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Asunto: | NoticiasdelCeHu 773/04 - Los EEUU y Europa, de 1945 a hoy ( Inmanuel Wallerstein ) | Fecha: | Domingo, 23 de Mayo, 2004 23:32:21 (-0300) | Autor: | Humboldt <humboldt @............ar>
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NCeHu 773/04
Los EEUU y Europa, de 1945
a hoy
Immanuel Wallerstein
Fernand Braudel Center
Traducción: Juan Waits
Desde 1945, un objetivo primario de la política exterior de EEUU ha sido
mantener a Europa occidental como un subordinado, una parte altamente integrada
de sus recursos estratégicos geopolíticos. Esto fue fácil de lograr en las
postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba económicamente
exhausta por los efectos de la guerra, y cuando la mayoría de sus poblaciones, y
aun más de su elite económica y política, tenía miedo de las fuerzas comunistas,
tanto por el poder militar soviético como por la fortaleza popular de los
partidos comunistas de Europa occidental. El programa norteamericano tomó la
forma de la asistencia económica del Plan Marshall para la recuperación europea
y la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Fue dentro
de este contexto que las movidas para crear instituciones europeas tomaron
lugar. Al principio, esos esfuerzos estuvieron limitados a seis países: Francia,
Alemania Occidental, Italia, y tres de los Países Bajos – y envolvió acuerdos
económicos limitados. También hubieron tempranos esfuerzos para crear
estructuras militares europeas, los cuales no tuvieron éxito. La movida en esta
dirección fue fuertemente apoyada por los partidos Cristiano-Democráticos
europeos, pero también por partidos Socialdemócratas. Estos estuvieron
fuertemente opuestos a los Partidos Comunistas en esos países, quienes veían
estas estructuras como parte de la guerra fría. Desde un punto de vista
norteamericano, las estructuras europeas parecían deseables, ya sea porque
fortalecían las economías europeas (y así las hacían mejores compradores de las
exportaciones e inversiones norteamericanas), como porque parecían ser una vía
de apaciguar los miedos franceses por el rearme alemán y su integración a la
OTAN. Por los 1960’s, dos elementos en la ecuación comenzaron a cambiar
desde el punto de vista norteamericano. Primero, Europa Occidental se estaba
volviendo demasiado fuerte. Estaba emergiendo como un igual económico de los
EEUU y por lo tanto un potencial competidor serio en la economía mundial.
Segundo, Charles de Gaulle llegó al poder por segunda vez en Francia. Y Charles
De Gaulle quería tener estructuras europeas que fueran políticamente
autónomas, esto es, no segmentos subordinados de recursos estratégicos
geopolíticos de los EEUU. En este punto, el entusiasmo norteamericano sobre la
unidad europeas comenzó a enfriarse. Pero los EEUU se encontraron a sí mismos
políticamente incapaces de expresarlo abiertamente. Hubieron aún más cambios en
la situación. Los Partidos Comunistas de Europa Occidental crecieron débiles
electoralmente. Y sus políticas comenzaron a cambiar en la dirección de lo que
fue entonces llamado eurocomunismo. Una de las consecuencias fue un cambio en la
posición de esos partidos sobre las estructuras europeas, a las que comenzaron a
apoyar cautelosamente, o al menos tolerarlas. Este fue el período en el cual
EEUU estaba perdiendo la guerra en Vietnam, lo cual impuso un serio revés en la
posición geopolítica norteamericana. La combinación de este retroceso
político-militar, combinado con la emergencia de Europa Occidental y Japón como
competidores económicos mayores, significaron el fin de una hegemonía
norteamericana incuestionada en el sistema mundial y el comienzo de un lento
declinar. Esto requirió un cambio mayor en la política exterior norteamericana
desde una simple dominación absoluta en los primeros momentos. El cambio comenzó
con Níxon – relajación con la Unión Soviética y, más importante, el viaje a
Beijing y la transformación de las relaciones EEUU-China. Níxon inició la
política de lo que yo llamo multilateralismo suave, “una política que fue
impulsada por cada presidente sucesivo desde Níxon hasta Clinton, incluyendo a
Reagan y George Bush. En términos de Europa, la mayor consideración fue como
disminuir lo que parecía ser una tendencia creciente hacia la autonomía política
europea. Para hacer esto, los EEUU ofrecieron a Europa “acompañamiento”
geopolítico (esto es, un grado de consulta política) en dos frentes: la continua
Guerra Fría con la Unión Soviética, y las luchas económico-políticas del Norte
contra el Sur. Esto se suponía que fuera implementado por una multitud de
instituciones – entre otras, la comisión trilateral, los encuentros del G7, y el
Foro Económico Mundial en Davos. El programa sobre la Guerra Fría resulto en los
acuerdos de Helsinki. El programa Norte-Sur resultó en la tendencia contra la
proliferación nuclear, el Consenso de Washington (a favor del neoliberalismo,
contra el desarrollismo), y la construcción del Organización Mundial del
Comercio. En los 1970’s y los 1980’s, uno podía decir que la ajustada
política exterior norteamericana era parcialmente exitosa. Aunque la autonomía
política europea se incrementó – recuerde la Ostpolitik alemana y la ligadura
del gasoducto entre la Unión Soviética y Europa Occidental – Europa no paseaba
geopolíticamente demasiado lejos de EEUU. En particular, los intentos para crear
una armada europea fueron bloqueados efectivamente por la continua oposición de
los EEUU. En la práctica, aunque no en palabras, los EEUU se habían vuelto
hostiles a la unidad europea. La política norteamericana parecía aún más
exitosa en el frente Norte-Sur. La mayoría de los países del tercer mundo se
sentían alineados con las políticas de ajuste estructural del FMI, y aun los
países socialistas de Europa central y del este se movía en esta dirección. La
desilusión popular con los movimientos de liberación nacional en el poder y con
los regímenes comunistas en el bloque socialista enmudecieron cualquier
militancia remanente y crearon un sentido de pesimismo moroso entre la izquierda
mundial. Y por supuesto, el “triunfo” final fue el colapso de la URSS. Pero
este “triunfo” no sirvió del todo a los intereses de la política exterior
norteamericana, mucho menos en Europa occidental. Pues éste removió los últimos
argumentos principales sobre por qué Europa occidental debería aceptar una
subordinación al “liderazgo” geopolítico norteamericano a los largo del mundo.
Saddam Hussein aprovechó el momento para plantear un desafío abierto a los EEUU,
algo que el nunca habría sido capaz de hacer en los días previos de la Guerra
Fría. La Guerra del Golfo terminó en una tregua en la línea de partida, la cual,
en tanto la década avanzó, pareció menos y menos aceptable para los EEUU.
Clinton no obstante llevó a cabo la política de Níxon de “multilateralismo
suave” en los Balcanes, Medio Oriente, y Asia del Este; y los europeos
occidentales aún declinaban a romper abiertamente con los EEUU en temas mayores.
Mientras tanto, para asegurarse que Europa occidental estuviera en línea, los
EEUU presionaron duro por la incorporación en instituciones europeas (y en la
OTAN) de los ahora no-comunistas Estados de Europa central y oriental, sintiendo
que estos Estados estarían ansiosos de mantener y reforzar lazos con EEUU y
serían así un contrabalance a los emergentes sentimientos autonomistas en
Europa. Con George W. Bush y los halcones, se consolida
la visión de las política exterior desde Níxon hasta Clinton como
increíblemente débil y una mayor contribución a la declinación del poder
norteamericano en el mundo. Estaban particularmente desdeñosos de cualquier
confianza en las estructuras de la ONU y especialmente ansiosos de contener las
aspiraciones europeas de autonomía política. En su visión, la manera de hacerlo
era asegurar el poder de EEUU unilateralmente, y militarmente, en una vía
descaradamente forzosa. Su blanco por opción, bien anunciado con antelación
durante los 1990’s, fue Irak, por tres razones: la Guerra del Golfo había sido
“humillante” para los EEUU en tanto Saddam Hussein sobrevivió; Irak serían un
sitio excelente para bases norteamericanas permanentes en Medio Oriente; Irak
era un objetivo fácil, militarmente, precisamente porque no tenía armas de
destrucción masiva. La teoría de los halcones era que la conquista de Irak
demostraría la superioridad imbatible de los EEUU, y tendría así tres efectos:
intimidaría a los europeos occidentales (y secundariamente a los de Asia del
Este) y terminaría con todas las aspiraciones de autonomía política. Esto
intimidaría a todos los aspirantes a poderes nucleares y los induciría a
abandonar cualquier pretensión de obtener tales armas. Esto intimidaría a todos
los estados de Medio Oriente, y los induciría a terminar con todas sus
aspiraciones de autodeterminación política tanto como a hacerlos aceptar la
instalación de cuestión Israelí-Palestina en términos aceptables para Israel y
para los EEUU. Esta política fue un completo fiasco. El blanco fácil que
parecía Irak ha demostrado no ser tal. En este momento, la ocupación
norteamericana enfrenta resistencia y un creciente levantamiento que de mínima
terminará con un gobierno iraquí no del todo del gusto de EEUU y de máxima con
una retirada total de las fuerzas norteamericanas, como pasó en Vietnam. El
intento de dividir Europa en dos campos: la así llamada “vieja Europa” y “nueva
Europa”, tuvo un éxito momentáneo. Pero con las elecciones españolas, la
corriente había girado completamente, y Europa está al borde de establecer su
autonomía geopolítica por primera vez desde 1945. La proliferación nuclear no ha
sido disminuida. En todo caso, si fue algo, fue acelerada. Y los Estados de
Medio Oriente se están alejando de, y no yendo hacia, los EEUU (con excepción de
Libia, una política que no puede durar). E Israel-Palestina se encuentra en
total punto muerto, el cual persistirá hasta que explote de una manera que no
podrá ser contenida. El unilateralismo macho de los halcones ha fallado, y
el apoyo para tal política dentro de los EEUU ha declinado considerablemente,
aun entre los conservadores republicanos. Como sea, ¿Cuál es la alternativa? ¿Lo
que los republicanos moderados, y aun mas los demócratas centristas, liderados
por John F. Kerry, ofrecen en su lugar es una vuelta al “multilateralismo suave”
de los años de Níxon a Clinton?¿Puede funcionar esto ahora? Es muy dudoso. Es
casi seguro que, en la próxima década, la sirena del armamento nuclear atraerá
al menos a una docena de estados, y que podemos estar yendo a entre 8 y 25
potencias nucleares en el próximo cuarto de siglo. Esto provee una restricción
al poderío militar norteamericano. Parece no haber probabilidades de que las
realidades de Medio Oriente se muevan en cualquier dirección que desearía EEUU.
Esto es particularmente cierto para Israel-Palestina. ¿Qué hay de Europa?
Europa es el gran signo de pregunta de las geopolíticas mundiales en este
momento. Aun los más “atlantistas” de los europeos se han hecho cautelosos del
gobierno norteamericano, y aun de unos EEUU “multilateralistas”. Pero Europa aun
comparte un interés con los EEUU – las lucha Norte-Sur. La adopción de una
constitución europea seria aun está en duda, especialmente desde que un solo
voto negativo en el referéndum de un país puede deshacer cualquier acuerdo. Y en
particular, la izquierda europea aun no está curada de sus dudas post-1945 sobre
la unidad europea, y no está así lista para lanzarse sinceramente a la
construcción europea. Esto es particularmente cierto en los países nórdicos y en
Francia, pero hay algunas reservas similares casi en todas partes. Una
Europa autónoma fuerte es un primer, y esencial, ladrillo constitutivo de un
mundo multipolar. Una Europa autónoma que deseara trabajar hacia una
reestructuración fundamental de las economía mundial en direcciones que de hecho
comenzaran a superar la continua polarización Norte-Sur constituiría un cambio
aun mayor en el escenario mundial. Ambos son eminentemente posibles. Ninguna es
del todo seguro.
Fuente: Panorama Internacional,
en www.ft.org.ar
, 16/5/2004.
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