El Imperialismo norteamericano, ganador absoluto de la Guerra Fría, estrenaba
el siglo XXI con la percepción de que el mundo se había vuelto ingobernable para
sus intereses. Se sucedían las crisis económicas y sociales provocadas por las
políticas neoliberales, se cuestionaba la hegemonía norteamericana mediante la
creación de bloques regionales en el Tercer Mundo, la oposición política renacía
en el sistema de Naciones Unidas, el conflicto de los Balcanes tensaba todos los
acuerdos, China aparecía como un nuevo centro de poder económico y
militar-espacial, mientras la ampliación de la Europa Comunitaria hacia el Este,
unida a la aparición del euro frente al dólar y el acercamiento de Japón a China
y otros países asiáticos, amenazaba la hegemonía norteamericana. Al mismo tiempo
la oposición popular a la globalización imperialista y neoliberal tomaba forma
de un inmenso movimiento internacional sin objetivos claros ni unidad de
criterios pero con una enorme capacidad movilizadora e ideológica.
Los atentados del 11 de septiembre, como caídos del cielo, marcan un antes y
un después en la historia, no por los hechos en sí mismos sino porque dan inicio
al intento del imperialismo norteamericano de repartirse el mundo
unilateralmente, con las repercusiones internacionales de una decisión de ese
tipo.
La nueva derecha norteamericana venía gestando desde hacía décadas una
política basada en el criterio de que el mundo debe repartirse de acuerdo a la
fuerza de cada cual y a su capacidad de liderazgo, por supuesto referidos
siempre a ellos mismos, y todo obstáculo a este fin debía eliminarse o no ser
tenido en cuenta.
Con la amenaza de un oscuro y misterioso enemigo, que amenaza permanentemente
la civilización, los EEUU proclamaron su nuevo manifiesto en medio de un
bombardeo mediático e ideológico sin precedentes: cualquiera que se opusiera a
los intereses del imperialismo norteamericano sería calificado como terrorista o
colaborador; el presidente de los EEUU lo resumió con su simpleza característica
pero fácil de entender: «quien no esté con nosotros está contra nosotros», y
aprovechó la ocasión para aclararnos que hablaba con Dios directamente y que
éste no era neutral, por si a alguien le cabía alguna duda.
Las coherencia y agresividad norteamericana a partir del 11-S obedece a la
simple lógica de repartirse el mundo de acuerdo a sus intereses y a los de sus
multinacionales, el final que han planificado debería resultar una Pax Americana
para varias décadas, donde ellos controlen las principales reservas estratégicas
de recursos naturales y biológicos, ejerzan su hegemonía política e ideológica
en el mundo de manera incontestable, concentren y administren el conocimiento
tecnológico, y los mecanismos de explotación económica les permitan trasladar un
importante flujo de capital financiero de manera permanente desde el Tercer
Mundo hacia su tejido económico para mantener su crecimiento económico y
sostener el inmenso costo de su poder mundial.
Una de las primeras consecuencias de esta decisión estratégica fue que todo
el sistema de relaciones internacionales -ONU, Derecho Internacional...- debería
supeditarse a los intereses norteamericanos, a partir de entonces el menosprecio
a los intereses de los demás toma carta de oficialidad.
Al calor del 11 de septiembre la invasión de Afganistán será la primera
acción de esta política. Una guerra lejana y oscura cuyo objetivo declarado fue
derribar al marginal régimen Talibán, pero que escondía proyectos más
ambiciosos, como situar contingentes militares norteamericanos permanentes en
los países de Asia Central, controlando así las inmensas reservas de gas
natural. EEUU se coloca al mismo tiempo a las puertas de Rusia, amenaza a China
con presencia militar, y se erige en juez y árbitro de dos potencias emergentes
no fiables: India y Pakistán.
Además, la agresividad norteamericana hacia Corea del Norte con amenaza de
guerra preventiva y la postura activa en contra de una posible unificación de
Taiwán a China, debían lograr condicionar los movimientos chinos en todos sus
ámbitos naturales de expansión.
La segunda escena del nuevo reparto mundial estilo norteamericano será la
invasión de Irak, que supone el control efectivo y directo de una de las mayores
reservas del mundo de petróleo, un enorme negocio especulativo en la
reconstrucción de un país demolido intencionalmente y el manejo de las más
importantes reservas de agua del Medio Oriente, imprescindible para cualquiera
de los países del área, reforzando al mismo tiempo la política intransigente de
su aliado sionista y amenazando directamente a Siria e Irán, dos países
inamistosos con los EEUU.
Esta segunda invasión suscitó desde su gestación fuertes reticencias en otros
imperialismos europeos, pues Francia, Alemania y Rusia no veían la necesidad de
una acción de esa magnitud de resultados dudosos.
Para América Latina el plan norteamericano se basaba esencialmente en la
configuración de un bloque económico, conocido como Asociación de Libre Comercio
para las Américas (ALCA), sin apenas negociaciones ni plazos de integración y
que por su asimetría sería una mera absorción del mercado latinoamericano por la
economía norteamericana, vedando este espacio emergente a la CEE, Japón o
China,; mientras refuerzan su presencia militar selectiva en lugares
estratégicos como Perú, Paraguay, Plan Colombia y el Caribe.
Africa no parece constituir por el momento una prioridad, pero ello no impide
observar un creciente interés norteamericano en países con recursos naturales,
especialmente petróleo, pues según especialistas el Africa Negra debe alcanzar
en unos años el 16% del total de la producción petrolera mundial.
Claro que repartirse el mundo en un mapa de diseño, asesorado por
multinacionales y militares, y llevarlo a la realidad son cosas muy diferentes.
Pasados apenas seis años del inicio de este nuevo control del mundo las
informaciones hablan de dificultades crecientes en Afganistán. La ocupación de
Irak se ha convertido en un callejón sin salida, lo que unido al fracaso de la
agresión sionista al Líbano colocan al imperialismo norteamericano y a su
agresivo socio israelita en el peor escenario imaginable para ellos.
Mientras, en América Latina, los avances de integración del MERCOSUR, el
afianzamiento de la revolución bolivariana en Venezuela y las victorias de las
fuerzas populares en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, que revitalizan el papel de
Cuba, son todo un desafío para Washington.
Estas crecientes dificultades y fracasos incluso han hecho reaccionar a la
parte considerada liberal del poder económico y político norteamericano; su
victoria en las pasadas elecciones legislativas les ha permitido cuestionar, aun
con tibieza, la política de la nueva derecha y de las grandes industrias del
petróleo. Sin embargo, sólo reclaman rectificar el sentido unilateral de este
reparto del mundo para dar cabida a los otros imperialismos amigos.
Si la derrota de esta pretensión unilateral norteamericana de dominar el
mundo se hace realidad, su fracaso será, por primera vez en la historia, el
resultado de resistencias de muy diverso tipo y con diferentes objetivos locales
o regionales: la resistencia iraquí, los procesos de cambios sociales en América
latina, la perseverancia del pueblo cubano, el movimiento contra la guerra y la
globalización con toda su diversidad, los planteamientos de diversos gobiernos
en defensa de su soberanía, las firmes políticas de grupos y organizaciones
revolucionarias... Estos y muchos otros movimientos y prácticas de resistencia y
lucha están siendo los protagonistas de algo que parecía imposible el 12 de
septiembre del 2001.