Slavoj Zizek es profesor
de filosofía en la Universidad Ljubljana, Eslovenia, y
actualmente miembro del Consejo Directivo del
Kulturwissenschaftliches Institut de Essen, Alemania.
Entre los trabajos de este especialista de los movimientos sociales en Europa
Oriental destaca The Ticklish Subject: The Absent Centre of Political
Ontology (Verso, 2000), una crítica juguetona del asalto intelectual a la
subjetividad humana.
¿Cómo percibe la posición de Europa frente
a la guerra y al así llamado unilateralismo
norteamericano?
–En principio, soy muy eurocéntrico.
Porque creo que hoy tenemos un primer mundo y un tercer mundo. El primero sería
el superdesarrollado: Estados Unidos; y el tercer mundo sería el verdaderamente
subdesarrollado. Pero luego hay países como la mayoría de Europa, e incluso
Argentina, que creo que son el verdadero segundo mundo: están desarrollados pero
todavía no se los puede llamar posindustriales. Creo que hoy sólo estos países
representan una suerte de esperanza. El mundo superdesarrollado –Estados Unidos–
coexiste muy bien con el subdesarrollado y colonial. Pero creo que nosotros, el
segundo mundo, tenemos que inventar algo. Hoy el gran problema es que tenemos,
básicamente, dos modelos de la civilización venidera: el modelo capitalista
global norteamericano o la vía orientalchina, que es también un capitalismo
despiadado pero con órganos políticos más autoritarios. Mi problema es que no me
gustaría vivir en un mundo en el que la opción sea entre Estados Unidos o China.
Creo que la única posibilidad de resistencia es Europa. Europa representa las
políticas emancipatorias, la igualdad, la responsabilidad civil. Todos estos
valores, más que nunca, hoy son precisos. Pero pienso que hay problemas, por
supuesto. Cuando Europa quiere defender sus tradiciones, frecuentemente cae en
una suerte de eurocentrismo implícitamente racista y proteccionista. A esto,
claro, me opongo. El problema es la obsesión con los límites. En la ex
Yugoslavia tenemos un chiste que dice “¿Dónde empieza Europa?”. Porque la
historia interesante es que cada participante en la guerra de la ex Yugoslavia
se justifica a sí mismo diciendo “nosotros somos la última defensa de la
verdadera Europa”. Para los austríacos y los italianos, ellos son Europa y
nosotros, Eslovenia, somos los Balcanes eslavos. Para nosotros, los eslovenos,
nosotros éramos la parte católica del Imperio Austríaco, y Croacia constituía,
junto con Serbia, los Balcanes. Croacia sostenía que era la última parte
católica y que los serbios eran los Balcanes ortodoxos. Los serbios decían que
eran los últimos cristianos y que los albanos eran los bárbaros. Pero se puede
seguir así aún más. Para los alemanes, Austria es un imperio ansioso de
barbarie. Para Francia, ellos son la civilización y los alemanes son un poco
oscuros. Y para los ingleses, Bruselas es una suerte de nueva Constantinopla.
Está siempre esta mentalidad de “nosotros somos la última defensa de la
civilización”. Entonces, la cuestión es cómo poner un muro y cómo defender
Europa.
¿En qué consiste concretamente esa
posibilidad de resistencia que Ud. sitúa en Europa?
–La
idea europea de democracia es algo más que la vieja idea premoderna:
independientemente de tu identidad particular, tenés el derecho de participar
directamente de la dimensión universal. La política nos involucra como “todos”.
Y esto es algo específicamente europeo: la idea de que sea cual fuere tu lugar
social, podés participar de lo universal. Y creo que hoy, cuando hablamos de
ciudadanía global, este legado está amenazado. Porque, si se mira bien, se ve
una proliferación de segregaciones y clasificaciones. Creo que estamos mutando
hacia una nueva sociedad de segregaciones, que pueden ser étnicas, religiosas,
sexuales, políticas. Desafortunadamente, incluso quienes abogan por políticas
progresistas, a veces caen en esta amenaza. Por ejemplo, en los países
desarrollados de Europa occidental, tienen ahora las llamadas políticas de
identidad. Cada grupo minoritario quiere su identidad. Pero esto tiene un
aspecto negativo: la comunidad universal se desintegra en una combinaciónde
comunidades pequeñas. Y creo que esto, de cierta manera, es una tendencia
peligrosa.
¿Cuál es su posición respecto del
proceso de constitución de la Unión Europea?
–La
incorporación de los nuevos países que se sumaron a la Unión Europea, incluso mi
país, pusieron a todo el mundo contento. Y yo lo apoyo. Algunos de mis amigos
izquierdistas me dicen que me he sumado al club imperialista. No. Quiero
explicar por qué estoy de acuerdo. Primero, porque creo que Europa nos va a
forzar a respetar ciertos parámetros. Segundo, creo que si se está fuera de la
Unión Europea, no es que simplemente estás excluido de la economía global, sino
que obtenés la peor porción. Miremos lo que pasa con los países que no son parte
de la UE. La UE exporta la industria “sucia” para poder seguir respetando esos
parámetros y poder explotar más trabajadores. ¿Cómo tratará la UE a sus nuevos
miembros? De una manera típicamente paternalista, casi racista. Como una maestra
trata a sus alumnos: ¿ustedes son lo suficientemente buenos?, ¿respetan los
derechos humanos? El mensaje que tenemos de Europa es muy contradictorio. Mi
ejemplo favorito: miremos a los serbios. Todos estaban sorprendidos de que en
las últimas elecciones ganaran los nacionalistas. Y en el oeste dijeron, con
este tono paternalista, “¡ah! Serbia no eligió la civilización, no eligió
Europa”. Pero, ¡un momento! ¿Cuál fue el mensaje que Serbia recibió desde el
oeste? Por un lado, había una presión sobre Serbia para entregar a los
criminales de guerra a un tribunal internacional. Y, al mismo tiempo, los
norteamericanos le ponen una tremenda presión para que firme un tratado de no
extradición. Lo mismo en Polonia: la UE presionó sobre este país
predominantemente agrícola para que abriera su mercado y para abolir todas
aquellas viejas medidas socialistas de apoyo financiero a los campesinos si
quería ingresar en la UE. ¿Pero sabemos cuánto apoya financieramente la UE a sus
campesinos? Cada vaca en la UE recibe 500 dólares por año, es más que el
producto per capita de muchos países. Claro, los polacos están furiosos porque
su cultura agrícola será socavada para pasar a producir importaciones baratas
para Europa occidental. La paradoja es lo que significa que se pida respeto a
sus propias reglas. De nuevo, creo que debemos ser parte de Europa, por ciertos
valores, pero no debemos tener ninguna ilusión sobre Europa.
¿Cómo se delimitan los campos en cada
caso?
–El problema es pelear por lo que pueda sobrevivir
de este legado de emancipación. Tenés que estar adentro. Porque quedar afuera
significa estar integrado de la peor manera, sometido a la más brutal
explotación. No se puede pelear contra el imperialismo desde afuera. Pero hay
además otro problema en Europa: el capital de Europa ya está unificado, y juega
aún más a favor del capital tener una Europa dispersa políticamente. Porque el
capital puede desarrollar un país contra otro: si un país tiene más limitaciones
ecológicas, el capital se va a otro que no las tenga. Pero si se garantizan
reglas y parámetros ecológicos comunes en toda Europa, eso se evita. La única
manera es unificar toda Europa. No estoy diciendo que Europa sea en sí misma un
valor para fetichizar. Creo que la lucha debe ser dentro de Europa porque,
insisto, la civilización europea son esos buenos aspectos que representa. Y esa
es la única esperanza.
El imperio
contraatacó
Usted identifica
a Europa con lo “universal” y, al mismo tiempo, confiesa que hoy son los EE.UU
quienes mejor operan a nivel global, ¿no ve aquí una
paradoja?
–Cuando yo era un joven ecologista sostenía
“actuar local, pensar global”. EE.UU. hace exactamente lo opuesto: actúa
globalmente pero piensa localmente. Pero esto es parte de un argumento mayor.
Aunque admiro el libro Imperio, de Negri y Hardt, no estoy de acuerdo con su
idea de que en el Imperio ya no hay más Estado, porque es un imperio global.
Creo que es más complejo. Todos estos argumentos sobre cómo en el capitalismo
global los estados ya no son importantes no cuentan la historia completa. Es
verdad que en algunas partes de la economía, en algunos servicios sociales de
ayuda, el Estado está debilitado. Pero en lo que refiere a los aparatos de
seguridad y orden, no creo que haya habido alguna vez un estado más fuerte que
Estados Unidos en toda la historia de la humanidad. ¿Qué ha pasado en los
últimos años del gobierno de Bush? ¡El Estado ha explotado en su fuerza! Este es
el primer aspecto. El segundo aspecto: tenemos que mirar bien qué es lo que
sucede en la política exterior norteamericana. En los ‘90 empezó la verdadera
utopía: la del capitalismo global. Y el 11-S es el fin de esa utopía.
¿Es decir que ya no vivimos bajo el régimen
de lo global?
–Si en 1989 el símbolo fue la caída del
Muro de Berlín, hoy el símbolo son los muros por todas partes: muros literales
entre Palestina e Israel, muros administrativos en las cada vez más numerosas
medidas de seguridad en las fronteras y demás. El problema es que todo el mundo
habla de sociedad global y en los últimos diez años se volvió más difícil
circular. Es más fácil la circulación de objetos y beneficios que de gente. Mi
idea es que no es verdad que Estados Unidos se siente simplemente defraudado por
Europa. Pienso que en los últimos años –y aquí el 11-S se vuelve un símbolo–
EE.UU., silenciosa y tranquilamente, cambió totalmente su política global. La
oscilación de las políticas norteamericanas fue siempre entre aislacionismo,
asociada comúnmente con los republicanos, o intervencionismo demócrata. Pero
ahora creo que tenemos una nueva paradoja con Bush: una suerte de aislacionismo
global. EE.UU. se aísla a sí mismo porque quiere estar listo para intervenir
rápido en el mundo sólo para controlar sus intereses. A pesar de su ideología de
que están llevando democracia, ellos creen realmente que “el mundo es un
desastre”. La nueva estrategia ya no consiste en hacer alianzas con Europa. Pero
al mismo tiempo son capaces de intervenir globalmente siempre con coaliciones
adhoc. Esto es crucial. EE.UU. no funciona como el imperio romano. A muchos le
gusta hacer este paralelo. Pero el imperio romano entregaba la ciudadanía a
todos aquellos bajo su órbita. EE.UU. funciona distinto: controla al mundo para
que no explote.
¿Usted se está pronunciando
a favor del intervencionismo norteamericano?
–Salió
publicado en un diario que yo dije: “EE.UU. debería intervenir más”. Perdón ¡yo
no dije eso! Lo que dije de un modo irónico fue “si EE.UU. quiere intervenir...”
Dije que EE.UU. tiene un talento increíble -que, claro, es parte de su interés–
en intervenir donde no debería y no intervenir donde debería. Cuando intervino
en Ruanda, yo lo hubiese apoyado: cuando medio millón de personas son asesinadas
en dos o tres semanas, incluso si el diablo interviene, yo lo apoyaría. Pero
éste es mi punto, no que EE.UU. debe intervenir más. Lo mismo cuando aparece que
yo digo “a veces necesitamos un líder de derecha fuerte” como última oración.
¡No! ¡Yo no digo que se necesita un Pinochet! Lo que quise decir es que la
paradoja de los últimos cuarenta años es que a veces, como sucedió en Argelia,
es sólo un gran c onservador quien es capaz de hacer lo que los izquierdistas en
el poder no son capaces. Los socialistas no fueron capaces de dar la
independencia a Argelia. Incluso en EE.UU. la paradoja fue ¿quién rompió la
impasse y reconoció a China? Nixon, no los demócratas.
Además, estos días se han conocido ciertos
“secretos”, ciertas “partes oscuras” de la intervención de occidente en Irak,
las torturas, etc...
–Tengo una buena teoría sobre esto:
yo estoy profundamente sorprendido, y no de un modo simplemente moralista, con
las torturas de los soldados norteamericanos a los prisioneros iraquíes. No soy
uno de esos izquierdistas que dice, “claro, todos los norteamericanos torturan”.
Era fácil para Bush decir “esto no representa lo que EE.UU. simboliza”. Pero
deberíamos ser honestos aquí: qué sucede cuando los árabes hacen lo mismo a
prisioneros norteamericanos. No sólo torturándolos, sino humillándolos
públicamente, con fotos. ¿Cómo reacciona EE.UU.? En el caso actual, EE.UU. ni
siquiera procesará legalmente a los soldados. Esta mañana leí que los soldados
norteamericanos sólo serán castigados administrativamente. Cuando este escándalo
estalló, la explicación general era que se debió a la falta de educación, ya que
a los soldados no se les enseñó bien la Convención de Ginebra. ¿Necesitás saber
la Convención de Ginebra para no torturar? El punto relevante es el siguiente:
“eso somos nosotros”. Lo que todo el mundo sabe es que “eso” es parte
fundamental de la cultura norteamericana. Casi cada mes en EE.UU. hay un
escándalo en el ejército, en algún grupo universitario o de fraternidad: sea
donde sea que hay una comunidad cerrada, tenés estos rituales de iniciación
donde sos habitualmente humillado de esta manera. Aquí está la paradoja: esto no
es racismo. Por el contrario, EE.UU. les dio a los iraquíes una parte
fundamental de su propia cultura. Esta es la tragedia: lo que se ve es una parte
relevante de la cultura norteamericana. Este es el verdadero problema: la “parte
sucia” de la cultura norteamericana más allá de su discurso sobre la democracia.
Creo que este hecho es la mayor derrota de EE.UU.: es esta mezcla de
identidades, de ciudadanía abstracta, que necesita como suplemento la explosión
de estos pequeños grupos iniciáticos.
Volvamos a Europa y las llamadas “amenazas globales”. ¿Cuál es su
lectura del atentado del 11-M en Madrid?
–Si me preguntas
francamente, no creo que este hecho tenga un gran significado histórico. Claro,
significa que la guerra y el terrorismo se extienden también a Europa. Pone a
Europa en una posición muy difícil porque si ahora pone más acento en el
terrorismo, Estados Unidos puede decir “ven, teníamos razón. Todo lo que hicimos
debíamos hacerlo”; si ponen menos acento en el terrorismo, Europa aparecerá como
el lugar que puede ser fácilmente blanco del terrorismo. Creo que se necesita
una política muy clara.
Pesimismo de la
inteligencia, optimismo de la voluntad
Usted ha sido muy crítico, al respecto, con los movimientos
antiglobalización...
–Yo soy un izquierdista, pero
justamente como izquierdista radical, sin ilusiones. En principio, por supuesto,
me opongo a todos ellos. Por ejemplo, creo que en el Foro Social de Porto Alegre
no existe un programa propositivo. La gente está fascinada con Porto Alegre:
“¡Qué bueno, ya no hay una izquierda leninista, totalitaria. Ahora podemos estar
todos juntos, desde los ecologistas y las feministas, incluso los ecologistas
conservadores”. ¡Claro! Es fácil estar todos juntos protestando, cuando
compartís un enemigo. Pero imaginemos Porto Alegre en el poder: explotarían de
inmediato. Es lo que pasó en mi país hace quince años con el movimiento
disidente: cuando la cuestión era oponerse al comunismo, hasta algunos
comunistas estábamos por un comunismo democrático. Pero no ocurrió lo mismo
cuando vimos al final del túnel que se aproximaba el poder. Claro que apoyo
estos movimientos, pero tienen limitaciones importantes. Todavía estamos
buscando un nuevo poder. Por ejemplo, todo el mundo está enamorado del
Subcomandante Marcos y los zapatistas. Ellos sobreviven porque se politizaron a
sí mismos: se convirtieron en una gran autoridad moral, con una poética que no
me gusta. Incluso Fox dijo: “Sí,necesitamos la voz de una conciencia...”. El
problema es que es muy fácil adoptar esta pose crítica, donde se quiere ser
correcto. A muchos izquierdistas les gusta organizar boicots a las marcas que
producen en el tercer mundo –al estilo “No compre Nike”–. Pero veamos qué pasa
si esto es exitoso. Forzás a cerrar una fábrica en Indonesia y esto implica que
un montón de gente allí pierde su trabajo y pase a vivir peor. Por supuesto que
son explotados, pero para esa gente la alternativa es mayor pobreza. Claro, tu
conciencia puede estar limpia: no comprás Nike. Creo que todas estas medidas
moralistas no son suficientes. Yo leí el último libro de Naomi Klein, que es muy
entusiasta con estos nuevos movimientos y la autoorganización de la gente. De
acuerdo, pero hoy la sociedad, para que estos grupos locales nomádicos puedan
funcionar, necesita alguien que garantice un orden global, no en un sentido
policial, sino en el sentido de una superestructura. Esta es la gran cuestión:
todos estos grupos alternativos funcionan como correctivos.
¿Y cual sería entonces su
perspectiva?
–Nosotros, por referirme a algún tipo de
izquierda radical, tenemos todavía un análisis más amargo que hacer. Deberíamos
seguir el consejo de uno de los viejos críticos de la Escuela de Frankfurt, Max
Horkheimer: cuando le preguntaban por su actitud, él respondía: “Pesimismo en la
teoría, optimismo en la práctica”. Esto quiere decir que mientras participamos,
debemos retener un pesimismo teórico, en el sentido de no tener ninguna falsa
esperanza. Porque para mí el problema de estos izquierdistas liberales es que
viven en un mundo ilusorio, que podría ser un “poquito” mejor. Por ejemplo, en
Israel: leí una entrevista con un tipo que para la izquierda es horrible, el
historiador Benny Morris. El analiza el origen del estado de Israel. Descubre
cómo en la guerra de 1949/50 Israel efectivamente realiza una limpieza étnica:
organizaba juicios sumarios y asesinatos, para aterrorizar a los árabes. Todo el
mundo se sorprendió con sus conclusiones, pero yo estoy de acuerdo con lo que
dijo: que el único error de Ben Gurion fue no terminar con la limpieza étnica, y
que si lo hubiese hecho, “tendríamos paz ahora”. Su punto es: no seamos
hipócritas. Desplazar a los árabes era la única chance de tener un estado de
Israel. No digo que estoy de acuerdo con sus conclusiones, pero su alternativa
es correcta contra los liberales naïf que dicen “tenemos que tratar a los
palestinos un poco mejor”. Debemos ser realistas y abandonar esa izquierda
liberal moderada.
Fuente: www.rebelion.org , 23 de
septiembre de 2004.