EE.UU.
Otra tarea: reflotar la
imagen
Roger
Cohen
International Herald
Tribune
NUEVA YORK.- Si la Guerra Fría aún prosiguiera, todo habría sido minimizado,
considerado una astuta propaganda soviética. No faltó ningún ingrediente después
de que el huracán Katrina arrasó Nueva Orleáns y los alrededores: los
ricos, principalmente blancos, habían escapado de la ciudad; los pobres, una
abrumadora mayoría de ellos negros, estaban abandonados y librados a su suerte;
las calles eran vigiladas por "justicieros" civiles armados; el gobierno no daba
respuestas, y la sociedad estaba en descomposición.
Esas fueron las imágenes que durante mucho tiempo intentó promover la ex KGB
soviética: las de un país cruel, centro de un capitalismo que fomenta el odio,
fisurado por divisiones entre ricos y pobres, y por cuestiones raciales, regido
por un gobierno desalmado, y donde cundía la violencia urbana.
Semejante descripción estereotipada de los Estados Unidos era falsa en ese
momento, y lo sigue siendo. Pero las terribles consecuencias de este huracán han
planteado dolorosos interrogantes sobre la sociedad norteamericana y han
afectado la imagen internacional del gobierno del presidente George W. Bush en
un momento en que estaba empeñado en corregir los errores de su primer mandato.
Incluso antes de que los diques cedieran y Bush partiera en la dirección
equivocada -fue a California a pronunciar un discurso sobre Irak, en lugar de
ocuparse de una crisis interna- la popularidad del presidente norteamericano era
baja.
Una encuesta difundida hace unos días por el Fondo Marshall Alemán de los
Estados Unidos reveló que el 72% de los europeos desaprueba de la política
exterior de Bush. "Comprobamos que aunque hacemos un esfuerzo importante para
recomponer las relaciones, todavía existe una grieta en el criterio que tenemos
unos de otros y en la manera como vemos el mundo", expresó Craig Kennedy,
presidente de ese fondo, refiriéndose al sondeo, realizado en 10 países europeos
y en EE.UU.
Esa grieta, un gradual distanciamiento de la posguerra fría acelerado por la
guerra en Irak, ahora se ha profundizado por imágenes que se amoldan al
estereotipo de "unos Estados Unidos desalmados", de la misma manera como las
fotografías de la prisión iraquí de Abu Ghraib mostraron el estereotipo de "unos
Estados Unidos prepotentes".
"La conmoción fue evidente", afirmó Richard Hilmer, un analista político
alemán. "Los alemanes ahora han reforzado su compromiso con nuestro sentido de
la solidaridad social -agregó- y preguntan si eso es lo que produce el modelo
económico norteamericano. El hecho de que existe un desagrado generalizado por
Bush acentuó los cuestionamientos."
El mayor temor
Una prueba decisiva para su segundo mandato se cierne ahora sobre el
presidente norteamericano. Un joven periodista le preguntó alguna vez al
entonces canciller británico Harold Macmillan qué era lo que más temía de la
política. "Los hechos extraordinarios", respondió. A Bush, los hechos
extraordinarios se le vienen encima rápido y a raudales: en Louisiana, en la
Corte Suprema y en todo el mundo.
Equivalen a lo que Norman Ornstein, un analista del Instituto Norteamericano
de la Empresa, denominó "un estofado potente" que contiene los siguientes
ingredientes: una base legislativa republicana potencialmente más distanciada y
preocupada por la popularidad de un presidente en su segundo mandato; una
economía afectada por la catástrofe en el Sur y el alza de los precios del
combustible; crecientes dificultades en Irak, y una sociedad polarizada respecto
de los nombramientos en la Corte Suprema.
Bush es un político tenaz y de muchos recursos. Está al frente de lo que ha
sido un grupo de seguidores incondicionalmente leales en gran parte del país. Su
capacidad para superar esas dificultades no debería ser subestimada. De todos
modos, varios hechos recientes parecieron desorientarlo. Bush nunca perdió una
elección estatal ni nacional, en parte debido a su notable habilidad para
conectarse con la gente. Sin embargo, parece a veces extrañamente desconectado.
Extraño elogio
Eso fue lo que sucedió a medida que el agua inundaba las calles de Nueva
Orleáns. A su inoportuno viaje a California le siguió el extraño elogio a
Michael Brown, director de la Oficina Federal de Control de Emergencias, quien
admitió que sólo se había enterado de que había refugiados en el centro de
convenciones de Nueva Orleáns tres días después de la devastación, y ciertas
declaraciones que parecieron fuera de lugar o poco serias, como la siguiente:
"Creo que nadie pudo prever que los diques cederían."
Recién el fin de semana pasado el gobierno se movió en forma coordinada para
abordar la crisis. Reaccionó tarde, y el índice de popularidad de Bush se ubica
ahora en el 45%, según una encuesta de Gallup, CNN y el diario USA Today. Un
porcentaje inferior al de cualquier otro presidente a esta altura del segundo
mandato, excepto el caso de Richard Nixon.
Bush debe moverse hábilmente si no quiere ver malogrado en forma prematura su
plan de gobierno para el segundo mandato. Mientras lo hace, apenas si podrá
fiarse de la buena voluntad del mundo, a pesar de la ayuda ofrecida incluso por
Cuba y Venezuela.
"En todo el mundo, le hemos dicho a la gente cómo se debe dirigir una
democracia y una sociedad civil", dijo Philip Gordon, de la Brooklings
Institution. "Y ahora -agregó- quedaron expuestas ante el mundo las entrañas de
nuestra propia sociedad. Es decir, su clase social postergada, sufrida y
semianalfabeta. Es otro impacto terrible para nuestro prestigio."
Traducción: Luis Hugo Pressenda
Fuente: diario La Nación, de Buenos Aires, Argentina; 7 de
septiembre de 2005.