NCeHu 870/06
La ayuda silenciosa, el arma
más eficaz de Hezbollah
Los más pobres le son incondicionales
Sabrina
Tavernise
The New York Times
TIRO.- Hezbollah pagó la cesárea de su esposa. Le trajo aceite de oliva,
azúcar y nueces cuando él se quedó sin empleo, y cubrió el costo de una
operación de su nariz rota. Como muchos chiitas pobres del sur del Líbano, Ahmed
Awali, de 41 años, guardia de seguridad de un edificio de departamentos de esta
ciudad sureña, gozó durante años de la caridad de Hezbollah. Dice que no es
miembro de la organización. Ni siquiera conoce los nombres de los que lo
ayudaron.
Los militantes de Hezbollah se mueven como sombras por las montañas del sur
del Líbano; de manera igualmente espectral, sus trabajadores se han arraigado
profundamente en la vida de la gente en ciudades y aldeas.
Pagan cuentas médicas, ofrecen seguros de salud, costean aranceles escolares
y dan a los pequeños emprendimientos capital inicial. Son invisibles pero
omnipresentes; suministran los servicios esenciales que el gobierno libanés no
ha sido capaz de ofrecer durante años.
Su tarea engendra una profunda lealtad por parte de los chiitas, la clase
marginada, cuyo sentido del orgullo y de la identidad están unidos a Hezbollah.
En el sur del Líbano, la presencia de Hezbollah está tan extendida que
cualquier avance militar israelí no conseguirá erradicar al grupo, que ya ocupa
un lugar tan importante en la sociedad como la fe chiita.
"Los árboles del sur dicen: «Somos Hezbollah». Las piedras dicen: «Somos
Hezbollah»", comentó Issam Jouhair, un mecánico. "Si la gente no puede hablar,
las piedras lo dirán."
Hezbollah no está en ninguna parte, pero está en todas partes. En esta
ciudad, puerta de entrada de los combates y sede de varios de los más grandes
hospitales libaneses en funcionamiento, aparecen a diario pistas de los
combatientes: un médico de uno de los hospitales, Jebel Amal, dijo que tenía
alrededor de 450 pacientes. Los funcionarios del hospital, sin embargo, sólo
permitieron acceder a mujeres y niños.
"El hecho de que esté aquí sentado no significa que no sea un combatiente de
la resistencia", dijo Haidar Fayadh, dueño de un café, mientras sus clientes
tomaban café cerca de unos pósteres de Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah.
"Todo el mundo tiene un arma en su casa", prosiguió. "Médicos, maestros y
agricultores. Hezbollah es el pueblo. El pueblo es Hezbollah."
El grupo es descentralizado y extremadamente organizado. Awali, cuyo empleo
como guardia de seguridad le reporta 170 dólares mensuales, un salario muy
inferior al promedio, se quedó sin dinero para comer después de que nació su
segunda hija. Se lo contó a un vecino y, días más tarde, aparecieron personas
con bolsas de alimentos en su departamento. "Dejaron todo y se marcharon", dijo
su esposa, Yusra Haidar.
Pero fue el seguro de salud lo que salvó a la familia cuando Haidar enfrentó
un embarazo difícil. Sólo tuvieron que enviar unas fotos y llenar unos
formularios. Alguien de Hezbollah -que no se identificó- inspeccionó el
departamento, les preguntó por sus finanzas y aprobó la solicitud. Recibieron
una credencial médica que pueden usar en cualquier hospital del Líbano. Los 1500
dólares de la cesárea fueron cubiertos.
"Eso es lo que hace Hezbollah", dijo Fayadh, mientras las imágenes del canal
de Hezbollah, Al Manar, aparecían en el televisor de su bar.
Casi todas las conexiones con el grupo son indirectas. Sus combatientes son
parte de la población, e identificarlos puede resultar imposible. "Son
fantasmas", dijo Husam, un cliente de Fayadh. "Nadie los conoce."
Jouhair, el mecánico, dijo que su hijo, Wissam, es médico en el hospital de
Bint Jubayl, una ciudad prácticamente arrasada en un bombardeo aéreo israelí de
la semana pasada. Aunque procuró evitar cualquier pregunta acerca de su hijo,
era evidente que Wissam se dedicaba a curar militantes.
La ayuda de Hezbollah llegó a Fayadh con la forma de una cuenta de
electricidad paga de miles de dólares, que recibió hace unos meses. El no podía
pagarla. "Hezbollah intervino para que me bajaran el precio", dijo.
Dos años antes, Fayadh ya había tenido que cambiar a sus cuatro hijos de una
escuela privada a otra pública, dado que ya no podía pagar la cuota. Culpó al
gobierno del ex premier Rafik Hariri, al que llamó corrupto y arrogante.
Muchos expresan el mismo sentimiento, y marcan distancia con los libaneses
del norte y del centro del país, que apoyan a la coalición gubernamental. "No
confío en ellos", dijo Jouhair mientras escuchaba la radio, sintonizada en la
emisora de Hezbollah.
Los miembros de Hezbollah también actúan como una policía silenciosa,
manteniendo la tranquilidad en los barrios. Recorren las calles en autos,
deteniéndose para investigar ante cualquier señal de conmoción.
El profundo apego a Hezbollah que existe en esta zona tiene sus raíces en la
historia libanesa reciente. Durante la invasión israelí de 1982, los chiitas del
sur dieron la bienvenida a los israelíes porque habían venido a combatir a los
palestinos, quienes les habían dificultado la vida durante años. Pero a medida
que la ocupación se extendió empezaron a odiar a los israelíes, un sentimiento
que ahora es transmitido a los niños que crecen en el sur del Líbano.
Ahora la rama militar de Hezbollah está separada de sus trabajos en el
entorno social, pero en la primera época ambas ramas se iniciaron juntas,
organizando el suministro de agua para la gente de Dahiya, el área chiita del
sur de Beirut, escenario de la mayor destrucción durante la guerra. Varios
residentes que conocían a miembros de Hezbollah dijeron que eran entrenados y
preparados durante cinco años antes de convertirse en miembros plenos.
El ala militar es tan hermética que a veces ni los amigos ni los familiares
saben que sus seres queridos forman parte de ella. Hani Rai, un vecino de
Jouhair, dijo que se asombró mucho al enterarse de que un amigo íntimo era
combatiente de Hezbollah. Se enteró cuando lo mataron, hace unos años.
Traducción: Mirta Rosenberg
Fuente: diario La Nación, de
Buenos Aires, Argentina; 7 de agosto de 2006.