vegetación a
la que alcanzara; se utiliza una semilla resistente a ese herbicida obtenida por
transgénesis, modificación genética que consiste en insertar genes de otra
especie para obtener una característica determinada, en este caso, la
resistencia al herbicida glifosato; se aplican fertilizantes nitrogenados o
fosfatados como para cubrir la totalidad de la demanda del cultivo. Falta solo
el sol y la lluvia. Incluso esta última se reemplaza por sistema de riego en
gran escala. El resultado tiene sólo algunos puntos en común con los
conservacionistas. Porque el herbicida total afecta la microfauna, las abejas y
los pájaros, además de las personas, en los frecuentes casos de uso
desaprensivo; porque el exceso de fertilizantes no procesado migra hacia los
cauces de agua y los contamina con vegetación acuática no deseada; porque
aparecen plagas resistentes al cóctel químico, que hace que las dosis aumenten y
aumenten. Los rendimientos por hectárea aumentan. Pero, en rigor, lo hacen casi
como sucedería en un cultivo hidropónico, donde sin tierra se agregan todos los
nutrientes necesarios. El tiempo dirá si este es el modelo que realmente el
mundo necesita.
Existe otro componente –el menos visto– de la nueva
tecnología. Al reducirse la potencia necesaria por hectárea –porque no se mueve
la tierra– se produjo la paradoja que el tamaño de los equipos aumentó, pero con
el objetivo de trabajar mucho mayores superficies que las tradicionales, en
igual tiempo. Mediante este "paquete" tecnológico (gran maquinaria, herbicidas
totales, semillas modificadas genéticamente para resistir al herbicida) se
posibilitó así que muy poca gente trabaje grandes extensiones; el empleo
productivo disminuye, su costo también. En cambio, el costo y la dependencia con
respecto a este paquete tecnológico, patentado y controlado de modo concentrado
por grandes corporaciones, aumentó.
El efecto inmediato fue el gran
aumento del capital necesario para ser contratista de labranza y la posibilidad
de que grandes capitales financieros accedieran a cultivar la tierra, ocupando a
esos contratistas y arrendando predios. Cultivar es un decir: accedieron a hacer
negocios con la tierra, de forma tal que los inversores normalmente no saben ni
en qué provincias están los campos que se siembran. Como sucede en cualquier
"fondo de inversión", los dueños del capital (en muchos casos pequeños
ahorristas, jubilados), quedan completamente desvinculados e ignorantes de la
aplicación productiva de sus dineros; sólo deben preocuparse por la seguridad de
su inversión y la maximización de su renta.
El efecto en cascada es ya
conocido. La compra centralizada de insumos y la comercialización igualmente
centralizada de los productos finales quebró el tejido comercial e industrial de
cada pueblo, amplificando el efecto negativo de la menor ocupación directa sobre
la tierra. Los actores financieros y económicos para esta transformación estaban
disponibles o aparecieron en el camino. Pero fue la tecnología la que permitió
el cambio.
La tecnología no es neutral, y quienes la hacemos, querramos o
no, tampoco somos neutrales; tampoco podremos alegar inocencia. No basta conocer
un tema a fondo para ser útil a la comunidad. Para que esto suceda importan los
resultados finales sobre la vida de los ciudadanos. Todos los resultados. El
ejemplo desarrollado, que puede multiplicarse en otros ámbitos de la salud, de
la tecnología militar o del uso de Internet, entre tantos, nos obliga a pensar
más allá del resultado inmediato. Más allá del negocio. Hay un solo espacio
válido: el de la vida de todos. Allí importa –y mucho– la tecnología, pero
controlada por nosotros mismos y al servicio de todos los compatriotas.
Enrique Martinez es presidente del INTI
(Instituto Nacional de Tecnologia Industrial de la República
Argentina)