Entre las frases que se recordarán
de Alejandro Toledo Manrique con seguridad estará aquella dramática pregunta
lanzada en público sobre el porqué su política económica recibe aplausos en Wall
Street y suscita tanto rechazo entre los peruanos. Si, al decir del gobernante,
a esta economía sólo le faltaría chorrear hacia los pobres, ¿de dónde tanta
impaciencia y tan poco reconocimiento de este milagro incompleto, que se traduce
en notables cifras macroeconómicas y lamentables índices de aprobación
gubernamental en las encuestas?
Cumplidos tres años de gobierno, Toledo sigue repitiendo
que la explicación de esta contradicción está en su negativa a ceder a la
“tentación del populismo”, que él entiende como su abstención a intervenir en el
proceso de la economía para provocar que haya una redistribución intencionada.
Así su negativa a aplicar el botón monetario que permitiría promover empleo y
elevar el ingreso medio, nos habría asegurado la estabilidad de la que hoy
gozamos y de la que debemos esperar que en algún momento un desborde
compensatorio de la desigualdad actual.
El Perú está efectivamente pleno de cifras económicas
exultantes: corrección hacia arriba de la tasa del PBI que probablemente cerrará
en 5% este año; exportaciones que romperán la barrera de los 10 mil millones,
con una tasa anual de crecimiento de 10%, que nunca hemos tenido; reservas en 11
mil millones de dólares, bien guardadas por Silva Ruete. Con estos datos en la
mano, Wall Street tiene motivos para estar más que contento con Toledo. Después
de todo se trata del conjunto de elementos que hacen feliz a un acreedor
(crecimiento que genera impuestos, exportaciones que producen dólares para pagar
la deuda, reservas que garantizan los créditos por varios años) y que son bien
considerados por los avalistas de las inversiones transnacionales. Además ha
sido de verse la pelea del gobierno por los intereses transnacionales ante
cualquier amenaza del Congreso, las regiones o la sociedad civil.
Pero, ¿qué pueden significar estos datos para un amplio
porcentaje de la población del país, entre ellas los habitantes de los pueblos
más pobres y apartados de la sierra y selva? Para un 70% de los peruanos, si no
más, hay otras cifras más pertinentes. Y no es el tema de si son macro o micro,
porque los niveles de empleo del país, el salario promedio o el porcentaje de
población bajo la línea de pobreza, son tan o más globales que una abstracción
como es la tasa del PBI, una realidad ajena para la mayoría como son las
exportaciones exitosas y una referencia pasiva como las de las reservas
congeladas en el BCR.
La dirección del proceso
El enredo teórico de Toledo consiste en imaginar que
los encadenamientos de la economía, la sociedad y la geografía, son tales que
las acciones en los sectores de punta, por ejemplo las que están en la agenda de
los TLC, pueden y, más aún, se proponen trasladar algo de sus beneficios para el
resto. Al punto que cuando más altas las ganancias mayor sería la propensión a
redistribuir. Cuando eso no funciona, se desconcierta y angustia. Pero ahí
siempre hay alguien que le dice que están en el camino, que ya chorreará, que si
nos acercamos a una tasa mayor de crecimiento todos terminarán contentos.
En el discurso de 28 de julio de 2004, el presidente ensayó otra vez
una respuesta: mala comunicación, errores gubernamentales y tardanza para
redistribuir. Es decir volvió a salir por la tangente, porque con seguridad no
sabe ni qué es lo que tendría que comunicar: ¿una cantidad de kilómetros de
carretera construidas?, ¿un monto de reservas y exportaciones?, ¿una
felicitación de Wall Street?; o qué errores reconocer: ¿impuntualidad?, ¿mala
dicción?, ¿ociosidad?; o cuándo finalmente se desbordará el bienestar: Richard
Webb dice ahora que tomará treinta años. ¿Alguien piensa que estos son realmente
los problemas que conducen al desencuentro entre la economía y sentimiento
social?
El sistema económico está hecho para que nadie sienta culpas. Ni los
ricos por que se hacen más ricos, ni los pobres porque recibirán una parte de
los beneficios, ni los políticos por mantener un orden que puede ser injusto
pero que es “realista”. La cuadratura del círculo aparece, sin embargo, cuando
se descubre que mientras la curva de utilidades asciende consistentemente y se
amplia su participación en el reparto de la renta nacional. la pelea de los
grandes capitales sigue siendo contra la tasa de impuestos y en contra del
“costo laboral” que supuestamente disminuye la competitividad mundial de los que
operan nacionalmente. Para decirlo de otra manera: el modelo está construido
para generar un chorreo de abajo hacia arriba (fase de concentración del capital
y empobrecimiento del resto), que en su segundo momento no encuentra motivo para
modificar las posiciones de ventaja-desventaja, so pretexto de competitividad,
estabilidad o cualquier otro argumento.
Como es un sistema sin culpas, esta situación puede
continuar todo el tiempo que sea, mientras la gente esté atenta a otras
prioridades, como ocurrió bajo Fujimori que convirtió la estabilidad económica
(que no regrese la hiperinflación) y la pacificación antiterrorista, en un
capital inagotable de influencia social. En los años 90, los ganadores, que
fueron verdaderamente exitosos, no hicieron nada por redistribuir e impulsar la
mejora general. Se la llevaron y punto. Eso ya se experimentó como para que no
cupiera dudas.
El detalle es que Toledo centró sus promesas en una oferta de empleo
masivo y calidad de vida que no podía alcanzar y menos por la ruta que eligió
para su gobierno, básicamente la misma del período anterior. Entonces si al
chino le rodeaban expectativas modestas, que escondían boyantes negocios, y
aparecían no sólo cubiertas con la mano de hierro del autoritarismo, sino
superadas por programas sociales para pobres que parecían una novedad; al cholo
lo agobian esperanzas frustradas, ganadores escandalosos y una sensación de que
queriendo repetir el disco, ni siquiera resulta capaz de hacerlo bien.
Alternativas posibles
Para Toledo, la economía consiste en no hacer nada. Que se la lleven nomás,
que algún día nos dejarán algo. E intentar hacer algo para mover este esquema,
sería peligro de populismo y reprobación en la asignatura de Harvard. Pero
populismo es el pan de cada día del presidente de Cabana. Está en la esencia de
su gobierno que se construyó sobre una montaña de promesas que Toledo insiste en
que cumplirá a pesar de no saber cómo hacerlo. Populismo es encarar la pobreza,
el subdesarrollo, las debilidades sociales, con acciones dispersas y
voluntaristas, al margen de propósitos de desarrollo.
¿Es imposible moverse de este esquema? Sin duda que no.
Muchas veces se ha hecho en la historia. Pero la ortodoxia no es sólo un buen
pretexto para no pensar; es una coartada para presentar una política de
predominio absoluto de los grandes intereses transnacionales como efecto de una
ley natural. PPK dice que lo que él hace es “la economía”, como se supone que se
hace en todo el mundo. Y lo que más aterra a Toledo es salirse de ese mundo en
el que puede codearse con el jet set del mundo, tomarse confianzas con la reina
de España y hablarse de tú con George Bush. Si para eso nació Toledo, es
evidente porque puede serle tan difícil cualquier variante de política económica
que apunte a una mejor distribución y una mayor solidaridad social.
No hay ninguna fatalidad que nos condene a un Estado abstencionista, a la
permanente espera de inversiones que no llegan, a la ilusión de las
exportaciones que no jalan la economía, a la desprotección de los trabajadores,
al abandono de los campesinos, al calvario de los jubilados, etc. Podemos
corregir esto. Con un Estado que sepa lo que busca; que apueste al desarrollo
con apuestas específicas, por productos, sectores, regiones; que se asocie con
los productores y trabajadores nacionales en un proyecto de país que pueda
funcionar realmente; que distribuya poder y medios para vencer la debilidad
institucional y la pobreza, y que no vea a su gente como unos parias hambrientos
a los que atender con las sobras de la ganancia transnacional.
Un Estado que tenga vergüenza de usar la palabra chorreo, para
referirse al derecho de los peruanos a vivir mejor. Que no se preocupe de las
críticas e incomodidades del capital, que seguirá viniendo mientras tenga
oportunidades de ganancia. Y que se preocupe más de las inquietudes que
atraviesan al país de un lado a otro. Hay mucho más que aprender de Ilave,
Ayacucho y el Perú de la pobreza y el subdesarrollo, que de los rollizos
aplaudidores de Wall Street.