NCeHu 1319/04
“El neoliberalismo al rojo vivo:
mercado de trabajo en Argentina”
Javier Lindenboim
y Mariana González
Introducción
La Argentina está recién comenzando a superar
lentamente los momentos más graves de una profunda crisis económica, cuyas
consecuencias sociales han sido devastadoras, y que en el plano político
precipitó un cuestionamiento generalizado respecto al funcionamiento de las
instituciones democráticas.
Esta
crisis estalló a fines del año 2001, luego de un período de recesión que se
extendió durante tres años. En efecto el PBI entre 1999 y 2001 inclusive
disminuyó en promedio un 3% anual, y a partir de allí cayó un 11 % en el plazo
de un año.
Estas cifras, comparadas con el importante
crecimiento económico observado en los primeros años de la década del noventa,
parecen a primera vista indicar que se trata de un problema gestado en unos
pocos años. Esta visión es propiciada por quienes buscan encontrar como culpable
exclusivo y excluyente de esta situación a alguno de los dos últimos gobiernos:
el de Fernando De La Rúa y el de Eduardo Duhalde.
Sin
ninguna intención de defender a estos presidentes, en honor a la verdad debe
reconocerse que la gestación de esta crisis económica no comenzó en los últimos
años, ni fue –como sostienen algunos– el desafortunado resultado de una
conjunción de factores externos desfavorables (crisis en otros países
periféricos, devaluación de la moneda brasilera, caída en los términos de
intercambio). Antes bien, esta crisis resultó ser el anunciado desenlace del
modelo económico implementado en la Argentina desde inicios de la década del
noventa.
Esta
orientación, que implicó cambios tanto en las políticas económicas como en el
rol del Estado en la economía y en la sociedad, se basó en las recomendaciones
hechas por los organismos internacionales a los países latinoamericanos, y cuyo
cumplimiento se planteaba como necesario para crear las condiciones que
permitirían reincorporarlos como receptores de flujos de capitales tras la
llamada “crisis de la deuda”.
El
“nuevo” modelo, que ya había mostrado su inviabilidad y sus consecuencias
negativas en un breve ensayo durante la pasada dictadura, incluía entre los
cambios de política económica una abrupta apertura tanto comercial como
financiera, que terminó por destruir un conjunto importante de las empresas y
las industrias nacionales, al tiempo que propiciaba una entrada de capitales
externos de una magnitud tal que logró esconder por varios años la gravedad del
daño que estaban sufriendo la economía y la sociedad argentinas.
La sobrevaluación del tipo de cambio que se
mantuvo durante el período, argumentando la necesidad de mantener la estabilidad
lograda mediante el plan de Convertibilidad, volvía la situación aún más grave,
ya que restaba competitividad a los productos nacionales a la vez que abarataba
significativamente todos los bienes importados. Esto hizo que muchas empresas no
pudiesen sobrevivir, y forzó al resto a lograr aumentos de productividad
principalmente mediante alguna de estas dos vías: la sustitución de trabajadores
por equipos de capital (que por ser importados estaban relativamente abaratados)
y el aumento en la explotación del factor trabajo, a través de cambios
organizacionales o del incremento en la intensidad del trabajo. Ambas opciones
hicieron que la demanda laboral creciera muy lentamente aún en el contexto
inicial de crecimiento económico, que se incrementara gravemente el desempleo y
se deteriorasen las condiciones laborales.
La
profunda crisis económica que se manifestó a partir del 2001, y sus graves
consecuencias en el plano del ámbito laboral, no deben hacernos olvidar que el
deterioro de la situación de los trabajadores fue una constante a lo largo de
toda la década del noventa. Así fue que mientras la tasa de desocupación llegó a
un pico de 21,5% en mayo del año 2002, su valor se había mantenido por encima
del 12% desde 1994, alcanzando ya el 18% en 1995. Es que el esquema económico
dificultaba la creación de empleo por un lado, mientras que por otro hacía a la
economía especialmente vulnerable a sufrir repentinas crisis que agravaban aún
más la situación de los trabajadores.
Por las razones brevemente esbozadas en estas
primeras páginas, entendemos que para comprender el problema actual de la
economía y del mercado laboral, no es suficiente analizar lo ocurrido
recientemente, sino que hay que remontarse cuando menos a los comienzos de las
reformas neoliberales y de la implementación del plan de
convertibilidad.
Con
este enfoque, presentamos un balance general de lo ocurrido en los mercados
laborales urbanos en la Argentina a partir de principios de los noventa,
describiendo el proceso de deterioro observado y procurando a la vez indagar en
las razones del mismo.
Para
ello, se recurre a la información suministrada por la Encuesta Permanente de
Hogares para 25 aglomerados urbanos en los que se releva información
sistemáticamente en los meses de mayo y octubre de cada año. Ello permite dar
cuenta de la declinación en la capacidad de absorción por parte de la demanda de
trabajo, el escaso aumento de la oferta laboral respecto de su tendencia
histórica, así como el resultado de la interacción de demanda y oferta en
términos de desempleo y empeoramiento de la calidad de los puestos de trabajo.
El
modo de estructurar el trabajo para mostrar las evidencias al respecto se centra
en cuestionar las afirmaciones sostenidas durante los noventa –y aún hoy– por
quienes tienden a desvincular sistemáticamente los resultados observados en el
mercado laboral respecto de las políticas económicas
implementadas.
Así,
luego de esta introducción se comienza presentando una discusión general
respecto de la naturaleza de las concepciones económicas, sociales y políticas
del neoliberalismo y su aplicación en América Latina, para adentrarse ya en la
sección 2 en el caso argentino a través de un breve balance de la situación del
mercado de trabajo en los noventa. Esta primera información se contrasta en la
sección 3 con el diagnóstico oficialista (neoliberal) respecto de lo que estaba
sucediendo en el mercado laboral y las políticas aplicadas en base a estas
ideas, para luego presentar nuestras críticas a esa visión y a los resultados de
esas políticas en la sección siguiente.
1.
Neoliberalismo y
mercado de trabajo
Muchos analistas hablan indiferentemente de
globalización, neoliberalismo y capitalismo contemporáneo, como si fueran términos intercambiables.
(…) En una frase: si la globalización es el medio, el neoliberalismo es la política
hegemónica y la acumulación de capital el fin.
La afirmación según la
cual el neoliberalismo defiende los intereses del mercado contra el Estado es
ambigua. Deja suponer que en la fase de acumulación precedente, las políticas
económicas, la ideología dominante y las instituciones estatales y de regulación
de las empresas no tuvo por objeto central la defensa del mercado.
Darío I. Restrepo Botero (2003)
La
segunda mitad del siglo XX permitió observar –simultáneamente- una potenciación
sin precedentes de la capacidad humana para producir bienes capaces de
satisfacer las más variadas necesidades, junto con un proceso de deconstrucción
de las instancias de preservación y ampliación de los derechos y conquistas de
los trabajadores, el componente indudablemente más débil de la estructura
productiva capitalista.
Luego de
la Segunda Guerra Mundial, cambió el liderazgo occidental pasando de Gran
Bretaña los Estados Unidos, al tiempo que fue derrotado en asociación con la
URSS el experimento nazi. La Unión soviética amplió su área de influencia a
buena parte de la Europa oriental. Se construyó un nuevo orden de posguerra que,
si bien tuvo como característica una “guerra fría” que duró décadas, dió origen
al sistema de las Naciones Unidas y a procesos de independencia de antiguas
colonias hasta los años sesenta.
Con la
“rebeldía” de Francia en 1968 que solicitó –infructuosamente- transformar sus
cuantiosas reservas en dólares en su equivalente en oro, cuyo eco fue la
devaluación del dólar respecto del oro,
se inició un período de turbulencias cuyo máximo exponente fue la denominada
crisis del petróleo a comienzos de los setenta.
Con el
esfuerzo por recomponer el ritmo de acumulación a escala internacional, el
capitalismo da término a los “treinta años gloriosos”,
con la forzada colocación de los petrodólares en las economías dependientes
(luego bautizadas con el nombre de emergentes) y un reforzamiento de los cambios
tecnológicos, todavía enmarcados en la competencia con la entonces Unión
Soviética.
Así, los
setenta y los ochenta (que culminaron con los documentos constitutivos del
Consenso de Washington) se caracterizaron por la instalación de regímenes
políticos conservadores en Gran Bretaña y Estados Unidos sostenidos en las
corrientes económicas que se pueden denominar, genéricamente, neoliberales o
neoclásicas.
Estas
corrientes que llegaron luego a imponerse en la mayor parte del planeta, a
comienzos del siglo XXI han empezado a ser duramente cuestionadas.
Sin
pretensión de ser exhaustivos podemos señalar algunos de los puntos focales del
denominado pensamiento dominante, en particular aquellos ligados a la
participación laboral de la población. Es obvio que uno de los aspectos
principales es la desaparición de la centralidad del trabajo en el análisis
económico y en la formulación de políticas. El esquema se sostiene en afirmar
que la generación de cambios tecnológicos (presuntamente derivados de una
modificación “autónoma” de la demanda) acelera -más que el aumento de la
producción de bienes y servicios- la disminución relativa de los requerimientos
laborales. Negando que el trabajo sea la actividad humana que genera el valor,
este pensamiento justifica “teóricamente” la aparición y reproducción de un
sobrante de trabajo (de trabajadores) dando pie a la denominada “economía de dos
velocidades”.
En lo que
se refiere al impacto de la ideología y la práctica neoliberales sobre el
mercado de trabajo –la “crisis del trabajo”– de la Garza sintetiza lo que él
denomina las cuatro formas en que tal crisis se manifiesta: a) “La crisis de la
actividad laboral como centro de la creación de identidad de sujetos sociales”;
b) “La crisis del trabajo como núcleo de la acumulación del capital”; c) “La
crisis de la centralidad del trabajo en la sociedad postindustrial”; d) La
significación que tal crisis plantea para América Latina.
Lo
característico del pensamiento dominante en las décadas finales del siglo XX es,
precisamente, junto con la supresión analítica de la capacidad de generación de
valor por parte del trabajo, que el “mercado” determina qué se produce, cómo se
reparte, etc. sin aceptar regulación social alguna respecto de aquellas
determinaciones y, menos aún, sobre su apropiación. Con lo cual, termina por
esfumarse el significado de la dotación inicial de los factores para acceder a
una porción determinada del resultado económico y, por lo tanto, desaparece el
significado de las relaciones sociales
como reguladoras del modo de distribución de la riqueza social, más allá
de las meras relaciones mercantiles.
2.
Los signos del deterioro
laboral
Si
bien no puede afirmarse que los problemas laborales de la población argentina
comenzaron en la década del noventa, sí es cierto que esos años serán
históricamente recordados por la gravedad que adquirieron las cuestiones
vinculadas al trabajo.
El signo más evidente de ello está dado por la
evolución de la tasa de desocupación que, como es sabido, llegó a niveles
inusitados, manteniéndose por encima de los dos dígitos desde 1994 hasta hoy
(ver gráfico 1), y con perspectivas poco alentadoras respecto del tiempo y
esfuerzo que, aún con crecimiento económico, es necesario para bajar el
desempleo.
Fuente:
elaboración propia CEPED en base a EPH-INDEC, ondas
octubre.
Pero
la tasa de desempleo no constituye, ni por lejos, el único signo de deterioro de
la situación laboral. Antes bien, la situación de los trabajadores se ha visto
afectada también por cuestiones relativas a la calidad del empleo. Entre éstas,
podemos destacar, aunque sin ser exhaustivos, el aumento de la subocupación, el
gran incremento de la proporción de empleo no registrado, el estancamiento y
posterior caída de los salarios.
En
efecto, la tasa de subocupación creció sin tregua a lo largo de estos años, y
llegó a más que duplicarse entre 1990 y 2002 (ver gráfico 2). Pero también la
sobreocupación se incrementó notablemente, de manera tal que se redujo el grupo
de trabajadores que tiene una jornada laboral que podría considerarse “normal”
(entre 35 y 45 horas semanales). Por otra parte, la proporción de empleos no
registrados o “en negro” pasó del 28 % a casi el 40 % en el lapso de diez años
(ver gráfico 3). La precariedad de estos vínculos laborales implica que estos
trabajadores sufren una situación de inestabilidad y desprotección.
Fuente:
elaboración propia CEPED en base a EPH-INDEC, ondas
octubre.
Fuente:
elaboración propia CEPED en base a EPH-INDEC, ondas
octubre.
Finalmente, más allá del impulso inicial que
tuvieron como resultado del freno a la hiperinflación y de la reactivación
económica –impulso que de todos modos resultó inferior al crecimiento de la
productividad laboral–, los salarios mostraron un retroceso a partir de 1994.
Además, este proceso se dio conjuntamente con un aumento en la desigualdad
salarial, lo cual da cuenta de que para muchos trabajadores el panorama fue aún
más negativo.
Todo
lo anterior no es más que el reflejo de la débil posición en que se encontraron
los trabajadores a la hora de negociar sus condiciones laborales, y esta
debilidad derivó principalmente del alto grado de desocupación ya
mencionado.
Fuente:
elaboración propia CEPED en base a EPH-INDEC, ondas
octubre.
3.
El diagnóstico oficial
Conociendo
esta situación, cabe preguntarse cuál fue el diagnóstico que al respecto
construyeron el gobierno y ciertos círculos académicos
afines.
En
este diagnóstico pueden diferenciarse dos rasgos característicos: el primero de
ellos implicó entender este problema siempre como coyuntural: en un primer
momento como producto de crisis externas inevitables (el tequilazo mexicano, la
crisis asiática, la crisis rusa), más adelante como fruto exclusivo de la
recesión de los últimos años.
El
segundo consistió en atribuir las causas del desempleo a cuestiones intrínsecas
al funcionamiento del mercado de trabajo, principalmente su falta de adecuada
flexibilidad. En efecto, de acuerdo con la visión neoliberal que fue hegemónica
en Argentina durante toda la década del noventa y cuyo influyo no ha
desaparecido, los problemas del mercado de trabajo deben buscarse al interior
del mismo. Dado que de acuerdo con las leyes de mercado el equilibrio está
asegurado, si éste no se observa es porque existen mecanismos que no permiten el
libre funcionamiento de esas fuerzas del mercado. En particular, aquellos que
impiden la caída del salario para que ajuste al nivel que es necesario para
alcanzar el pleno empleo, o leyes y normativas que no permiten atenuar los
costos del despido y por lo tanto imponen costes demasiado elevados a la
contratación de trabajadores.
En
todos los casos, las “culpas” del desempleo se imponen sobre los mismos
trabajadores, o sus organizaciones, o las instituciones que buscan
protegerlos.
Otro
argumento señala que el desempleo es producto de una falta de adecuación de la
mano de obra a los nuevos requerimientos tecnológicos. En este caso, se dice,
sería necesario que transcurra cierto tiempo hasta que las calificaciones de la mano de obra se
adecuen a lo requerido en los “nuevos” procesos productivos. Merece la pena
notar que esta afirmación, más allá de que sea válida o no, implica reconocer
que esas fuerzas del mercado que conducen al equilibrio no actúan tan rápida y
eficazmente como otras veces se supone.
A partir de estas explicaciones, la solución
que se postulaba para el desempleo consistía principalmente, por un lado, en no
tomar ninguna medida especial en el plano económico y dejar que, dado el
contexto de estabilidad que se había alcanzado se generasen nuevos
emprendimientos productivos y por lo tanto nuevas oportunidades laborales. Por
otro lado, se debía flexibilizar el mercado laboral y disminuir los costos
laborales a través de cambios en la legislación, legalización de prácticas
anteriormente prohibidas, disminución o supresión de aportes patronales, etc. El
menor costo del empleo también favorecería la contratación de una mayor cantidad
de trabajadores.
Todas
estas medidas fueron entonces llevadas a la práctica: se mantuvo un mismo modelo
durante diez años, esperando que sus problemas se resolviesen automáticamente a
partir de las señales positivas a la inversión y un supuesto clima de
estabilidad, se promulgaron varias leyes que avanzaban en la flexibilización del
contrato laboral y las condiciones de trabajo y se disminuyeron en gran medida
los aportes que los empleadores están obligados a hacer sobre los salarios. Pero
los resultados en materia de reducción del desempleo fueron nulos o incluso
contraproducentes, al tiempo que mediante la puesta en vigencia de las llamadas
“leyes de flexibilización” el mismo Estado promovió la precarización de las
relaciones laborales.
Como
medidas paliativas se estableció un seguro de desempleo y una serie de planes
sociales-laborales, ambos de alcance muy limitado, de modo que no llegaron a
representar siquiera un alivio generalizado para la situación de tantos
desocupados.
4.
Evaluación y críticas
La
flexibilización del mercado de trabajo
A
diferencia de lo que se intentó mostrar desde el gobierno, los problemas del
mercado de trabajo son intrínsecos al modelo de acumulación vigente. El mercado
laboral no se resuelve en sí mismo, ya que el nivel de empleo es resultado de lo
que ocurre en la economía en su conjunto: cuál es el ritmo de crecimiento, cuál
es la estructura productiva, cuáles son las actividades que se expanden, cómo
evoluciona la productividad, amén
de los factores demográficos.
Por
ello, no es posible plantear soluciones al desempleo a partir de una
flexibilización de la contratación laboral ni de los salarios. En Argentina,
ambos resultaron ser más flexibles de lo que usualmente se admite y, aún así, la
tasa de desempleo tendió a aumentar y mantenerse en niveles sumamente
elevados.
Como
se observa en el gráfico 3, los niveles de empleo asalariado no registrado
vienen creciendo sin pausa. El casi 40 % de asalariados cuyo vínculo laboral es
precario se encuentra, de hecho, en las condiciones de trabajo más flexibles que
puedan imaginarse. Ellos no cuentan con la protección de las leyes laborales, no
pueden tener una representación sindical ni negociar colectivamente. Además, la
amenaza de perder el empleo los fuerza en muchos casos a aceptar la
sobreocupación, la flexibilidad en las tareas a desarrollar, los salarios
insuficientes para cubrir un consumo mínimo (Lindenboim, González y Serino,
2000; González y Bonofiglio, 2002).
Las
leyes de flexibilización laboral, en general buscaron reproducir esta situación
en las empresas más grandes, que no pueden tener empleados no registrados,
aunque sí suelen subcontratar empresas en las cuales los “costos salariales” son
más bajos.
El disciplinamiento de la fuerza laboral que
opera a través de la amenaza del desempleo, en un contexto tan desfavorable para
los trabajadores como puede ser la Argentina actual, es altamente generalizado,
aún respecto de quienes tienen contratos “en blanco”.
Si
se comparan las evoluciones del PBI y del salario promedio en la economía
(gráfico 5), es posible verificar que el ajuste de los salarios hacia la baja se
produjo durante las recesiones en magnitudes muy cercanas a la caída del
producto mientras que, por el contrario, no siempre el crecimiento económico se
vio reflejado en una suba de salarios. Ante estas evidencias, no es posible
afirmar que no existe flexibilidad en el mercado de
trabajo.
Fuente:
elaboración propia CEPED en base a Dirección de Cuentas Nacionales y EPH-INDEC,
ondas octubre.
Dada
esta situación, la flexibilización propulsada por las reformas laborales no
implicó, como se pretendía, un incremento en el empleo; lo que sí logró es
exacerbar la situación de deterioro en la calidad de los mismos (Lindenboim,
2000)
Otra
medida que se tomó con el objetivo de buscar incrementar el empleo a través de
la disminución de los costos laborales fue la importante disminución de los
aportes que los empleadores deben realizar en base a los salarios pagados. Ello
tampoco redundó en una mayor creación de empleos. Fue, en cambio, una
significativa transferencia al sector empresario que, además, implicó un grave
problema presupuestario para al sector público (ibídem).
¿Falta de calificación o sobrecalificación de los
trabajadores?
Como
se mencionó, otra de las explicaciones oficiales del incremento de la
desocupación fue que éste se debía a una inadecuación de las calificaciones de
los trabajadores frente a las demandas de los nuevos puestos de trabajo,
relacionados con el uso de nuevas tecnologías.
Este
argumento resulta también falaz por cuanto, aún cuando es cierto que se dio un
proceso de reconversión tecnológica y reorganización de la producción, lo que se
observa a partir de la constatación del nivel educativo de la fuerza laboral es
que ésta tendió en general a estar sobrecalificada en relación con lo requerido
por el puesto desempeñado (Kulfas, 2000).
Por
otra parte, lo que se observó durante los noventa fue que el nivel educativo de
la población económicamente activa se incrementó sostenidamente (Lindenboim,
2000). En parte, ello se debió al mismo contexto de alto desempleo y de
competencia entre los trabajadores por conseguir un
empleo.
Pero
si bien es posible que la mayor capacitación pueda resolver el problema
individual de encontrar trabajo, de ningún modo representa una solución para el
problema colectivo; ya que la capacitación y/o reconversión de la fuerza de
trabajo no crea por sí misma puestos de trabajo y, como argumentaremos, es
precisamente en la debilidad del crecimiento del empleo donde radica la razón
del gran incremento de la desocupación.
La
mayor calificación, en un contexto como el actual, implica un beneficio sobre
todo para el sector empresario, que puede contar con empleados más calificados
sin pagar mayores salarios, e incluso pudiendo disponer de trabajadores
sobrecalificados en relación con las tareas a desempeñar.
Las dificultades de la economía argentina para
crear empleo
Si
no se trata de falta de flexibilidad en el mercado laboral ni de falta de
calificación de la fuerza de trabajo, ¿cuál es la razón por la cual los
indicadores del mercado de trabajo se mostraron crecientemente deteriorados en
los últimos años?
Las
series presentadas en el gráfico 5 permiten apreciar que, particularmente en la
primera parte de la década, el empleo creció a un ritmo mucho menor que el PBI.
Es decir, en esos primeros años de alto crecimiento se crearon en términos
relativos muy pocos nuevos empleos,
lo cual se vio reflejado en el hecho de que en la década el empleo creció en
promedio sólo un 0,23 % por cada incremento del producto de un 1
%.
La
explicación de esta escasa capacidad del producto para crear empleo remite a las
transformaciones operadas en la economía argentina. La apertura externa y la
sobrevaluación cambiaria que se mantuvo durante el período implicaron una fuerte
presión para las empresas respecto de la necesidad de lograr incrementos de
productividad, para poder sobrevivir a la competencia de los productos
importados. El nivel del tipo de cambio, además, redundó en una modificación de
precios relativos entre capital y trabajo, a favor del primero. Ambos factores
facilitaron y obligaron a la sustitución de mano de obra por capital y a la
introducción de cambios en la organización de las tareas productivas. Estos
comportamientos, así como el menor uso de insumos nacionales y la simplificación
de los procesos productivos, son los factores que permiten explicar una parte
importante de los aumentos de productividad de la primera parte de la década,
que redundaron en un menor dinamismo del empleo (Serino y González, 2002;
Lindenboim y Salvia, 2001; Camargo, 1999; Altimir y Beccaria,
1999).
Por
otra parte, el mismo proceso de apertura –con un tipo de cambio sobrevaluado–
habría implicado una fuerte competencia para los trabajadores por cuenta propia
y las pequeñas empresas, muchos de los cuales no pudieron
sobrevivir.
Si bien
puede pensarse que los aumentos de productividad que repercutieron negativamente
sobre la creación de empleo son un fenómeno particular de los momentos
inmediatamente posteriores a la apertura comercial, existe otro factor que
limita la expansión de la ocupación y que tiene carácter permanente. La
reestructuración y reconfiguración productiva que se dan como consecuencia de la
apertura y de las ventajas competitivas de la Argentina, llevan, por un lado, a
un crecimiento relativo mayor de aquellas ramas que son intensivas en recursos
naturales y que tienen altas dotaciones de capital pero son poco intensivas en
trabajo y, por otro, a un decrecimiento relativo en las que son más intensivas
en mano de obra.
La
recesión de los últimos años vino a profundizar este problema ya grave, porque
la retracción del producto implicó a partir de 1999/2000 una expulsión neta de
fuerza de trabajo, mayor que la ocurrida a mediados de la década del noventa.
Tal gravedad puede observarse en la tasa de desempleo que en mayo de 2002
alcanzó un inédito 21,5%.
La
abrupta salida de la convertibilidad a comienzos de 2002 –devaluación mediante–
se reflejó positivamente en el mercado de trabajo a través de la recuperación
del dinamismo en algunas ramas de actividad, particularmente aquellas más
vinculadas con la colocación de productos en el exterior y con la producción
local de artículos hasta entonces importados. Como se ha visto más arriba las
cifras muestran una mejoría (menor desempleo) hacia finales de 2002,
parcialmente atribuible, también, al efecto estadístico del impacto de los
nuevos planes sociales.
Conclusiones
El balance de la década de los noventa es, en
Argentina, el balance de la aplicación a ultranza del neoliberalismo que
transitó por gran parte de América Latina.
El
mensaje gubernamental y de la mayor parte del establishment era que con tal
orientación de las políticas económicas el país arribaría a los deseados
destinos del primer mundo y sus habitantes mejorarían sustancialmente sus
condiciones de vida y de trabajo.
Sin
embargo, la apretada síntesis aquí presentada nos indica que tales augurios no
contaban con adecuado sustento, ya que no podía ignorarse que las políticas
aplicadas tendrían las consecuencias que se evidenciaron sobre la estructura
productiva y, por ende, sobre el mercado de trabajo.
Las
páginas precedentes –creemos– ilustran sobre la falacia de la mayor parte de los
argumentos que se esgrimieron para tratar de explicar comportamientos “no
esperados”. Entre tales comportamientos se aludía a la escasez relativa de la
demanda laboral, al aumento del desempleo y de la subocupación, al crecimiento
del empleo no registrado o precario.
El haber
persistido –más allá de los cambios de gobierno– en mantener el mismo tipo de
políticas aún cuando se mostraba que eran insostenibles a mediano y largo plazo
y que implicaban crecientes sacrificios para la población, dejó una herencia
cuya superación habrá de requerir ingentes esfuerzos del conjunto de la
sociedad.
Ningún
país de América Latina –por sí solo– tiene posibilidades de sobreponerse a tan
duras circunstancias, menos aún en un contexto internacional que, si bien parece
entrar en una etapa de retroceso en el plano del pensamiento único, ocurre todo
lo contrario en el plano político militar a escala planetaria. De allí que
resulta singularmente auspiciosa la “nueva impronta”que parece ir esbozándose en
varios de los países de la región.
Referencias
Altimir, Oscar y Luis Beccaria (1999) “El mercado de trabajo bajo el
nuevo régimen económico en Argentina”, Serie Reformas Económicas Nº 28, Santiago
de Chile, CEPAL.
Bour, Juan Luis (1995) “Los
cambios en la oferta de trabajo”, en Libro Blanco sobre el empleo en Argentina.
Ministerio de Trabajo y Seguridad
Social,
Buenos Aires.
Canitrot, Adolfo (1995) “Presentación general”,
en Libro Blanco sobre el empleo en Argentina.
Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Buenos
Aires.
González, Mariana y Nicolás
Bonofiglio (2002) “Evidencias sobre el deterioro de la calidad del empleo en la
Argentina”, presentado al V Simposio Internacional América Latina y el Caribe:
El desafío de los procesos de desarrollo e integración en el nuevo Milenio,
Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
Javier
Lindenboim (1995) “La desocupación: ¿un flagelo insuperable?”, en Realidad
Económica Nº 134, IADE, Buenos
Aires.
Javier
Lindenboim (1996) “Flexibilización laboral. Una discusión necesaria”, en
Realidad Económica Nº 143, octubre-noviembre.
Kulfas, Matías
(2000) “La calificación de la fuerza de trabajo ante la reestructuración
productiva y el desempleo. ¿Subcalificación absoluta o sobrecalificación
relativa?”, en Revista Época Nº 2, Buenos Aires,
noviembre.
Lindenboim,
Javier (2000) “Mercados de trabajo urbanos
en Argentina de los 90”, presentado al III
Congreso Latinoamericano de Sociología del Trabajo, Buenos
Aires.
Lindenboim, Javier y Agustín Salvia (2001) Cada vez menos y peores
empleos. Dinámica laboral en el sistema urbano de los noventa”, en Cuaderno del
CEPED Nº 7, Buenos Aires.
Lindenboim, Javier, Leandro Serino y Mariana González (2000) ”La
precariedad como forma de exclusión”, en Cuaderno del CEPED Nº 4, Buenos
Aires.
Restrepo
Botero, Darío –ed.– (2003) La falacia neoliberal, críticas y alternativas,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
Serino,
Leandro y Mariana González (2002) “Dinámica económica y empleo: Reflexiones
acerca de sucesos inevitables”, en Labvoratorio Nº 9, Buenos Aires,
Invierno.
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