NCeHu
1296/05
España
Melilla, la
ciudad que mira a los ojos a la pobreza africana
Cada día sus habitantes se preguntan: "¿Habrá avalancha?"
MELILLA.- La población de esta ciudad fortificada, de la que
en estos días se habla en todo el mundo, podría caber entera en el estadio de
River. Y sobrarían butacas.
De ritmo tranquilo, los vecinos se conocen. Todos los días se generan, en el
puesto de diarios de la céntrica plaza España, tertulias en las que descreen,
escépticos, de las medidas que Madrid y Bruselas anuncian para terminar con la
desesperada "batalla por la reja" que divide entre prosperidad y hambre.
La preocupación y la pena están en la calle. "Puedes montar diez vallas y
poner un foso con cocodrilos que a esto no lo frenas. Esto es hambre de verdad",
dicen, con la experiencia de años de ver crecer enrejados que o bien los
desterrados del otro lado tiran abajo o coronan con escaleras artesanales. "Aquí
hay que ir al fondo de la cuestión", proclama hasta el sereno de un hotel.
"¿Tú has visto la mirada de estos hombres? ¿Tú has visto en su rostro las
huellas de todas las que han pasado para llegar? Nadie quiere cerrarles la
puerta. El problema es que ya no tenemos sitio", dice su gente.
Melilla es una porción de España, pero queda en Africa. Tiene la mezcla de
culturas típica de los viejos puertos. Conviven aquí cristianos, judíos y
musulmanes. Los inmigrantes clandestinos de Africa se destacan entre todos
ellos: su estirpe de ébano los revela donde quiera que estén. Y todo el mundo
los conoce.
"No queremos que los manden de nuevo a su tierra, lo que pedimos es que se
los lleven de aquí, porque aquí no hay trabajo ni para nosotros", dicen los
melillenses. El "que se los lleven" tiene un destino: la península.
Los inmigrantes africanos quedan aquí en un limbo extraño. No se los expulsa,
pero tampoco tienen papeles para trabajar. De modo que están en el medio de la
nada: sin poder retroceder ni tampoco avanzar. A diferencia de otros
clandestinos, se les hace muy difícil el trabajo informal: su piel vuelve a
delatarlos.
"Tienen que buscarse la vida, pero se les complica", dice Irene Flores, del
diario Melilla Hoy. La ciudad responde al desafío de las escaleras de pino con
una cadena de solidaridad: comida, ropa, ayuda. Pero no es suficiente para
organizar una nueva vida.
Encrucijada
Los hombres de la "marcha negra" deambulan a su antojo en los 12 kilómetros
cuadrados de Melilla. Pero no pueden ir a ningún lado: si cruzaran el perímetro,
estarían otra vez en Marruecos. Si se quedan, no tienen trabajo. La única
esperanza es un pasaje a la península: pero no tienen dinero ni documentos para
comprarlo. Están encerrados en su flamante libertad.
Con sus 60.000 habitantes, Melilla tiene tres diarios y una radio local. Su
discurso mira, en estos días, con cierto reproche a Madrid. No les gusta la
"timidez" -dicen- con que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero reacciona
ante la reivindicación soberana que Marruecos hace de esta ciudad y de Ceuta. Y
sospechan que esa actitud se extiende a la respuesta -más vallas y más tropas-
con que afronta la "marcha negra" que presiona contra el muro de alambre. "Eso
no sirve, ya se ha probado", afirman.
Los soldados enviados para custodiar la valla flaquean. No todos se sienten
bien con una misión que no comprenden. "¿Pegarle a un negro porque tiene hambre?
por qué?", decía ayer uno de ellos.
"Cuando los vi, me hice a un lado para que no me cayeran encima. Me dieron
órdenes de capturarlos, pero ellos corrían y corrían y era imposible agarrarlos.
Yo les decía que no saltaran, pero saltaron igual. No tenían intención de
agredir ni lastimar a nadie. Sólo tienen hambre."
Tal el relato público de una soldado que estaba en la primera línea de lo que
terminó como el mayor asalto de inmigrantes contra el muro de alambre. Diarios
españoles criticaron la opción militar de Zapatero. "Fue una ocurrencia para
salir del paso? el ejército arrollado por un puñado de inmigrantes? un bochorno?
una situación que afecta gravemente la credibilidad del Estado español", decía
ayer el diario El Mundo.
Todo cambia. Menos el gusto amargo y triste que estos días se respira por
aquí. La ciudad se va a dormir con una sola pregunta: "¿Habrá avalancha hoy?".
Silvia
Pisani
Fuente: diario La
Nación, de Buenos Aires, Argentina; 5 de octubre de
2005.