NCeHu 1533/04
Neodesarrollismo: ¿Hacia dónde vamos?
Theotonio dos Santos
El debate
sobre el desarrollo vuelve a ocupar una posición central en las ciencias
sociales y en la política latinoamericana. Él se ubica hoy día en el marco de la
oposición entre las políticas de desarrollo y el dominio del capital financiero
asentado en una "ortodoxia" monetarista bastante discutible por los efectos
negativos que ha producido en la región.
Es muy interesante constatar la
preocupación creciente de la región sobre la cuestión del llamado "desarrollo
económico- social". En realidad está en el orden del día la recuperación del
crecimiento económico en una región que se caracterizó por un alto patrón de
crecimiento en los años 30 a 70 del siglo XX. Al mismo tiempo, en las décadas
del 80 y 90 y comienzos del siglo XXI, tenemos una caída colosal de nuestro
nivel de crecimiento, muchas veces inferior al crecimiento de la población,
configurando una rebaja del ingreso per capita.
Es evidente que la caída
del crecimiento está conectada con el aumento de la deuda externa registrado al
final de los 70s y comienzo de los 80s, como resultado de la renegociación de
las deudas anteriores a altísimas tasas de interés internacionales. Durante la
década del 80 hemos enviado centenares de miles de millones por concepto de pago
de intereses. Para lograrlo, nos hemos sometido al llamado "ajuste estructural"
que consistía en el aumento de nuestro superávit comercial para pagar estos
intereses.
Es evidente el contenido social negativo de esta política de
contención de la demanda interna, particularmente de los salarios y de los
gastos públicos. Para poner en práctica políticas tan impopulares, se necesitó
de dictaduras militares o gobiernos de fuerza en general, se quebró el impulso
de desarrollo del capital industrial naciente y de una clase media que apostara
a la expansión de la economía y al desarrollo de nuevas actividades económicas.
Se consolidaba así el cuadro de "reacción" en contra de las formas más avanzadas
de desarrollo socioeconómico, iniciado con el régimen militar en Brasil, en
1964, a través del cual se selló un compromiso de sangre entre el capital
industrial naciente y los intereses del capital internacional en toda la
región.
Las renegociaciones de la deuda externa iniciadas en los años
1986-90 permitieron desahogar, en parte, esta situación con la rebaja de la tasa
de interés en Estados Unidos y las concesiones realizadas finalmente por los
acreedores, apoyados por sus Estados nacionales, cada vez más sometidos a los
intereses del capital financiero.
Desgracias
El llamado
Consenso de Washington, que se diseñó en 1989, abrió el camino para una nueva
aventura económica de la región. Cuando la tasa de interés mundial se rebajaba
drásticamente, optábamos por una política de aumento de la tasa de interés
interna para atraer capitales del resto del mundo con el objetivo de cubrir un
déficit comercial que generamos con políticas económicas de sobrevalorización
cambiaria.
Los capitales financieros de corto plazo vinieron rápidamente
para expropiar nuestras reservas acumuladas con la suspensión del pago de
intereses. No siendo suficiente tales facilidades, exigieron también la venta de
nuestras empresas públicas para abrir camino a sectores económicos que
implantaron nuevas tecnologías y por lo tanto, obtuvieron una alta rentabilidad
pues tenían le monopolio tecnológico. La telefonía y las comunicaciones en
general, la electricidad y las fuentes de energía en general, las materias
primas fueron los principales áreas donde se operó la entrega de riquezas a
cambio de nada. Los recursos incorporados a las arcas fiscales fueron
rápidamente absorbidos por el pago de colosales tasas de interés internas a los
capitales foráneos.
Estas desgracias fueron sentidas drásticamente por la
población que, después de un período de ilusión provocado por la entrada de
importaciones y capitales de corto plazo y por los efectos deflacionarios de la
política económica en curso en todo el mundo, finalmente votaron masivamente en
contra de las políticas del Consenso de Washington.
Con el tiempo, lo
único que quedaron fueron las arcas vacías de nuestros gobiernos, las deudas
externas crecientes cuando salieron masivamente los capitales que entraron
momentáneamente, la caída drástica de la renta nacional. Pero lo más dramático
es el forcejeo por mantener las altas tasas de interés cuando ya no hay reservas
ni empresas que vender. Ellas no logran atraer capitales del exterior y
alimentan un gigantesco sistema financiero creado en torno de la deuda pública,
fuente de transferencia de recursos de la población hacia los especuladores,
convertidos en señores de la nación a través de un mecanismo llamado de
"mercado".
En el momento actual, el capital productivo lucha para sacarse
de encima este sistema de succión de recursos. Pero estos sectores del capital
productivo se comprometieron muy seriamente con esas políticas en sus fases
virtuosas para los capitales en general. Ahora tienen dificultad para presentar
una resistencia política a los epígonos del capital financiero que señalan ahora
frente toda la nación como enemigos de todo el pueblo. A falta de líderes
progresistas propios, tienen que buscar una alianza con las fuerzas populares
organizadas y sus expresiones políticas para presentar un programa con alguna
consistencia y apoyo popular.
Estas son las motivaciones del
neodesarrollismo. Pero a su lado están también las motivaciones de la mayoría de
la población. Cabe a las fuerzas populares -que sufrieron dolorosas experiencias
en estos años de degeneración económica- aprovecharse de la oportunidad para
ampliar sus objetivos tácticos y producir un programa de transformaciones
sociales y económicas que abran paso a una etapa superior para la
región.
* Theotonio dos
Santos es profesor titular de la UFF. Coordinador de la Cátedra
y Red de la UNESCO y la UNU sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible
(http://www.reggen.org.br).