En pocos años, por primera vez en la historia de la humanidad, la
población urbana superará en número a la rural. Ahora bien, la mayor parte de
estos urbanitas no vive en lo que normalmente entendemos por ciudad, sino en
inmensos suburbios sin apenas infraestructuras ni servicios que escapan a
cualquier conceptualización tradicional. Mike Davis, uno de los pensadores más
recomendables de los últimos años y una fuente inagotable de nuevas perspectivas
y temas de estudio -próximamente publicará una breve historia del coche bomba-,
aborda esta nueva realidad en Planet of Slums (Planeta de
Suburbios), uno de esos libros imprescindibles que te hacen preguntarte cómo es
posible que no lo haya escrito nadie antes. Entre tanto, Traficantes de Sueños
publica en español Ciudades muertas.
En tu descripción de la nueva “geografía
posturbana” utilizas un vocabulario novedoso: corredores regionales,
conurbaciones difusas, redes policéntricas, periurbanización...
Se trata de un lenguaje en pleno proceso de desarrollo y en el
que apenas reina el consenso. Los debates más interesantes han surgido a partir
del estudio de la urbanización en el sur de China, Indonesia y el sudeste de
Asia y giran principalmente en torno a la naturaleza de la periurbanización en
la periferia de las grandes ciudades del tercer mundo. Con este término me
refiero al lugar en el que se encuentran el campo y la ciudad y la pregunta que
se plantea es: ¿estamos ante una fase temporal de un proceso complejo y dinámico
o esta naturaleza híbrida se mantendrá a lo largo del tiempo?
La nueva realidad periurbana presenta
una mezcla muy compleja de suburbios pobres, desplazados del centro de las
ciudades y, entre medias, pequeños enclaves de clase media, frecuentemente de
nueva construcción y vallados. En esta periurbanización encontramos también
trabajadores rurales atrapados por la manufactura de baja remuneración y
residentes urbanos que se desplazan diariamente para trabajar en la industria
agrícola. Curiosamente, este fenómeno ha despertado también el interés de los
analistas militares del Pentágono, que consideran estas periferias laberínticas
uno de los grandes retos que deparará el futuro a las tecnologías bélicas y a
los proyectos imperiales. Tras una época en la que se centraron en el estudio de
los métodos de gestión empresarial de moda -el just-in-time y el modelo Wal
Mart-, en el Pentágono parecen ahora obsesionados con la arquitectura y el
planeamiento urbano. EE UU ha desarrollado una gran capacidad para destruir los
sistemas urbanos clásicos, pero no tiene ningún éxito en las “Sader Cities” del
mundo. El caso de Faluya es sintomático: después de que la destrozaran con
bulldozers y bombas de racimo, los mismos insurgentes con los que se quiso
acabar la reocuparon cuando acabó la ofensiva. Creo que la izquierda y la
derecha coinciden en que los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el
nuevo escenario geopolítico decisivo.
¿Cuál es la representación cultural más adecuada
de los suburbios del tercer mundo que describes en Planet of
Slums?
Si Blade
Runner fue un día el icono del futuro urbano, el Blade Runner de los
suburbios es Black Hawk derribado. Reconozco que no puedo
dejar de verla: su puesta en escena y su coreografía son increíbles. La película
representa a la perfección esta nueva frontera de la civilización: la “misión
del hombre blanco” en los suburbios del tercer mundo y sus amenazantes ejércitos
con aspecto de videojuego enfrentándose a heroicos tecnoguerreros y a los
rangers de la Delta Force. Por supuesto, desde el punto de vista moral es una
película aterradora: es como un videojuego, en el que es imposible contar a
todos los somalíes que mueren.
Por lo demás, la realidad es que los
blancos no son mayoría entre los Rangers desplazados al extranjero: son
americanos, sí, pero casi todos ellos proceden también de los suburbios. El
nuevo imperialismo, como el viejo, tiene esta ventaja: la metrópoli es tan
violenta y alberga tanta pobreza concentrada que produce excelentes guerreros
para este tipo de campañas militares. Un antiguo profesor mío escribió un libro
magnífico que mostraba, contra todo pronóstico, que en las victorias en las
campañas militares del Imperio Británico el factor decisivo no era la tecnología
armamentística sino la habilidad de los soldados británicos en el cuerpo a
cuerpo con bayoneta, una habilidad que era consecuencia directa de la brutalidad
de la vida cotidiana en los barrios bajos ingleses.
Más allá del giro hacia la violencia y la
insurgencia, ¿está surgiendo algún sistema de autogobierno en los
suburbios?
La organización en los suburbios es
extraordinariamente diversa. En una misma ciudad latinoamericana, por ejemplo,
hay desde iglesias pentecostales hasta Sendero Luminoso, pasando por
organizaciones reformistas y ONG neoliberales. La popularidad de unos y otros
colectivos varía muy rápidamente y es muy difícil hallar una tendencia general.
Lo que está claro es que en la última década los pobres -y me refiero no sólo a
los de los barrios urbanos clásicos que mostraban ya niveles altos de
organización, sino también a los nuevos pobres de las periferias- se han estado
organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Sader City o en
Buenos Aires. Los movimientos sociales organizados han puesto sobre la mesa
reivindicaciones de participación política y económica sin precedentes, que han
impulsado un avance en la democracia formal. Sin embargo, generalmente los votos
tienen poca relevancia: los sistemas fiscales del tercer mundo son, con escasas
excepciones, tan regresivos y corruptos y disponen de tan pocos recursos que es
casi imposible poner en marcha una redistribución real. Además, incluso en
aquellas ciudades en las que hay un mayor grado de participación en las
elecciones, el poder real se transfiere a agencias ejecutivas, autoridades
industriales y entidades de desarrollo de todo tipo sobre las que los ciudadanos
no tienen ningún control y que tienden a ser meros vehículos locales de las
inversiones del Banco Mundial. La vía democrática hacia el control de las
ciudades -y, sobre todo, de los recursos necesarios para acometer las reformas
urbanas- sigue siendo increíblemente difícil.
En casi todos los programas gubernamentales o
estatales que intentan abordar la pobreza urbana, el suburbio pobre se entiende
como un mero subproducto de la superpoblación.
No tengo ninguna confianza en el
concepto de superpoblación. La cuestión fundamental no es si la población ha
aumentado demasiado, sino cómo cuadrar el círculo entre, por un lado, la
justicia social y el derecho a un nivel de vida decente y, por otro lado, la
sostenibilidad ambiental. No hay demasiada gente en el mundo; lo que sí hay,
obviamente, es un sobreconsumo de recursos no renovables. Por supuesto, la
solución ha de pasar por la propia ciudad: las ciudades verdaderamente urbanas
son los sistemas más eficientes ambientalmente hablando que hemos creado para la
vida en común. Ofrecen altos niveles de vida a través del espacio y el lujo
públicos, lo que permite satisfacer necesidades que el modelo de consumo privado
suburbano no puede permitirse. Dicho esto, el problema básico de la urbanización
mundial actual es que no tiene nada que ver con el urbanismo clásico. El
auténtico desafío es conseguir que la ciudad sea mejor como ciudad. Planet of Slums da la razón a los sociólogos que señalaron en los
años cincuenta y sesenta los problemas de la suburbanización norteamericana:
ocupación caótica del territorio, incremento de los tiempos de traslado del
domicilio al trabajo y de los recursos asociados a este traslado, deterioro de
la calidad del aire y falta de equipamientos urbanos clásicos.
Pero, ¿acaso no hay ciudades demasiado pobladas
para el entorno tan escaso en recursos en el que están
implantadas?
La inviabilidad de una megaciudad tiene
menos que ver con el número de personas que viven en ella que con su modo de
consumir: si se reutilizan y reciclan recursos y si se comparte el espacio
público, entonces es viable. Hay que tener en cuenta que la huella ecológica
varía muchísimo según los grupos sociales. En California, por ejemplo, el ala
derecha de los movimientos conservacionistas sostiene que hay una enorme marea
de inmigrantes mexicanos que es la responsable de la congestión y la polución,
lo cual es completamente absurdo: no hay población con menor huella ecológica o
que tienda a utilizar el espacio público de forma más intensa que los
inmigrantes de Latinoamérica. El auténtico problema son los blancos que se
pasean en sus cochecitos de golf por los ciento diez campos que hay en Coachella
Valley. En otras palabras, un hombre de mi edad ocioso puede estar usando diez,
veinte o treinta veces más recursos que una chicana que intenta salir adelante
con su familia en un apartamento del centro de la ciudad.
No hay que dejarse llevar por el pánico
al crecimiento de la población o a la llegada de inmigrantes; lo que hay que
hacer es pensar cómo se pueden fomentar las aptitudes del urbanismo para lograr,
por ejemplo, que suburbios como los de Los Ángeles funcionen como una ciudad en
el sentido clásico. También hay que respetar la necesidad absoluta de conservar
las zonas verdes y las reservas ambientales sin las cuales las ciudades no
pueden funcionar. La tendencia actual en todo el mundo es que los pobres busquen
acomodo en zonas húmedas de importancia vital, que se instalen en espacios
abiertos cruciales para el metabolismo de la ciudad. Ahí está el ejemplo de
Bombay, donde los más pobres se han asentado en un Parque Nacional adyacente
donde, de cuando en cuando, se los comen los leopardos, o de São Paulo, donde se
emplean enormes cantidades de sustancias químicas para purificar el agua porque
se está librando una batalla perdida contra la polución en la cabecera de sus
fuentes de abastecimiento. Si se permite este tipo de crecimiento, si se pierden
las zonas verdes y los espacios abiertos, si los acuíferos se bombean hasta
agotarlos y se contaminan los ríos, se daña fatalmente la ecología de la
ciudad.
Para saber más:
Ciudades muertas. Ecología,
catástrofe y revuelta, Mike Davis, Ed. Traficantes de sueños
"Sólo una fina y transparente
hoja de frágil cristal separa la civilización de su recaída catastrófica en el
abismo de la historia". Ésta parece ser la afirmación central de la colección de
historias que salpican la obra de Mike Davis. Apostada entre los grandes
incendios de las últimas décadas (las llamas de las ciudades alemanas y
japonesas en la II Guerra Mundial, las pruebas nucleares de las décadas de 1950
y 1960, Los Ángeles 1992 y Nueva York en 2001), su mirada se aproxima a la de un
forense criminal ante su próxima autopsia: ¿cuál ha sido la suerte de los
grandes centros urbanos de Occidente?"
Podéis encontrar este libro
en la Librería Asociativa Traficantes de
Sueños, solicitarlo a través de su página web
o descargaros allí mismo el pdf completo.