NCeHu 763/05
HAITÍ UNA CUESTA
IMPOSIBLE DE SUBIR
Darío Montero
PUERTO PRÍNCIPE (IPS) En sentido
contrario a las "favelas" de Río de Janeiro, la capital haitiana nace en la
montaña con escasas y amuralladas mansiones para caer a borbotones hacia el mar,
en una escalera de casuchas cada vez más paupérrimas y frágiles a medida que se
acuesta sobre la costa.
"Yo me voy con ustedes. ¿Cuándo nos vamos?",
preguntan a los periodistas uruguayos los niños que frecuentan la puerta de la
base del batallón conjunto Uruguay 1 en Puerto Príncipe, en busca del desayuno o
de otros alimentos y, especialmente, del trato acogedor que se les
presta.
Su español elemental termina allí o en algún que otro latiguillo
que usan los militares uruguayos que conforman el segundo mayor contingente de
la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah, por sus
siglas en inglés), después del brasileño.
Uruguay, a 5.000 kilómetros de
distancia, puede parecer a estos niños más accesible que las cimas de las
colinas que rodean Puerto Príncipe y a las que sólo se asciende con poderosas
camionetas de doble tracción o con automóviles lujosos de vidrios
oscuros.
El desfile matinal de miles de niños y niñas --idénticos a los
que se acercan a las bases uruguayas de Puerto Príncipe y de otros puntos del
sudoeste del país--, impecablemente vestidos con uniformes escolares de colores
que identifican a cada colegio, puede engañar al extranjero, pues se contradice
con una proporción de analfabetismo de 50 por ciento.
Las familias
haitianas hacen un verdadero culto de la escuela para sus hijos, no
correspondido por el Estado, que sólo cubre 30 por ciento de la oferta educativa
y deja el resto en manos privadas, sin control ni programas coherentes y
estructurados, muy lejos de la educación paga tanto de países del Norte rico
como del Sur pobre.
El Estado está ausente en la educación como en otros
aspectos de la vida haitiana. Aquí todo es estimado grosso modo, no hay datos
estadísticos ni cifras confiables, pero los males son mayores que los
números.
Cualquiera puede abrir una escuela privada, sin necesidad
siquiera de presentar un certificado de estudios ni justificar estructura
alguna. El resultado es, en general, una enseñanza ficticia que al poco tiempo
suma más analfabetismo, dijo a IPS el francés Guillaume Devars, uno de los
asesores electorales de la Minustah.
Se trata de una educación lineal sin
ninguna capacidad crítica. No se enseña a razonar. No hay comprensión del idioma
escrito, se hace sólo a través de la simple lectura y la repetición, sin método
de elaboración del lenguaje, explicó Devars, quien llegó a Haití hace más de dos
años como integrante de una organización no gubernamental católica de su
país.
De ese modo caen los primeros peldaños de la escalera de ascenso
social, a los que luego seguirán otros pasos en el vacío, como la casi imposible
inserción laboral en una economía en vías de extinción, sólo colgada de la
supervivencia a toda costa.
Haití está bajo una administración interina y
ocupado por una fuerza internacional de paz desde el 29 de febrero de 2004
--cuando un golpe de Estado derrocó al presidente constitucional Jean-Bertrand
Aristide--, tiene una población de 8,5 millones de habitantes, de los cuales al
menos 80 por ciento son pobres.
La solución de la crisis perenne, pero
cada vez más terminal, pasa por reducir la brecha entre esa población y los
contados dueños de las colinas, afirman autoridades interinas, un dictamen tan
viejo como inútil a juzgar por la miseria endémica a la vista.
La venta
callejera, que cruza la capital en los cuatro rumbos, es la herramienta de
subsistencia más próxima para los habitantes, cuatro millones en Puerto
Príncipe. El pescado frito se ofrece, rociado de insectos, en recipientes
metálicos colocados al borde de canaletas por las que corre agua
contaminada.
Junto a otra variada y similar muestra de alimentos de poca
higiene, la oferta incluye ropa, colgada en largas paredes, relojes de
desconocida procedencia y algún que otro artículo tan brilloso como inútil,
expuestos sobre mesas, debajo de las cuales mujeres y niños pequeños esperan
algún cliente.
Las angostas veredas, que recorren en largas caminatas
hombres y mujeres de orgullosa elegancia o en las que esperan las "tap tap"
(camionetas cubiertas con toldo y con bancos que ejercen de transporte público)
son a la vez un gran muestrario comercial de intercambio entre los propios
transeúntes.
Ese mar humano no parece inmutarse al paso de la caravana de
vehículos blancos con la inscripción UN (por Naciones Unidas en inglés), en la
que viaja IPS como parte de la delegación de periodistas uruguayos llegados a
Haití en una visita organizada por el ejército de ese país
sudamericano.
Los reporteros se trasladan en un confortable minibús con
aire acondicionado, escoltado por camionetas pertrechadas a guerra, que se abren
camino en el caótico tránsito capitalino, librado a la mano del destino. Las
calles empinadas, muchas de ripio, tienen dos estrechísimas vías y doble
sentido.
El universo que viborea por la ciudad tampoco parece reaccionar
al proceso electoral, cuya promoción brilla por su ausencia pese a que las
autoridades se han propuesto empadronar en tres meses a la mitad de la
población, cuyo promedio de edad no supera los 18 años.
El cronograma
electoral prevé comicios locales el 9 de octubre y generales el 13 de
noviembre.
Haití se parece mucho a una gran feria donde los milagros son
de supervivencia. El arte de la venta se muestra como el único desarrollado en
la capital y en el interior (Les Cayes, Jeremie o Port Salut, en el sudoeste),
en especial si es ostensible el aspecto extranjero del potencial
comprador.
De la reconstrucción tan señalada por los planes trazados por
la comunidad internacional, nada aparece a la vista del observador. El símbolo
más patético de lo inconcluso son las viviendas, semidestruidas la mayoría,
otras en pie por inercia, o de paredes sin terminar y aberturas en las que,
algún día, debería colocarse una ventana o una puerta.
Gran parte del
problema es la prometida asistencia financiera internacional que no llega, a
menudo porque los donantes no encuentran instituciones a las que entregarla o no
confían en quienes deben administrarla.
En 2004, el gobierno interino,
con ayuda de expertos internacionales, estableció en 1.300 millones de dólares
el monto de la cooperación más urgente destinada a reconstrucción e
institucionalización del país, con un plazo de dos años.
Los donantes
internacionales, encabezados por Estados Unidos, se comprometieron a entregar
los fondos en una conferencia celebrada en Washington en julio de 2004. Casi un
año después, en marzo, sólo se habían desembolsado 250 millones.
Fuente: Marie-Christine
LACOSTE, CNRS, Information Scientifique Coordinadora de "RUMBOS"
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