NCeHu
875/04
El
posliberalismo en América Latina
Claudio Katz
Enfoques Alternativos,
09/05/04
¿Cuál es el
balance del neoliberalismo en América Latina? ¿Triunfó al imponer su curso de
acción a gobiernos de distinto signo? ¿O fracasó al receptar el generalizado
rechazo de la población? La respuesta depende del aspecto enfatizado en la
definición del neoliberalismo, ya que este modelo no sólo incluye una práctica
económica, un proyecto de acumulación, sino también una ofensiva social
destinada a doblegar a los trabajadores y erigir regímenes
autoritarios.
ALCA,
deuda y fracasos
En el terreno
económico la doctrina neoliberal continúa prevaleciendo. Aunque la predilección
de las clases dominantes por las privatizaciones, la apertura y la desregulación
ha decrecido, el neoliberalismo orienta la estrategia del ALCA y del
endeudamiento externo.
Las tratativas
para conformar un área de libre comercio apuntan a reforzar las ventas
norteamericanas hacia la región, a cambio de mayores cuotas del mercado
estadounidense para los exportadores latinoamericanos. Pero ante la resistencia
del empresariado brasileño (y en menor medida argentino) a desproteger su
industria y extranjerizar los servicios, la versión inicial del ALCA ha sido
modificada.
Actualmente se
discute una variante 'light' del acuerdo que eximiría a los participantes de
compromisos estrictos y plazos perentorios. Pero el complemento de esta nueva
alternativa son los acuerdos multilaterales y los convenios bilaterales (México,
Chile, Centroamérica) que mejorarían las ganancias de las corporaciones a costa
de la mayoría popular.
También en el
plano financiero el modelo neoliberal persiste, especialmente a través de la
auditoría que ejerce el FMI. Esta ingerencia es más gravitante que los
desembolsos de intereses, porque implica una sistemática subordinación de la
inversión pública y los ingresos populares a las prioridades de cobro de los
acreedores.
Este sometimiento
al Fondo ha sido ratificado por los continuadores explícitos del modelo de los
90 (Lagos, Fox, Toledo) y por los antiguos críticos de la ortodoxia. Lula es el
ejemplo más contundente de esta conversión. Para 'ganar la confianza' de los
banqueros mantiene altas tasas de interés, restricciones a la emisión y recortes
del gasto público que aseguran las altas ganancias de los financistas. También
Kirchner enmascara con discursos de confrontación el compromiso de asignar el 3
% del superávit fiscal a los acreedores.
Pero esta
continuidad de políticas coexiste con el fracaso económico del neoliberalismo.
Las clases dominantes latinoamericanas no han logrado a través de este modelo
expandir sus negocios, reforzar su base de acumulación o aumentar su presencia
en el mercado mundial. Esta pérdida de posiciones en el escenario internacional
se verifica en el estancamiento del PBI per capita, en la caída de la inversión
extranjera (especialmente en comparación a China y el Sudeste Asiático) y en el
desbordante endeudamiento. Por eso las fases de prosperidad cíclica son cada vez
más dependientes de la tasa de interés en los centros o del repunte de los
precios de las materias primas exportadas.
Este fracaso ha
sido paradójicamente potenciado por un logro reaccionario del neoliberalismo: la
generalizada regresión social. Pero esta involución -que se verifica en el
aumento del desempleo, el desplome del salario mínimo y la explosión de
informalidad laboral- acentuó el estrechamiento de los mercados internos y la
consiguiente contracción de la acumulación. Además, la apertura y las
privatizaciones deterioraron la competitividad regional y el incremento del
endeudamiento externo -que favoreció a ciertos grupos- redujo severamente la
autonomía fiscal y monetaria requeridas para contrarrestar los ciclos
recesivos.
Sublevaciones, sujetos y conciencias
El intento
neoliberal de doblegar la resistencia popular ha sufrido graves reveses, como lo
prueba el derrocamiento en las calles de varios presidentes reaccionarios. Estas
sublevaciones -que conmovieron a Ecuador (1997), Perú (2000), Argentina (2001) y
Bolivia (2003)- constituyen acontecimientos mucho más significativos que los
repliegues electorales que también sufrió la derecha (Venezuela,
Brasil).
En Bolivia una
insurrección retomó la tradición de alzamientos mineros, combinando reclamos
sociales (aumento salarial), campesinos (defensa de los cultivos cocaleros) y
antiimperialistas (industrialización del gas). También la rebelión que sacudió a
la Argentina constituyó una excepcional irrupción de la población contra el
régimen político ('Que se vayan todos').
Las huelgas y
ocupaciones de tierras en Brasil no tuvieron este alcance (dadas las divergentes
tradiciones de lucha y al carácter más acotado de la crisis económica). Pero
empalmaron con el rol activo de los trabajadores estatales en todas las
protestas latinoamericanas. Este sector lidera la resistencia en Perú o en
Uruguay y encabeza la revuelta de Santo Domingo. La huelga general se mantiene
como la forma de acción clásica de la movilización popular y en cierto casos
-como Chile- se insinúa cierta reaparición del protagonismo obrero. En otros
países, la resistencia ha estado signada por rebeliones campesinas generalizadas
(Ecuador), localizadas (Colombia) o regionales de gran impacto nacional
(Chiapas). La lucha social adquiere, además, connotaciones explosivas cuándo
está imbricada al desarrollo de un conflicto antiimperialista
(Venezuela).
Esta variedad de
movimientos (gravitación indígena en zonas andinas, sustento urbano en el sur)
incluye un novedoso intercambio de experiencias de lucha. Los trabajadores
informales de Bolivia han asimilado la experiencia de los mineros y los
piqueteros argentinos recogen el aprendizaje acumulado por sus dirigentes en el
movimiento sindical.
En estas protestas se verifica una gran maduración de la conciencia
antiliberal. A diferencia de otras regiones (como Europa Oriental), en América
Latina ya no existen grandes expectativas en las privatizaciones. Más
significativo es el renacimiento de convicciones antiimperialistas, que a
diferencia del grueso del mundo árabe no adoptan rasgos fundamentalistas de
hostilidad religiosa o étnica. Por eso en las movilizaciones de Latinoamérica se
observa la imagen del Che y no de líderes confesionales. El enemigo señalado son
los bancos y corporaciones yanquis, pero no el pueblo
norteamericano.
Los
límites del giro antiliberal
Las sublevaciones
populares han acentuado la drástica disminución del entusiasmo burgués por el
neoliberalismo. Esta declinación se expresa en el resurgimiento de gobiernos que
promueven la 'reconstrucción un capitalismo regional autónomo'. Este proyecto de
los regímenes de centroizquierda es avalado por las mismas clases dominantes que
en los 90 abjuraban del 'estatismo'.
Este curso
confirma que 'las burguesías nacionales no han desaparecido' en la región. Es
cierto que la asociación con el capital foráneo y el retroceso económico
disminuyeron su gravitación y modificaron su estrategia precedente de
'industrialización sustitutiva'. Pero las clases capitalistas nacionales
subsisten y continúan manejando los resortes del poder. Quiénes suponen que ese
grupo se disolvió por efecto de la transnacionalización, la absorción imperial o
la carencia de proyectos autónomos olvidan las peculiaridades de la burguesía
nacional. Este sector nunca logra encarrilar la prosperidad económica, ni
tampoco consigue rivalizar con las grandes corporaciones. Pero no se diluye
dentro de un bloque común con el imperialismo, ni renuncia a sus intereses
propios frente a los competidores extranjeros.
El programa de
capitalismo autónomo regional no se perfila actualmente como un proyecto
factible. El fracaso del MERCOSUR es un ejemplo de esta inviabilidad. Al cabo de
una década, los integrantes de esa asociación no lograron forjar una moneda
común, ni pudieron superar sus divergencias arancelarias, porque cada clase
dominante local negocia unilateralmente con el FMI cronogramas de ajustes, que
impiden unificar las políticas económicas. La perspectiva del ALCA ejerce además
una presión disolvente sobre un mercado exclusivamente sudamericano.
A diferencia del
pasado el nuevo programa de capitalismo regulado y autóctono no se apoya en
dictaduras desarrollistas, sino en regímenes constitucionales. Pero el
desprestigio de las 'democracias autoritarias' se ha generalizado. Al cabo de
dos décadas de tremendas frustraciones populares, las estructuras semirepresivas
y el clientelismo electoral de estos regímenes han quedado tan erosionados como
la legitimidad política de estos sistemas.
Por eso partidos
tradicionales se desintegran (Ad y Copei en Venezuela), las viejas instituciones
decaen (PRI mexicano, radicalismo argentino), los experimentos caudillescos
declinan (Menen, Fujimori, Collor) y las alquimias políticas tambalean
(Toledo).
Posliberalismo antipopular
Los nuevos
gobiernos latinoamericanos de centroizquierda claman contra el neoliberalismo,
pero preservan su herencia reaccionaria e impulsan modelos que convalidan las
contrarreformas de los 90. Lula es el caso más significativo porque recibe
elogios de los financistas que aplauden su política económica ortodoxa y su
reforma reaccionaria de las jubilaciones.
El PT en el
gobierno cumple la típica función socialdemócrata de aplicar el ajuste que la
derecha no podría instrumentar y para brindar 'pruebas de responsabilidad'
frente a sus mandantes capitalistas expulsó a los parlamentarios de la
izquierda. Lula ensaya la 'tercera vía' en un país subdesarrollado agobiado por
la miseria, instrumentando políticas totalmente alejadas de cualquier proyecto
transformador. Los atributos que sus defensores le asignan ('una política
exterior independiente', 'promoción del MERCOSUR') no difieren de los
orientaciones implementadas por los gobiernos precedentes. Pero Lula no es un
caso aislado. En Ecuador, Gutiérrez abandonó la alianza inicial con el
movimiento campesino e indigenista para aplicar todas las exigencias del
FMI.
Discutir este
balance de los gobiernos centroizquierdistas es vital, porque tampoco Uruguay
podrá emerger de su colapso social manteniendo los acuerdos con el FMI que avala
la dirección del Frente Amplio. Y en Bolivia las reivindicaciones sociales no
podrán ser satisfechas, si el MAS llega al gobierno con su política actual de
compromisos con el establishment.
Escenarios, maniobras y disyuntivas
En comparación al
período de auge neoliberal, el margen de acción del imperialismo norteamericano
en la región se ha reducido notablemente. Para controlar los recursos naturales
de la región, Estados Unidos necesita reforzar su presencia militar, pero el
pantano de Irak le ha creado un serio límite para esta intervención. El
estancamiento de la guerra en Colombia refuerza, además, estas dificultades
porque Uribe ha ensayado sin éxito una escalada de agresiones bélicas y fracasó
en el referéndum que implementó para legitimar estas acciones.
Estados Unidos ha
perdido también el alineamiento incondicional de muchos gobiernos, ya que sólo
algunos presidentes centroamericanos lo acompañaron en su aventura de Irak. Pero
el mayor fracaso de Bush se localiza en Cuba, ya que no ha podido crear una
situación inestable en la isla, mediante el secuestro de embarcaciones o el
reforzamiento del embargo. Como un boomerang, estos atropellos han aumentado la
simpatía regional hacia la revolución.
En Venezuela el
imperialismo sigue conspirando para imponer un referéndum que expulse a Chávez.
Pero sus provocaciones reavivan la movilización popular. El actual proceso
nacionalista tiene muchos antecedentes en la región (Torrijos, Velazco
Alvarado), pero lo distintivo es el creciente nivel de organización por abajo.
Existe una polarización político-social comparable a la Argentina de los años 50
(hostilidad burguesa al régimen, fractura entre la clase media y los
trabajadores), pero con un grado de radicalización en las fuerzas armadas
semejante a la revolución portuguesa de los claveles.
En este adverso
cuadro Bush intenta que Lula y Kirchner 'moderen' a Chávez de la misma forma que
atemperaron a Evo Morales durante la última crisis boliviana. Pretende que la
diplomacia latinoamericana repita el papel que jugó en los 80, cuándo debilitó a
los sandinistas acorralados por la agresión de la 'contra'.
El fracaso
económico, la declinación política del neoliberalismo y las sublevaciones
populares plantean complejos desafíos para la izquierda. Pero el compromiso con
la lucha por las reivindicaciones sociales es la condición de cualquier
construcción política realmente progresista. Esta acción implica resistir la
militarización, rechazar el ALCA y batallar por la cesación del pago de la deuda
y la ruptura con el FMI. Estas medidas son indispensables para recomponer los
ingresos populares y gestar una genuina integración regional. Si se avanza por
este camino, el posliberalismo se emparentará en América Latina con el
resurgimiento del socialismo.
Fuente : www.socialismo-o-barbarie.org