NCeHu 1343/04
Etiopía-Eritrea: guerra de pobres, guerra olvidada
Alejandra Araya y
Carolina Piazzi
Observatorio de conflictos,
Argentina
El
presente informe aborda un conflicto bélico que tiene lugar en el nordeste de
África, entre los estados de Etiopía y Eritrea; guerra fronteriza que podría
desestabilizar aún más el frágil equilibrio del Cuerno de África. De la quincena
de conflictos que ensangrientan actualmente el continente africano, la guerra
etio-eritrea es, con mucho, la más convencional. Enfrenta a dos ejércitos
regulares en las líneas de los frentes.
Con el objetivo de ubicar
históricamente a los estados en conflicto haremos una presentación de ambos
países que explique sus puntos de contacto y de distanciamiento. En segundo
lugar, explicaremos el desarrollo de la guerra desde su estallido en 1998 hasta
la actualidad; las intervenciones de los países y organismos internacionales en
el conflicto; el equilibrio de fuerzas entre los estados beligerantes; y en
particular, el grave problema de los refugiados. Finalmente, se verá la
profundización de la precaria situación económica y social en la que se
encuentran ambos países en la actualidad.
En el nordeste del
continente africano, integrando el Cuerno de África, se halla uno de los países
más antiguos del mundo (con China y Egipto), Etiopía, llamada a veces Abisinia,
porque el principal grupo étnico es el abisinio -30% del total- que vive en el
norte y centro oeste, seguido por los gallas en el centro, somalíes en el
sudeste y danakiles en la llanura homónima. Su capital es Addis Abeba, que
significa “Nueva Flor”; y el principal idioma es el amhárico.
Es un país principalmente
agrícola, con sólo un 11% de población urbana, que porta algunos rasgos que lo
distinguen de los demás países africanos:
Es un estado independiente
desde hace mucho más tiempo que cualquier país de África, excepto Egipto;
permaneció inconquistado durante casi 3000 años, aún en el período culminante
del forcejeo de Europa por apoderarse de África, y lo fue porque era demasiado
inaccesible, montañoso e inexpugnable al ataque. Sólo permaneció bajo dominación
extranjera durante la ocupación italiana desde 1936 hasta 1941.
Es un
país cristiano desde tiempos remotos, no cristianizado por modernos misioneros.
En el siglo IV d.C., la Roma cristiana conquista Egipto y Siria, cuya influencia
llega al reino de Axum (Etiopía) a través de los monjes de Alejandría que erigen
los primeros conventos, así la herejía monofisista se convierte en religión de
estado. A pesar de ser oficialmente cristiana, la mayoría de su población es
musulmana (60%).
Las actuales fronteras
son el resultado de las últimas conquistas, a finales del s.XIX, realizadas por
el emperador Menelik II, las cuales conformaron un estado cuya estructura
interna explica su permanencia y fuerza: las dinastías que se suceden a lo largo
de los siglos han surgido de las altiplanicies, de la etnia amhara o tigriña
esencialmente. Algunos reyes periféricos continuaban ejerciendo sus poderes
regionales y locales, el emperador amhara o tigriño llevaba el titulo “rey de
reyes” (negusa nagast). El mismo dirigía un estado centralizado, practicaba
frente a los pueblos sometidos y a sus propios campesinos una política de
explotación (mediante el pago de tributos). Halle Selassie coronado negus en
1930, incorpora Eritrea a Etiopía como provincia federada en 1952. Este estado,
originalmente, fue una colonia italiana, y después de la II Guerra Mundial los
británicos se apoderaron de ella.
Su nombre proviene de
Marem Erythraeum, que es como los romanos llamaban al Mar Rojo. Actualmente, su
capital es la ciudad de Asmara; y sus principales idiomas son el tigriño y el
tigré, que difieren mucho del amharico.
La historia contemporánea
de Eritrea se inicia en 1889 con la ocupación italiana. Aunque presentando todas
las características del colonialismo, en este caso se acompañó de un desarrollo
económico y político sin comparación con los países del entorno. Cuando pasó a
depender de la administración inglesa, después de la II guerra mundial, la casi
totalidad de las infraestructuras industriales, portuarias y ferroviarias fueron
vendidas o desmanteladas. Se convirtió en un país considerablemente debilitado,
cuando en 1952 las Naciones Unidas deciden federarla a Etiopía. Según los
acuerdos aprobados con el emperador Haile Selassie, Eritrea debía gozar de
cierta autonomía, pero muy rápidamente, el negus le impuso una dominación brutal
y la anexionó unilateralmente. La represión se llevó a cabo brutalmente (pueblos
quemados, poblaciones masacradas) y se organizó la resistencia. En 1961 nace el
Frente de Liberación de Eritrea (FLE), y en 1970 el Frente Popular de Liberación
de Eritrea (FPLE), escisión marxista del FLE, que toma la dirección de la lucha.
Aislado internacionalmente, combatirá con sus propias fuerzas a las dos
superpotencias: Estados Unidos primero, que sostiene a Halle Selassie hasta su
caída en 1974; la URSS a continuación, que aporta un apoyo incondicional a
Mengistu, nuevo hombre fuerte de Etiopía, cuya sangrienta dictadura se acaba en
1991. Si se añade la sequía y hambre catastróficas en los años 80, la
resistencia victoriosa del FPLE no puede explicarse más que por su capacidad de
organización y su implantación en la población.
Desde 1991 Etiopía está
gobernada por el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF).
Desde la misma fecha gobierna Eritrea el Frente de Liberación del Pueblo Eritreo
(EPLF). Ambos siguen viviendo del prestigio que adquirieron por ser los grupos
rebeldes que lideraron el movimiento revolucionario contra el régimen de
Mengistu, que finalmente llevó al derrocamiento del régimen Deurg y a la
proclamación de la independencia eritrea (prontamente reconocida por Etiopía, ya
que sus gobiernos se consideraban compañeros de armas).
En Mayo de 1991, la toma
de Asmara por las fuerzas del Frente Popular para la Liberación de Eritrea puso
fin a una guerra de 30 años. Dos años después, el 25 de Abril de 1993, el país
ratifica por referéndum una independencia conquistada por las armas.
A partir de aquí, Addis
Abeba y Asmara eligieron caminos muy diferentes. Eritrea se lanzó a la
construcción de un Estado unitario que tolera sólo un partido, se ha
transformado en un jacobinismo acentuado por una mentalidad militar heredada de
la guerrilla. Las grandes decisiones en el ámbito interno están inspiradas por
el objetivo de hacer irreversible la unidad interna forjada en la guerra de un
país-mosaico diverso étnica, religiosa y lingüísticamente; estas decisiones
refieren a la laicidad, la introducción de un servicio nacional, la inexistencia
de lenguas oficiales, la reestructuración administrativa, etc. La única
ideología verdadera del régimen eritreo es un nacionalismo altivo.
Contrariamente, en
Etiopía, Meles Zenawi estableció, con la Constitución de 1995, un “federalismo
étnico” que daba lugar a la conformación de pequeños estados dentro del estado
etíope. Esta construcción entró en colisión con la negativa del FPLT a compartir
el poder, y también con otros movimientos de base étnica marginados del poder.
Con respecto a la economía, Eritrea es partidario del liberalismo económico y la
producción para la exportación, y desconfía de la ayuda extranjera no
controlada. Por su parte, Etiopia opta por el control de los cambios, las
inversiones en todos los sectores y la máxima ayuda extranjera. Cuando en 1997
Eritrea decidió la introducción de su propia moneda (el nacfa) para asentar la
libertad de sus transacciones económicas con el extranjero, creó una “frontera”
ya que ambos países habían establecido (en 1991), un mutuo librecambio y el
libre acceso de Etiopía a los puertos eritreos.
Etiopía y Eritrea
comparten una frontera de más de 1000 km, que no está claramente delimitada por
los tratados internacionales, así el estallido de la guerra en 1998 va
acompañado por la redacción de un informe (14 y 29 de Mayo) por parte de
Eritrea, donde reclama la “frontera colonial”, es decir, la línea trazada a
principios de siglo entre el reino de Italia y el imperio de Etiopía. Esta línea
se fue precisando por sucesivos tratados, de los cuales el más importante fue el
del 15 de Mayo de 1902 (tratado anglo-ítalo-etíope) que delimita la parte
occidental y central de la frontera, justo donde se desató la guerra.
Etiopía no objeta este
tratado, pero Eritrea acusa a las autoridades locales de Tigré de utilizar otro
mapa que incorpora a Etiopía zonas fronterizas (en las que después estalla el
conflicto).
En 1952, cuando la ONU
federa Eritrea a Etiopía, la línea pierde parte de su fuerza, y el rais (señor)
de Tigré realizó instalaciones agrícolas en la zona fronteriza, cuya
administración dependía de un distrito tigriño. A partir de entonces, la zona ha
estado sometida a periódicas disputas, por ejemplo: el 1976 y en 1981 las
guerrillas del FLE y del FPLT (Frente Popular de Liberación del Tigré) tuvieron
varios enfrentamientos en esta región.
Es por ello, que esta
guerra que estalla en 1998 ha sido calificada por los organismos internacionales
como una “guerra absurda”, pues no es ni étnica, ni religiosa ni tribal y no
está determinada tampoco por una lucha por el poder; se trata de este antiguo
conflicto entre dos estados, de un conflicto “a la antigua”.
El conflicto se inicia en
mayo de 1998 cuando Eritrea invade el triángulo de Shirga y ocupa Badme y
Zelambesa, como respuesta a un incidente que pocos días antes había causado un
muerto eritreo. Asmara no se esperaba que Addis Abeba reaccionara públicamente.
Como en el pasado eso debía seguir siendo “una pelea de familia”. En Addis Abeba
esta demostración de fuerzas se sintió como una manifestación insoportable de la
arrogancia eritrea, ya que desde hacia varios meses ambos países mantenían un
sordo pulso económico después de la desaparición de su unión monetaria. En este
contexto, la OUA elabora un acuerdo de paz que implicaba un “alto al fuego”; el
mismo no pudo ser aplicado porque existieron diferencias de interpretación: los
eritreos querían el cese del fuego antes de firmar el tratado, y los etíopes lo
aceptarían después de la retirada de tropas eritreas. La cuestión se plantea
actualmente en Etiopía que rechaza todavía la tercera parte del acuerdo. Vista
desde Asmara, la respuesta es clara: Addis Abeba no quiere la paz, su objetivo
no es el arreglo de un litigio fronterizo, sino acabar con el régimen del
presidente Isaías Aferwoki. Eritrea pone como prueba las hojas de rutas
encontradas a los oficiales muertos en marzo de 1999, que incluyen instrucciones
para la ocupación militar de la capital.
Ante la imposibilidad de
negociar, el 12 de mayo del 2000 se produce un nuevo estallido de la guerra,
sucede dos días antes de las elecciones en Etiopía cuando ésta ataca a Eritrea
para recuperar los territorios perdidos en 1998, para castigar a Eritrea y
realizar el mayor número de bajas materiales y humanas, y para dañar su ejército
y su orgullo. El 17 de mayo el Consejo de Seguridad impone un embargo de armas a
los dos países, pero ambos estaban aprovisionados como para continuar con la
guerra, porque ambos países disponen de arsenal de origen soviético, que data de
los años 70 y 80, heredado de las entregas masivas de armas al régimen militar
del coronel Mengistu. Sobre el papel, Etiopía es la más poderosa, con 250.000
hombres, más de 150 carros T-54 y T-55, una treintena de cazas Mig-21 y Mig-23 a
los que se añadieron, en diciembre de 1998, aparatos ultramodernos. Esta flota,
pilotada en gran parte por mercenarios rusos y ucranianos, garantiza a Addis
Abeba la supremacía aérea, porque Asmara no dipone más que de una decena de
aviones de entrenamiento, italianos y finlandeses, y de 8 a 10 interceptores
Mig-29, comprados en 1999. El ejército eritreo dispone también de menos
blindados y cañones, pero sus 150.000 soldados (entre ellos, un tercio son
antiguos combatientes de la guerra de independencia, removilizados, y otro
tercio, reclutas) compensan esta inferioridad con sofisticados medios de
comunicación y observación, un mejor mantenimiento de los materiales y,
finalmente, una movilidad y cohesión netamente superiores a las de los etíopes,
gracias a un aguerrido encuadramiento militar. Los etíopes conquistaron
rápidamente numerosos pueblos y aldeas, y estaban en condiciones de avanzar
sobre Asmara para derrocar a su gobierno, pero esto hubiera sido rechazado por
la comunidad internacional y no lo hicieron. El 18 de junio tras la derrota
militar de Eritrea se firmó un acuerdo de alto al fuego en Argel que contemplaba
el cese de las hostilidades y el posterior despliegue de una fuerza de
interposición de la ONU que debía controlar la franja fronteriza y delimitar
geográficamente esta frontera.
Esta guerra produjo
numerosas pérdidas humanas y más de 750.000 desplazados y refugiados etíopes y
eritreos. Normalmente, al margen de los combates propiamente dichos, las
poblaciones están sufriendo sin embargo las consecuencias de la guerra. A todo
lo largo de la frontera occidental y central, más de 600.000 civiles han tenido
que salir de sus pueblos. En Eritrea la situación es más preocupante porque
deben hacer frente a un éxodo interior (7% de la población). Además, Asmara debe
hacer frente a otra emigración forzada: la de los eritreos y etíopes de origen
eritreo expulsados por Addis Abeba. Desde junio de 1998 han sido expulsados más
de 65.000 en nombre de la seguridad del país. Asmara denuncia una verdadera
depuración étnica.
También Etiopía se queja
de expulsiones masivas. Sin embargo, el balance está lejos de ser equilibrado.
Menos de 30.000 expatriados han abandonado Eritrea desde el comienzo de la
guerra. Al parecer, Eritrea no ha organizado ni caza al hombre, ni saqueos, ni
deportaciones masivas. Amnistía Internacional y la Cruz Roja Internacional lo
reconocen, así como también las Cancillerías, aunque la comunidad internacional
haya dirigido las mismas críticas, en este aspecto, a ambos países. Los
representantes de Amnistía Internacional han advertido, a su regreso de una
visita de investigación a Etiopía y Eritrea, que la expulsión masiva amenaza ya
a todas las personas de origen eritreo de Etiopía y causa muchísimo sufrimiento
a millares de familias todas las semanas.
La política de expulsión
de personas de origen eritreo aplicada por Etiopía tras el estallido de la
guerra entre ambos países en mayo de 1998 se ha convertido en una operación
generalizada y sistemática de detención y expulsión de todo individuo de
ascendencia parcial o totalmente eritrea. El primer ministro de Etiopía, Meles
Zenawi, ha dicho que las personas expulsadas constituían una amenaza para la
seguridad nacional y que habían perdido la nacionalidad etíope al participar en
1993 en el referéndum sobre la independencia de Eritrea.
Aunque Amnistía
Internacional no adopta ninguna postura sobre el conflicto armado en sí mismo ni
sobre las cuestiones que lo han suscitado, ha instado en reiteradas ocasiones a
ambas partes para que respeten los Convenios de Ginebra. Ambos bandos deben
manifestar públicamente que no autorizarán ni permitirán que los ataques
deliberados o indiscriminados de sus fuerzas armadas contra los civiles queden
impunes. Especialmente importante es que ambos bandos respeten el principio de
distinción entre objetivos militares y civiles, y nunca dirijan sus ataques
contra estos últimos.
Tras la guerra, los
desplazados y refugiados deben enfrentarse a un entorno desolador, ya que gran
parte de la infraestructura y las cosechas han sido destruidas y numerosas zonas
han sido minadas, lo que imposibilita el retorno de la población y supone una
labor urgente para las agencias que se dedican al desminado. Sin bienes, sin
posibilidad de volver o de cultivar sus tierras, estos desplazados dependerán de
la ayuda humanitaria durante más de un año.
El impacto de la guerra
es siniestro para la economía de los beligerantes. En Eritrea los gastos
militares superaron en 1999 el 30% del PIB. A Etiopía no le va mucho mejor. Más
del 10% de su PIB está dedicado al esfuerzo de la guerra, que cuesta diariamente
cerca de un millón de dólares al país. Los presupuestos ministeriales, federales
y regionales se han visto recortados y los ingresos de las privatizaciones se
han destinado en parte a la guerra. Mientras que ambas economías padecen una
guerra que dura ya 30 años, el Banco Mundial y algunos países donantes han
condicionado cualquier nuevo programa de desarrollo al final del conflicto.
Tras la guerra quedan en
ambos países varios problemas por resolver, tanto en la Etiopía castigada por la
sequía como en la Eritrea destrozada por la guerra, en lo que se podría
considerar una crisis humanitaria de elevadas proporciones. Aunque los números
son difíciles de estimar, fuentes gubernamentales, de Naciones Unidas o de
varias ONG internacionales que trabajan en el terreno, estimaron en un millón y
medio las personas desplazadas por la guerra o afectadas por la sequía en
Eritrea (casi el 40% de la población) y más de 350.000 desplazados en
Etiopía.
La precaria situación
económica y social de Etiopía contribuye enormemente a la propagación de
hambrunas. Es el país más pobre del mundo, según la clasificación del BM
recientemente publicada. Por su parte, la economía de Eritrea estaba totalmente
colapsada antes de comenzar la guerra pero, tras ella, ha quedado casi en estado
de coma. La cantidad de kilocalorías por habitante y día, en Etiopía y Eritrea,
son las más bajas del mundo (1585 y 1845 respectivamente). El mínimo normal
exigido por la OMS es de 2650 kilocalorías y el mínimo de subsistencia para no
morir de hambre es de 1650.
Con 210 y 110 dólares de
renta anual por habitante, ambos países, se sitúan respectivamente, entre las
naciones más pobres del mundo, en los puestos 167 y 172 de los 174 países
clasificados por el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), según
su índice de desarrollo humano. Las necesidades ayuda serán muy importantes en
los próximos meses, aunque aún lo son más los programas de desarrollo a medio y
largo plazo que eviten la dependencia de la ayuda externa.
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Fuente: www.rebelión.org
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