NCeHu 1276/04
Najaf: de
Carl von Clausewitz a Moqtada Sadr
Destruir la
mezquita de Alí sería un suicidio para EU
Alfredo
Jalife-Rahme
NO PARECE
EL momento propicio para haber sitiado al
ejército del Medhi en Najaf, cuando Estados Unidos padece un déficit comercial
de 55 mil 800 millones de dólares, al mes de junio, y anuncia el retiro de 70
mil soldados de Europa y de Asia, además de otras 100 mil personas de apoyo
(Financial Times, 13 de agosto).
JUAN COLE, PROFESOR
de historia de la
Universidad de Michigan, pone de manifiesto en su página web las
consecuencias políticas del sitio de los marines al ejército del Medhi y
su comandante supremo, Moqtada Sadr, atrincherados en la mezquita sagrada de Ali
bin Abi Taleb. Cole resalta la entrevista exclusiva de Moqtada para la célebre
televisora Al Jazeera, en que ha proclamado su "triunfo", lo que parecería un
aserto descabellado cuando el centro de la ciudad ha sido reducido a escombros,
su cementerio profanado, y el ejército del Medhi ha sufrido una severa paliza
por cielo y tierra en una lucha desigual y se encuentra totalmente rodeado. "Se
puede pensar que la gente se reirá del 'triunfo de Najaf'. Pero nadie se ríe y,
de hecho, se escenifican manifestaciones favorables a Moqtada en todo Irak,
incluyendo la insurgencia de línea dura de la región sunita. También han
ocurrido amplias manifestaciones en Irán, Bahrein y Pakistán". Hasta "el consejo
de líderes tribales del Eufrates medio, un grupo previamente proestadunidense,
condenó "la bárbara carnicería perpetrada por Estados Unidos en Najaf". Cole se
extiende sobre la entrevista de Moqtada, en la que declaró que "Najaf triunfó
sobre el imperialismo y la arrogancia imperial". Esta rimbombante proclamación,
a juicio de Cole, "no debe ser subestimada en el mundo islámico". Llama la
atención que Moqtada, rodeado por los tanques de los marines, se dé el
lujo de pedir la renuncia del gobierno de Allawi, que se encuentra al borde del
abismo en términos de credibilidad, y exige el retiro de los marines y el
control de la ciudad por la Marjayia, un consejo de religiosos chiítas
(periódico libanés An-Nahar, 14 de agosto).
¿DESEA ESTABLECER MOQTADA
el equivalente a un "Vaticano
chiíta" en Najaf? Sadr llegó a proponer la instalación de fuerzas chiítas a las
órdenes del gran ayatola Sistani, el marjaa (la referencia teológica
suprema del chiísmo iraquí), quien se ausentó en el momento menos apropiado para
ser operado del corazón en Londres. El distanciamiento y, quizá, hasta la lucha
por el alma del chiísmo iraquí entre el juvenil Moqtada, de 30 años de edad, y
el gran ayatola Sistani, de 73, no llega hasta desear la destrucción por los
marines de la mezquita de Alí. Por medio de uno de sus portavoces en la
ciudad sagrada de Kerbalá, Sistani ha pedido el retiro de las tropas de Najaf y
la pronta solución al conflicto, mientras Colin Powell, secretario de Estado
estadunidense, prometió que los marines no entrarían a la mezquita de Alí
para desalojar al ejército del Medhi y su comandante supremo, Moqtada
(boston.com, 14 de agosto). Con o sin tregua, el gobierno títere de Allawi,
corto de ideas y excedido en músculos, se quedó en el umbral de la mezquita de
Alí, que 14 siglos más tarde vuelve a ser el teatro teológico en forma simbólica
de una de las batallas por el devenir chiíta iraquí.
HOY, MAS QUE NUNCA, en Najaf vuelve a surgir la importancia del
teórico prusiano de la guerra de inicios del siglo XIX, Carl von Clausewitz,
quien sentenció que "la guerra es la continuación de la política, pero con otros
medios". Basado en la experiencia de grandes figuras, como Federico el Grande y
Napoleón, y en las enseñanzas filosóficas y literarias, adujo en su obra
Sobre la guerra que ésta no es un fin en sí misma y que la estrategia
debe ir dirigida a tres principales objetivos: las fuerzas del enemigo, sus
recursos y su voluntad de combatir.
PUES LA VOLUNTAD de combatir del ejército del Medhi no
solamente no ha amainado sino, por el contrario, se ha incrementado y ha
comenzado a contagiar a la periferia islámica. Las ciudades sunitas de Fallujah
y hasta de Trípoli (Líbano) se sumaron a las manifestaciones multitudinarias de
apoyo a Moqtada, desde luego, pero más que nada contra el gobierno de Allawi y
las fuerzas de ocupación. Se pudiera decir que las manifestaciones en Irán, bajo
la supervisión de la teocracia de los ayatolas, han sido moderadamente
contenidas. Los estrategas iraníes saben bien que la destrucción de la mezquita
de Alí, mucho más que la inmolación del ejército del Medhi, representaría un
suicidio de Estados Unidos, que arrastraría consigo al inepto gobierno de
Allawi. No fue tampoco gratuito que en medio del paroxismo del asalto de los
marines a Najaf, la teocracia de los ayatolas de Irán haya probado
exitosamente una más moderna versión balística del misil Shahab III,
susceptible de alcanzar a las tropas de Estados Unidos estacionadas en el
Medio Oriente y de "romper los huesos de los israelíes si atacan los sitios
nucleares de Irán" (naharnet, 12 de agosto).
EN FORMA OMINOSA,
Michael Howard, reportero de
The Guardian (13 de agosto), señala que "líderes chiítas en el sur de
Irak pidieron la separación del gobierno central de Bagdad en protesta contra la
represión a la insurgencia", entre quienes se encuentra Salam Uda al-Maliki,
vicegobernador de Basora, la capital petrolera de Irak que controla 90 por
ciento de su exportación. El contagio del ejército del Medhi ha alcanzado a la
mayoría de las ciudades sureñas de la región chiíta, que se encuentran
sublevadas, y habrá que estar muy atentos a ver si prospera el movimiento
secesionista chiíta que, de cierta manera, iguala a la hasta ahora privilegiada
autonomía de los kurdos en el norte, alrededor de Kirkuk, la segunda ciudad
petrolera de Irak amenazado por fracturarse. Tampoco se puede perder de vista
que en Najaf hayan entrado en colisión dos cosmogonías diferentes de la
participación de los religiosos chiítas en los asuntos estatales: por un lado,
la escuela del "quietismo", impulsada por Sistani, quien desea consagrarse
plenamente a la exégesis coránica, y por otro, el linaje Sadr, que aboga por la
instauración de una teocracia en Irak al estilo jomeinista del vilayat
al-faqih (liderazgo de los juristas islámicos sobre la sociedad).
NICHOLAS BLANDORFF, EN
un periódico cercano al
chiísmo libanés moderado (The Daily Star, 14 de agosto), aduce que el
mismo Moqtada "no es indispensable para el ejército Medhi: su linaje familiar le
brinda estatura, pero su real poder radica en otra parte". La muerte o la
captura de Moqtada será un severo golpe pero no será definitivo contra el
ejército del Medhi. Blandorff aporta el testimonio de Nizar Hamzeh, un profesor
de política en la Universidad Americana de Beirut: "La verdadera autoridad
detrás del movimiento es Sayyed Kadhem al-Haeri, un prominente líder que vive en
Qom, Irán. Haeri es un marjaa que aboga por la teocracia del vilayat
al-faqih y fue nombrado por Mohammed Sadeq al-Sadr (el padre de Moqtada)
como su sucesor. Haeri es el vínculo entre Irán y los sadristas, cuyo profundo
nacionalismo iraquí es visto con desprecio por los clérigos chiítas que vivieron
en el confort del exilio o fueron quietistas durante el régimen de Saddam". No
se puede ocultar la lucha de clases ni el combate cosmogónico entre dos
corrientes del chiísmo que ha azuzado el ejército anglosajón de ocupación y que
ha puesto a la mezquita de Alí en peligro de destrucción.
ABBAS KADHIM, UN académico chiíta que conoce los recovecos
de Najaf, pone en tela de juicio el operativo militar para intentar
someter a Moqtada (citado por Juan Cole, 13 de agosto). Ante todo, considera
"muy cándido esperar que Irán, que tiene la mayor frontera con Irak y se
considera el campeón del chiísmo, se restrinja de actuar en Irak cuando todos
los servicios de inteligencia han abierto sus propios locales". Refiere que, más
que una intervención directa de apoyo de Irán, "el éxito de Moqtada Sadr en
haber adquirido poder es más el resultado del fracaso de los otros en llenar el
vacío de poder, que de su propio carisma". Esto le ha dado haberse encumbrado
como el líder chiíta más viable al exigir el retiro de las fuerzas de ocupación,
lo cual representa la única "prueba de legitimidad" en las circunstancias que
vive Irak, mientras Sistani se encuentra reacio a participar en asuntos
políticos.
SCOTT BALDAUFF CONSIDERA
que Moqtada se colocó
en una posición donde sale vencedor en cualquier epílogo: si consigue una
tregua, pues será ensalzado como el héroe que se enfrentó a los marines,
y "si es desalojado muerto, mientras combate por la defensa del sitio
sagrado del chiísmo, se convertirá en un mártir que atraerá a miles de chiítas a
su causa" ("Sadr juega al poder del martirio", The Christian Science Monitor,
12 de agosto).
EL MARTIROLOGIO FORMA
parte del alma chiíta
desde su fractura con la ortodoxia sunita por el califato sucesorio. De cierta
manera, Moqtada intenta revivir el martirio dinástico familiar de Alí y de sus
dos hijos Hassán y Hussein (cuyo sitio sagrado se ubica en Kerbalá). El abuelo,
el padre (Muhammed Sadeq) y el suegro (Muhammed Bakr) de Moqtada fueron también
objeto del martirio, que es consustancial a la cosmogonía chiíta. Pero Moqtada
va más lejos y por medio del ejército del Medhi opera la transmutación de la
lucha terrenal con los logros espirituales. Henry Corbin, uno de los máximos
exégetas del chiísmo en Francia, nos enseña en su voluminoso libro El Islam
iraní la relevancia cosmogónica del medhi, que traduce como "el
guiado para guiar a Dios" durante la resurrección, lo cual es válido tanto para
sunitas (el caso de Sudán) como para chiítas (ahora en Irak). Sin ir a fondo,
baste señalar la síntesis de Corbin: "El profeta Mahoma anuncia el advenimiento
del Medhi, del resucitador, en su misión profética mediadora de la letra
revelada, como maestro de la hermenéutica espiritual. Es decir, quien develará
el significado esotérico pleno de todas las revelaciones divinas". De allí, todo
el discurso escatológico de Moqtada sobre el "juicio del día final", que en
forma notable coincide con el discurso apocalíptico de los fundamentalistas
cristianos encabezados por Pat Robertson y al que se adhieren el presidente
George W. Bush, su procurador John Ashcroft, y 30 por ciento del Partido
Republicano.
Fuente: diario La Jornada, de México D.F., México; 15 de
agosto de 2004.