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Notas Profesionales de Opinión y Ciencia N°
98
Entre la Integración y el Conflicto
Alan Fairlie Reinoso*
Agosto
de 2004
Mientras
en Lima, los parlamentarios se peleaban las comisiones, las denuncias de los
escándalos de turno continuaban, los lobbies y las empresas extranjeras seguían
activos, algunos acontecimientos de dimensión histórica se producían en el
sur.
La
visita del Presidente Boliviano culminó con la firma de documentos que manifestaban la intención
de exportar el gas por puertos peruanos, en el contexto del anuncio de un
acuerdo de integración en el grado máximo que dos países pueden establecer. Días
después, los Presidentes de Perú, Brasil y Bolivia inauguraban un puente
fronterizo (Bolivia-Brasil), y ponían la primera piedra de
otro(Brasil-Perú).
Ambos
acontecimientos pueden tener dimensión histórica. El primero, si efectivamente
se consolida un espacio de integración entre el sur peruano y el occidente
boliviano, en base a una alianza energética estratégica, la articulación
espacial de nuestros territorios, y un afianzamiento geopolítico central. Por
supuesto, esto supone que el Estado boliviano haga efectivo el ofrecimiento, y
no sea utilizado como una táctica y arma de negociación con Chile, para que este
país mejore su oferta una vez que terminen sus elecciones municipales de
octubre.
El
segundo acto es igualmente importante. Permite retomar en términos concretos la
anunciada alianza estratégica con Brasil, que se enfrió por las concesiones del
gobierno en función de un TLC con EE.UU. Esto incluyó el gravísimo error del
retiro del G-20, que tiene cada vez mayor protagonismo en las negociaciones
internacionales. Si se concretan las promesas presidenciales de continuar
articulando la infraestructura correspondiente, se crearán las condiciones para
el establecimiento de corredores bioceánicos.
La
respuesta chilena en ambos casos ha sido agresiva y belicista, en momentos que
se suscribían acuerdos de integración. Primero, propició la visita del Canciller
Ecuatoriano y un pronunciamiento sobre un tema estrictamente bilateral con el
Perú. Luego, se hacían maniobras militares en Iquique en “juegos de guerra”
donde se identificaban dos enemigos, que claramente eran Perú y Bolivia. Esto,
oportunamente fue respondido por la Fuerza Aérea Peruana en
Tacna.
La
furia chilena no es sólo porque necesita gas y agua, que justamente tienen Perú
y Bolivia. También es por la clara demanda peruana de negociar la delimitación
de la frontera marítima. Las críticas a nuestra Cancillería han sido injustas
(además referidas a la oportunidad y la forma), y debilita lo que debe ser un
sólido frente interno cohesionado en defensa del interés
nacional.
Otro
acto inamistoso de Chile fue la exposición en la televisión estatal, de
fotografías de la base aérea de La Joya. Una campaña psicológica que buscaba
presentarnos ante su población, como un país
agresor.
En
suma, a las acciones de profundización de la integración fronteriza con Bolivia
y Brasil, y al planteamiento de solución de diferencias de acuerdo a las normas
internacionales de la frontera marítima, Chile ha respondido con sus armas de
guerra. Estas actitudes tienen una clara connotación belicista de un país con
tradición expansionista, que en su escudo tiene como lema “por la razón o la
fuerza”. Corresponde también con las declaraciones públicas de sus militares,
que dicen que se arman para defender los intereses chilenos en el exterior,
tratando de justificar una carrera armamentista reflejada en sostenidos gastos
de defensa que como porcentaje del PBI están entre los más altos de la
región.
Chile
tiene en el Perú influencia y presencia económica cada vez más importante, con
inversiones en diversos sectores productivos y de servicios, inclusive cerca de
la frontera. La relación es totalmente asimétrica, a favor de ellos, en el
comercio bilateral y en las inversiones. Esto les ha permitido afianzar un
poderoso lobby que defiende sus intereses y que ha llegado inclusive a colocar
asesores en el propio palacio de gobierno (por no hablar de ministerios y otras
dependencias del Estado, o instituciones con capacidad de decisión estratégica
en el país).
Muchas
voces que responden a este lobby - y otras seguramente bien intencionadas -
señalan que en tiempos de globalización y de integración económica no hay
posibilidad de conflicto bélico. Fueron los mismos argumentos que se dieron
frente a Ecuador, y ya conocemos lo sucedido.
La
integración puede efectivamente reducir las posibilidades de conflicto cuando
existe simetría, o se da en base a recursos estratégicos con una perspectiva de
largo plazo. Esa no es la respuesta chilena, que podría plantear una salida al
mar por territorios que arrebataron a Bolivia en la guerra, o en base a una
integración trinacional del norte chileno, occidente boliviano y sur peruano,
que incluya una solución pacífica a la mutilación de la frontera marítima con el
Perú. Retomar por ejemplo la propuesta peruana de un puerto con jurisdicción
trinacional en Arica.
Esta alternativa podría efectivamente colocar a nuestros países con una
perspectiva de futuro, que cierre definitivamente las cicatrices de la
guerra pasada. Pero eso no es lo que está ocurriendo, y muy probablemente no
suceda en el futuro.
¿Qué hacer? de un
lado, potenciar nuestro crecimiento económico, y hacer efectiva la alianza
estratégica con Brasil y la articulación CAN-Mercosur, fortaleciendo nuestra
presencia en foros internacionales. De otro lado, dotar inmediatamente de
recursos a nuestras Fuerzas Armadas, aumentando sustancialmente su presupuesto
del próximo año, implementando una política de modernización y reforma de largo
plazo que la dote de recursos permanentes en base a ingresos tributarios de
activos y/o recursos estratégicos como el gas. Esto supone establecer los
mecanismos necesarios de fiscalización por el Congreso e instituciones
pertinentes, para no repetir lo ocurrido en la década
pasada.
La
coyuntura actual se está pareciendo demasiado a la del siglo XIX: disputa por un
recurso natural, intereses extranjeros y de empresas transnacionales alineadas
con Chile, debilidad institucional y división en el Perú, con una política
suicida de desarme unilateral. No creemos en las fatalidades históricas, por lo
que tenemos que hacer lo necesario civiles y militares para revertir la
situación, y evitar que la historia se repita.
* Comentarista Internacional
Profesor e Investigador del
Departamento de
Educación de la PUCP