Gerard Schroeder se vio obligado, hace un
par de meses, a adelantar de urgencia las elecciones parlamentarias,
simplemente porque no podía seguir gobernando. Su coalición estaba perdiendo
cada una de las elecciones que tenían lugar en los diferentes estados y las
encuestas de opinión lo daban en caída libre. Era un gobierno con plazo
vencido. Alemania hacía frente a un largo período de estancamiento económico
(incluso si las exportaciones aumentaban) y a un desempleo creciente. El
remedio oficial consistía en reducir el período del subsidio a los
trabajadores desocupados, así como la obligación de que debían aceptar
cualquier empleo que se les ofreciera con independencia de su calidad y del
nivel del salario. Al mismo tiempo, las grandes empresas alemanas iban
imponiendo recortes de empleo y de salarios y el alargamiento de la jornada
laboral, y también la intensificación del ritmo de producción –todo ello con
el pleno acuerdo de la burocracia sindical. El ajuste capitalista que
aplicaba la coalición ‘rojiverde’ no llevaba a ninguna parte.
El domingo pasado, sin embargo, a la hora
del recuento, la derecha alemana no había conseguido la cantidad de votos
que le otorgaban las encuestas, para aplastar a la socialdemocracia y a su
primer ministro. Las urnas daban un ‘empate técnico’ –de 35,2% para la
democracia cristiana del 34,3% para la socialdemocracia. Las elecciones no
sirvieron para remediar la incapacidad del gobierno existente, creando en su
lugar un impasse político. Los dos principales partidos del sistema
perdieron votos –la democracia cristiana cayó del 38,5% al 35,2 y la
socialdemocracia del 38,5% al 34,3% (en conjunto un 7,5% del electorado y 52
bancas parlamenarias).
¿Qué ocurrió?
Pues que en el curso de la campaña ambos
partidos se desintegraron electoralmente, pero en especial la democracia
cristiana, que esperaba obtener un triunfo arrollador. De un lado, el
partido liberal, del otro, el partido de izquierda (Die Linke) fueron los
verdaderos ganadores, reflejando una incipiente polarización. Lo curioso de
este resultado es que tanto la derecha como la izquierda crecieron a
expensas, principalmente, del mismo partido, o sea de la democracia
cristiana.
La campaña electoral de la democracia
cristiana había sido un tanto accidentada como consecuencia de sus
contradicciones internas. La candidata de la DC ofreció un programa de
choque contra las conquistas sociales, que era considerado insuficiente por
sus rivales internos; una parte de su electorado se vio entonces mejor
interpretada por los liberales. Cuando intentó neutralizar esta presión,
designando como asesor a un partidario de un impuesto único similar para
ricos y pobres (un verdadero programa de choque), una parte de su base
popular transfirió sus votos hacia la izquierda.
El partido de izquierda, que pasó del 4
al 8% de los votos, obteniendo 54 bancas, es una fusión del ex partido
stalinista de Alemania del Este y de una escisión de la socialdemocracia,
encabezada por un jefe histórico de ella. Aunque se presentó como oposición
al ajuste capitalista y a la guerra (Alemania participa en la de Afganistán
y otorga apoyo logístico a la de Irak), gobierna en coalición con la
socialdemocracia en algunos estados del este del país, donde aplica la
política antiobrera corriente. De acuerdo a algunos ‘opinadores’, su
crecimiento no obedece a un desplazamiento ideológico del electorado sino a
un afán de manifestar su descontento con la socialdemocracia y ejercer
presión para torcer su rumbo político. En realidad, la dirección política
del partido de izquierda ha venido evolucionando en forma sistemática hacia
la derecha, ofreciendo una alternativa capitalista al derrumbe del régimen
burocrático de Alemania Oriental. (El partido de izquierda reúne las
características eclécticas y ambiguas –y, naturalmente, de total adaptación
al capital y al Estado– que el MST de Argentina pondera como necesarias para
formar una ‘nueva izquierda’.)
En forma casi unánime la prensa
internacional opina que la salida al empate electoral será la formación de
un gobierno (gran coalición) entre democristianos y socialdemócratas
(incluso podría incorporar al partido verde, que retrocedió electoralmente,
dando lugar a una coalición ‘jamaica’, esto por sus colores
rojo-negro-verde). Si esto dependiera de la orientación general de las
fuerzas que aparecen prevaleciendo en cada uno de estos partidos, el acuerdo
podría darse por hecho. Pero es incuestionable que el resultado de semejante
pacto sería ahondar las crisis potenciales en ambos. La socialdemocracia
acentuaría la brecha con su base social obrera y la democracia cristiana con
la suya –una pequeña burguesía que caracteriza a la crisis como el resultado
de una excesiva intervención del Estado en el plano social.
La división del electorado alemán en
tercios, la división interna en los principales partidos y la vacilación de
los políticos para impulsar una política de choque contra el proletariado,
tipifican una crisis de régimen, o sea de métodos e instrumentos políticos
de gobierno. Esto tiene lugar en un cuadro de incertidumbre política en
Europa, luego del ‘No’ a la Constitución europea, que afecta en especial a
Francia y a Italia (aunque también a Polonia y a Gran Bretaña). La
manifestación más o menos rápida o abierta de esta crisis de régimen
dependerá de las contradicciones del proceso económico, en especial de sus
desequilibrios internacionales explosivos.