NCeHu 259/06
La Ley Forestal de Colombia,
una idea al revés
Omar Zapata A.
La
geografía humana, física y política de las regiones boscosas del país, parece
indicar que no resistiría un desarrollo convencional moderno. Las estrategias de
enclave, con sus sorprendentes avances tecnológicos, demuestran su viabilidad
sólo en la transformación radical del paisaje ecológico y cultural. Las nuevas
propuestas de desarrollo para tales regiones deben abrir el espacio a la
autodeterminación de los pueblos.
Según Bonfil Batalla (1982), el
etnodesarrollo es la capacidad social de un pueblo para construir su futuro,
aprovechando para ello las enseñanzas de su experiencia histórica y los recursos
reales y potenciales de su cultura, de acuerdo con un proyecto que se defina
según sus propios valores y aspiraciones. Según esta definición, existen unos
requisitos jurídicos, políticos y de organización social para que se pueda
llevar a cabo el etnodesarrollo.
Pero antes hay que aclarar el concepto
de cultura propia pues desde dos posiciones extremas se afirma, por un lado
-posición etnográfica- que todos los rasgos culturales presentes en la vida de
una comunidad humana son parte de su cultura, y por otro -criterio histórico-
que sólo pertenecen a ella sus rasgos originales. El elemento común a ambas es
que la cultura aparece como una categoría descriptiva.
Bonfil propone una dimensión diferente
mediante la noción de control cultural, que consiste en la capacidad social de
decisión sobre los recursos culturales, es decir, sobre todos aquellos
componentes de una cultura que deben ponerse en juego para identificar las
necesidades, los problemas y las aspiraciones de la propia sociedad, e intentar
satisfacerlas, resolverlas y cumplirlas. Caben dos situaciones límite: un
control absoluto en el que la sociedad decide autónomamente sobre todos los
ámbitos de su cultura, y un control nulo. En realidad el control cultural es un
proceso dinámico pero para fines descriptivos se puede ver como un momento de la
historia. Se pueden distinguir cuatro situaciones:
Recursos ajenos, decisiones ajenas:
cultura impuesta
Con estas aclaraciones, cualquier
proyecto de etnodesarrollo consistirá en una ampliación y consolidación de los
ámbitos de la cultura propia, es decir, en el incremento de la capacidad de
decisión del propio grupo social, tanto sobre sus propios recursos, como sobre
recursos ajenos de los que pueda apropiarse. El etnodesarrollo consistirá
entonces en la reducción de los componentes enajenados e impuestos. El problema
queda pues planeado en un nivel político: impulsar o crear las condiciones para
el etnodesarrollo implica fortalecer y ampliar la capacidad autónoma de
decisión. Para ello hay dos posibles líneas de acción: aumentar la capacidad de
decisión recuperando recursos hoy enajenados y fortaleciendo el control
cultural; y aumentar la disponibilidad de recursos ajenos susceptibles de quedar
bajo control social del grupo (nuevas tecnologías, habilidades y conocimientos).
En este último proceso es indispensable una adecuación real entre los contenidos
de la cultura autónoma y los nuevos recursos que se incorporen (Bonfil Batalla,
1982).
De acuerdo con lo anterior, si se hace
una revisión minuciosa de otras estrategias del pasado conducentes a la
expoliación del patrimonio natural de los colombianos en general y de los
pueblos indígenas, afroamericanos y campesinos en particular, es necesario
recordar que dichas estrategias han obedecido a una lógica cimentada en
criterios economicistas de beneficio particular, por encima de criterios
sociales, culturales y ecológicos.
Lo anterior ha tenido unas
consecuencias que saltan a la vista: el empoderamiento de las grandes empresas
madereras, muchas de ellas con capital trasnacional que no tiene ningún impacto
positivo interno, por un lado; el empobrecimiento del ofrecimiento del medio
natural que se revierte sobre las comunidades, especialmente negras e indígenas
que dependen ostensiblemente de la base de recursos de sus territorios
tradicionales y las transformaciones de la base de criterios de relacionamiento
con los territorios por parte de los diferentes grupos étnicos hacia una pérdida
paulatina en términos de la asunción ética construida históricamente, por otro
lado.
Al respecto, es necesario volver a
mencionar procesos como la legislación de tierras, que como la de inicios de los
años 60, empujó a grandes conglomerados de familias campesinas desheredadas de
las mejores tierras del territorio nacional, a ocupar y transformar en forma
drástica un importante conjunto de ecosistemas frágiles y estratégicos de las
regiones, como los bosques altoandinos y las selvas tropicales, entre otras,
oferentes fundamentales del agua y la biodiversidad. Todo esto, para reducir y
en lo posible acallar las luchas agrarias por el acceso equitativo de la
población a las mejores tierras de nuestra geografía, siempre en manos de
quienes han ostentado el poder económico y político y que incluso, como se
vuelve a repetir en los últimos lustros, han recurrido a las armas respaldadas
por el aparato militar del gobierno para continuar el despojo.
Es necesario volver a mencionar el
denominado Plan de Acción Forestal Para Colombia, de inicios de los años 90, en
que los organismos multilaterales de planeación mundial (PNUD, PNUMA, entre
otros), junto con los gobiernos entreguistas de turno de los países pobres y con
el acecho incesante de los organismos multilaterales de comercio de la madera
(OIMT) y sus contrapartes industriales en cada país, apropiados del discurso
conservacionista, el cual toman y deforman, pretendían hacer de vastas regiones
de Colombia, como por ejemplo, la región del Pacífico o Chocó Biogeográfico, un
bastión mas para la expoliación y el usufructo privado.
Todos los anteriores intentos fueron
impuestos desde preceptos de contexto falsos, ya que se ponía a la población
habitante de los bosques como principales culpables de los procesos de
destrucción, desde la idea errónea de la pobreza como causa fundamental de la
tumba y la explotación, dejando de lado cualquier señalamiento a las grandes
empresas, que como Cartón Colombia (Smurfith), Pizano y su subsidiaria Maderas
del Darién, entre muchas otras, pasaron impunemente sobre los territorios
propiedad colectiva de los pueblos campesinos, negros e indígenas.
Bajo el supuesto de que tales programas
y tales compañías constituían el frente de redención de los bosques del
neotrópico, se gesta una nueva fase neocolonial donde el empresariado asume el
papel ejecutivo de las políticas de explotación, mientras las comunidades
vuelven a su histórico papel de esclavos modernos, desde la idea de que el
desarrollo industrial maderero era a su vez desarrollo social comunitario, por
la vía de la generación de empleo.
Nada más ajeno a los preceptos de
soberanía, respeto y apropiación comunitaria de la base de recursos de sus
territorios, de desarrollo sostenible y conservación de la biodiversidad
aprobados en la constitución política del 91.
Los resultados son evidentes, un
contraste entre los territorios expoliados, hoy mostrando síntomas de
degradación extrema y presa de los monocultivos de palma aceitera, mientras las
comunidades negras, indígenas y campesinas que aún ostentan soberanía sobre sus
territorios colectivos, nos pueden mostrar con evidencias dignas, como tales
territorios continúan siendo baluartes fundamentales de la biodiversidad
nacional, aún con sus situaciones de marginación absoluta y arremetida violenta
paraestatal.
Proyectos como la Ley Forestal, la de
aguas, junto con otras normas para hacer más fuerte la privatización de la vida
del pueblo colombiano, así como las leyes de consolidación de la impunidad del
accionar paramilitar y las que pretenden derogar los derechos ganados
históricamente con las luchas agrarias y étnicas, constituyen una negación
profunda de los derechos ancestrales, consuetudinarios, de identidad
sociocultural, proponen finalmente el desconocimiento de la igualdad y de la
diversidad cultural que consagra la Constitución. Es ahí donde el discurso del
poder se enmascara de nobleza extrema, con pelambre conservacionista, con
supuestos de desarrollo social sostenible, con arandelas para el engaño, es
decir, con el falseamiento de los instrumentos de conservación tanto
tradicionales como los desarrollados por la ecología y la biología de la
conservación.
Es evidente cómo en el proceso de
trámite de la ley se ha negado el derecho a la consulta que contemplan los
tratados internacionales ratificados por Colombia, se prioriza el derecho e
intereses privados sobre los colectivos. Normas de carácter internacional como
el convenio 169 de la OIT, que consagra el derecho de los pueblos, ratificado
por los gobernantes colombianos, pasa a un segundo plano y se opta por una nueva
legislación, que como la Ley Forestal, busca acomodar definitivamente al gran
capital en su afán de acumulación, desde la instauración de complejos de
explotación maderera en los bosques naturales que aún quedan en nuestra
geografía y que es necesario repetirlo una y otra vez, pertenecen a los pueblos
que ancestralmente los han habitado y conservado.
Se van dejando igualmente de lado, los
acuerdos surgidos y suscritos en los eventos mundiales sobre desarrollo y medio
ambiente, que como el de Río de Janeiro, pretendía sentar las bases para avanzar
en una postura más ética en la relación sociedad - naturaleza a nivel mundial,
con grandes responsabilidades en términos de conservación reposando en los
países pobres, muchos de ellos contando con las áreas más importantes de bosques
y por ende de biodiversidad global. Es una responsabilidad de la que se debería
eximir a la gran mayoría de comunidades indígenas y negras, que por el
contrario, con la nueva ley, corren severos riesgos de menoscabo de sus
territorios, sus recursos de uso y manejo, hasta una situación de acentuación en
la degradación cultural que hoy es ya significativa en algunas regiones. Una ley
de explotación forestal, será igualmente una ley de destrucción cultural.
Indígena Embera, Chocó
Surgen entonces de nuevo las preguntas
históricas que hasta ahora no se han respondido:
¿Existen reales posibilidades de
extracción selectiva con renovabilidad del recurso y menores impactos
ambientales, si tenemos en cuenta que la rentabilidad de procesos de extracción
maderera es muy escasa en los bosques tropicales, donde predomina la diversidad
de especies y por ende la proliferación de especies que no son importantes
comercialmente? Una respuesta inicial es que incluso en bosques homogéneos, como
por ejemplo, los bosques de catival de la región del Bajo Atrato chocoano, nunca
han sido evidentes procesos de explotación que no hayan generado
transformaciones y degradación extrema de los territorios, hasta las fases
definitivas de potrerización.
Al respecto, las compañías que siempre
tienen con que lavarse las manos, argumentan que la renovabilidad no había sido
posible porque la colonización rompe las posibilidades de recuperación,
olvidando que la regeneración no es posible porque la explotación del bosque
altera las poblaciones vivas y por ende altera las relaciones entre éstas,
haciendo más complicados los procesos de intercambio genético, dispersión y
sucesión. Poco caso se hace en la ley aprobada, de los estudios de la
Universidad Nacional Seccional Medellín y otros centros académicos de Colombia,
que concluyen categóricamente en que la única posibilidad viable de
aprovechamiento sostenible de los bosques, es el que han realizado
históricamente las comunidades campesinas e indígenas de Ésta, como de otras
regiones del país.
Con la aprobación de la ley,
precisamente una práctica de imposición, si tenemos en cuenta la ausencia de
consulta y, por ende, la ausencia de posibilidades de decisión de la comunidad
afectada directamente, se busca la legalización de las prácticas empresariales
existentes, así como propiciar bajo la figura de concesiones unas supuestas
condiciones de igualdad con los pueblos indígenas y afro descendientes, hasta
convertirse en nueva herramienta de impunidad de las continuas violaciones de
las normas sobre medio ambiente y desarrollo nacionales e internacionales, que
tanto se han cometido en nuestra geografía nacional, bajo ideales centralizados
de desarrollo, ajenos a los esfuerzos de pensamiento y reflexión actuales de los
grupos étnicos sobre su Etnodesarrollo, esfuerzos para los cuales las
instituciones de gobierno no han hecho aportes significativos y por el
contrario, persiste la idea en los planificadores impositores, de las culturas
milenarias de nuestro país como expresiones del arcaicismo, que no aportan
capital para los afanes acumuladores, es decir, la versión "moderna" del
desarrollo.
Se trata de una ley que tiene un
trasfondo de terror, si tenemos en cuenta que los principales usufructuarios
locales ya han adelantado en la tarea de promoción del miedo y desmovilización
social de negritudes e indígenas, de modo que la militarización territorial
avanza con un nuevo ingrediente, como la conversión de amplios grupos
paraestatales convertidos en civiles con grandes ansias de convertirse en los
nuevos empresarios de los recursos naturales, tarea en la que ya muestran sus
primeros resultados, como los monocultivos de palma aceitera, la deforestación,
el despojo de propiedades y la privatización territorial, legitimados con
discursos de “reconciliación”, “paz”, “desarrollo sustentable”, “generación de
empleo”, es decir, una nueva farsa que se encubrirá con el acto legislativo
denominado Ley Forestal.
No es un secreto que, para comprender
la dinámica de la hambruna y el desplazamiento, es necesario comprender que
éstas no son consecuencias exclusivas de la crisis, sino un objetivo deliberado,
provocado por algunas fuerzas sociales, con intereses particulares, para a
partir de una situación preexistente de vulnerabilidad, se genere un proceso de
pauperización de unos sectores y el enriquecimiento de otros. La despoblación
forzosa de determinadas zonas para acceder a los recursos de los desplazados,
sean estos recursos naturales (tierra, minerales o petróleo, bosques), la compra
a precio de saldo de sus propiedades, su explotación como mano de obra barata,
constituyen las prácticas más efectivas para el logro de tan nefastos
propósitos.
Por eso, en los conflictos armados
actuales son los civiles la primera y principal víctima, no sólo debido a los
efectos de las armas, sino a la desestructuración económica y social provocada
por el genocidio, en medio del cual las comunidades pierden la capacidad de
asegurar sus necesidades básicas, incluyendo la alimentación. Si el hambre (tal
como lo hemos podido observar en nuestro país a través de los bloqueos
económicos y desplazamientos forzados), sigue siendo un fenómeno extendido, se
debe a que se ha convertido en un arma para conquistar tierras y recursos y
eliminar a las poblaciones opositoras, que en un proceso de huida hacia centros
urbanos locales y ciudades, tienen que dejar sus tierras a expensas de las
contrarreformas programadas por los diferentes grupos de poder, tendiente a la
apropiación territorial para el montaje o desarrollo de megaproyectos
económicos, o simplemente para seguir generando procesos de concentración.
Esa ha sido la historia de los campos
colombianos desde hace mucho tiempo atrás, tal como se puede constatar en el
análisis de los ciclos de implantación de los diferentes proyectos económicos,
ya sea mediante la legislación en manos de los detentores del poder político y
económico, o ya sea a través de la generación de situaciones de conflicto
mediante las cuales los campesinos se tienen que situar entre el riesgo a la
muerte y el abandono de sus tierras, para dejarlas finalmente en manos del poder
instaurado, único beneficiario de los despojos de las batallas. Ha sido una
historia signada igualmente por las pretensiones del gran capital mundial, que
mediante un proceso de imposición especialmente a lo largo del siglo pasado, que
se acentúa durante el comienzo de este nuevo siglo, siguen dando pasos para la
conformación de la gran aldea global, donde no habrá cabida sino sólo para la
pérdida absoluta de la autodeterminación, de modo que la distribución de la
riqueza, es decir, de todos los recursos, serán dictámenes ajenos a los
intereses y derechos de la población marginada, para único beneficio del capital
mundial y, por supuesto, del capital nacional, en su doble condición de puente y
receptor de dichos beneficios.
Con un territorio efectivamente
reducido y diezmado, un proceso de cinco siglos de extracción continuado de los
recursos naturales, con unas culturas altamente vulnerables ante los cambios y
las imposiciones de otras visiones del mundo, se pretende en la actualidad crear
definitivamente las condiciones para que el capital y la ciencia operen
armónicamente en función de redefinir paisajes, dineros, tierras y trabajo en
las regiones boscosas de Colombia. La escala y forma de las nuevas fuerzas del
capital harán insostenibles las estrategias adaptativas a largo plazo
implementadas ancestralmente por los nativos. Las nuevas estrategias de enclave
se desarrollarán en las tierras de los pobladores indígenas y negros, ahora
proletarizados por sumas exiguas y en condiciones deplorables.
El ciclo de crisis se pretende cerrar
desde el nuevo paradigma del desarrollo sostenible y la conservación de la
biodiversidad, de modo que los territorios boscosos de Colombia, se reposicionan
en cuanto a su importancia en el nuevo orden económico mundial, en el sentido de
que los bosques pasan a ser reservas genéticas y maderables, las gentes que los
habitan, guardianes de la naturaleza y mano de obra barata. Desde una postura
dialéctica, es la visibilización aparente de los territorios boscosos y sus
gentes, para dar cabida a nuevas y más duras fases de invisibilización.
Volviendo a citar a Bonfil Batalla
(1982), ahora se trata de ver cuáles son las premisas políticas, jurídicas y de
organización social para lograr el etnodesarrollo.
La primera es el reconocimiento de los
diversos grupos étnicos como unidades políticas en el seno de los Estados
nacionales de los que hoy forman partes no diferenciadas. Una vieja tradición
liberal negaba la personalidad política propia de los pueblos indios porque se
creía que la asignación del estatuto de ciudadano a cada individuo garantizaba
la realización de un proyecto democrático. La pluralidad cultural se consideraba
contraria a la justicia, a la libertad y a la democracia. Los resultados de esta
concepción fueron catastróficos para la población india y afroamericana, al
legitimar la privatización de sus tierras y la desestructuración de sus formas
de organización y de sus identidades sociales, ya que el territorio, más que un
recurso económico, es una dimensión vinculada a cada pueblo por la historia y la
cultura.
Por reconocimiento político se entiende
autogestión. La capacidad para la autogestión está relacionada con la existencia
de formas propias de organización social, es decir, de formas de organización
social que están bajo el control cultural del grupo en cuestión. Es a partir de
estas instancias que debe impulsarse el etnodesarrollo, legitimándolas,
consolidando y ampliando progresivamente sus campos de control cultural,
favoreciendo la creación de niveles más complejos de organización.
Aquí hay que remarcar que innovación y
tradición no son tendencias opuestas. La tradición ha consistido en un proceso
incesante de ajustes, adaptaciones e innovaciones que han hecho posible la
supervivencia de un pueblo. Esa cultura es la resultante de la lucha ancestral
de los pueblos indios y negros para resistir a la dominación.
Apoyar el etnodesarrollo no significa
rechazar la innovación ni privilegiar la "tradición". Por el contrario, toda
cultura es dinámica y en el proceso de etnodesarrollo se busca generar las
condiciones que permitan la creatividad y la innovación. La conveniencia de
iniciar el proceso apoyando la legitimación de las formas de organización ya
existentes, es una manera de aportar un elemento de confianza en las capacidades
endógenas, (Bonfil Batalla, 1982).
Todas las anteriores premisas reposan
en un amplio conjunto de documentos trabajados tanto por los pueblos indígenas
como negros y campesinos del país, muchos de ellos en la forma de planes de
vida, los cuales deberían ser consultados, reflexionados y considerados como
fundamentos a la hora de definir las leyes y los planes asociados a ellas. No es
ningún secreto que para salirle al paso a la problemática ambiental relacionada
con los sistemas de gestión en las regiones boscosas de Colombia, debemos contar
con los referentes más próximos de la historia milenaria de los pueblos de
dichas regiones.
Lo protoagrario no es simplemente un
conjunto de prácticas surgidas del capricho de unos pueblos por sacar provecho
del medio natural, sino por el contrario, una propuesta construida desde un
criterio de relación y respeto para con éste, enmarcada en un profundo
conocimiento de sus elementos constitutivos y funcionales, que ha implicado un
enfoque sistémico, al cual la ciencia de Occidente ha venido a denominar
cosmovisión. Son precisamente esas cosmovisiones los puntos de partida para
nuevas deconstrucciones y construcciones de otras estrategias para la gestión
territorial, con criterios sociales, culturales y ecológicos.
La geografía humana, física y política
de las regiones boscosas del país, parece indicar que no resistiría un
desarrollo convencional moderno. Las estrategias de enclave, con sus
sorprendentes avances tecnológicos, demuestran su viabilidad sólo en la
transformación radical del paisaje ecológico y cultural. Las nuevas propuestas
de desarrollo para tales regiones deben abrir el espacio a la autodeterminación
de los pueblos. El carácter multiétnico y multicultural que ahora reconocemos en
la nación, demanda una nueva concepción del desarrollo como un impulso desde las
culturas, los intereses y las maneras de hacer de las comunidades; una
redefinición de los roles de los diferentes actores en los escenarios locales,
nacionales e internacionales, así como condiciones de seguridad sobre los
recursos, democracia en las decisiones y justicia en la distribución, es decir,
lo que las organizaciones étnico-territoriales vienen planteando desde su propio
concepto de autonomía.
Esta autodeterminación debe conducir a
que los mismos pueblos analicen, revalúen y planteen alternativas en el marco de
sus sistemas de gestión territorial, de modo que, después de 500 años se permita
que dichos sistemas continúen su proceso de evolución y superen la prolongada
era de la resistencia. Lo que se debe buscar es decidir sobre proyectos de vida
personales y de construcción social, sobre proyectos de economía para la
conservación cultural y territorial, ya que tal como lo plantea René Passet, en
un momento de triunfo del neoliberalismo, en un momento en que el pensamiento se
reduce al pensamiento único, tenemos que volver al sistema de valores y a las
opciones políticas. De hecho, lo que se tiene que palpar es que la gente es la
finalidad de la economía y no al revés. La Ley Forestal es una idea al
revés.
Bibliografía citada
BONFIL BATALLA, G. (1982) “El
etnodesarrollo: sus premisas jurídicas, políticas y de organización”, en F.
ROJAS ARAVENA (Ed.): América Latina: etnodesarrollo y
etnocidio. San José de Costa Rica, FLACSO, pp. 131-145.
|