1. ¿Qué supone para la universidad pública el
proceso de convergencia en que nos ha sumido la Unión Europea?
Algunos pensamos que,
en realidad, nos enfrentamos a una verdadera “reconversión industrial” en el
sector de la educación superior, un proceso de privatización de la universidad
que es enteramente coherente con las salvajes directrices marcadas por la
Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Acuerdo General del Comercio de
Servicios (GATS) para reducir el peso del sector público tanto en la Educación
como en la Sanidad. El resultado será una educación basura, a la medida del
mercado laboral basura al que nos condujeron las reconversiones industriales
desde los años ochenta.
La hoja de ruta del
neoliberalismo europeo, la Estrategia de Lisboa, impone a la Universidad un
papel central en la creación de lo que denominan la “economía del conocimiento”.
Las universidades europeas tienen que competir con las de EEUU y Japón. Se
pretende que todo se subordine a este objetivo, empezando por la actual
geografía del mundo académico: la ordenación de disciplinas, la distribución de
cátedras, departamentos, facultades y escuelas universitarias, los planes de
estudio y la metodología docente, todo lo que, en realidad, es obra de 26 siglos
de historia de la ciencia, ha quedado de pronto hipotecado a las exigencias de
la competitividad. Con el pretexto de poner a la Universidad al servicio de la
Sociedad (a la que, por cierto, se identifica sin más con los empleadores, los
agentes económicos o las empresas) se consigue que la investigación y la
docencia se subordine, en vez de a criterios propiamente científicos o
académicos, a otros criterios como los de la rentabilidad económica. Esto no es
poner a la universidad al servicio de la sociedad. Es, sin duda, prestar un gran
servicio al mundo empresarial, pero a costa de destruir por el camino a la
Universidad misma. Todo el edificio de la comunidad
científica, levantado mediante el esfuerzo científico de millones de
investigadores, a través de siglos de diálogos, polémicas y refutaciones, puede
encontrarse de pronto destinado a la tarea de entrenar profesionales para la
Olimpiada imprevisible de un mercado laboral vertiginoso. De este modo, la
anarquía ciega e insensata del mercado se apoderará de uno de los pocos sectores
sociales que aún resisten mal que bien a la dictadura neoliberal.
2. Hace cinco años, en medio de las protestas contra
la Ley Orgánica de Universidades (LOU), Zapatero prometió que si llegaba al
gobierno la derogaría; sin embargo, en vez de hacerlo, la está adaptando aún más
a las exigencias de la UE. ¿Cómo entiendes esta situación, y en qué lugar pone
al gobierno ante las exigencias de aquellos que le votaron el 14 de marzo con la
esperanza de un cambio?
El PSOE y el PP siempre
estuvieron de acuerdo en lo esencial. Desde que en 1999 se puso en marcha el
proceso de Bolonia, los dos partidos se comprometieron a hacer todo lo posible
por sacarlo adelante. De hecho, se puede decir que compitieron entre sí en
acelerar este proceso de destrucción de la universidad pública. Y como ellos
estaban básicamente de acuerdo en lo esencial, pretendieron que había un
consenso general en el conjunto de la comunidad académica y de la sociedad en
general. En realidad, este supuesto consenso ni existe ahora ni ha existido
jamás. Ha sido completamente prefabricado a base de reunir en cada ocasión a los
que siempre estaban ya de acuerdo en lo esencial. El supuesto apoyo de los
estudiantes es un completo montaje. De hecho, unas de las mayores movilizaciones
que se recuerdan en las universidades madrileñas se convocaron durante el curso
1999/2000 para combatir la mercantilización de la Universidad que, por aquel
entonces, venía anunciada por el Informe
Universidad 2000 (más conocido como Informe Bricall), cuyo contenido
coincidía exactamente con el espíritu de Bolonia que ahora ha venido a plasmarse
en la Convergencia Europea. Un año después, cuando los estudiantes volvieron a
movilizarse masivamente contra el Proyecto de Ley Orgánica de Universidades
(LOU), la cúpula del PSOE y la Conferencia de Rectores hicieron todo lo posible
por ponerse a la cabeza de las manifestaciones, pues esta vez parecía que la
cosa iba tan sólo contra el Partido Popular. Pero no era ni mucho menos así.
Unos 25.000 estudiantes se negaron a seguir el recorrido proclamado por la
cadena SER y anunciaron que se manifestaban contra la LOU, pero bajo el
lema “no somos Zapatero, no somos los rectores, somos gente honrada”. Con
eso querían señalar que eran los mismos que se habían manifestado el año
anterior contra el Informe Bricall y contra el espíritu de Bolonia, y que si
ahora se oponían a la LOU no era porque nos apartara de tales directrices, sino,
al contrario, porque las asumía enteramente. Denunciaban así lo que consideraban
que era una agresión que podía herir de muerte el carácter público de las
universidades españolas y europeas, condicionándolas al criterio de la demanda
empresarial. Algunos de los que participaron en esas movilizaciones han
publicado ahora el libro Eurouniversidad (Icaria, 2006). Este libro es
irrefutable. Nadie discute las tesis que plantean sus autores (Judith Carreras, Carlos Sevilla, Miguel Urbán), porque, sencillamente, es demasiado claro que tienen toda la
razón, la misma razón que tenían, en efecto, las movilizaciones del año
1999/2000 que denunciaron el Informe Bricall.
3. ¿No era contradictorio pedir la derogación de la
LOU y sin embargo aceptar el proceso de unificación europea tal como éste está
planteado? Y a la inversa, ¿no habría que empezar en nuestro país por solicitar
la derogación de la LOU a la hora de atacar las políticas que Bruselas quiere
imponer a nuestras universidades, algo que parece haberse quedado en el
olvido?
Desde el principio, la LOU no le
había parecido mal a Zapatero por lo que tenía de mercantilización de la
universidad, sino porque no le parecía que avanzaba lo suficiente en esa
dirección. Lo esencial no es la LOU, lo esencial es que tanto el PP como el PSOE
saben muy bien que es en la OMC donde se ha decidido ya hace tiempo lo que tiene
que ser la universidad, y no piensan en otra cosa que en adaptarse a esos
designios.
A los hechos me remito.
Desde que en 1999 se dio en Bolonia el pistoletazo de salida para la actual
“revolución educativa”, la financiación pública ha ido quedando cada vez más
condicionada a la previa obtención de financiación privada (al
considerarse ésta, por parte de las agencias externas de evaluación, el criterio
fundamental de la “calidad” de una investigación); esto es tanto como decir que
sólo se impulsarán las investigaciones que hayan sido consideradas como una
inversión económicamente rentable por algún agente externo a la comunidad
universitaria. Ahora bien, la docencia y la investigación de las universidades
públicas tendrían que poder ser financiadas con criterios académicos y
autónomos, que se conformen a los intereses de la razón y no a los del mercado.
En muchas ocasiones hay que garantizar la financiación pública precisamente
porque no existe financiación privada. Pero, desdichadamente, llevamos años
observando que la financiación pública se condiciona más y más a la posesión
previa de fuentes de financiación “externas” y “privadas”, lo cual, puede llegar
a convertirse, en último término, en una manera de financiar con dinero público
actividades empresariales privadas (al tiempo que se ahoga la financiación
pública de actividades de interés ciudadano que no sean rentables).
El artículo15 del GATS
amenaza con acabar directamente con la financiación pública de la enseñanza al
calificar las subvenciones como “efectos distorsionadores en el comercio de
servicio” y afirmar que “cualquier miembro que considere que una
subvención acordada por un estado miembro le perjudica, podrá poner en marcha el
proceso de examen y solicitar una consulta en el órgano de resolución de
diferencias” (un tribunal de la OMC que aplicará sanciones a los países que
establezcan obstáculos a libre competencia). Esto se aplicará cuando convenga.
Pero en la mayor parte de los casos, seguirá habiendo dinero público para la
universidad: sólo que para una universidad a la medida de las empresas. En
resumidas cuentas: lo que se ha inventado es una manera de que las empresas se
apropien, por la puerta trasera, del dinero público de los impuestos. La
patronal europea ha decidido que puede robar ese dinero y punto. Las empresas
tendrán a su disposición los fondos del estado que ahora se destinan a la
universidad pública, logrando un ejército de becarios que trabajarán para ellas
gratis, a cargo del dinero de los impuestos, logrando también inversiones
públicas para sus negocios privados, etc.
4. ¿Cómo surgió el manifiesto de profesores
universitarios, cuál es su objetivo y en qué situación se encuentra
actualmente?
Se trató de una
iniciativa que surgió de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense
de Madrid. Se trataba de mostrar que el supuesto consenso que tenía la
Convergencia Europea en Educación Superior (y la forma específica en la que se
estaba llevando a cabo) era completamente prefabricado e irreal. Así pues, un
colectivo español llamado Profesores por el Conocimiento elaboró un
Manifiesto que fue firmado por casi tres mil profesores e investigadores
universitarios. El documento, titulado ¿Qué educación superior europea?
Manifiesto de profesores e investigadores universitarios se ha dado a conocer fundamentalmente en las universidades españolas,
pero fue firmado también por académicos franceses (colectivo Abélarde,
Universidad de París VIII), griegos, alemanes, etc. Es posible que el Manifiesto
vuelva a circular en un futuro no muy lejano, cuando las universidades europeas
comiencen a experimentar el desastre al que están abocadas. Por ahora, sigue
estando disponible (con problemas técnicos habituales, la verdad), junto con
otros muchos documentos en la página http://fs-morente.filos.ucm.es/debate/inicio.htm.
Esta salvaje revolución
neoliberal del mundo académico puede encontrarse con grandes dificultades si se
consigue abrir un verdadero debate público al respecto. Igual que ocurrió con el
siniestro AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones), su salida a la luz pública
puede suponer la mayor dificultad para su aplicación. Cada vez son mayores los
sectores de la población para los que no es evidente que la única manera de
demostrar la dignidad de las cosas sea probar su éxito como mercancías. Todo el
mundo admite, en efecto, que hay cosas que no merecen existir si no logran
sobrevivir como mercancías (por ejemplo, un perfume). Pero también es una
“demanda social” creciente (mientras no se identifique a la sociedad sin más con
los empleadores) que se pongan determinadas cosas al resguardo de ese criterio,
entre ellas la investigación científica, humanística o el cultivo de diversas
artes o saberes. Es posible que todavía estemos a tiempo de evitar que la
universidad europea converja en el desastre.
El Manifiesto de
Profesores por el Conocimiento fue una verdadera zancadilla a la credibilidad de
los rectores españoles, entre los que existe un consenso casi entusiasta a favor
de las directrices de Bolonia. Ello, incluso, entre los equipos rectorales más
pretendidamente de izquierdas, como el de la Universidad Complutense de Madrid o
el de la Universidad Autónoma. Es terrible ver cómo gente que se reclama de
izquierdas lava los trapos sucios y pone la cara por el neoliberalismo.
Ahora bien, no podemos
ser nada optimistas. El colectivo de los profesores es tan conservador que por
amoldarse, se amolda incluso a las revoluciones, incluso a las más salvajes
revoluciones con tal de que (como ésta en la que nos encontramos) vengan
decretadas desde lo alto. Así es que no se puede esperar mucho del profesorado,
si bien recientemente los profesores de la Universidad de La Laguna se han
plantado contra la LOU. La única esperanza es que los estudiantes europeos
reaccionen a tiempo y sean capaces de hacer un buen diagnóstico de esta
embestida neoliberal. En España algunas asociaciones de estudiantes (en Madrid
fundamentalmente “La Caverna”) han trabajado sin descanso en esta dirección,
uniéndose en la Asociación ACME, la Asamblea contra la Mercantilización de la
Universidad, cuya página es http://www.nodo50.org/acme. En Grecia la cosa está que arde, literalmente. En algunos
sitios, se va cobrando conciencia de que el enemigo es el neoliberalismo, o
mejor dicho, el capitalismo, que es ahí donde se conectan todos los problemas, y
que hay que presentar una batalla global, a nivel europeo y mundial.
5. En este contexto, ¿qué te pareció el llamamiento
de Berlín a constituir un comité de enlace a nivel europeo con el objetivo de la
unidad de las luchas?
El manifiesto que se firmó en Berlín el
25 de febrero de 2006 fue clarividente y
contundente. El diagnóstico era el adecuado: la universidad pública, como la
escuela pública en general, es, ante todo, una conquista obrera y ciudadana de
la que el sistema capitalista estaría encantado de liberarse. Fue un gravísimo
error muy extendido entre la izquierda insistir en el carácter de clase de la
escuela como “aparato ideológico de Estado”. El profesor francés Michel Éliard
ha incidido en este punto con todo el acierto del mundo y justo cuando era más
oportuno recordar estas cosas. Su libro El fin de la escuela (Grupo
Unisón Ediciones, Madrid, 2002) es el mejor antídoto contra todas los desvaríos
y tonterías que sobre el tema de la educación nos dejaron en herencia Foucault y
Bourdieu (y algunos otros, claro). La universidad pública, por su parte, es,
como decíamos antes, un inmenso botín del que el mundo empresarial lleva
intentando apropiarse desde los años setenta (los documentos de la patronal
francesa que cita Éliard son estremecedores). Ahora, por fin, la patronal
europea ve que ha llegado su hora. Y así será, si no presentamos una resistencia
frontal.
Carlos Fernández Liria es profesor titular de
la Facultad de Filosofía de la UCM
Javier Alcolea
Rodríguez es profesor de Filosofía de bachillerato y miembro de
Trabajadores y Jóvenes por la República