En Bolivia no hay un "conflicto social" entendido en los términos
convencionales, sino una guerra de las mayorías por la recuperación de las
reservas energéticas nacionales valuadas en 100.000 millones de
dólares, y que resultan vitales para que los sectores desposeídos salgan
de la pobreza, la marginalidad y el abandono. Esas riquezas hoy se
encuentran en manos de las multinacionales petroleras que disponen del
control total de esas reservas y el derecho absoluto de su explotación,
producción, comercialización y venta en los mercados internos y externos.
Ese saqueo "legal" (legislado por el Parlamento boliviano) fue posibilitado por
la asociación de esas transnacionales con el establishment de poder
oligárquico, quien controla históricamente el aparato administrativo del
Estado: Poder Ejecutivo, Parlamento y Poder Judicial. De esta manera, desde la
década del 90, ese establishment de poder, convertido en socio menor de la
depredación multinacional, administró, legisló y legitimó jurídicamente el
traspaso del patrimonio energético boliviano (equivalente a 12 veces el valor
de la producción de bienes y servicios generados anualmente en el país) a
pulpos petroleros como Exxon, Repsol YPF, British Gas, Total,
Maxus, British Petroleum, Pan American, Vintage,
Pluspetrol, entre otros. Las transnacionales que controlan la mayor
parte del patrimonio energético boliviano (54 trillones de pies cúbicos, la
segunda reserva más importante de Sudamérica y superior en conjunto a las de
Argentina, Brasil, Chile) son Petrobras,Total,
Maxus y Repsol, que en conjunto tienen la
propiedad y el derecho de explotación sobre el 80 por ciento de las
reservas. De tal manera que, y para precisar estratégicamente los verdaderos
términos del conflicto, la mayoría de las organizaciones combativas que
paralizaron a Bolivia con las protestas y los cortes de ruta, no salieron a
luchar por la "paz" ni por las "elecciones anticipadas" (que sólo
benefician al establishment de macro-saqueadores), sino por algo más concreto:
exigir la devolución de ese patrimonio económico (propiedad del pueblo
boliviano) que resulta vital para su futuro y su supervivencia. Cuando se
establece con precisión el verdadero eje material del conflicto queda en
evidencia la maniobra de "distracción" que ejecutan la Embajada
norteamericana (comando estratégico central de los intereses transnacionales) y
los socios locales de los depredadores para desviar la atención de la verdadera
disputa: la guerra de las mayorías contra una minoría saqueadora (el
establishment y las transnacionales) para recuperar el patrimonio que les
pertenece legítimamente. Lo que parece simple de entender para una mente
lógica y con sentido común, se complejiza cuando el aparato
mediático masivo (propiedad del establishment de los saqueadores) comienza a
hacer su trabajo de reducción de cerebro y alienación colectiva. De tal
manera, lo que en términos concretos resulta ser una guerra social entre el
explotador (minoritario) y el explotado (mayoritario), para los medios del
sistema se convierte en un jeringozo "conspirativo" plagado de golpes de efecto
para asustar a los que no participan de las protestas: "guerra civil",
"enfrentamiento racial", "caos y violencia", "división de Bolivia",
etc, que resultan totalmente funcionales a la estrategia de "dividir para
reinar" que la CIA y el Departamento de Estado lanzaron para retomar el
control político y social de su colonia. Con esta metodología alienante,
"analistas" y periodistas del sistema llegaron a comparar el proceso boliviano
con el de la instalación de los "soviets" en Rusia, o con el de la
partición de Yugoslavia.
Y volvemos al principio: en Bolivia no hay una "guerra civil", sino
una guerra asimétrica entre intereses contrapuestos: las trasnacionales
petroleras (y sus socios oligárquicos) que se robaron los 100.000 millones de
dólares de reservas propiedad del pueblo boliviano, y las mayorías que
quieren recuperarlas con la única herramienta de la que disponen: los
bloqueos de ruta, los paros, y las movilizaciones de protesta. Una vez una
periodista del sistema le preguntó al combativo dirigente Felipe Quispe
porqué era partidario, incluso, de utilizar la violencia en la lucha social.
Felipe, mirando a la ignorante blanca casi con compasión, le respondió: "para
que mi hija no sea tu empleada". En Bolivia (salvo la confusión interesada
sembrada por los comunicadores masivos) está todo claro: hay una
guerra de supervivencia entre el poder minoritario oligárquico (dueño del
gobierno, de la Justicia, del Ejercito y de la policía) y las victimas
propiciatorias del robo trasnacional: las multitudes desposeídas que bajan
del Alto y de otras localidades rebeldes a reclamarle a sus verdugos, no pan ni
mendrugos "asistencialistas", sino que devuelvan al pueblo boliviano los
100.000 millones en reservas que les robaron con las leyes dictadas por el
Estado boliviano en su poder. Es una guerra desigual, donde unos
(el establishment oligárquico y los macroladrones transnacionales) disponen del
poder financiero, militar y mediático, y los otros (las mayorías desposeídas)
solo cuentan con su vida y la decisión de enfrentarlos. Pero es una
guerra a muerte, donde los saqueadores (la neo-piratería multinacional
protegida por la bandera norteamericana) solo podrá "gozar del botín"
eliminando físicamente a su propietario. O sea, a la mayoría desposeída de
Bolivia. Por ahora, y como metodología para ganar tiempo, han colocado como
"nuevo presidente" a uno de los asesores jurídicos de la estrategia del
saqueo "legal": Eduardo Rodríguez, consultor por igual de la multinacionales
petroleras y de la embajada norteamericana. En Bolivia las cosas están claras
como el agua: el establishment (mediante el divisionismo) consiguió
desbloquear las rutas y continuar con el macrorobo legalizado, esta vez con
otro gerente a cargo del Estado. Las organizaciones combativas (cada vez
mas purificadas de los "moderados" cómplices del establishment) se han replegado
para pensar la estrategia de la próxima batalla. Saben algo básico y
elemental: están en condiciones de paralizar Bolivia y de arruinarles el
negocio (el macrosaqueo) a los salteadores petroleros. En Bolivia, la guerra
continúa.
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14 de junio de 2005.