NCeHu 941/04
La resistencia iraquí
Sami Nair El Periódico
En Irak, la situación se deteriora
de día en día. Las fuerzas de ocupación británicas y estadounidenses han perdido
la guerra. Ahora están a la defensiva, aunque cuenten con superioridad militar.
Pueden seguir aterrorizando a la población, matando, torturando, pero ya no
pueden contener a la resistencia popular, los atentados suicidas, el
hostigamiento de las milicias armadas, el desapego de los reservistas que ellos
mismos han reclutado y que se les vuelven en contra.
Los mártires de la
prisión de Abú Graib han hecho estallar ante el rostro del mundo el carácter
bárbaro del Ejército de ocupación: en efecto, jamás, ni siquiera durante la
guerra de Vietnam o en los campos de Pinochet en Chile, se había visto tal
salvajismo e inhumanidad desarrollándose ante las cámaras.
Aparte una
opinión pública estadounidense cloroformizada por unos medios de propaganda
masivos, la conciencia de toda la humanidad está trastornada por estas imágenes.
Lo que había sido presentado como una expedición "democrática" contra Sadam
Husein, se ha revelado ahora como una guerra neocolonial en el sentido más
vulgar del término.
Al pueblo iraquí, débil, sin armas y abandonado, le
corresponde hacer morder el polvo al Ejército de ocupación. Y para asombro de
todos, lo está consiguiendo.
En la actualidad, Bush está cogido en la
trampa iraquí. A falta de pocos meses para las elecciones presidenciales
estadounidenses, no sabe cómo salir de ella. Los norteamericanos han olvidado
con excesiva rapidez la derrota que les infligieron los vietnamitas; hoy sufren
el tormento de la guerrilla; y han conseguido, como en los años 60, que Estados
Unidos sea detestado en todas partes.
La Administración estadounidense
creyó que podía dividir a los iraquís, oponer a shiís y sunís, y éstos a los
kurdos. Ha olvidado que Irak es una nación, ha olvidado el patriotismo, la
unidad de las poblaciones contra los invasores. Ha olvidado que, con Irak, en la
actualidad tiene también a todo el mundo árabe y musulmán en su contra, y que
esta guerra, a pesar de su fuerza y de la complicidad de las élites dirigentes
de los países musulmanes, no puede ganarla. Por esta razón es previsible que,
incluso tras el cese de las hostilidades en Irak, la guerra contra Estados
Unidos, trabada con el conflicto palestino-israelí, continuará. En el plano
regional, a Irán le cuesta cada vez más quedarse al margen, Siria observa con
delectación el hundimiento estadounidense, Turquía no levanta ni un dedo para
ayudar a Estados Unidos, Arabia Saudí se enfrenta al ascenso del terrorismo,
mientras la resistencia continúa en Palestina, pese a la agresión
israelí.
¿Cómo van a manejar Bush y su banda la pretendida retirada a
partir del 30 junio? Ahora hacen como si aceptaran una resolución de la ONU que
tendría el apoyo de las grandes potencias, tras haberla rechazado durante tanto
tiempo. Pero ni Francia, ni Alemania, ni Rusia, ni China, ni siquiera el Consejo
Nacional Iraquí, implantado por los norteamericanos, quieren un texto que
enmascare la continuidad de la ocupación bajo otras formas. Exigen una verdadera
solución que implique el total reconocimiento de la soberanía
iraquí.
Aunque éste no es el plan de Bush. Quiere abandonar el campo de
batalla conservando los principales atributos del poder; se niega a reconocer la
soberanía de los iraquís sobre los recursos energéticos, quiere conservar el
control de la reconstrucción del Ejército iraquí, de la policía y, sobre todo,
pretende construir bases estadounidenses en el desierto para vigilar los campos
petrolíferos e intervenir militarmente cuando lo desee.
En estas
condiciones, el representante de la ONU, Lajdar Brahimi, no puede plantear una
propuesta de Gobierno de transición que sea aceptada por todos. Los
estadounidenses se han visto obligados por la resistencia del pueblo iraquí a
hacer concesiones. La adopción por el Consejo de Seguridad de una nueva
resolución pone de relieve el debilitamiento internacional de Estados Unidos y
el recurso necesario al apoyo de la comunidad internacional para restablecer la
soberanía iraquí.
Pero no basta. En realidad el verdadero problema es que
todo gobierno que tenga el apoyo de Estados Unidos será considerado ilegítimo
por la población iraquí. Todavía correrá mucha sangre. La solución sólo puede
derivarse de la marcha de Bush y del cambio radical de la actitud de Estados
Unidos con respecto al resto del mundo. Esto es lo que está diciendo estos días
el antiguo candidato a las presidenciales estadounidenses, Al Gore. ¡Ojalá el
pueblo estadounidense escuche este consejo!
SAMI Naïr es
Eurodiputado francés integrado en la Izquierda Unitaria Europea. Traducción
de Xavier Nerín
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