NCeHu 775/05
Dos años de
resistencia en Iraq:
la violencia de los iraquíes y la ética de los
demás
Agustín
Velloso*
"Cabe esperar que la prensa empotrada,
los analistas, los centros de estudio, los formadores de opinión y las ONGs
humanitarias se dediquen a discutir sobre lo que malintencionadamente se llama
'ataques suicidas', las acciones armadas y asuntos relacionados. Esta actividad
favorece al ocupante. El papel de los opuestos a la ocupación y la violencia muy
superior que ésta genera no es participar en la discusión, sino en la
resistencia"
Se han cumplido sobradamente dos años de la ocupación
estadounidense de Iraq y otros tantos de la resistencia iraquí contra la
ocupación. A la vista del aumento y efectividad de las acciones de ésta y del
mal aspecto que ofrece la ocupación estadounidense, una nueva arma ha aparecido
recientemente para sustituir a las de "destrucción masiva": la crítica contra la
resistencia legítima de los pueblos a la ocupación ilegal de su
territorio.
No solamente los que apoyan a los ocupantes de Iraq, los
anti-árabes y los sionistas critican a la resistencia iraquí, algo que también
alcanza en no pocas ocasiones a la resistencia palestina y de otros lugares.
Últimamente surgen críticas también por parte de algunos "progresistas" que se
opusieron a la guerra de agresión y la posterior ocupación por parte de Estados
Unidos y Gran Bretaña.
Esta gente condena la violencia de algunos grupos iraquíes
porque, dicen, no todas las acciones armadas son actos de resistencia y no todos
los ataques son aceptables. Otros añaden que ataques guerrilleros sin
coordinación y sin objetivos políticos claros no constituyen una buen política
de liberación nacional.
Ninguna de estas posturas es de gran valor para conseguir
la liberación de Iraq o el fin del imperialismo. Son sencillamente la expresión
de un deseo. Es más, producen fisuras en el movimiento contra la ocupación,
debilitan la solidaridad internacional con las víctimas y además respaldan,
aunque sea de forma involuntaria, los argumentos de los agresores.
No hay que perder de vista lo fundamental: el enemigo es
el agresor, el único responsable del desastre que prevalece en Iraq y del nivel
de violencia que era desconocido en el país hasta que empezó la agresión. Si se
piensa que la ocupación debe acabar cuanto antes, no hay necesidad de discutir
sobre la bondad de los métodos de la resistencia en un momento en que las
víctimas de la ocupación se protegen y sobreviven como pueden. O bien se empuña
las armas junto a los resistentes, o bien, como observadores a través de la
televisión del sufrimiento iraquí, lejos del frente de batalla, se muestra
comprensión por la situación.
Algunos en Occidente se entretienen estableciendo
diferencias entre los que realizan una "resistencia pura" y los "fanáticos
islamistas" y dejan de lado el hecho de que mientras tanto unos y otros
arriesgan sus vidas o la ofrecen en martirio en su esfuerzo por expulsar al
ocupante.
¡Por supuesto que nadie deseaba la muerte de Margaret
Hassan! Es evidente que no se quiere que tiroteen a unos fieles que rezan en la
mezquita o que bombardeen a unos peatones en el mercado. Todo el mundo sabe que
no todos los métodos son actos de resistencia legítimos. Al mismo tiempo es de
sentido común que ataques guerrilleros aislados no son la mejor política de
liberación nacional. A pesar de esas desgracias y esta constatación, el papel de
los que se oponen al horror no es juzgar sino combatir la ocupación. Cuanto
antes acabe ésta, antes cesará la violencia. La situación actual no deja
muchas alternativas excepto el fin inmediato de la ocupación. Es absurdo decir
que el caos se adueñará de Iraq. El caos lo originó el agresor y el ocupante
hace más de dos años. Hay que admitir que el desastre que tiene lugar es el
fruto de la ocupación y que las víctimas apenas tienen margen de
maniobra.
Es preciso tener presente en todo momento la historia:
trece años de sanciones de Naciones Unidas, ataques armados continuos, guerra de
agresión y finalmente ocupación, la cual incluye asesinatos, torturas,
encarcelamientos, destrucción masiva, corrupción y abuso generalizados. ¿Qué
sentido tiene hablar ahora de atrocidades, salvajismo y fanatismo religioso
cuando se ha deshumanizado a conciencia a un país entero durante quince años
seguidos?
No resulta razonable que los observadores occidentales
que no experimentan ni remotamente el sufrimiento de los iraquíes-
critiquen a los que viven en el centro del horror. ¿Por qué aplican su ética
occidental para juzgar la bondad de los iraquíes? ¿Es que no se dan cuenta de
que esta ética ha sido del todo inútil para defenderles de los agresores,
quienes comparten con los observadores esa ética, nivel de vida y algunas otras
características?
Los propios iraquíes están mejor capacitados para
enjuiciar moralmente sus propias acciones, ellos son los que viven en
circunstancias extremas, más bien, inhumanas. Los observadores que deseen emitir
un juicio moral, han de vivir en Iraq o han de dar la seguridad que ellos
disfrutan a los iraquíes.
En el terreno político es comúnmente admitido que el
ocupante se retira cuando el precio que paga por la ocupación en términos
humanos y materiales- es superior al beneficio que obtiene con ella. El fin
principal de la resistencia, consecuentemente, es la eliminación del mayor
número de ocupantes: soldados, administradores, colaboracionistas
recientemente contratistas también- y al tiempo el desgaste económico de la
maquinaria de ocupación mediante sabotajes, huelgas y no cooperación. Los que
dicen apoyar la resistencia y oponerse a la ocupación no pueden sino compartir
ese fin y apoyar a la resistencia.
A la vista de la historia y de lo que ocurre ahora, no es
razonable esperar que alguien sea capaz de solucionar el caos originado en Iraq
mediante discusiones sobre la bondad y las políticas de los grupos de
resistencia iraquíes. Cabe esperar que la prensa empotrada, los analistas, los
centros de estudio, los formadores de opinión y las ongs humanitarias se
dediquen a discutir sobre lo que malintencionadamente se llama "ataques
suicidas", las acciones armadas y asuntos relacionados. Esta actividad favorece
al ocupante. El papel de los opuestos a la ocupación y la violencia muy superior
que ésta genera no es participar en la discusión, sino en la resistencia.
Fuente: cscaweb, 9 de junio de
2005. |