NCeHu 1317/05
CARTA DE JULIO CORTÁZAR TRAS LA MUERTE DEL
CHE
París,
29 de octubre de 1967
Roberto,
Adelaida, mis muy queridos:
Anoche
volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles
coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé
irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin
querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los
mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones.
Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que
debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas
otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y
lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir
cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo
a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide
desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece
la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la
sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que
silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú
quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba
para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento
cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como sin uno
pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda
escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo
eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en
todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles
burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré
una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes,
para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del
buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también
me averguenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en
cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste,
espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de
abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo
único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un
poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más
juntos.
Che
Yo
tuve un hermano.
No
nos virnos nunca
pero
no importaba.
Yo
tuve un hermano
que
iba por los montes
mientras
yo dormía.
Lo
quise a mi modo,
le
tomé su voz
libre
como el agua,
caminé
de a ratos
cerca
de su sombra.
No
nos vimos nunca
pero
no importaba,
mi
hermano despierto
mientras
yo dormía,
mi
hermano mostrándome
detrás
de la noche
su
estrella elegida.
Ya
nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre, Julio
Fuente:
Agencia
Walsh.