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110/07
Marcelino Cereijido: "Somos
analfabetos en materia científica"
La Argentina no ve que la investigación gravita en
lo económico, dice el fisiólogo
El año último, todos los miércoles por la mañana, una
voz con acento claramente argentino saludaba a los mexicanos desde una radio del
Distrito Federal en la audición titulada La ciencia y sus ventajas. El dueño de
esa voz era el doctor Marcelino Cereijido, un científico que desafía los
encasillamientos. Especializado en fisiología celular es, además, un autor
prolífico y un agudo observador de lo que ocurre en su área en América latina y,
particularmente, en la Argentina. “El drama de nuestros países es el
analfabetismo científico”, afirma.
“Lo que trataba de lograr en
aquella audición –de la que hice cincuenta programas antes de «pedir gancho»,
porque me quitaba mucho tiempo– era mostrarle al público en qué influyen la
ciencia y la tecnología en nuestra vida diaria y en nuestra salud”, dice,
teléfono mediante, desde su casa en México.
Definitivamente, Cereijido no concuerda con la imagen
acartonada del sabio meditabundo y alejado del mundanal ruido. “Siempre insistí en que no quería decir esas cosas fantasmagóricas
como: ¿sabía usted que si un hombre saltara como una pulga podría elevarse más
alto que el Kavanagh, o que un balde de estrella enana blanca podría pesar tanto
como la Tierra? Un ejemplo que daba en la radio es que frente a mi laboratorio
teníamos el taller de Enrique, donde a la mañana dejabas el coche, te ibas a
trabajar y a la tarde lo sacabas. De repente, Enrique cerró su taller y pronto
desapareció. Meses después, tomé un taxi y me encontré con él al volante. «Pero
Enrique... ¿qué pasó con usted?», le pregunté. Y él me contestó: «Y, doctor, lo
que pasa es que ahora los autos vienen con convertidores catalíticos,
computadoras a las que hay que ponerles un aparato para que digan qué es lo que
tiene el coche...». Ese señor no había perdido su trabajo, su status, su
economía por los agujeros negros, sino por avances científicos y tecnológicos de
todos los días..."
Nacido en Buenos Aires en 1933, graduado de médico en
la UBA con la mejor tesis doctoral de su promoción, posdoctorado en Harvard,
miembro de varias academias científicas -como la Academia de Medicina de México,
la American Society for Cell Biology, la American Society of Physiology, la
American Biophysical Society-, Cereijido es autor de doce libros científicos y
de ensayo (entre ellos, La nuca de Houssay y La obediencia debida
) y de 300 trabajos que merecieron 6000 referencias bibliográficas. Emigrado
a Nueva York en 1976 y luego a México, donde reside, recibió una larga lista de
distinciones, entre las que se cuenta el Premio Nacional de Ciencias de ese
país. Actualmente, es investigador emérito.
-¿A qué atribuye que se hable tan poco de ciencia
y tecnología en los medios de comunicación masiva?
- Los países que no
tienen ciencia y tecnología sufren un doble problema. El primero es no tener
ciencia y tecnología en un mundo en el que ya no queda nada de cierta
envergadura por hacer que no dependa de ellas. Pero el segundo es que cuando a
un pueblo le faltan alimentos, medicamentos, agua o energía, sus habitantes son
los primeros en detectar el déficit con toda exactitud. Pero cuando lo que les
falta es conocimiento científico y tecnológico, no están preparados para
entenderlo ni aun cuando se les explica. Es terrible. Es como el sida, que ataca
justo las células que deberían defendernos. El analfabetismo científico es
invisible para el tercermundista.
-¿Cómo podría revertirse eso?
- Con una
divulgación que no tendiera a convencer a los oyentes o a los lectores de que el
científico es un tarado que se sienta en su laboratorio y se entretiene con la
difracción de la luz en rayitos de colores (lo que es muy importante), o mirando
cómo caza un pulpo a dos mil metros de profundidad. Esa divulgación se hace muy
bien, sobre todo en la Argentina, con libros excelentes, de muy buen nivel. Pero
muchos no ven qué impacto puede tener para el señor que no llega a fin de mes
porque no tiene trabajo. Yo tomé el espacio en la radio para hacer ese otro tipo
de divulgación.
-Sin embargo, los libros sobre temas
científicos son un verdadero boom editorial...
- Pero lo grave,
sobre todo en el caso de la Argentina, es que el analfabetismo científico ha
invadido una enorme proporción de la intelectualidad. Cada vez que voy a Buenos
Aires, hago una pasada por las librerías. Algo que las distingue es que las
mesas están tachonadas de libros que explican qué pasó en el país. Analizan el
siglo XX nombrando a cada coronel, analizando cada golpe de Estado, registrando
la paridad del dólar mes tras mes, o cada contrato que se firmó. Pero no
advierten que en un siglo que ha visto aparecer los aviones, la televisión, los
teléfonos, desarmar el átomo y descifrar el genoma humano se estaba destruyendo
sistemáticamente el aparato educativo. O sea que a mí no me molesta tanto si yo
me encuentro con un obrero argentino que me dice: "Mire, no, no me hable de los
anillos de Saturno, porque mi problema es que a mi hija se les están pudriendo
los dientes en la boca y a mi papá su jubilación no le alcanza para comprar los
medicamentos que lo salvarían". Me molesta cuando hablo con intelectuales que
siempre vuelven sobre las mismas cosas. Insisto en que el drama es que en la
Argentina somos analfabetos en ciencia, porque en otros países de América latina
no observo esas librerías con tantos analistas. ¡Pucha, hasta me han regalado
análisis sobre las amantes de Rosas, y otras cosas insólitas!
-En su opinión, ¿qué papel debería cumplir el
Estado en este sentido?
-Bueno, lo bravo del analfabetismo
científico es cuando alcanza a los funcionarios, cuando aparece un señor como
Cavallo, por ejemplo, que dice: "Yo prefiero que los investigadores se vayan a
lavar platos". Lo toman incluso como una grosería, como si dijeran: "Señora,
está gorda"; como una falta de cortesía, y no lo toman como el drama de tener un
señor dirigiendo los asuntos públicos con esa mentalidad. Que ese señor sea
también un analfabeto científico: eso es lo realmente doloroso. Suele hablarse
de apoyar a la ciencia. A mí eso me parece una estupidez. Ahora, dirás: "¿Cómo,
cómo? Momento, ¿no hay que apoyar a la ciencia?" Sí, claro, pero es como si me
dijeras que te operaste de la vesícula porque querés apoyar a tu médico. No, si
te operaste de la vesícula es porque lo necesitabas. Cuando la Argentina compra
pan y tornillos no es para apoyar a panaderos y ferreteros...
-¿Se le ocurren estrategias concretas?
-Creo que la campaña que debería
hacerse en la Argentina tendría que ser difundir la ciencia entre el
empresariado, para que aprendiera a usarla. En México, donde soy miembro del
Consejo Consultivo de Ciencia de la Presidencia, he desayunado, he comido y he
cenado discutiendo sobre estos temas. Se quejan de que nadie apoya a la ciencia,
y yo les digo: "A cada secretaría de Estado pídanle una lista de las diez cosas
en las que esperarían apoyo de las universidades y centros de investigación". Yo
me haría muy mala opinión de un secretario de Estado que en un momento en que
aparecen redes de computación, Google, satélites de comunicaciones y demás no
puede hacer una lista con las diez cosas importantes para un país en las cuales
tendrían una función importantísima la ciencia y la tecnología.
-En la Argentina, la inversión pública en ciencia
es baja, pero la privada es más baja aún. ¿Qué se podría hacer para estimularla?
-Hay cosas muy sencillas, como decirles
a las empresas transnacionales que nos venden cosas: tienen un mercado acá que
es mucho más grande que el del país donde asientan su casa matriz. ¿Por qué la
investigación la hacen allá? ¿Se puede estudiar alguna forma de que en la
Argentina dediquen a la investigación científica una parte proporcional de su
mercado? Es algo simple. A las cámaras empresariales habría que decirles:
"Ustedes gastan mucho en patentes. ¿No podría haber un impuesto para hacer un
reemplazo de eso?". Suponte que te contestan que pagan patentes para usar
técnicas danesas de producción de empanadas salteñas. Yo sospecharía mucho de
que fuera cierto que en la Argentina no hay tecnología para hacer empanadas.
Pero les diría: "Bueno, paguen cierta cantidad de dinero para que acá
desarrollemos tecnología para hacer empanadas". Estoy dando un ejemplo ridículo,
el tipo de ejemplo que daba por la radio, pero claro...
-Usted vive desde hace años en México. ¿Por qué se
ocupa de la Argentina?
-A mí me han nombrado
investigador emérito por mi trayectoria, producción de artículos, referencias
bibliográficas, formación de doctores. De manera tal que mientras que el
Alzheimer no llegue a impedírmelo sigo en el laboratorio, más entusiasmado que
nunca. Trabajo todos los días y todo el día en investigación científica. Lo que
hago en divulgación y en política científica puedo hacerlo gracias a que ya mis
hijos no viven conmigo, y cuando regreso a las seis de la tarde puedo dedicarme
a tratar de entender, sobre todo, a la Argentina. Porque si voy a Zambia y veo
que no tienen ciencia y tecnología, pienso: "Bueno..." Pero ¡en la Argentina hay
tanta gente capaz! Cuando me encuentro con algún "cerebro" en Heidelberg o en
Londres, me pregunto cómo puede ser que ese señor haya sido formado en la
Argentina -es decir que hay maestros- con becas argentinas -quiere decir que
hubo apoyo-, pero lo están aprovechando los daneses o los suecos.
Desgraciadamente, en nuestros países toman la ciencia como un decorado y no como
algo sumamente vital. Y si un pueblo no tiene en una punta sabios que
investiguen sobre teoremas estrambóticos y conductas celulares básicas, acaba
teniendo en la otra deudas monstruosas, obreros sin trabajo, miseria e hijos de
exiliados.
Nora Bär
Fuente: diario La
Nación, de Buenos Aires, Argentina; 10 de febrero de 2007.
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