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Asunto: | NoticiasdelCeHu 920/04 - LOS HECHOS SON TERCOS | Fecha: | Jueves, 10 de Junio, 2004 14:35:22 (-0300) | Autor: | Humboldt <humboldt @............ar>
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NCeHu
920/04
LOS HECHOS SON TERCOS

Prof. Omar Horacio Gejo
Centro Humboldt/ UnLu
Introducción
El final de la década del noventa ha ido dejando al descubierto un conjunto
de temas/problemas que conforman la impostergable agenda de los actores
sociales. Más allá de la lógica importancia que ella posee como un todo,
particularmente interesante, y merecedora de una severa atención, resulta el
debate acerca de la competitividad argentina, o lo que es lo mismo, la evidente
falta de competitividad del sector externo del país.
Y es de especial interés el abordaje de dicha cuestión, porque
ella estuvo -se afirmó hasta el hartazgo- en el epicentro de las
transformaciones que la economía nacional vivió, o padeció, en la década
pasada.
1. Las "necesarias" reformas estructurales: haciendo un poco de
historia
Es un lugar común en las discusiones más o menos especializadas
ubicar a los años ochenta dentro de una zona de turbulencias significativas, que
se abrió con los sobresaltos de la cesación de pagos continental encabezada por
México, y que se cerró con la traumática experiencia inflacionaria que, con la
presión del crudo terrorismo económico, puso un punto aparte en la evolución
histórico-económica de la región en general, y del país en particular.
Esa zona de turbulencias constituyó un período al que se lo
conoció como la década perdida (1), denominación gráfica que señala el marcado
retroceso, la vívida regresión de la vida económica y social de
Latinoamérica.
En Argentina, la crisis hiperinflacionaria, con su dramatismo
político, jaqueó y hundió a la administración alfonsinista, el recordado primer
turno de la restauración democrática tras los siete años de la Dictadura.
La experiencia de aquel gobierno radical estuvo signada por un
plan de estabilización, el Austral, que desde mediados de 1985, con la creación
de una nueva moneda -homónima del plan-, pretendió instalar la piedra
fundacional de una renovada y saneada arquitectura económica del país. La suerte
de este emprendimiento comenzó a estar echada en un par de años, a partir de los
cuales el gobierno radical inició una tortuosa marcha, asemejable a una virtual
retirada, que en lo económico se llamó plan Primavera, pero que en lo político
estuvo caracterizada por la derrota electoral de 1987 y el inexorable destino
signado por la manifiesta imposibilidad de sucederse a sí mismo.
A comienzos de febrero de 1999 -en la primera semana-, la
crisis cambiaria precipitó el final, abriéndose paso los agitados meses de la
caótica debacle de aquella administración.
El triunfo electoral del partido Justicialista en mayo de 1989,
encabezado por Carlos S. Menem, y su apurado acceso a la administración, generó
un marco de expectativas sobre la forma en que se iba a encarar la salida de la
encrucijada.
Tras una campaña en la que la fórmula que iba a resultar
ganadora había dado sobradas muestras de confusión programática, puso en marcha
en el gobierno un claro rumbo representado por elegir indubitablemente la opción
del poder económico concentrado.
Esta elección de la segunda administración democrática, empero,
no le significó el haber desbrozado definitivamente el camino, pues durante casi
dos años debió recurrir a varios intentos estabilizadores, en la difícil empresa
de doblegar el desbocado fenómeno inflacionario que caracterizaba al caso
argentino (2).
Por aquel entonces, la derrota de la inflación era sindicada
como el hecho liminar de una nueva estructura económica nacional racional. Se
sostenía que la que poseíamos, configurada por un aparato industrial
ineficiente, supérstite merced a un mercado interno hiperprotegido, con escaso
apego a la conquista de otros mercados, y un Estado desmesurado, que era
disfuncional respecto de las necesidades de la urgente transformación económica
del país, resultaba inviable.
En un contexto prefigurado por el brusco reacomodamiento del
escenario internacional, conmovido por la "caída del Muro", la explicitación de
una serie de lineamientos conocidos como "Consenso de Washington", obró como
gran parapeto intelectual para la avasalladora imposición de las "reformas
estructurales". Esto es, la regresión del aparato estatal (privatizaciones),
apertura de la economía (reducción de la trama arancelaria externa), y
"desregulación" (desentendimiento relativo del Estado respecto del
funcionamiento de los mercados de diversas áreas de la economía del país).
Es evidente que este conjunto de visiones sobre la realidad
conformaban la agenda del poder, la dominante, y por aquel tiempo fue
brutalmente impuesta por la conjunción del peso de los acontecimientos tanto
externos como internos.
La meta inalcanzada
Para esta perspectiva dominante, los males que aquejaban a una economía como
la argentina tenían indudables causas. Una economía cerrada, virtualmente
estatizada (3) que le había dado la espalda a la evolución del mercado mundial,
y que, por ende, se había ido relegando en el concierto mundial de las naciones
líderes para quedar presa de la polimorfa formación "periférica", conocida desde
una categorización geopolítica de posguerra como Tercer Mundo.
Los años noventa, que coinciden políticamente entonces con la
larga década menemista, nos legaron pues la canasta de las reformas
estructurales apadrinadas por los organismos financieros más respetados del
mundo. Tanto es así, que la Argentina se erigió reiteradas veces como el "alumno
ejemplar" de la clase de macroeconomía internacional. El ajuste estructural se
desarrolló, entonces, a fondo (4).
Luego de un comienzo titubeante, y que dio lugar al fracasado
rápidamente plan B.B., y a varias tentativas en diversas entregas, conocidas
como planes Erman (5), la administración menemista encontró definitivamente el
rumbo mediante del programa de Convertibilidad, tras el primer trimestre de
1991. A través del establecimiento del sistema cambiario fijo y de libre
conversión, que vinculó estrechamente la circulación monetaria local a las
existencias de reservas en el Banco Central, se logró doblegar finalmente el
proceso hiperinflacionario que había sobrevivido hasta allí (6)
A favor de un vuelco de las condiciones internacionales, que
permitieron el vuelco hacia la "periferia atractiva" (mercados emergentes) de
una lluvia de capitales que fue al encuentro de los extendidos programas de
ventas de activos estatales, canalizados en buena medida mediante los programas
de reestructuración de deuda (Brady) (7), se asistió a un crecimiento de la
economía que alcanzó brío por esta situación que acabamos de señalar, a la que
cabría agregar el efecto rebote, natural acto reflejo a la postergada situación
incubada por el penoso cuadro recesivo heredado desde el final de los años
ochenta.(8)
Es bueno destacar que en conjunto los años noventa han dejado
una estela de crecimiento que algunos portavoces del poder se han encargado de
compararlo airosamente macrohistóricamente, al no encontrarle parangón a lo
largo de todo el siglo, excepto por el primer periodo de él, el que se sustanció
hasta la primera Guerra Mundial.(9)
Sin embargo, el desarrollo de la convertibilidad fue acompañado
por algunas claras señales de alarma sobre sus reales posibilidades de
sustentabilidad.(10) A saber: el permanente alza de la desocupación (se
triplicó), verdadero flagelo de la década (11), el salto adelante del
endeudamiento externo (se había más que duplicado) y la palpable falta de
respuestas del sector externo, donde la situación es alarmante (déficit
estructural).
Al respecto, resulta muy aleccionador observar la reaparición
de las viejas polémicas, por ejemplo, aquello que giraba alrededor de la
Argentina como una economía cerrada y la necesidad de romper ese cerco
asfixiante.
Como un reflejo de esta situación, es de una evidencia
irrefutable que a casi diez años de su puesta en marcha, el programa de la
Convertibilidad haya sido acompañado y/o continuado por el de la
"Competitividad", una tardía declaración de inoperancia del primigenio artificio
para resolver la crucial cuestión de la inserción argentina en el mundo, por lo
menos a los ojos de nuestros economistas "normales".(12)
2. Argentina de los noventa Una geografía comercial del extravío
"Una inserción pasiva". La apertura unilateral.
La larga espera para alcanzar un tibio reconocimiento de los
problemas en el sector externo comercial es una muestra del empecinamiento en
sostener contra viento y marea los paupérrimos discursos problematizantes
esgrimidos torpemente como guía conceptual para entender los dilemas de una
economía como la argentina.
La prevalencia del discurso ortodoxo, preñado de
circulacionismo vacuo, obnubiló al amplio auditorio de los "conocedores" del
tema (13). En esos años, los del atosigamiento de la "productividad" y
"flexibilidad", la debilidad y vulnerabilidad del engranaje argumentativo no
constituyó un obstáculo para su convalidación aplastante.
Sin embargo, un simple merodeo por los números más gruesos que
definen nuestra performance geocomercial, demostrarán convenientemente algunas
de las principales inconsistencias o falacias a las que han recurrido
incansablemente los amigos de "nuestros amigos de la banca".
El primer efecto que uno puede argüir como originado en la
matriz del "modelo" (14) es la determinación cuantitativa de los flujos
comerciales del país. Para ello utilizaremos el cuadro N°1.
CUADRO NRO 1
COMERCIO EXTERIOR ARGENTINO EN LOS ’90
Balanza Comercial
|
X |
M |
SALDO |
iX |
iM |
1990 |
12.353 |
4.078 |
8.275 |
100 |
100 |
1991 |
11.975 |
8.275 |
3.700 |
96,9 |
203,6 |
1992 |
12.234 |
14.862 |
-2.628 |
99,0 |
364,4 |
1993 |
13.118 |
16.773 |
-3.655 |
106,2 |
411,3 |
1994 |
16.511 |
22.271 |
-5.760 |
133,8 |
548,4 |
1995 |
20.391 |
19.304 |
1.087 |
164,8 |
473,0 |
1996 |
24.010 |
23.851 |
159 |
194,9 |
592,5 |
1997 |
26.264 |
30.428 |
-4.163 |
205,4 |
742,5 |
1998 |
26.356 |
31.396 |
-5.040 |
210,5 |
767,3 |
1999 |
23.134 |
25.518 |
-2.384 |
187,3 |
625,7 |
Referencias:
X, M y SALDO: en millones de dólares.
IX, iM: sobre base 100 (1990)
Fuente: Elaboración propia sobre datos de INDEC y
F.M.I.
En él se observa que el comercio exterior argentino realizó un
visible despegue. Por ejemplo, la sumatoria de exportaciones e importaciones
daría unos 16.431 millones de dólares allá por 1990, mientras en el año 1999
este agregado se ubicaría en 48.652 millones de dólares. La diferencia está
señalando un crecimiento de casi el 200% del comercio exterior, al alcanzar el
registro un preciso 196,1%; números que elocuentemente nos indican un salto
apreciable, y que implican un alza que supera el 10% anual a lo largo de la
década.
Pero la vitalidad del fenómeno comercial debe ser matizada por
una mirada un poco más atenta. Observando la entrada y salida de mercancías
queda clara la ventaja de lo primero, es decir, de las importaciones, sobre lo
segundo, esto es, de las exportaciones. Mientras estas últimas se movieron desde
los 12.353 a los 23.134 millones de dólares, las importaciones lo hicieron desde
los 4.078 a los 25.518 millones de dólares. Los índices relativos de crecimiento
no admiten deslices: el salto exportador, que arañó el 90%, queda empequeñecido
frente al exorbitante incremento de 526% de los productos introducidos al país.
Hemos asistido en la década pasada, entonces, ante todo, a una verdadera
avalancha importadora, una especie de segundo acto del proceso vivido durante la
gestión económica de José Alfredo Martínez de Hoz, aunque esta vez notoriamente
agravada (15).
En aquella oportunidad se dijo -en buena medida acompañamos-
que la estrategia respondía a un intento unilateral de acceso al mercado
mundial.(16) Las perspectivas de la Convertibilidad no han sido diferentes a las
de aquella aventura, y sus resultados concretos hasta aquí son inocultables, aún
para las maquilladas estadísticas a las que son afectos los "contadores
creativos".(17)
Cualquier pretensión de otra evolución de los acontecimientos
sólo puede situarse en la pesada mochila de desaciertos de la incomprensible
posición circulacionista, de la que hacen gala los modositos técnicos
liberal-ortodoxos "made in U.S.A.".
En el cuadro N°1 también pueden observarse los ritmos, año tras
año, del movimiento comercial.
Comenzando por las importaciones, ellas parten de un piso muy
bajo, producto de la profunda recesión incubada por la hiperinflación (89-90),
encontrándose movimientos contractivos en los años 1995 y 1999, engendrados por
las recesiones de la década: la corta y profunda del Tequila (1995), y la larga
y decisiva del mercado interno, gatillada, en parte, muy parcialmente, por la
devaluación brasileña (1999).(18)
Por el lado de las exportaciones, existe un cuadro estático que
se extiende hasta 1993, que en 1994 se rompe por un crecimiento ininterrumpido
hasta 1997, a caballo de la "exitosa" experiencia estabilizadora del real en
Brasil. En el año 1999, mientras tanto, se produce un retroceso significativo
,el que se debe enmarcar en la crisis devaluatoria de la moneda brasileña.
En resumen, una manifiesta alza de las importaciones, con
exportaciones creciendo a la distancia. De conjunto, una tendencia al déficit
comercial estructural, que en el cuadro citado alcanza a 10.409 millones de
dólares, pero si se excluyera el registro muy distorsionado de 1990, la
Convertibilidad propiamente dicha arribaría a un rojo de 18.684 millones de
dólares.
El dislocamiento comercial: entre la "historia" y la
"geografía"
Para establecer un cuadro de comercio exterior relativamente
abarcativo no se puede omitir la observación del flujo exportador-importador de
acuerdo a su alcance geográfico. Es decir, a las simples mediciones
(aproximación cuantitativa) hay que agregarle el sentido por destino y origen
(aproximación cualitativa).
En el cuadro N|°2 se pueden leer las cifras de acuerdo a la
orientación geográfica del comercio argentino durante la pasada década. Si
cuantitativamente había habido cambios remarcables, ahora, cualitativamente, las
diferencias geográficas no son menos acusadas.
CUADRO Nro 2
EL COMERCIO EXTERIOR ARGENTINO POR ORIENTACIÓN
REGIONAL
Exportaciones
|
90 |
91 |
92 |
93 |
94 |
95 |
96 |
97 |
98 |
99 |
Países Desarrollados |
49,7 |
49,4 |
46,4 |
42,7 |
39,1 |
32,6 |
30,6 |
26,9 |
30,7 |
35,6 |
A N |
14,4 |
11,0 |
11,4 |
10,2 |
10,9 |
7,8 |
8,6 |
8,3 |
8,9 |
12,3 |
Au-N Z |
0,6 |
0,5 |
0,4 |
0,5 |
0,4 |
0,3 |
0,3 |
0,3 |
0,2 |
0,4 |
Japón |
3,2 |
3,8 |
3,1 |
3,6 |
2,7 |
2,2 |
2,1 |
2,2 |
2,5 |
2,3 |
Europa Occ |
31,5 |
34,1 |
31,5 |
28,4 |
25,1 |
22,4 |
19,5 |
16,1 |
19,3 |
20,7 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Países No Desarrollados |
48,9 |
49,8 |
53,1 |
56,7 |
60,3 |
67,1 |
68,9 |
71,7 |
68,2 |
63,0 |
Africa |
1,9 |
1,9 |
4,1 |
1,9 |
3,2 |
3,2 |
3,1 |
3,0 |
2,6 |
3,0 |
Asia |
7,0 |
7,2 |
6,3 |
5,9 |
8,4 |
10,1 |
10,8 |
11,0 |
10,0 |
9,6 |
Europa Or |
7,0 |
4,7 |
3,1 |
2,6 |
1,7 |
1,9 |
2,3 |
2,8 |
2,1 |
1,5 |
Medio Oriente |
6,7 |
5,7 |
5,6 |
4,3 |
3,4 |
4,1 |
5,6 |
5,6 |
5,6 |
4,5 |
Latinoamérica |
26,3 |
30,3 |
34,1 |
42,0 |
43,7 |
47,8 |
47,0 |
49,3 |
49,1 |
44,4 |
Importaciones
|
90 |
91 |
92 |
93 |
94 |
95 |
96 |
97 |
98 |
99 |
Países Desarrollados |
58,9 |
53,2 |
54,3 |
55,0 |
58,1 |
54,9 |
54,6 |
53,8 |
54,8 |
54,6 |
A N |
22,1 |
18,8 |
22,2 |
23,5 |
22,6 |
20,3 |
20,8 |
21,4 |
20,4 |
20,6 |
Au-N Z |
2,1 |
1,4 |
0,9 |
0,6 |
0,4 |
0,8 |
0,5 |
0,5 |
0,4 |
0,4 |
Japón |
3,3 |
7,2 |
4,7 |
4,0 |
2,8 |
3,5 |
3,0 |
3,7 |
4,5 |
4,2 |
Europa Occ |
31,4 |
25,7 |
26,6 |
26,9 |
32,3 |
30,3 |
30,3 |
28,4 |
29,5 |
29,2 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Países No Desarrollados |
41,1 |
43,6 |
45,7 |
45,0 |
41,6 |
44,3 |
44,5 |
45,0 |
44,9 |
44,8 |
Africa |
0,5 |
1,3 |
0,7 |
0,8 |
0,9 |
1,1 |
1,1 |
1,3 |
0,6 |
0,8 |
Asia |
4,2 |
9,3 |
9,1 |
9,8 |
8,3 |
9,0 |
9,9 |
9,9 |
10,1 |
10,4 |
Europa Or |
1,1 |
1,2 |
0,7 |
0,7 |
1,6 |
2,5 |
2,3 |
2,2 |
2,4 |
2,6 |
Medio Oriente |
0,5 |
0,3 |
0,4 |
0,2 |
0,4 |
0,4 |
0,5 |
0,6 |
0,4 |
0,6 |
Latinoamérica |
34,8 |
31,0 |
34,7 |
33,4 |
30,2 |
31,2 |
30,7 |
30,9 |
31,0 |
30,4 |
Referencias:
X, M: en porcentajes
Fuente: Elaboración propia sobre datos del F.M.I.
En el cuadro referido se observa la decadencia exportadora
relativa en los mercados desarrollados, en los que el retroceso del periodo
(90-99) alcanza, como un todo a -28,4% (19). Particularmente dramática y
emblemática es la pérdida relativa de inserción en Europa Occidental, que llega
al 34,3%.
Como contrapartida, las áreas de países no desarrollados han
resultado el recipiente donde se han volcado los sueños del crecimiento
exportador. Allí, como conjunto, se ha generado un reacomodamiento positivo del
28,8%. Aquí hay una participación no excluyente pero, sí, estelar: la de América
Latina, que generó un salto del 68,8%, dejando impreso el sello al movimiento
exportador. Téngase presente que al inicio de la década significaba el 53,7% del
mercado no desarrollado, para pasar a representar, en 1999, el 70,4% de él.
Un rasgo secundario aunque no menor por las consecuencias
futuras, nos lo muestra el estrepitoso arrumbamiento del caudal exportador
frente al mercado eurooriental. Allí, la pérdida de significatividad alcanza in
registro por demás elocuente, -78,6%, lo que significa una reducción profunda,
efectiva, en valores absolutos (20).
Ahora bien, cuando uno se enfrenta con el cuadro de las
importaciones encuentra una realidad muy diferente. En primera instancia, no
estamos frente a un desbalance muy marcada entre las posiciones desarrolladas y
las no desarrolladas. El conjunto desarrollado ha sufrido un revés relativo de
-7,3%, a tiempo que los mercados no desarrollados avanzan un 9%. Como se ve, muy
lejos estamos de las modificaciones cuantitativas del panorama exportador. La
estabilidad de las fuentes históricas de abastecimiento es ponderable. La
sumatoria europeo-estadounidense bordea el 50% en términos generales y alcanza a
superar el 90% en términos relativos (es decir, escasa presencia japonesa), lo
que, frente al salto importante de las importaciones refleja el peso de la
estructuralidad de la situación (21).
Ahora cuando uno aborda la zona de las regiones no
desarrolladas aparecen algunos datos interesantes y, en alguna medida,
sorprendentes. El primer elemento a tener en cuenta, y que resulta muy
sugestivo, es el retroceso del 12,6% del aprovisionamiento latinoamericano (22).
El segundo elemento discernible cualitativamente es el alza espectacular de los
embarques desde Asia, que en su marca de ascenso bordea el 150% (exactamente el
147,6%). Esta performance se traduce en una redifinición nítida dentro del
espectro no desarrollado, al pasar de ser el 10,2% de esa zona en 1990 al 23,2%
en 1999 (23).
3. Lejos del Primer Mundo, y también de Latinoamérica
Es indudable que la mutante geografía comercial argentina es
una consecuencia primaria del funcionamiento económico real del país, del
"modelo", como les gusta decir a los "críticos".
Más allá de las modificaciones cuantitativas, por demás
expresivas, por cierto, el apreciable significado de los cambios contemplados en
las orientaciones geográficas de los flujos comerciales, constituye una
verdadera radiografía de la evolución -lapidaria- de la "competitividad" de la
estructura económica local.
En términos activos, nuestras ventas se han alejado del Primer
Mundo. Y esto es mucho decir, ya que es la demanda cuanti-cualitativa mundial la
que se ha mostrado a lo largo de la década asaz esquiva. Por el contrario, los
números parecen hablar de una "necesidad" latinoamericana a la hora de
vender.
En términos pasivos, la elocuencia de las cifras nos separa de
la vocación latinoamericana para confirmarnos la histórica posición subordinada
de nuestro mercado respecto de aquellos que son los usufructuadores de su
movimiento, los imperialismos norteamericano y europeo.
En suma, alejamiento de las áreas de divisas por una parte y
creciente necesidad de conseguirlas, por el otro, resumen la encrucijada a la
que nos ha conducido la irresuelta crisis argentina, a la que la década pasada,
la del crecimiento espectacular, le ha agregado un inolvidable nuevo
capítulo.
Notas
Esta caracterización estuvo a cargo de los técnicos de la
CEPAL (Comisión Económica para América Latina).
La segunda mitad de los ochenta fue un momento de alta
inflación para casi todos los países de la región, aunque es cierto que el
caso argentino fue uno de los extremos (véase Dabene, O., 1999, cap.
7).
En pleno apogeo de esta ofensiva político-intelectual -a
la cual se suele sindicar como “neoliberal” o “neoconservadora”- uno de
los más conspicuos representantes de esta alianza en el poder solía
catalogar a una economía como la argentina como socialista, debido al
papel preponderante que, según él, ocupaba en ella el estado. El autor de
esta caracterización, el Ing. Álvaro Alsogaray, era el fundador de una
formación política que ofició de refugio para la derecha asumida como tal,
a pesar de su denominación encubridora (Unión de Centro Democrático), a la
salida de la dictadura.
El ajuste estructural es la denominación mistificadora
que el desguace del estado adoptó para los técnicos encargados de
“elaborarlo” y “transferirlo”. Hoy, con mucho menos ímpetu, se vuelve a
plantear un segundo round de reformas estructurales, que se propanan como
las de segunda generación, dirigidas, dicen, a mejorar la “calidad
institucional”. Los sectores de la salud, la educación y la justicia
serían los escenarios elegidos. El discurso de un consultor “top”, como
Miguel A. Broda, representa, sin disimulo, este propósito.
Por Antonio Erman González, un contador riojano, ubicuo
funcionario del menemismo, reiterado ministro de la década, y que ocupó
durante algo más de un año el Ministerio de Economía, luego de la abortada
gestión de Miguel Roig y de la frustrada de Néstor Rapanelli, los
ministros de Bunge y Born.
El Plan de Convertibilidad fue puesto en ejecución a
fines de marzo de 1991. Tuvo como predecesor fundamental al Plan Bonex, la
confiscación de depósitos que llevó a cabo Antonio Erman González y que
sucedió al derrumbe del Plan BB. La Convertibilidad dio origen a una nueva
moneda, el peso, que dejó atrás al austral. Estuvo precedida por una
macrodevaluación del 50%, estableciendo la paridad de arranque en 10.000
australes (un peso) por dólar. Debe recordarse que en junio de 1985, al
lanzarse el austral, esta moneda cotizaba a 82 centavos por dólar,
denotándose así el proceso inflacionario galopante y la devaluación a la
que fue sometida la “moneda de Alfonsín”.
Sobre el Plan Brady y su funcionalidad, o lo que no es lo
mismo, la funcionalidad de las políticas económicas -por caso, la
Convertibilidad- respecto de los anhelos de los banqueros, puede
consultarse el preclaro y anticipatorio análisis de Raúl Clauso (1992),
reproducido en la revista de Geografía “Meridiano” Nro 6.
Véase el trabajo de Jorge Schvarzer, en la Gaceta de
Económicas, Nro 11, 24 de agosto de 2001.
El número dos del F.M.I., el reputado académico, Dr.
Stanley Fischer, ha dejado en claro que, excepto China, la Argentina de
los ’90 no ha tenido igual en la década, y que en el siglo nuestro país
debería remitirse tan sólo al período pre-primera guerra para atravesar
una época de tamaño ímpetu económico.
Este término es una derivación de la profusa fraseología
ecológica imperante, transpuesta al mundillo económico. Miguel A. Broda
suele referirse, en cambio, a la consistencia intertemporal, en un giro
también eufemístico, pero al menos alejado de la demagogia ambientalista
en auge.
Debe recordarse que Argentina abandonaba los ’80 con una
desocupación abierta cercana al 6%.
Debe entenderse por éstos a los liberales o neoliberales
(u ortodoxos), la corriente predominante o hegemónica desde hace
tiempo.
En el análisis del comercio exterior, uno suele encontrar
dos posiciones enfrentadas desde la perspectiva burguesa. El enfoque
prevaleciente durante los últimos años es el que denomino circulacionista.
En él predomina una visión “ageográfica”, entendiendo por esto la creencia
en la vigencia del reino de la circulación absoluta, teniendo al mercado
mundial como una redentora e infalible máquina de crecimiento continuo.
Los flujos no encuentran obstáculos para su movimiento, el mundo es una
superficie lisa, tan así como para hacer virtualmente desaparecer la
fricción y, por ende, la distancia. En esta realidad de la perpetua
circulación, ésta garantiza los equilibrios como tendencia. Las llamadas
corrientes liberales se ajustan a este ideario (véase la refutación
conservadora de The Economist, en Meridiano Nro 2). Frente a esta posición
se yergue una perspectiva opuesta, siempre, reitero, desde una
convalidación sistémica. Esta corriente de opinión la considero estática,
“ahistórica”. Considera al mercado mundial como una referencia
inexcusable, aunque oficie de retroalimentador de las diferencias
pre-existentes entre los diversos sitios. Por lo tanto, esta visión
considera la necesidad de un posicionamiento activo frente al mercado
mundial. Su falta de profundidad histórica, les permite, empero, imaginar
reproducir a “destiempo” el desarrollo de los procesos en un sitio
determinado, rezagado, el suyo, a semejanza de la evolución previa
realizada por otros sitios, los adelantados. La visión estática les veda
la posibilidad de observar y comprender la evolución de los sitios desde
una complejidad sistémica, que reduce los márgenes de autonomía
considerablemente. Estos razonamientos se corresponden con las posturas
desarrollistas (véase la refutación marxista de Milcíades Peña, 1975). En
resumen, las posiciones burguesas oscilan entre la realidad eterna de la
circulación (liberalismo), y el intento de construcción estática de un
sitio (desarrollismo), negando el interjuego de sitios jerárquicamente
relacionados (imperialismo).
La referencia obsesiva al “modelo” surge, por lo general,
desde posturas críticas, impugnadoras. Sin embargo, éstas constituyen una
crítica parcial, ya que reducen las tareas de transformación a una mera
resolución técnica -hay que cambiar el plan-, desconociendo la
determinación social de cualquier imposición técnica. Esta situación se
corresponde con las posturas neodesarrollistas; el cambio es posible
dentro del sistema, y no va más allá de algunos retoques técnicos. Pero
aun desde un punto de vista simplemente formal, algunas personas creen que
la sencilla utilización de esta referencia, modelo, cumple de por sí el
importante propósito de embellecerlo y dotarlo de un significado que ni
siquiera aquel tiene. Es decir, hablar de modelo es racionalizar algo que
se resume en la lisa y llana explotación social, en el marco de un
arrasamiento de conquistas sociales de décadas. Desde ya, suscribo este
último enfoque.
El agravamiento está dado porque el actual ensayo se
llevó a cabo luego de aquella primera experiencia. Suma deterioro a un
contexto que debió absorber ya aquel golpe. Por otro lado, las condiciones
externas también difieren. La “globalización” señalada ampulosamente como
una nueva Era, ha acotado algunos márgenes respecto de aquella otra
experiencia. La falta de soberanía monetaria es una situación novedosa.
Sobre este particular, es interesante acercarse a la crítica que el Dr.
Cavallo (99) realiza a la teoría cuantitativa del dinero, ya que en ella
exuda el más burdo geografismo de la mano de Mundell con sus áreas
monetarias.
La sobrefacturación de las exportaciones y la
subfacturación de las importaciones son dos fenómenos harto conocidos en
la historia del comercio exterior argentino. Claro que la década pasada,
con los sonados casos de la “mafia del oro” y de la “aduana paralela”,
está llamada a ocupar un lugar central en la galería principal de la
antología de la picaresca comercial criolla, y atribuible, certera y
merecidamente, a la pericia del Dr. Cavallo.
La unilateralidad también hacer referencia a aspectos
cualitativos concretos. Una y otra dimensión están necesariamente unidad,
ya que aquí también cantidad y calidad están indisolublemente vinculadas.
A la par de la apertura importadora desindustrializante, se le añade la
primarización creciente del perfil exportador, más allá de los cotos
industriales apañados por el comercio administrado circunscripto
regionalmente (como es el caso de la industria automotriz, por
ejemplo).
La crisis de los emergentes consta ya de varios
capítulos. Cada uno de estos se abrió con un pase de factura desde el
lugar de la crisis a otros eslabones de la cadena de desgracia (México,
94; este de Asia, 97; Rusia, 98; Brasil, 99). Pero así como hay cadena,
hay también eslabones. La actual crisis en desarrollo, la Argentina,
confirma los problemas de la cadena, que ya no es la de la felicidad
-globalización-, pero también, es cierto, es el agotamiento del ciclo
económico (convertible) del eslabón nacional argentino.
Este porcentaje surge de establecer la relación de la
caída porcentual en el 49,7% de la participación original.
La “caída del Muro” no sólo ha estado presente
cuantitativamente representado por el declive de la demanda, sino también
por la reorientación geográfica de esa demanda, cubierta ahora por una
oferta europeizada. Todo un cuadro que, en su complejidad, suma escollos a
la “estrategia” exportadora argentina.
Una advertencia que puede rastrearse ya anticipada en el
Boletín del CeHu, Nro 1, 1997.
El caso brasileño es una circunstancia cardinal del
análisis del comercio exterior argentino. Como actor principal del
emprendimiento regional del Como Sur, la relación brasileño-argentina ha
sobrellevado la responsabilidad de su constitución y construcción. Sobre
esta última, una vasta cantidad de opiniones, sobre todo del hemisferio
norte, la ha considerado una típica variante de las fenecidas estrategias
industriales proteccionistas mercado-internistas y, por lo tanto,
detestable, descartable. Los números de esta relación, sin embargo,
limitan, a mi entender, los discursos que cargan las tintas sobre el
efecto de desviación de comercio. En términos de las exportaciones
argentinas, Brasil y el Mercosur han sido la tabla de salvación de la
inepcia competitiva argentina: Brasil pasó de ser en 1990 el 11,5% de las
ventas a alcanzar el 24,2% en 1999. El Mercosur ampliado (con Chile y
Bolivia), en tanto, saltó del 19% al 39,5%. Pero en términos de las
importaciones la situación difiere ostensiblemente. Mientras Brasil pasó
de representar el 17,6% al 21,9% de nuestras compras, el Mercosur ampliado
retrocede del 29,7% al 27,4%. Un resultado de conjunto desconsolador para
los integracionistas. En el mismo sentido, el restringido análisis de la
performance brasileña, aun con su crecimiento, no parece abrigar, desde
las importaciones, los proclamados anhelos de la unión regional.
Como se ve, toda una confesión respecto del carácter del
flujo importador y su concomitante efecto deletéreo sobre la capacidad
industrial instalada. Claro que frente a la avalancha de la desocupación,
la de las baratijas suena a elemento descriptivo secundario.
BIBLIOGRAFÍA
CAVALLO, Domingo: “La Calidad del Dinero”, en Diario Ámbito
Financiero, Buenos Aires, 22, 23 y 24 de marzo de 1999.
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PEÑA, Milcíades: “De Mitre a Roca”. Ediciones Fichas.
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2001.
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Nro 1. Buenos Aires. Setiembre de 1997.
REPÚBLICA ARGENTINA. MINISTERIO DE ECONOMÍA. SECRETARÍA DE
PROGRAMACIÓN ECONÓMICA Y REGIONAL. Instituto Nacional de Estadísticas y
Censos (INDEC): “Comercio Exterior Argentino”. Buenos Aires. 1999.
Ponencia presentada en
el Tercer Encuentro Internacional Humboldt. Salta, Argentina. Octubre de
2001. |



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