NCeHu 1398/04
ENTREVISTA: SARA RIETTI,
ESPECIALISTA EN POLITICAS
CIENTIFICAS
"En ciencia, antes que plata hay que tener un
proyecto"
La tendencia feroz a exportar científicos no se
detendrá mientras no se cuente con una comunidad científica apta para repensar
un modelo de país en el que el ascenso social vuelva a ser
posible.
Claudio Martyniuk
En el siglo XX hubo una especie de milagro argentino, que permitió
producir tres premios Nobel, algo sin par en América latina. Pero también ese
fue el siglo del desperdicio del conocimiento: un país que aún puede formar
científicos se caracteriza, desde hace ya décadas, por exportar materia gris.
¿Por qué ocurre esto?
—Ese milagro se corresponde con el
desarrollo de un proyecto de país. Existía un modelo que se puede cuestionar en
el grado de igualdad que preveía, pero que incorporaba corrientes migratorias y
creaba una sociedad con esperanzas de ascenso social. Hubo un proyecto de país
formulado con mucha consistencia, en el cual la educación y la salud pública
funcionaron como mecanismos de integración; y ambos, como soporte del milagro
científico. Nuestro milagro, en buena medida, tenía que ver con la salud pública
—los premios Nobel son en biociencia—. Houssay no venía formalmente del hospital
público, pero toda la tradición de la facultad de Medicina estaba hecha para
alimentar al hospital público, en el marco de ese mencionado proyecto de país. Y
la educación hizo que, por ejemplo, César Milstein pudiera ser un estudiante
universitario, aun cuando su padre había sido un inmigrante anarquista muy
humilde. De alguna forma, quiero mostrar que si él pudo acceder a la Universidad
de Buenos Aires fue porque acá se daban las condiciones. Insisto: educación y
salud pública fueron dos soportes fundamentales.
Y la salud pública
exigía y producía una buena medicina.
¿Cómo se produce la destrucción de esos logros?
—Con el marco opuesto. Nosotros estamos preparando científicos
for export. Y se equivocan quienes buscan la explicación en si tenemos
una tasa de inversión en ciencia del 0,5 o 1,5% del producto bruto interno,
porque cuanto más dinero destinemos, más científicos vamos a exportar. Los
criterios de formación, de excelencia y de evaluación de nuestra producción
están concebidos para que la gente se vaya. ¿Toda nuestra inteligencia no sirve
para darse cuenta de que después de haber hecho el doctorado y el posdoctorado
en el exterior, de seguir en contacto con grupos del exterior, que tienen acceso
a las revistas de alto impacto, uno empieza a producir, a seguir los temas que
ahí se valoran, leyendo los labios de personas de otras latitudes para ver qué
tenemos que hacer y decir? Además, ¿cómo vamos a competir con los salarios del
hemisferio norte o con los presupuestos que tienen algunas empresas
multinacionales para investigación biotecnológica? Formamos investigadores para
que todas las grandes compañías farmacéuticas de agroquímicos se alimenten.
¿Acaso hay recursos más baratos que los nuestros? Más aún, a veces pueden ser
generosos y dejar que investiguen acá, porque más barato que acá no hay nada.
Pero los temas de investigación son los que se imponen allá. Así que, o
exportamos nuestros cerebros o exportamos nuestro conocimiento.
¿Cómo se produce el pasaje de una situación a
otra?
—La Noche de los Bastones Largos es un momento de quiebre,
porque se produce contra una ciencia que se está modernizando y también
comprometiendo con un modelo más autónomo, con un proyecto
nacional.
Se suele decir que las condiciones de trabajo son siempre
peores para las mujeres que para los hombres. Antes de 1966, ¿cómo era el
panorama para las investigadoras?
—En la Facultad de Ciencias Exactas
creo que tuvimos un buen clima. Las mujeres éramos nuevas y muy poquitas;
entonces, lo que hacíamos era seguir el modelo. En el primer mundo hay muchas
mujeres que asumen lo femenino como una diferencia y como una responsabilidad, y
con todo respeto por el diferente. Pero en Argentina, sumado a este proceso de
arrinconamiento de la ciencia, esas posiciones tienen muy poco eco en nuestra
comunidad científica femenina. Si los varones son los patrones, cuando sale un
paper, la que estuvo haciendo todo el trabajo de rutina y muchas veces
dando ideas importantes, no aparece muy destacada.
Sigamos en los años 60, esenciales para la conformación de la
política científica argentina, ya que se crea el Conicet, al cual Houssay le
imprime un estilo no compartido por todos.
—Houssay estaba inscripto
en el proyecto que genera el milagro de la ciencia argentina. Y el Conicet es
una cosa seria, aunque nuestra ciencia empieza a estar inmediatamente
arrinconada y perseguida. Tiene una pequeña primavera en el 73, cuando nos
convocan a todos los que habíamos renunciado en el 66. Pero en el 76 empieza de
nuevo una desgracia espantosa. En Exactas llegan los policías revoleando los
bastones y diciendo "no queremos ver un estudiante por acá". Entonces emigró
mucha gente y se conformó una comunidad arrinconada. Cuando llegó la democracia,
muchos realizamos esfuerzos para remontar una situación terrible.
Desde la recuperación de la democracia comienzan a advertirse
todos los problemas económicos. ¿Los problemas de la ciencia argentina son
siempre de financiamiento?
—Obviamente, satisfacen necesidades, pero
yo nunca creí en los fondos como el soporte de las soluciones, porque en ciencia
primero hay que tener un proyecto. Me gustaría enfatizar que, en este momento, y
sin un proyecto claro, más presupuesto es más mercadería for export.
Pero, atención, en algunos sectores se percibe una intención muy valiosa de
fomentar la relación entre el conocimiento y la producción. Eso me parece bien,
pero pertenece más al campo económico. No estoy de acuerdo con la idea que
concibe a la universidad como una empresa, aunque sí con la preocupación de que
el conocimiento dé frutos en la sociedad. A fines de la década del noventa, la
Secretaría de Ciencia y Tecnología tuvo una política absurda, que hablaba de
fomentar la universidad-empresa y la ciencia para la producción, mientras
estaban todas las persianas bajas y las pymes, destruidas. Lo importante es
tener una comunidad científica apta para pensar en nosotros, para pensar nuestro
país y para imaginarse la igualdad. Y eso yo no sé si necesita mucho más
presupuesto, sino un proyecto.
Entre los cambios que se introducen en la formación de los
científicos, aparecen, a fines de los 80 y en los 90, los posgrados. Posgrados,
maestrías, carreras de especialización son formaciones académicas aranceladas.
¿No es una forma de sustituir la educación gratuita?
—Desde esos años
la universidad empieza a estar coaccionada, al principio con mucha discreción.
Uno profundiza bastante su formación enseñando, pero, efectivamente, a partir de
los 90, empieza un auge de los posgrados que corresponde a una perspectiva que
prima en el mundo sobre la especialización. Es también cuando las universidades
privadas participan en una especie de negocio, según el cual la universidad
pública produce profesionales y ellas, los posgrados. Y, luego, un poco más
lentamente, la universidad pública también fue ofreciendo posgrados
arancelados.
Docentes e investigadores universitarios están sujetos a
situaciones de precariedad que van desde sueldos llenos de adicionales no
remunerativos, hasta incentivos que se pagan si se cumplen determinados
requisitos. ¿Qué impacto cree que tiene esa situación salarial?
—Todo
el que genera una creciente burocratización de la actividad
académica.
Y esta burocratización, ¿tiene algún correlato con la calidad
de nuestros investigadores? Porque parece que se premia la cantidad de artículos
sin que importe demasiado la calidad.
—¿Sabe una cosa? Prácticamente
nadie lee los trabajos. ¿Acaso en el ámbito institucional alguien lee un
paper de un investigador? Uno los envía y se pesan. A su vez, los
investigadores construyen un discurso, aunque cortito, sobre lo que hacen, y se
lee eso, donde figura la primera página de una publicación y los seminarios en
los que participó y punto. Pero los papers no sirven para nada, porque
en el campo de la ciencia dura nadie los lee. Yo creo que promover su
publicación puede ser hasta negativo, porque participa de un proceso de
burocratización que no refleja la calidad de los contenidos. Apenas sirven para
hacer cuentas.
Fuente: diario
Clarín, de Buenos Aires, Argentina; Suplemento
Zona, domingo 5 de setiembre de 2004.
|