NCeHu
262/06
Filipinas: el matadero de Asia
James Petras y Robin Eastman-Abaya
Desde que la presidenta Gloria Macapagal Arroyo se unió a la
campaña global de Estados Unidos "contra el terrorismo", Filipinas se ha vuelto
campo de una guerra no declarada contra campesinos y sindicalistas, disidentes
políticos progresistas y legisladores, activistas y abogados por los derechos
humanos, dirigentes feministas y una amplia gama de periodistas de los medios
impresos y electrónicos. Dados los vínculos entre el ejército, el régimen y los
escuadrones de la muerte, los asesinatos políticos se cometen en una
atmósfera de impunidad absoluta. La vasta mayoría de ataques ocurren en el campo
y en las ciudades del interior. El reino del terror es similar en amplitud y
profundidad al de Colombia, con la diferencia de que el terrorismo del Estado
filipino no ha atraído suficiente atención internacional.
Entre 2001 y 2006 el centro independiente de derechos humanos
Karapatan y el Instituto de Educación e Investigación del Trabajo, ligado a la
Iglesia católica, han documentado cientos de asesinatos, desapariciones,
amenazas de muerte y casos de tortura. Desde que Macapagal llegó a la
presidencia, en 2001, se han documentado 400 ejecuciones extrajudiciales. En
2004 asesinaron a 63 personas y a 179 en 2005, año en que también desaparecieron
otras 46, cuya muerte se presume. En los primeros dos meses y medio de 2006 se
han documentado 26 asesinatos políticos.
Un análisis por clase social y antecedentes de los caídos en
este terrorismo sistemático en 2005 demuestra que el grupo más numeroso, unos
70, fueron campesinos y líderes agrarios involucrados en disputas de tierras y
de trabajo agrícola. Invariablemente el ejército ha acusado a esas personas de
tener vínculos con las guerrillas comunistas o con separatistas musulmanes, o
ser simpatizantes de ellos. Entre las víctimas han estado miembros de la
asociación nacional de campesinos, Kilusang Magbubukid ng Pilipinas (KMP), así
como líderes campesinos minoritarios que protegen sus tierras en Igorot, Agta y
Moro. Una notoria matanza ocurrió a fines de noviembre de 2005, cuando 47
campesinos y sus representantes legales realizaban una asamblea referente a una
disputa de tierras en Palo, Leyte y las Visayas. Una gran fuerza militar rodeó
la asamblea y la atacó, dando muerte a nueve campesinos y arrestando a más de
una docena. Otros 18 "desaparecieron" y se presume que han muerto.
Los trabajadores y líderes sindicales ocupan el segundo lugar en
víctimas de asesinatos (por lo menos 18 en 2005), sin incluir a los que se da
por muertos. Miembros de la federación nacional Kilusan Mayo Uno, del sindicato
de trabajadores de la Nestlé, de la Central Azucarera de Tarlac, de la
Federación Negros de Trabajadores Azucareros, un dirigente de la Asociación de
Empleados de la Secretaría de la Reforma Agraria, líderes del sindicato de
empleados universitarios regionales y varios militantes de la compañía eléctrica
y la de autobuses fueron asesinados en 2005.
A principios de ese año, 26 detenidos musulmanes inermes en una
prisión militar de Manila fueron tiroteados cuando protestaban contra su
detención prolongada y arbitraria, sin una fecha para ser juzgados y bajo
horrorosas condiciones de encarcelamiento. En su mayoría eran vendedores,
campesinos y pescadores desplazados que vivían con sus familias en Manila. Se
les acusó de ser miembros de la banda de secuestradores Abu Sayaf, pero nunca se
les consignó a un juez.
Siete periodistas y escritores de medios impresos y de radio
fueron asesinados en 2005, así como siete abogados y jueces involucrados en
casos de derechos humanos, laborales y disputas de tierras. Entre la comunidad
religiosa hubo tres asesinatos de clérigos y siete de trabajadores de iglesias,
todos participantes en trabajos de defensa de los pobres, los campesinos, los
trabajadores y las minorías nacionales.
Otro grupo importante de víctimas, que se traslapa con el de
campesinos y obreros, son los 83 dirigentes y militantes del popular partido
izquierdista Bayan Muna (El Pueblo Primero). La mayoría fueron ultimados entre
2001 y 2005 en las provincias que rodean la zona metropolitana de Manila (67
sólo en 2005). Líderes y coordinadores de partidos aliados, como el partido de
mujeres Gabriela y el de los pobres urbanos, Anakpawis (Masas Trabajadoras), han
sido asesinados, desaparecidos o lesionados. Se ha dado muerte a funcionarios
electos del Bayan Muna, como el alcalde de la ciudad de Tarlac, Abelardo Ladera,
a quien tirotearon a plena luz del día, lo cual ocasionó marchas funerales en
desafío al régimen. El homicidio ocurrió después de la notoria matanza de
trabajadores de haciendas en Tarlac, en 2004, y la subsecuente eliminación
sistemática de testigos.
De 2003 en adelante, Filipinas se volvió el país más peligroso
para los periodistas después de Irak, por el escandaloso número de reporteros
asesinados y desaparecidos. El caso más reciente es el de un reportero de radio
que por exponer los abusos cometidos en una mina local fue secuestrado por
escuadrones de la muerte al servicio de los propietarios, en febrero de
este año; se cree que fue asesinado.
El actual terrorismo con patrocinio gubernamental recuerda los
peores días de la ley marcial en tiempos del dictador Ferdinando Marcos
(1972-1986). Como en esa época, todo el campo está bajo virtual control militar,
que limita en gran medida el papel de los administradores civiles. Las fuerzas
armadas utilizan un manual publicado por el régimen de Macapagal, titulado
Conociendo al enemigo, para etiquetar organizaciones de masas y grupos de
derechos civiles legalmente constituidos, como la Asociación Filipina de
Abogados Protestantes, como promotores del "terrorismo".
La campaña combinada de militares y escuadrones de la
muerte tiene todas las trazas de la guerra de "baja intensidad" patrocinada
por Estados Unidos contra la población civil. Las fuerzas armadas "proscriben" o
clasifican a individuos y grupos como terroristas sobre la base de una supuesta
"inteligencia secreta", con el fin de criminalizar su derecho a resistir la
presión y luchar por su autodeterminación. La creación de estas "listas" está
fuera del proceso de escrutinio judicial y limita cualquier protección legal
para las víctimas o sus deudos. Valiéndose de la propaganda negra de una
operación de guerra sicológica, las víctimas y sus asociaciones son
invariablemente descritas como "terroristas".
La conexión estadunidense
En diciembre de 2002, Estados Unidos anunció una significativa
expansión de sus ejercicios militares conjuntos con Filipinas. Los primeros
contingentes de soldados estadunidenses que desembarcaron en la isla sureña de
Mindanao lanzaron operaciones de campo contra los separatistas musulmanes. A
principios de 2003 Paul Wolfowitz, entonces secretario asistente de Defensa,
llamó a Filipinas "el segundo frente de la guerra contra el terror". Desde
entonces, decenas de miles de aldeanos musulmanes han sido desplazados por la
fuerza y cientos han sido torturados, asesinados o desaparecidos. En
consecuencia, la guerrilla musulmana se ha incrementado.
En octubre de 2003, durante una visita a Filipinas, Bush lo
consideró un modelo para la reconstrucción de Irak. Olvidando mencionar la
invasión estadunidense de 1898 y la campaña de pacificación de 13 años, cuando
perecieron más de un millón de filipinos, Bush describió al país como "un modelo
de democracia", una democracia de escuadrones de la muerte.
El apoyo del gobierno de Bush al régimen de Macapagal ha sido
recíproco. Un contingente de soldados filipinos fue enviado a Irak por encima de
las protestas de cientos de miles de ciudadanos. Estas tropas sólo fueron
retiradas cuando la resistencia iraquí amenazó con ejecutar a trabajadores
filipinos capturados en el país árabe: la economía depende más de las remesas de
sus trabajadores que de la ayuda estadunidense. Los lucrativos contratos de
construcción con los que la elite filipina esperaba ver recompensados sus
servicios al gobierno de Bush en Irak jamás se materializaron. Durante 2006 otro
contingente de 5 mil 500 soldados estadunidenses llegará a Mindanao, y el número
de maniobras conjuntas se ha duplicado.
Protesta urbana popular y decretos de
emergencia
En 2004, Macapagal Arroyo derrotó por estrecho margen a su rival
en las elecciones, en una campaña teñida de fraude y violencia. Una cinta de
audio dada a conocer en la primavera de 2005 registró a la presidenta hablando
con un alto funcionario electoral sobre la manipulación de los comicios. Entre
renuncias de funcionarios y el clamor general de que ella también dimitiera,
Macapagal apenas se libró de una votación para someterla a juicio político.
Las desastrosas políticas económicas neoliberales de la
presidenta, la creciente degradación social y económica del país, los intentos
frenéticos de los profesionistas por escapar vía la migración, las acciones de
protesta de empleados de mediano nivel y las manifestaciones de movimientos
sociales de masas pusieron de nuevo a Filipinas en las noticias mundiales. A
principios de 2006 un deslave aún más devastador, ocasionado por las lluvias y
la deforestación, sepultó a casi 2 mil personas en la isla de Leyte. La
incapacidad del régimen para brindar siquiera los auxilios más elementales a las
víctimas indignó a la nación entera.
El 23 de febrero de 2006, víspera del 20 aniversario del
derrocamiento de la dictadura de Marcos, Macapagal decretó el estado de
emergencia, prohibiendo todos los mítines y manifestaciones y cerrando los
medios de oposición. Giró órdenes para arrestar a 59 individuos, entre ellos
miembros del Congreso, funcionarios militares y críticos sociales, bajo cargos
de rebelión. Entre los acusados estaban seis legisladores de partidos de
izquierda, un abogado pro derechos humanos, militares en activo y en retiro, y
activistas sociales. La mayoría de las imputaciones carecían de fundamento. Por
ejemplo, el legislador Crispín Beltrán, de 73 años, militante de Anakpawis,
veterano líder sindical y activista contra Marcos, fue detenido poco después de
la declaración de emergencia, al principio con base en un cargo de 25 años
atrás. Cuando se demostró que esa acusación había sido retirada hacía décadas,
se le consignó por rebelión.
En 2006, la represión pasó del campo a la capital, de dirigentes
campesinos a legisladores, medios, líderes laborales y de partidos de izquierda
en la capital. De los 26 asesinatos políticos de las primeras 10 semanas de
2006, tres han sido de funcionarios del Bayan Muna. El arresto arbitrario de
representantes al Congreso envía una señal a la izquierda legal de que el
régimen no tolerará el disenso ni desafíos a sus políticas, ni siquiera de los
legisladores.
Creciente oposición
A la vista de la desintegración de la economía y la sociedad, y
del uso de la fuerza del régimen para mantenerse en el poder dada su patente
incompetencia frente a los desastres naturales y ambientales, la resistencia
popular se ha extendido del campo a las ciudades. En el 20 aniversario del
derrocamiento de Marcos, decenas de miles desafiaron el estado de emergencia y
marcharon en Manila y otras urbes de todo el país. Más de 10 mil mujeres
desacataron un bando de la policía para manifestarse el Día Internacional de la
Mujer. Estudiantes y maestros emprenden campañas en centros de enseñanza de toda
la nación. Ex presidentes, ejecutivos empresariales y clérigos demandan la
renuncia de Macapagal Arroyo y una "transición pacífica" dentro de la elite, en
tanto los movimientos populares de masas y sus representantes políticos claman
justicia por las víctimas del estado de terror, fin a la presencia
estadunidense, derogación del impuesto al valor agregado, incremento al salario
mínimo, reforma agraria, moratoria a la deuda, renacionalización de sectores
económicos claves y negociaciones de paz efectivas entre el estado, el Ejército
Nacional del Pueblo y los separatistas musulmanes. Según funcionarios, el
resultado probable es que Macapagal Arroyo se verá forzada a renunciar. La
pregunta es: ¿cuándo y por quién?
Traducción: Jorge Anaya
Fuente: diario La Jornada,
de México D.F., México; 2 de abril de
2006.