NCeHu 913/04
Ref.: NCeHu 909/04
México
GARROTES Y
ZANAHORIAS
Es muy curioso en estas tierras saber que todavía
se habla en el mundo de la necesidad de tener una política industrial. Curioso
pues aquí parece que estamos desde hace una década en otra etapa del pensamiento
económico, una forma original, sin duda, pero de consecuencias poco afortunadas.
Recuérdese que desde la secretaría responsable
del fomento de la industria se postuló que la mejor política industrial era no
tenerla. Esa expresión no fue necesariamente producto de la meditación, sino más
bien fruto del entusiasmo generado por el proyecto de apertura de la economía y
la integración con Estados Unidos que, supuestamente, habría de provocar el
progreso de esta nación.
El entusiasmo ya pasó, pero quedó una economía
con poca capacidad de crecimiento, muy bajos niveles inversión productiva y una
industria desarticulada. Lo notable es la duración de esa idea desventurada y
fuera de lugar que aún no se desecha.
En Europa, sin embargo, la política industrial
sigue siendo motivo de ocupación y de tratamiento sistemático de los gobiernos.
En la Comisión Europea el tema se ubica en términos de las condiciones de la
competencia y la productividad frente a la economía de Estados Unidos y por las
nuevas condiciones de la incorporación de 10 países como miembros de la Unión
Europea.
En un reciente informe titulado Una política
industrial para una Unión Europea ampliada se recogen los planteamientos
estratégicos para crear oportunidades de inversión, empleo y desarrollo
tecnológico. Allí se reconoce que se han trasladado recursos y empleos al sector
de los servicios, lo que significa aumentos en la productividad del sector
industrial. No obstante, se reconoce que esas ganancias son menores a las
conseguidas en Estados Unidos, pues ha sido menor el gasto en investigación y
desarrollo por los gobiernos y las empresas europeas. Al mismo tiempo se
consigna que en sectores productivos más tradicionales, como el textil y el
minero, las nuevas formas de la competencia internacional han cambiado de modo
significativo su forma de operación.
Las economías siguen teniendo una dimensión
nacional y la estrategia europea se plantea no sólo medirse con respecto a las
economías más fuertes, sino incluso ante aquellas que se aproximan desde atrás.
La competencia, como bien señaló Marx, es una guerra y se puede perder por la
retaguardia. Así, se debe considerar la cantidad de recursos que se destinan
directa e indirectamente a la inversión productiva y, también, el contenido de
ese gasto de modo que acreciente la capacidad competitiva basada en las
ganancias de productividad.
Vista así, la inversión y el más extenso espacio
económico que se logra con la integración, amplían las ventajas competitivas
derivadas de la mayor escala en que se puede producir, sin que se tenga que
desplazar parte de la actividad a otras zonas del mundo que ofrecen la ventaja
esencial de los salarios más bajos. Es una función clave de la política preparar
los distintos sectores y zonas del territorio para las nuevas condiciones
competitivas.
No se trata señala el documento de
referencia de escoger ganadores, sino de crear más oportunidades para el
conjunto de las empresas en el mercado. Para ello, se requiere un entorno de
competencia eficaz, más innovaciones y un mercado interno que funcione
plenamente junto con políticas de estímulo público en investigación, transporte
y desarrollo regional para fomentar la actividad industrial. Esto no descarta,
por supuesto, la atención específica a sectores que la requieran para acceder a
los nuevos patrones de la competitividad. La política industrial puede tener
enfoques específicos en términos de las actividades que acrecienten la
competitividad del sistema económico en su conjunto; ahí entra el gasto en
inversión pública, sobre todo en la infraestructura.
Fuente: diario La Jornada,
de México D.F., México; 7 de junio de 2004. |