"El día que China despierte…" se decía
hasta hace poco, dejando planear la idea de una amenaza gigantesca sobre el
planeta. Ahora sabemos que ese inmenso país ya está despierto. Y se trata de
preguntarse sobre las consecuencias que puede tener su impresionante
resurgimiento sobre la marcha del mundo.
China, coloso demográfico con
sus 1.300 millones de habitantes, inició su gran reforma económica sólo después
de la muerte de Mao Tse Tung en 1976, y sobre todo a partir de 1978, cuando Deng
Xiaoping asumió el poder. Su modelo de desarrollo, basado en la abundancia de
una mano de obra mal pagada, la masiva recepción de fábricas de ensamblaje, la
exportación de productos baratos y la afluencia de inversiones extranjeras, fue
considerado durante mucho tiempo "bastante primitivo", propio de un país
atrasado y gobernado con mano de hierro por un partido único, dado que hasta el
necesario control de su demografía se realiza de manera autoritaria.
Sin
embargo, China, siempre comunista, no sólo dejó de dar miedo, sino que en la
euforia de la globalización incipiente fue presentada por cientos de empresas
que instalaban allí sus fábricas, tras haber despedido a millones de
trabajadores, como una verdadera ganga para inversores avispados. En poco
tiempo, gracias a la red de "zonas económicas especiales" instaladas a lo largo
de su frente marítimo, se convertía en una gran potencia exportadora, que
encabezaba la lista de los países exportadores mundiales de productos textiles,
indumentaria, calzado, productos electrónicos y juguetes. Sus productos invadían
el mundo. Especialmente el mercado de Estados Unidos, respecto del cual
presentaba un desequilibrio gigantesco: ¡en 2003, el déficit comercial
estadounidense ante Pekín alcanzó los 130.000 millones de dólares!
(1).
La furia exportadora desataría un despegue espectacular del
crecimiento, que desde hace dos décadas supera el 9% anual (2). Este "comunismo
democrático de mercado" significó para millones de hogares un incremento en el
poder adquisitivo y el nivel de vida (3). Además, favoreció el ascenso de un
auténtico capitalismo chino. Siguiendo el mismo impulso, el Estado se lanzó a
modernizar el país a marchas forzadas, multiplicando la construcción de
infraestructuras: puertos, aeropuertos, autopistas, vías ferroviarias, puentes,
embalses, rascacielos, estadios para los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008,
instalaciones para la Exposición universal de Shanghai en 2010, etc.
Esta
masa demencial de obras y la nueva fiebre consumista de los chinos agregaron a
la economía una nueva dimensión: en muy poco tiempo, China, que infundía miedo
como potencia exportadora invasora, se ha convertido en un país importador cuya
voracidad insaciable inquieta seriamente. El año pasado fue la primera
importadora mundial de cemento (importó el 55% de la producción mundial), carbón
(el 40%), acero (el 25%), níquel (el 25%) y aluminio (el 14%). Es el segundo
importador mundial de petróleo, después de Estados Unidos. Estas importaciones
masivas dieron lugar a una explosión de los precios en los mercados mundiales,
especialmente los del petróleo.
China, admitida en el seno de la
Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, es en la actualidad una de las
economías más grandes del mundo, exactamente la sexta (4). Mueve el crecimiento
planetario y toda convulsión en ella tiene un impacto inmediato sobre el
conjunto de la economía mundial. "A pesar de la rapidez de nuestro crecimiento
–evalúa el primer ministro Wen Jiabao– China sigue siendo un país en vías de
desarrollo, y necesitaríamos otros 50 años de crecimiento al ritmo actual para
llegar a ser un país medianamente desarrollado" (5).
Pero si China sigue
con este ritmo, a partir de 2041 va a superar a Estados Unidos para convertirse
en la primera potencia económica del mundo (6), lo que tendrá consecuencias
geopolíticas fundamentales. Esto significa que desde 2030 su consumo de energía
equivaldrá a la suma del consumo actual en Estados Unidos y Japón, y que al no
disponer de petróleo suficiente como para satisfacer una necesidad tan
monstruosa, de aquí a 2020 se verá obligada a duplicar su capacidad nuclear y a
construir dos centrales atómicas anuales durante 16 años…
Aun así, y
aunque ratificó el protocolo de Kyoto en 2002, China, que ya es el segundo país
contaminante del planeta, va a llegar a ser el primero, porque emite colosales
masas de gases con efecto invernadero que agravan el cambio climático en
curso.
En este sentido, China constituye un caso de manual y anticipo de
la cuestión que se planteará a propósito de la India, Brasil, Rusia o Sudáfrica:
¿cómo arrancar a miles de millones de personas de la angustia del subdesarrollo
sin sumirlas en un modelo productivista y de consumo "a la occidental", nefasto
para el planeta y para el conjunto de la humanidad?
NOTAS:
(1) Véase "Quand la Chine éternuera…", Cyclope. Les marchés
mondiaux 2004, bajo la dirección de Philipe Chalmin, Economica, Paris,
2004.
(2) 9,7% en el primer semestre de 2004.
(3) El PIB por habitante
alcanzó 4.690 dólares en 2003.
(4) Se sitúa entre el Reino Unido e Italia,
después de los Estados Unidos, Japón, Alemania y Francia, y debería integrar el
G8, el grupo de países más industrializados, que incluye además de los
mencionados a Rusia y Canadá.
(5) El País, Madrid, 6-6-2004.
(6) De
acuerdo con la experta Maryam Khelili, para esa fecha la lista de seis países
más prósperos del mundo será la siguiente: China, Estados Unidos, India, Japón,
Brasil y Rusia.
Fuente:
www.rebelión.org
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