“La similitud
entre las prácticas estadounidenses e israelíes es asombrosa: ya en los
años 70 las autoridades militares israelíes anunciaron en la Corte Suprema
israelí y en las conferencias internacionales, que en el caso de los
Territorios Palestinos Ocupados (OPT), los convenios de Ginebra no eran
aplicables. Además, desde finales de los años 60, los presos políticos
palestinos son clasificados como presos de derecho común, no como
detenidos políticos. Y la “prisión secreta” que descubrió la abogada Lea
Tsemel, cerca del kibutz Ma’anit en 2003, es idéntica a la de Guantánamo.”
Desde el punto de
vista moral la historia nunca es estática: si no evoluciona hacia una
menor opresión y una mayor justicia, se moverá hacia el recorte de los
derechos y más barbarie. Parafraseando a la socialista revolucionaria
alemana Rosa Luxemburgo, que veinte años antes de la llegada del nazismo
predijo “socialismo o barbarie”, hoy podemos decir que el siglo XXI será
“la instauración del derecho o la ley de la selva”.
Parece, sin embargo,
que en la primera década de este tercer milenio, la que va a dominar es la
ley de la selva.
En un artículo
publicado hace un mes en Haaretz, el periodista y analista israelí Tom
Segev ponía en tela de juicio la extendida idea de que el contexto
político global de nuestra época es el peor que se ha conocido desde hace
20 años. Según Segev la guerra, la opresión y la destrucción han
caracterizado la realidad política de nuestro planeta durante los cinco
últimos decenios y no ha cambiado nada ni cualitativa ni cuantitativamente
en el pasado más reciente. Segev incluso va más lejos y afirma que el
“choque de civilizaciones” no es un fenómeno nuevo, sino que ya era
evidente en los decenios anteriores bajo diferentes formas.
No cabe ninguna duda
de que los cuarenta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial no
fueron pacíficos; durante ese período más de 76 millones de seres humanos
perecieron en guerras, revoluciones y represiones masivas de las
dictaduras [1]. Y también es cierto que durante los años 50, 60 y 70 el
“Norte” mantuvo una guerra colonial contra el “Sur” y el “Oeste” una
“guerra de civilizaciones” contra el bloque comunista del Este.
Sin embargo hay una
diferencia cualitativa entre la situación actual y la de los 40 años que
siguieron a la derrota del fascismo. Tres factores principales limitaban
las aspiraciones hegemónicas de USA después de la Segunda Guerra Mundial:
La existencia de una
superpotencia soviética.
La fuerza de la clase
obrera organizada en los países imperialistas.
La marca de los
horrores del fascismo en la memoria de la opinión pública internacional y
la percepción de la ilegalidad del unilateralismo, la agresión armada,
etcétera.
Debido a estos
factores, las grandes potencias han estado obligadas a actuar bajo la
presión de una oposición política enorme (movimientos anticolonialistas,
oposiciones democráticas masivas) y constantemente han tenido que inventar
pretextos para legitimar sus guerras y sus actos de represión en el mundo.
Sin embargo, 50 años
después de la victoria sobre el fascismo, estas coacciones ya no se les
imponen a las grandes potencias imperialistas -USA en particular-. El
unilateralismo, las guerras “preventivas”, las aventuras colonialistas,
etcétera, están legitimados de nuevo o, más exactamente, ya no se rechazan
de formas que puedan ofender a sus autores. Gracias a la ausencia de una
oposición fuerte, el gobierno de los neoconservadores del imperio ha
podido dotarse de un nuevo “discurso global” que, por lo menos en parte,
se ha ganado el beneplácito de un sector importante de las propias
víctimas del imperio.
Los cuatro elementos
principales de este discurso son:
El hundimiento de la
Unión Soviética es la prueba definitiva de que el capitalismo es el único
sistema viable.
La civilización
(occidental) está amenazada por un nuevo enemigo mundial: el terrorismo.
Es necesario mantener
una guerra global preventiva permanentemente para proteger la civilización
de los nuevos bárbaros (terrorismo/Islam) y sus aliados.
En esta guerra por la
supervivencia de la civilización no hay ni debe haber límites, todas las
normas y convenios de los últimos 50 años están obsoletos.
En efecto, en su
cruzada para lo que llama “el Nuevo Siglo Estadounidense”, es decir, la
imposición por la fuerza de una hegemonía total de su imperio, con el
pretexto superficial de una “guerra contra el terrorismo”, la
administración USA declaró que cualquier coacción moral o reglamentación
internacional carecen de interés.
Ya en 2003, George W.
Bush anunció que los convenios de Ginebra estaban caducos en una guerra
contra el terrorismo. Guantánamo se abrió violando no sólo la ley
internacional sino también la ley de los Estados Unidos de América. Con el
fin de privar a los sospechosos de terrorismo de cualquier protección y de
todos los derechos, la misma administración decidió inventar una nueva
categoría de detenidos: ni criminales ni prisioneros de guerra, sino
“presuntos terroristas”. La similitud entre las prácticas estadounidenses
e israelíes es asombrosa: ya en los años 70 las autoridades militares
israelíes anunciaron en la Corte Suprema israelí y en las conferencias
internacionales, que en el caso de los Territorios Palestinos Ocupados
(OPT), los convenios de Ginebra no eran aplicables. Además, desde finales
de los años 60, los presos políticos palestinos son clasificados como
presos de derecho común, no como detenidos políticos. Y la “prisión
secreta” que descubrió la abogada Lea Tsemel, cerca del kibutz Ma’anit en
2003, es idéntica a la de Guantánamo.
Además, según la
dirección neoconservadora estadounidense y el gobierno israelí, el
objetivo de las guerras ya no es ganar una batalla, conquistar un
territorio o cambiar un régimen, sino destruir estados y desmantelar
sociedades enteras.
El Estado de Israel
–y también la gran mayoría de la sociedad israelí- ha asimilado totalmente
este análisis neoconservador y la estrategia que emana de él. De hecho, en
el último decenio Israel y Palestina han sido el laboratorio de dicha
estrategia, siendo los palestinos los conejillos de Indias, por ejemplo,
sin ir más lejos, en el caso del armamento como lo confirmó recientemente
el periódico italiano de izquierda Il Manifesto, que desenmascaró la
utilización de uno de los nuevos y más crueles tipos de bombas fabricadas
en Estados Unidos y empleadas en la última agresión contra la población
civil de la Franja de Gaza. La guerra israelí contra los palestinos
pretende descaradamente destruir la sociedad palestina y hacer de los
palestinos una nación de tribus dispersas de la misma forma que los
estadounidenses pretenden hacerlo en Afganistán e Iraq.
De hecho todas las
guerras son bárbaras, pero la guerra israelí en los Territorios Ocupados
(y su contexto más amplio, la guerra preventiva infinita contra el
terrorismo) representa un paso adelante de la barbarie moderna. Si el
término “genocidio” no es apropiado, podemos adoptar el de “sociocidio”
del profesor Saleh Abdel Jawad, de la Universidad de Bir Zeit, o el
concepto de “politicidio” de un sociólogo israelí. Actualmente Israel roba
la tierra original de la nación palestina por medio de las “colonias
legales” y las “avanzadillas ilegales” que consiguen apropiarse cada vez
de más terreno. El muro dispersa a la sociedad palestina en demarcaciones
aisladas, la nueva legislación pretende limitar la entrada de palestinos a
sus territorios, así como sus posibilidades de desplazarse dentro de su
propio espacio, los representantes de la población de Jerusalén elegidos
democráticamente han sido expulsados de su ciudad y decenas de ministros y
miembros del Consejo Legislativo han sido secuestrados y encarcelados para
un posterior intercambio de prisioneros.
El colmo de todas
estas calamidades son los horrores de Hebrón donde la población local está
sometida al acoso cotidiano de los colonos y el ejército israelí y además
tiene prohibido el acceso a una gran parte de su ciudad. Es el martirio de
la Franja de Gaza, el blanco del bloqueo económico y de los bombardeos
sistemáticos de Israel que destruyen las infraestructuras básicas y los
mata por centenares.
Es inútil decir que
todos estos crímenes, de los que algunos están calificados como crímenes
contra la humanidad por Human Rights Watch, no acarrean ninguna sanción ni
ninguna protesta de la pretendida comunidad internacional. La impunidad
para los bárbaros es la nueva norma, de Iraq a la Franja de Gaza. En
cuanto al “campo de la paz” israelí, entró en un coma profundo el día que
Ehud Barak volvió de Camp David, donde se tragaron la gran mentira del
“peligro existencial” que amenaza a Israel con un suspiro de alivio.
La similitud entre la
estrategia y los métodos de Israel y USA pone de relieve la cuestión de
quién es la cabeza y quién la cola, es decir, cuál de los dos hace que se
mueva el otro, ¿es el lobby israelí quien empuja a USA en el sentido de
las necesidades del Estado sionista, o la administración estadounidense
quien empuja Israel para llevar a cabo su política de guerra global en
Oriente Próximo? En realidad es una pregunta retórica, no hay cabeza ni
cola, sino una guerra global de recolonización y un monstruo exterminador
con dos cabezas horrorosas. Las estrategias neoconservadoras se han
elaborado conjuntamente por los políticos y pensadores estadounidenses e
israelíes y se aplican simultáneamente, aunque no podemos negar que Israel
tuvo la oportunidad de testar estas estrategias y estos métodos antes que
Estados Unidos, porque los neoconservadores israelíes ganaron las
elecciones cuatro años antes que sus colegas estadounidenses.
USA e Israel –además
de la Gran Bretaña de Blair, la Italia de Berlusconi (y hasta de Romano
Prodi) y cada vez más países occidentales- están librando una guerra
mundial contra los pueblos del planeta con una agenda fija: la imposición,
por la violencia y/o la amenaza, de la ley del imperio neoliberal. Esta
guerra global es una cruzada de los neobárbaros contra la civilización
humana.
El papel de Israel en
esta asociación es erradicar cualquier forma de resistencia al imperio en
Oriente Próximo empezando por la emblemática resistencia palestina la
cual, en este momento de la Historia, es una barrera defensiva no sólo
para el pueblo palestino, sino para todos pueblos y naciones de Oriente
Próximo, de Líbano a Irán. Por eso es necesario que todos los enemigos de
la barbarie asumamos el apoyo a la resistencia palestina como una
prioridad estratégica. En Oriente Próximo y en el resto del mundo.
[1] “Democide Since
World War II” de R.J. Rummel (cifras de 1945 a 1987).
Michael
Warschawski es
un reconocido analista político y militante anticolonialista israelí. Es
copresidente del Centro de Información Alternativa (Jerusalén)
Texto original en
francés: http://www.france-palestine.org/article5716.html
Traducido para Rebelión y
Tlaxcala por Caty R.
Fuente: www.sinpermiso.info ,
18 de febrero de
2007. |