En este momento, "seguramente, el Fondo Monetario confía más en
Lula que en Kirchner", dice el ex presidente brasileño Fernando Henrique
Cardoso. Las razones: una, Lula "cumplió con los contratos"; dos, Kirchner
"tiene una posición más agresiva porque está negociando una moratoria, situación
por la que yo también he pasado".
Ambos, "como presidentes de los países clave del Mercosur",
tienen la oportunidad de avanzar en algo más que una alianza estratégica en
tanto "busquen políticas de Estado" que trasciendan "los gestos de buena
voluntad" de sus respectivos gobiernos, agrega Cardoso. Si no, advierte, "la
alianza estratégica que hicimos tantas veces con la Argentina no será más que
palabras".
Camino a Ezeiza después de haber recibido el doctorado honoris
causa de la Universidad de Tres de Febrero, Cardoso dice que no siente nostalgia
por haber sido presidente de Brasil durante dos períodos consecutivos (ganó la
elección en 1994 y la reelección en 1998) y que no pretende reincidir: "Si me
presento, voy a inhibir a otras personalidades, y no es necesario para
el país, ni para el partido, ni para mí -dice a LA NACION,
única compañía en el trayecto-. No me atrevo a firmarlo, pero no pienso ni deseo
volver".
Está por cumplir 73 años, el viernes, y escribe un libro de
memorias en el que analiza el contexto en el cual tomó decisiones. Promete
revelar en él "algunos secretos" de su gestión, coronada con la asunción de
Lula. "Hemos sido candidatos, uno contra otro, pero nunca ha habido agresiones
personales", dice. Está dedicado, también, a la actividad académica tanto en
Brasil como en los Estados Unidos. Y, como su amigo Bill Clinton, suele dar
conferencias en el exterior.
En ellas Cardoso deslumbra con su capacidad de análisis y de
síntesis. Atributo del sociólogo que fue referente de la izquierda en los
sesenta, que debió exiliarse como correlato del golpe de Estado de 1964, que
regresó tres años después vedado de ejercer la docencia, que fundó con otros el
Partido Socialdemócrata Brasileño, que fue senador por San Pablo y que, como
ministro de Hacienda, redujo la inflación en menos de un año.
Que conoció a Lula en 1973: "Aquel Lula no tenía mundo -dice-.
En los últimos 30 años ha sido un político, no un obrero ni un jefe sindical.
Causó sorpresa cuando dijo que nunca había sido de izquierda. Y es verdad: se
formó como sindicalista".
-¿Cómo ve la alianza con Kirchner o viceversa?
-La veo favorablemente. Es importante que, como presidentes de
los países clave del Mercosur, se entiendan. Yo nunca tuve malas relaciones con
los presidentes argentinos.
-Históricamente, la Argentina se llevaba bien con Brasil y
mal con los Estados Unidos o se llevaba bien con los Estados Unidos y mal con
Brasil.
-Menem se llevaba bien con los Estados Unidos (ríe), pero no se
llevaba mal con nosotros. En el primer período de Menem, la situación financiera
era favorable para avanzar en el Mercosur.
-¿Y ahora?
-Kirchner tiene una posición más agresiva porque está negociando
una moratoria, situación por la que yo también he pasado. Me ha tocado negociar
la moratoria del gobierno de Sarney. No creo que la posición de cada presidente
interfiera en el rumbo de los mercados. Ahora, con las tasas cambiarias parejas,
es un buen momento para retomar las discusiones que tuve con Menem. Propuso una
moneda única para el Mercosur. Dije que sí, pero requería una convergencia
macroeconómica que entonces no existía.
-¿Tanto énfasis en lo político refleja fallas en lo
económico?
-Es eso. El matiz político del Mercosur, sin que la economía
marche sobre rieles, no tiene consecuencias prácticas efectivas. Tiene
importancia simbólica. Aquí, en la Argentina, hay cierto recelo de que las
exportaciones brasileñas aplasten sectores industriales. Corresponde a los dos
gobiernos crear condiciones para la fusión de capitales. El proceso económico es
muy cruel. Destruye para avanzar.
-En el acto de hoy (por anteayer) se señaló que un gesto
político hubiera sido que Kirchner y Lula viajaran juntos a China en lugar de ir
por separado.
-China es un gran consumidor. Es posible hacer algo en común.
Las personas y los grupos económicos son conflictivos. Hay que ver cómo se
buscan oportunidades. Es un proceso histórico que toma tiempo. De la Rúa propuso
que tuviéramos embajadores en conjunto. Ahora hay diplomáticos argentinos en las
misiones brasileñas.
-¿Alcanza si no hay políticas de Estado que trasciendan los
gobiernos?
-Si no están basados sobre políticas de Estado y sobre intereses
económicos concretos, no son más que palabras. Hay que buscar que los Estados
estén juntos en la convergencia, no sólo los gobiernos. Estamos aprendiendo. Han
cambiado presidentes en la Argentina, pero no han cambiado las relaciones. Los
objetivos de largo plazo no han cambiado.
-También cambió el mundo.
-El nuevo orden todavía está un poco desordenado. Hay una
amenaza de un orden unipolar.
-¿Una amenaza o una realidad?
-Es una amenaza porque todavía no se ha tomado en consideración
que China existe y que va a crear un desafío, no una guerra, para el predominio
de los Estados Unidos. Es muy negativa la visión del gobierno norteamericano. Ha
paralizado muchos procesos. Hay que ver qué ocurre en las elecciones y darse
cuenta de que, para bien o mal, pesa la opinión pública mundial.
-En 1999, cuando usted organizó la primera cumbre de presidentes
sudamericanos, ¿quiso que Brasil asumiera el liderazgo de la región?
-No vale la pena la proclamación del liderazgo. Quien lidera no
necesita decir que lidera. México es más importante que otros países, pero está
lejos. Las sociedades obligan más que los Estados.
-¿Y los organismos de crédito?
-El Fondo siempre nos ha apoyado. Tenemos en Brasil una relación
bien distinta de la que tuvo la Argentina, porque hemos creado un sistema de
confianza. La victoria de Lula produjo un nerviosismo innecesario. El Fondo nos
dio más de 30.000 millones de dólares, pero los mercados no cambiaron. Siguieron
creyendo que la cosa no iba a funcionar.
-¿Era gratuita?
-Un proceso de especulación hace que un país se paralice o
pierda tiempo y eso significa más desempleo o más hambre. El Fondo, al contrario
de lo que la gente piensa, no es fuerte, sino débil, y nunca abrió sus
decisiones a los países en desarrollo; depende mucho del Tesoro norteamericano.
El Banco Mundial, a su vez, dejó de financiar la infraestructura para volverse
un banco de conocimiento. Sabe mucho de políticas públicas y sociales. Está muy
bien, pero esa no es su función.
Dos poderes
-Hay dos poderes: Estados Unidos y la opinión pública.
-Eso es. Si gana Kerry, será una señal de que la opinión pública
actuó con fuerza. La aceptación de la guerra preventiva de Bush es
fundamentalismo.
-¿O liderazgo?
-La lealtad no se expresa hoy hacia el Estado nación. La
política externa de un país sea sólo externa. Aún se cree que se comanda un
bloque unido. Eso no existe más ni en los Estados Unidos.
Jorge
Elías
Fuente: diario La
Nación, de Buenos Aires, Argentina; 13 de junio de 2004.
(Cl)
Los presidentes necesitan viajar cada vez más
Los periplos
internacionales de los jefes de Estado son oportunidades para ratificar la
continuidad de políticas externas y contribuir al desarrollo económico nacional,
como lo ejemplifica el viaje de Lula a China.
Fernando
Henrique Cardoso
Los presidentes suelen ser criticados por los viajes que realizan,
en especial los internacionales. No obstante, no siempre la crítica es
justa.
Hay de viajes a viajes, unos más burocráticos, otros más políticos
y algunos de interés para la economía del país. En el mundo moderno, los
presidentes necesitan viajar cada vez más y la oposición, cuando no tiene
sentido de la realidad, aprovecha esas ocasiones para ridiculizar a los
gobernantes, como si éstos estuvieran "gozando de la vida" en lugar de
trabajar. Y de juego político.
El reciente viaje del presidente Lula a
China tuvo importancia política y económica. Los deslices de comunicación
sobre la posible exportación de uranio enriquecido (procesado en una fábrica
que, para más detalles, comenzó a funcionar durante la prolífica gestión del
embajador Sardenberg en el Ministerio de Ciencia y Tecnología y que no causó
asombro a nadie) no llegaron a perturbar el sentido positivo de la
visita.
China es un socio de importancia para Brasil. El
reconocimiento de su importancia viene desde hace tiempo. Al final del
período militar, el general Figueiredo visitó China. No otra cosa hizo el
presidente Sarney. En 1995 fui a China, en visita de Estado.
Por lo
tanto, también en ese ámbito hay un legado inequívoco y hace bien el gobierno
actual en aprovecharlo, así como es conveniente que siga usufructuando la
herencia en lo que se refiere a la responsabilidad fiscal y a la fluctuación de
cambios —que tanto ayuda a las exportaciones— aun cuando algunos sigan hablando
de una "herencia maldita". Los avances realizados en el comercio con China son
ejemplos de esto. Los resultados están a la vista de todos: China se ha
convertido en el segundo cliente de nuestros productos de exportación, superada
sólo por Estados Unidos, y con ella mantenemos buenos programas de colaboración
científica.
Una de las características más marcadas de nuestra política
externa, como lo reiteró el ex canciller Celso Lafer, es la de ser "una obra
abierta que, valiéndose del acervo histórico de la diplomacia brasileña,
combina cambio y continuidad en función de distintas coyunturas internas y
externas".
Después de la caída del Muro de Berlín y de la precipitada
apertura de la economía a principios del gobierno de Collor de Mello, los
requisitos de la coyuntura externa e interna (esta última caracterizada por la
democratización) pasaron a exigir una participación muy activa de Brasil, tanto
en los foros multilaterales como en el ámbito bilateral. Nuestra política
externa hace mucho tiempo que no se guía por alineamientos automáticos. Y si
eso vale para los compromisos políticos, vale con más fuerza también para los
comerciales.
Son abundantes los ejemplos de una postura digna y
consecuente con nuestros intereses. Esto se demostró en las negociaciones
comerciales de Doha, que plantearon la posibilidad de cortar los subsidios
agrícolas y el reconocimiento del derecho de violar las patentes para la
fabricación de remedios antisida. Así como también lo demuestran los esfuerzos
iniciados en mi gobierno para llegar a un acuerdo entre el Mercosur y la
Unión Europea y el acercamiento de relaciones entre los países de América del
Sur, tomando en cuenta la necesidad de integración energética y vial entre
ellos. Todo esto, muy acertadamente, va teniendo continuidad en el gobierno
actual, así como tuvieron continuidad nuestras reclamaciones ante la
Organización Mundial del Comercio, la última de las cuales, por el subsidio
estadounidense al algodón, tuvo un éxito notable.
Nada de esto, no
obstante, debe oscurecer el hecho principal: en los días de hoy es una
ilusión pensar que los acuerdos comerciales o tecnológicos con países como
China, Rusia o cualquiera de los actores más significativos de la escena actual,
significa el embrión de una "alianza antiestadounidense". No sólo porque
ninguno de ellos desea endurecer el marco internacional en una nueva
polarización ideológica, sino también porque debemos tener conciencia de que los
acuerdos, negociaciones y presiones internacionales que ejercemos no deben
servir para aislarnos ni para criar un "tercer- o segundo-mundismo"
nostálgico.
Si hay alguna diferencia entre Brasil y la mayoría de los
llamados países emergentes, principalmente los de nuestro continente, es que
nosotros hemos logrado desarrollar una producción nacional y un sector de
servicios, así como de procesamiento agrícola, con un avance tecnológico
razonable. Por eso necesitamos abrir mercados en áreas que absorban nuestros
bienes de exportación de calidad mundial. China es buena compañera y absorberá
crecientemente nuestras mercancías. Se resistirá, empero, a comprar nuestros
productos industrializados. Y cuando lo haga, procurará, como en el caso de
Embraer, que éstos sean producidos allá.
De la misma manera, Europa se ha
mostrado tímida en la compra de equipos y bienes industriales. En
consecuencia, los avances en nuestras relaciones con China, con la Unión Europea
o con quien sea, avances que, reitero, son positivos, no deben ser vistos como
sustitutos para buenos acuerdos con los países de América latina ni, mucho
menos, con Estados Unidos. Siempre, naturalmente, que tales acuerdos respondan a
nuestros intereses y no impliquen exclusividad ni subordinación.
Fuente: diario Clarín, de Buenos Aires, Argentina; 13 de junio
de 2004.