A un siglo de su fabricación por iniciativa de algunos blancos, he aquí
que otros blancos, canadienses en este caso, ocupan las oficinas en Thiès
(Senegal) del célebre expreso Dakar-Níger. Pero los trenes andan peor que
nunca. Jamás en toda su historia se renovaron los rieles. El balasto no da
más, los tirafondos desaparecieron, muchas traviesas están partidas y
sobre todo, los rieles "arden".
Esto significa que, a causa del calor, se dilatan tanto que se
deforman, hasta que se salen de los bulones de juntura. Entonces los
trenes descarrilan. No pasa un día sin que un carretón se atraviese, una
locomotora o una aguja salte, o vuelque un vagón cisterna. De todos modos
el tren alcanza una velocidad máxima que no supera los treinta kilómetros
por hora, en un pequeño tramo entre Guinguineo y Thiés. El trayecto entre
Tambacunda y Kidira, de 160 km, que se efectúa a 10 km/h, lleva dieciséis
horas de viaje.
En el interior de los vagones, los asientos están desfondados; los
baños ya no existen; el aire caliente oscila entre los 45º y 48º; la sed
impera. No obstante, los viajeros pagaron caro su pasaje (un asiento
cuesta 35.000 francos CFA, es decir, 55 euros).
Pero hay más. Durante los tres días de viaje, el tren está ocupado
también por otra sociedad más discreta: la de los clandestinos. En cada
estación, ellos saltan antes que el tren se detenga, para esconderse y
volver a los vagones con el tren ya en marcha. Ventaja: es gratuito.
Inconveniente: extremadamente peligroso, muy incómodo, completamente
expuesto al sol y a la ley de las caídas que reina en este mundo paralelo.
Por último, son bastante frecuentes los descarrilamientos. Hay que prever
entonces un mínimo de doce horas de parada suplementarias, tiempo que
lleva al equipo de enderezamiento volver a poner los vagones sobre los
rieles, con simples gatos hidráulicos...
Resistencia sindical
Dakar, diciembre de 2006. Los sindicatos africanos que combaten las
privatizaciones del sector que se decidieron en distintos puntos del
continente se reúnen en el "encuentro de los ferrocarriles de África". Las
estrellas son los ferroviarios de la línea Dakar-Bamako: desde 2003 llevan
adelante una lucha ejemplar contra la sociedad franco-canadiense
Transrail, que compró esa histórica conexión.
La política del nuevo propietario es efectivamente desastrosa para el
país y sus pobladores: abandono del tráfico de pasajeros en beneficio del
transporte de carga, disminución de los salarios y beneficios sociales,
supresión de 632 puestos detrabajo, represión sindical, promesa de
inversiones incumplidas, etc. El movimiento, que atraviesa Malí y Senegal,
refleja el renacimiento en África Occidental de una conciencia
sindical.
A mediados de marzo y mediados de julio de 2006, se realizaron huelgas
que contaron con un amplio apoyo y vinieron acompañadas de marchas
populares de protesta. La represión fue dura: suspensiones, despidos
abusivos, rechazo de la negociación social, tentativa de infiltramiento de
los sindicatos por parte de la directiva, intimidaciones, etc. La suerte
de 21 ferroviarios senegaleses y malíes, víctimas de sanciones
disciplinarias (despidos, suspensiones), y en particular la del
sindicalista dakarés Pierre Ndoye, sigue en el centro de la pulseada entre
los militantes y la compañía.
Aprovechando las diferencias de legislación entre Senegal y Malí, la
dirección de Transrail intentó primero dividir a los trabajadores de la
red, aplicando tratamientos distintos según las nacionalidades. Pero la
maniobra fracasó y primó la vieja experiencia sindical de los
ferroviarios: la Federación de los trabajadores del ferrocarril, Fetrail,
de Senegal, y el Sindicato de los trabajadores del ferrocarril, Sytrail,
de Malí, formaron una alianza simultáneamente a la creación del Colectivo
ciudadano para el desarrollo integrado y la restitución del ferrocarril
(Cocidirail) (1).
Rápidamente se concretó la unión sindical de estos dos países en torno
a una serie de reivindicaciones: defensa del interés de los ferroviarios y
de los derechos sindicales, exigencia de que Transrail cumpla sus
compromisos de inversión y garantice el servicio de transporte de
pasajeros.
Elecciones presidenciales
En vísperas de la elección presidencial senegalesa del 25 de febrero de
2007, "el tren" se incorporó al escenario político. Los sindicalistas
denuncian las "colosales ganancias" de Transrail (y su expatriación) y el
autoritarismo de los llegados blancos ya instalados en las oficinas de la
dirección. Junto a sus colegas malíes, acusan a sus gobiernos de
"arrodillarse" frente a la compañía franco-canadiense (2).
Obligados y bajo presión, los partidos compiten en planes de desarrollo
(3). En diciembre de 2006, a fin de encontrar una salida a la crisis, se
realizó en París una reunión de concertación entre ambos Estados y el
operador privado, bajo la égida del Banco Mundial, que exigió la
privatización en 2003. Pero ésta no desbloqueó el conflicto.
A la defensiva, el ministro senegalés de Obras Públicas, Habib Sy,
anunció a principios de diciembre de 2006 la implementación de una
auditoría con el fin de "hallar soluciones permanentes que permitan
convertir al ferrocarril en una herramienta de desarrollo de los
intercambios" (4). Desde que la crisis marfileña alteró los circuitos
tradicionales de aprovisionamiento y salida hacia el mar, el transporte
pasó a ser un tema aun más esencial para el desarrollo económico de la
región.
Son pocos los trenes que siguen circulando por la "línea Dakar-Níger":
para los 1.259 kilómetros de vías de ancho métrico que conectan la capital
senegalesa con Kulikoro, en Malí, pasando por Bamako, los tiempos del
esplendor colonial parecen perimidos. Hace tiempo ya que, a excepción de
un convoy de carga diario, el célebre expreso Dakar-Níger sale sólo una
vez por semana. Y encima, con algunos días de retraso cada vez... Tomarlo
equivale a adentrarse en un mundo de vagones en ruinas, estaciones
abandonadas, locomotoras que no funcionan, paradas que duran a veces
varias horas y donde los trenes descarrilan.
En 2003, cuando se lo privatizó, hacía años que el Estado había dejado
de invertir -ajuste estructural obliga- en la red férrea, dejando a los
ferroviarios impotentes frente a la degradación de su instrumento de
trabajo. Según Pierre Ndoye, líder suspendido del sindicato Fetrail, "vale
preguntarse si no dejaban todo abandonado por gusto, para hacer la
privatización ineluctable...".
Apoyo popular a los huelguistas
Si bien no mata ni hiere a nadie, la decrepitud de la línea deja
paralizada a toda una sociedad: comerciantes que viven de la economía
informal que se implantada alrededor de las estaciones, trabajadores de
los depósitos y de las vías, mujeres de zonas rurales que toman el tren
para ir a vender sus productos a los centros poblados. En este sentido, ya
sea que un tren recorra el más alejado valle de los Pirineos, el pueblo
más perdido de los Urales o los campos de maní africanos, su lenta
desactivación es siempre el testimonio de una renuncia. Las torcidas vías
del Dakar-Níger, en el corazón de África, ilustran la repulsión de los
neoliberales por los servicios públicos.
El que promovió la idea del ferrocarril transahariano, alrededor de
1870, fue el gobernador de la colonia francesa de Senegal Louis Faidherbe.
Este tren, un puro producto de las perspectivas imperiales de Francia
tenía varios objetivos. En primer lugar, a uno estratégico, como
instrumento de transporte de tropas, garantes en sí de la "asimilación"
política de las poblaciones aledañas.
Así fue como la construcción de un primer tramo, Dakar-Saint Louis, a
fines del siglo XIX, permitió el aplastamiento definitivo de la
resistencia de Lat Dior, en el alto Kayor. "El arco" ferroviario
transahariano debía servir asimismo como barrera a la expansión colonial
de los británicos, presentes en ese momento en Sierra Leona, Liberia y
Nigeria. La línea Dakar-Bamako se terminó en 1923 tras un arduo trabajo
para el cual los colonos importaron toda una población de obreros
burkinabe, reducidos a la condición de esclavos.
El segundo objetivo era económico: esta vía de penetración profunda
permitía trasladar las materias primas hasta el puerto de Dakar; en
Kaolack, había otra conexión reservada a los cacahuetes. Pero apenas
puesto en marcha su servicio, el tren cumplió además una tercera función:
la consolidación de los territorios que atravesaba. En efecto, las
regiones recorridas por el tren experimentaron un crecimiento social y
económico inmediato, dado que éste hizo afluir todo tipo de comercios
alrededor de las estaciones. En 1940, el Dakar-Níger era una empresa
floreciente, punta de lanza de las actividades algodoneras y mineras del
África Occidental francesa (AOF): en 1946, trabajaban allí 8.000
ferroviarios diseminados a todo lo largo de las vías.
Los cargos jerárquicos de la administración del ferrocarril eran
ocupados por funcionarios de la colonia, y ésta estaba organizada en torno
a un axioma racista. Entre blancos y negros, la diferencia en el
tratamiento era pasmosa: para la misma función, el salario podía llegar a
duplicarse. En su gran mayoría, los ferroviarios negros, jornaleros,
vivían en una precariedad completa. Sus deplorables viviendas contrastaban
con los grandes chalés para funcionarios de los tubabs (blancos en wolof)
de la ciudad Ballabey de Thiès, principal depósito de la red y centro
obrero del país. Fue allí que, en 1930, se organizó el sindicato de los
trabajadores indígenas del Dakar-Níger (STIDN).
En 1938, y luego en 1946, estallan algunos movimientos. Una huelga
iniciada el 21 de octubre de 1947 paraliza totalmente la vía férrea
durante seis meses. La reivindicación es una sola: "A igual trabajo, igual
salario". Como los partidos políticos estuvieron prohibidos hasta 1954 en
el África Occidental francesa (AOF), esta simple exigencia de los
ferroviarios fue rápidamente asimilada por los senegaleses y malíes como
un primer paso hacia la independencia (5). En todas partes la población se
alía a los huelguistas. La solidaridad se organiza, y seis meses después,
frente a la determinación de los ferroviarios, conducidos por Ibrahima
Sarr, la dirección francesa cede.
El tren cambia entonces de sentido. De instrumento de un sueño colonial
francés, se convierte en trampolín hacia la independencia de un pueblo,
que se reapropia así de las vías férreas que serpentean todo su
territorio. De ahí en más, el ferrocarril será senegalés y malí, y estará
al servicio de las poblaciones y su prosperidad. En 1960, la buena
circulación de los trenes consiste para el presidente Leopold Segar
Senghor, en una misión de servicio público. El gobierno contribuye
eficazmente a su mantenimiento.
En los años '80, el ferrocarril empieza a envejecer: ausencia de
inversión, material obsoleto. Con la competencia de los camiones, su
rentabilidad se complica. En 2003, por prescripción del Banco Mundial, los
gobiernos malí y senegalés aceptan privatizar la red. Se hace un llamado a
licitación; un consorcio franco-canadiense, Canac-Getma (6), gana la
concesión por 25 años, que viene acompañada por un acuerdo de explotación
que compromete la responsabilidad del comprador sobre la continuidad del
servicio de transporte de pasajeros.
Los nuevos compradores crean una sociedad, Transrail. Ésta anuncia
enseguida el despido y la jubilación anticipada de 632 ferroviarios, luego
el rápido cierre de doce estaciones, que ocasiona indirectamente el
declive de quienes vivían del paso de los trenes en las ciudades
concernidas. Pero dado el aumento de productividad del instrumento, los
concesionarios estiman prematura una nueva inversión.
Contrariamente a las promesas anteriores a la privatización, Transrail
gasta mezquinamente en materia de renovación del parque ferroviario y
refacción de las vías de la alta región.
Desde entonces, los mecánicos aluden a la "buena suerte" o a un
"milagro" cada vez que llegan a destino sin incidentes. Un tren por día
logra de todas formas deslizarse sobre la red férrea con mil toneladas de
carga por convoy. La capacidad anual de la línea alcanza entonces las
360.000 toneladas, lo cual equivale casi al objetivo de Transrail (380.000
toneladas). Esto quiere decir que basta con que pase un tren por día, no
importa a qué velocidad. La rentabilidad de la empresa deriva pues de una
simple ecuación: monopolio + objetivos modestos + inversión mínima +
política social "moderna" = algunas ganancias (7). Por el momento, se
conforman...
Porque con esta línea, Canac-Getma se posiciona frente a otros
ferrocarriles africanos ya privatizados, tales como los de Costa de Marfil
y Burkina (Sitarail, grupo Bolloré), o aún de Camerún (Camrail, grupo
Bolloré), de Gabón, (Setrag, grupo Eramet), de Togo (Togorail, grupo West
African Cement), y conquista entonces un papel estratégico dentro de la
hipotética unión de las redes que desembocaría en la creación de un tren
transafricano (proyecto Africarail).
Y además, nada impide pensar que se descubrirá un día un nuevo
eldorado, en algún lugar camino a Níger... En ese caso, el transporte del
mineral hasta la costa se cobraría muy caro y justificaría ampliamente la
inversión de Canac-Getma. Dentro de semejante cuadro, las vendedoras
ambulantes del "expreso", los dueños de restaurantes de las estaciones,
los obreros de la vía y los pasajeros no pesan demasiado.
Por el momento, nadie entrevé otra salida a la crisis que una eventual
"recuperación" de Transrail, o bien el regreso de la autoridad de los
Estados a la administración de la red. En el Foro Social Mundial de 2006
en Bamako, Cocidirail y los militantes de África occidental allí reunidos
hicieron clara alusión a la renacionalización. Los usuarios y trabajadores
de la línea Dakar-Níger tratan de transformar su lucha en un símbolo para
todo el continente (8).
En Dakar, el "Encuentro de los ferrocarriles de África" del pasado 6 de
diciembre permitió consolidar ciertos lazos sindicales entre los distintos
países involucrados. Si no pasa nada, puede apostarse a la progresiva
desaparición del expreso, al deterioro de las condiciones de trabajo
dentro de la empresa y a la decadencia de las poblaciones vinculadas al
tren. No obstante, Transrail, a resguardo de las críticas occidentales
gracias a la capa invisible que aísla a África del resto del mundo, tiene
las manos libres.
Un asunto de este tipo no atañe específicamente al continente africano.
Tiecoura Traoré, líder de Cocidirail -él mismo despedido por Transrail en
octubre de 2004-, subraya que el discurso de los sindicalistas malíes y
senegaleses "no se diferencia tanto de las reivindicaciones en Europa.
Respecto a la cuestión de los servicios públicos, contiene incluso muchos
puntos en común".
Única diferencia: África sigue siendo el continente de todas las
prebendas y de un pillaje organizado. ¿Es acaso imaginable, en Francia,
que un organismo internacional exija la privatización del tramo
Nantes-Toulouse, dando carta blanca al comprador, incluso cuando su
estrategia comercial va en contra del interés de las poblaciones y de la
nación? ¿Y qué opinaríamos si una empresa china obtuviera la concesión, y
rechazara desde un principio todo diálogo con los sindicatos?
Pero en este caso extraordinario, un fondo de inversión canadiense
consiguió una colocación por 25 años, y -con ayuda del Banco Mundial, la
complicidad del gobierno senegalés de Abdoulaye Wade y la pasividad del
presidente malí Amadou Toumani Touré- robó una red férrea económicamente
vital, pero además, fuente de orgullo nacional. A los senegaleses y malíes
les quedó claro que el transporte de pasajeros no estaba entre las mayores
preocupaciones del nuevo operador privado, ya que la rentabilidad de la
línea sólo podía provenir de un tráfico de carga "concentrado". Así que
era inútil pagar las inversiones necesarias para el restablecimiento de
una circulación normal.
La supervivencia del "expreso" depende entonces de una decisión que
ponga a este tren de servicio público por encima de las leyes del
comercio. Pero hasta el momento, los gobiernos senegaleses y malíes nunca
se preocuparon por recordar a Transrail sus compromisos. Sólo los
sindicatos se dedican hace tres años a ello, mediante una lucha que se
endurece más y más.
Notas
1 www.cocidirail.info/ 2
www.cocidirail.info/index.php?Actualites 3
Le Quotidien, Dakar, 4-12-06. 4 Walfadjri, Dakar, 7-12-06. 5 Ousmane
Sembene, Les Bouts de bois de Dieu, Poche, París, 2002 (primera edición:
1960). 6 Canac pertenece ahora a la estadounidense Savage Companies y
Getma al grupo Jean Lefebvre. 7 Cocidirail anticipa la cifra de mil
millones de francos CFA (1,5 millones de euros) de ganancias por mes. 8
www.fsmmali.org/article148.html?lang=fr
* Documentalista, autor de La voie est libre,
producido por France 3 y Les Poissons volants, 2006. Traducido por
Patricia Minarrieta para eldiplo.org Revisado por La
Haine
www.lahaine.org
, 18 de febrero de
2007. |