NCeHu 1133/05
México: La gran discusión
Pablo González
Casanova
Muchos
ciudadanos progresistas y de izquierda creen que las elecciones de 2006 van a
ser como las de antes. Piensan que el Estado mexicano es el mismo de antes.
Creen que el gobierno mexicano tiene la misma capacidad de resolver los
problemas que parecía tener antes y que lo nuevo es que ahora un buen partido
con un buen líder puede ganar en las elecciones el poder necesario para resolver
los problemas sociales y nacionales o, por lo menos, para frenar la política
neoliberal de privatización y desnacionalización e iniciar un desarrollo
parecido al de antes; esto es, que se contente con disminuir el número de
marginados y excluidos pero que no fantasee en acabar con la marginación y la
exclusión y, tampoco, con enfrentarse al poder de los caciques y las elites, ni
con los privilegios de que gozan las megaempresas trasnacionales y sus
asociados. A esas creencias añaden razonamientos sobre lo que es político y
prudente y lo que es insensato o ultra. Y con esa lógica, los más cautos
se limitan a proponer algunas medidas sociales y a defender algunas causas
nacionales, mientras los más audaces o firmes buscan formar frentes y bloques
nacionales al estilo de los que en el pasado encabezaron los líderes populistas
y sus clientelas civiles y militares, entre alianzas tácticas y estratégicas con
la que antes se llamaba burguesía antimperialista.
Todos critican con razón una democracia
electoral cada vez más vacía de programas e ideas y llena de imágenes e iconos
que "venden" a los candidatos más atractivos. Los candidatos, por su parte, se
enfrentan a un dilema: si dicen todo lo que es necesario hacer para resolver los
problemas mínimos del país consideran que pierden las posibilidades de ganar, y
si ofrecen implantar una nueva política de defensa de los intereses sociales y
nacionales, cuando llegan al "poder" se encuentran con que no tienen ni el poder
de nombrar a sus ministros ni el de lanzar una nueva política de ingresos
fiscales ni el de disponer del presupuesto de egresos sin dar prioridad al pago
de la deuda externa e interna, y sin recurrir a los "consejos" económicos de los
expertos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, cuyos más sólidos
argumentos tienen que atender con la única salida que les dejan: un plan
trasnacional para pagar intereses e importar bienes y servicios -incluidas las
armas obsoletas- de los países prestamistas; la liberalización creciente de la
economía en beneficio de las cadenas empresariales que dominan desde las
finanzas hasta la agricultura; el estímulo a las inversiones extranjeras, que
incluye concesiones y exenciones; la desregulación del "mercado" de trabajo
"para aumentar la capacidad de competencia de México" abatiendo salarios y
prestaciones; el "equilibrio" del presupuesto mediante la disminución de la
carga fiscal a los más ricos y el aumento de los impuestos al consumo, que son
los que pesan sobre los más pobres; el abatir al mismo tiempo los salarios
"indirectos", al privatizar y comercializar los servicios de salud, educación,
seguridad social, que antes beneficiaban a núcleos importantes de trabajadores;
el privatizar y desnacionalizar los bienes y empresas nacionales, como alivio al
pago de la deuda externa, que de todos modos crece, y como incremento natural de
la dominación y acumulación de las grandes empresas agrícolas, industriales, de
servicios, comerciales y financieras de Estados Unidos y de sus grandes socios
europeos y mexicanos, a los que toca parte de la piñata globalizadora, en la que
se encuentran acuerdos y tratados con cálculos de costos de la corrupción de
funcionarios públicos, todo lo cual implica un debilitamiento de la moral y la
fuerza del Estado y el gobierno, proceso en el que participan numerosos líderes
de los partidos políticos y a veces la mayoría o el conjunto de sus voceros.
Así, cuando un candidato de la
izquierda llega a ese tipo de gobierno y de Estado, política, económica,
monetaria, financiera y moralmente débil, se enfrenta a una clara alternativa: o
se cae porque cumple un proyecto nacional que no haya sido elaborado por el
Banco Mundial, o se cae porque las manifestaciones de cólera de los ciudadanos y
de su pueblo provocan el previsto problema de "ingobernabilidad", un problema
que los expertos tratan de resolver con las nuevas investigaciones sobre "la
gobernanza", y que los gobiernos asociados y dependientes de nuestros ex países
buscan imponer combinando las políticas de cooptación y corrupción con las de
represión y exterminio, ambas "focalizadas", esto es, aplicadas en puntos clave
(y "nada más"), y ambas cuidadosas de mantener al "país formal" y su "democracia
de elites" corrompidas y "cooperativas" y de mercaderes en grande.
La situación es bien conocida por la
clase política, y ésta, sea de izquierda, centro o derecha, más que ser atraída
por una política centrista, es sometida a los "atractores" de una conducta
"políticamente correcta", en la que es obviamente insensato, por ejemplo, exigir
la cancelación de una deuda externa cuyo monto ha pagado el país más de ocho
veces. Como numerosos ciudadanos están enterados también de todo esto, y viven
en carne propia sus consecuencias, hay un abstencionismo en aumento, que a
menudo pasa de 50 por ciento de los mexicanos con derecho a voto, el que lejos
de ser entendido como un índice de la crisis que está afectando a esta
democracia de pocos, con pocos y para pocos, llena de alegría a los neoliberales
paternalistas panistas y a los sucesores del populismo priísta, con sus
respectivas políticas de apatronados y de clientelas que caracterizan a las
elites en el poder y en los partidos.
Dadas todas las condiciones señaladas,
lo lógico de las fuerzas progresistas y de izquierda sería pensar que al margen
de la lucha política y de quienes sólo buscan bases de apoyo para las elecciones
se tiene que organizar, quiérase que no, una política de los de abajo, con los
de abajo y para los de abajo... que de paso salve hasta la existencia de "los de
arriba", pues la verdad es que el sistema en que vivimos está al borde del
despeñadero financiero, político, moral, militar, cultural, educativo,
sanitario, por no decir que ya ha caído en él, al menos en muchos terrenos,
fenómeno que no sólo se da a escala nacional, sino regional y mundial, según los
más serios e informados expertos. A pesar de todas esas circunstancias, la
lógica de las fuerzas progresistas y de izquierda sigue siendo muy parecida a la
del pasado, y a la de los bloques o frentes nacionales que, paradójicamente,
contribuyeron a parir lo que pasa hoy al traicionar a sus bases sociales y
conformarse con sus redes de clientelas y de protegidos funcionales.
Es más, la vieja lógica de los frentes
nacionales abarca hoy la conciencia y los sentimientos tanto de los dirigentes y
activistas políticos y sociales de numerosas organizaciones de bases, con sus
estructuras piramidales de poblaciones incluso marginadas y excluidas, que creen
en sus líderes y partidos y en el carácter natural y necesario del sistema
político y social; incluye también a importantes intelectuales, artistas y
pensadores, periodistas, editorialistas y caricaturistas, que de la mejor buena
fe creen que regresar a la posición de izquierda de los antiguos frentes
nacionales y populares es la solución más indicada, no sólo posible sino
deseable, para juntar fuerzas frente al neoliberalismo. Rebatir sus posiciones y
hacerles ver la debilidad de sus creencias no es nada fácil. Insistir en que el
neoliberalismo de guerra no corresponde a una estrategia imperialista cuyas
políticas privatizadoras, desnacionalizadoras y depredadoras se puedan frenar
por los estados, gobiernos y partidos electorales heredados, debilitados y
modernizados, resulta una empresa tan difícil que ningún razonamiento ni
discurso con esas tesis alcanza a llegarle a "la gente", o a sus cabezas
pensantes y actuantes, si no está respaldado por un movimiento democrático que
cuente con la fuerza organizada de los ciudadanos y los pueblos. Y aun así, es
seguro que habrá de enfrentarse a las políticas más agresivas del imperio
-confesadas y publicitadas o "desclasificadas" por éste-, como lo prueba el caso
del presidente Hugo Chávez, en Venezuela, que no sólo ha tenido que recurrir a
las elecciones del pueblo más de ocho veces, sino a la organización democrática
y crecientemente autónoma de la ciudadanía, lo que le permite contar con la
inmensa mayoría de ésta y de las fuerzas progresistas civiles y militares, en un
nuevo proyecto nacional que para sostenerse tiene que profundizarse, y que
combinar el carácter auténtico de una democracia con organizaciones populares,
con los proyectos de liberación y socialismo, en que se piensa en otra
democracia, otra liberación y otro socialismo, que aprovechen las experiencias
anteriores para ser más eficaces en el logro de sus objetivos de libertad,
justicia, independencia, autonomía y soberanía.
En México el salto creador se ha dado
en un sendero distinto. La necesidad de otra política, de otros frentes y de
otros bloques ha sido planteada por la Coordinadora Nacional contra el
Neoliberalismo, encabezada por el Sindicato Mexicano de Electricistas y que
incluye a más de 220 organizaciones de masas y de la sociedad civil, quienes en
Querétaro aprobaron a principios del presente año un "Programa mínimo no
negociable", que no mereció la atención activa y comprometida de ninguna fuerza
electoral progresista o de izquierda. Pero, más recientemente, los zapatistas no
sólo conmovieron al país sino al mundo con su llamada "alerta roja" que
antecedió a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, consensuada por todos
los pueblos indios del movimiento maya, y en la que plantearon la necesidad de
una nueva política de los oprimidos y explotados. El proyecto es de una enorme
creatividad en la historia mundial de los movimientos revolucionarios.
La novedad del planteamiento es
múltiple. En él se recogen, enriquecidas, muchas de las experiencias anteriores
de la resistencia indígena, de los movimientos de liberación nacional de los
años 60 y 70, o de otros anteriores, y de los movimientos socialistas y obreros,
en especial las experiencias de la resistencia y la insurgencia que no acabaron
aceptando el indigenismo populista, ni derivaron en el populismo bajo el
capitalismo de Estado o se conformaron con el parlamentarismo neoliberal y se
olvidaron sus identidades originales, de sus luchas por la autonomía
descolonizadora, la liberación nacional frente al imperialismo, la "transición"
al socialismo con la mediación de "una revolución democrática" (sic).
El planteamiento de la otra campaña
y la Sexta Declaración de la Selva Lacandona comprende así una crítica al
sistema político, una crítica al sistema social y una crítica a los movimientos
y fuerzas que luchan en el sistema electoral y en el Estado por un México menos
inequitativo, menos dependiente, menos opresivo, menos corrompido; pero en que
todas sus luchas se centran en actividades electorales, parlamentarias y
gubernamentales, sin que den primordial importancia a la concientización y
organización del poder de la ciudadanía y de las comunidades, etnias, pueblos, y
de los trabajadores, empleados, maestros, estudiantes, técnicos, licenciados,
doctores e intelectuales.
El planteamiento de la otra campaña
se enfrenta así tanto al sistema político como al Estado hegemónico y al
modo de dominación y acumulación capitalista preminente en México y el mundo.
Conscientes de tamaña tarea, sus promotores zapatistas reconocen que son como un
pueblito frente a una gran ciudad que es el mundo. Al mismo tiempo nos
recuerdan, por si lo habíamos olvidado, aquello de que: "Somos profesionales de
sobrevivir al exterminio", verdades ambas que ellos complementan con un programa
de lucha por las demandas y metas que han levantado con anterioridad de
"educación, vivienda, salud; de libertad, justicia y democracia", y de respeto a
todas las religiones, ideologías y civilizaciones, a las soberanías y autonomías
de los pueblos, a las que añaden las luchas por una moral y una cultura de la
solidaridad que entrañe la lucha por el socialismo y la sustitución de una
política económica en que priva la lógica de la acumulación y el enriquecimiento
privado y personal por otra en que los pueblos organizados se articulen en redes
o caracoles y ejerzan el poder con "juntas de buen gobierno", que "manden
obedeciendo", o con otras estructuras e instituciones que, en todo caso, hagan
efectiva la democracia, la libertad humana y la justicia social en algunos
rincones de la Tierra, a reserva de colaborar en su difusión por "contagio"
moral a toda la Tierra, y desde todos los pueblos de la Tierra, es decir, desde
"todos los mundos que son un mundo".
El subcomandante Marcos cita las
palabras de un indígena de la ciudad de México, que dijo: "La gente piensa que
somos mostros (monstruos). Piensa que somos gentes que no pensamos". Pero
de que piensan, piensan, y los que andan en la otra campaña saben muy
bien que emprenden un camino largo y peligroso, pero el único que le queda a la
humanidad para sobrevivir: organizar la fuerza y la conciencia de los pueblos de
la Tierra, empezando ahora con los pueblos indios y "de allí pa'lante" hasta
encontrar a los otros en la confluencia de senderos de México, América Latina,
Estados Unidos y el mundo.
En la gran discusión, con sus
ceremonias de iniciación, de todas las críticas la más difícil es la que busca
precisar la identidad de quienes emprenden la otra campaña. Al hacerlo,
los voceros indios, incluido Marcos, nuevamente viven la discriminación y
el rechazo, el regaño paternalista, el llamado integracionista característico de
las políticas de asimilación del México y el mundo colonialistas, depredadores,
expansionistas, racistas, en que incluso los socialistas, los marxistas, los
revolucionarios, los trabajadores, los pobres urbanos -como los ingleses del
siglo XIX frente a los irlandeses-, se sienten trabajadores o pobres,
revolucionarios o marxistas, o socialistas pero "ingleses" y, en nuestro caso,
mexicanos por antonomasia, por excelencia, "de por sí", que no ven al Otro de
la periferia, al discriminado, rechazado, ninguneado, salvo cuando es, como
decía una hacendada yucateca, "un indio alebrestado", y en esa categoría colocan
a todos los que violan la complicada "etiqueta colonial" a que se refirió K. N.
Panikkar con estas palabras: "en las sociedades coloniales -escribió- hay una
complicada etiqueta que señala los términos en que debe y puede uno dirigirse a
los diferentes grupos sociales; el grado de cortesía o de grosería que son
aceptables; el tipo de humillaciones que son naturales". Y lo mismo pasa con los
políticos e intelectuales "blanquitos" de México -como le gusta que se diga al
poeta Bañuelos-, que hoy viven en una polis en que la calumnia, la grosería, el
chisme, la injuria, la anécdota, el escándalo de moda, son cosa de todos los
días sin que se antepongan debates, precisiones y consensos para las luchas
fundamentales por una política social y nacional, ética e ideológica, que
impulse y organice el poder centrado en las fuerzas populares, y no en supuestos
"representantes", y políticos expertos o hábiles, cuyas mentiras, incumplimentos
y corruptelas, de variada dimensión, fortalecen las políticas de enajenación,
dependencia, injusticia, desestructuración y destrucción del país y del mundo.
Pero así como el racismo dominante no
nos lleva a una rebeldía racista, así la grosería reinante no puede llevarnos a
una grosería rebelde, cuyo uso, por riguroso, exacto y comprobable que sea, en
general oscurece la gran discusión que inicia la otra campaña, a la que
se quiere encerrar en otra grosería y en el México sublime de las groserías, o
en una ruptura más de las fuerzas progresistas y de izquierda que luchan por la
independencia, la justicia, la libertad, la autonomía, la democracia y el
socialismo.
Con todo respeto, pienso que los
zapatistas tienen que acentuar, con la inmensa cortesía y claridad, que tan bien
manejan, su identidad rebelde y autónoma que hoy ejercen al iniciar una campaña
muy distinta de las electorales, que "ni se rinde ni se vende" y que está
dispuesta a luchar, entre todos los riesgos que implica, por la construcción de
una fuerza de los pueblos y los ciudadanos organizados, pensantes y actuantes,
única que en México y el mundo, tiene probabilidades de defender, con la
justicia y la soberanía efectivas, con la libertad, la democracia y el
socialismo, moral y realmente existentes, la sobrevivencia de la humanidad
frente a un sistema de dominación y acumulación que se vuelve cada vez más
autodestructivo aquí y ahora, en toda la tierra y en el futuro inmediato, en el
imperio de Estados Unidos y en el nuevo bloque asiático, dos "imperios"
nacientes cuyo enfrentamiento sólo podrá guardar los límites de la paz si los
pueblos se organizan para recuperar su poder de decisión respetuoso de las
distintas civilizaciones y culturas, pero respetuoso sobre todo de la libertad
humana, imaginada por los más grandes movimientos de la historia universal.
Que ese triunfo es difícil y que otros
lucharán con distintos procedimientos, incluidos los de la democracia electoral
y parlamentaria, no cabe duda, como no cabe duda que los zapatistas tienen que
ratificar expresamente su respeto a quienes mantienen su fe en la costumbre de
los procesos electorales, y que participan en éstos. A todos, a ellos y a
nosotros, nos hace falta una interpretación de la Sexta Declaración en que los
propios zapatistas aclaren de una manera no coyuntural -ni limitada a las luchas
de 2005/2006- sus posiciones no negociables y sus posiciones de consenso.
Quienes como ellos creemos en la nueva
forma de hacer política y en la otra campaña no podemos erigirnos en sus
interpretes y en los guardianes de su memoria, ni en los conocedores de sus
actuales planteamientos. Muchos sentimos que los propios zapatistas son los más
indicados para aclarar de manera precisa que, sin participar en las elecciones
ni competir en ellas, no piden a quienes participen en ellas que dejen de
hacerlo, y sólo les piden que no quieran estar en las dos campañas al mismo
tiempo y les reconocen su derecho a seguir luchando en la forma por ellos
acostumbrada, a reserva de que el día de mañana se integren en cuerpo y alma a
la forma que nosotros creemos que puede ser la más efectiva para que los pueblos
triunfen en un mundo incierto.