716/04
Por qué nos prestaron tanta plata?
Mario Rapoport
Director del Inst. de Inv. de Historia Económica y Social
de la UBA
Por lo
general, el tema de la deuda se encara siempre desde el costado del deudor. Esta
vez, el autor propone otra lectura: la necesidad del propio capitalismo
desarrollado de colocar sus excedentes financieros en los países menos
desarrollados. Así, surge otra lectura posible sobre las responsabilidades
políticas y económicas del endeudamiento.
La cuestión de la deuda externa es generalmente tratada
desde el lugar del deudor. Desde el ángulo del acreedor y, en especial, respecto
de las causas por las cuales los flujos de capitales llegan a un país y qué
rentabilidad se espera de ellos se habla muy poco.
El primer gran
impulso al movimiento internacional de capitales hacia la periferia después de
la Segunda Guerra Mundial se produce en los 70. Sus orígenes deben situarse en
los dólares que comienzan a circular en el mundo y, más concretamente, en la
ayuda económica que para Europa significa el Plan Marshall y que está
destinada en gran parte a la financiación de la compra de productos
norteamericanos.
Los llamados eurodólares comienzan a aparecer en el
sistema bancario acompañando esa disponibilidad y, sobre todo, el flujo de
inversiones estadounidenses impulsadas por la reconstrucción europea. Otra causa
poderosa son los eurodólares que provienen de los países del Este, como
consecuencia del comercio entre los bloques.
La crisis económica
internacional que se desarrolla a comienzos de los años 70 tiene su punto de
partida cuando Estados Unidos no puede sostener más la demanda de conversión de
dólares a oro y el gobierno de Nixon decreta el fin de la
convertibilidad.
En 1973 los países de la OPEP elevan los precios del
petróleo y alimentan con los llamados petrodólares la sobreabundancia de
capitales en busca de mayores rentabilidades. Es hora de reciclar esas
nuevas disponibilidades y los mercados financieros del tercer mundo aparecen
como sitios ideales; el endeudamiento externo se convierte en una herramienta
sofisticada para estructurar las economías periféricas de acuerdo a las
necesidades de los países desarrollados.
Algo similar ocurría a fines
del siglo XIX, como señalaba Raúl Prebisch: cuando Gran Bretaña necesitaba
exportar capitales, entonces nos proveía abundantemente de ellos, pero cuando
requería nuevamente fondos líquidos hacía subir sus tasas de interés, para
atraerlos, y nos dejaba con un alto endeudamiento que no podía
financiarse.
Siguiendo esos movimientos cíclicos, en los años 70 de nuevo
sobreabundan capitales en el norte, que se prestan a bajas tasas de interés.
Esto permitió no sólo colocar excedentes financieros sino también comerciales y
coincidió en América latina con las dictaduras de Pinochet y Videla, que
tuvieron el financiamiento necesario para poder hacer políticas aperturistas y
de desregulación financiera, las que sólo años después se consolidan en el
mundo.
Responsabilidad compartida
Los organismos
financieros tienen una responsabilidad en este movimiento de capitales que
alientan y garantizan. El FMI pasa de pretender mantener la estabilidad de las
monedas financiando déficit temporarios de balanzas de pagos, a encargarse de
aconsejar políticas de ajuste y restructuración de las economías en
desarrollo, ahora endeudadas.
El Banco Mundial se concentra en
promover la inversión privada e incita a los países del sur a tomar préstamos
a fin de modernizar sus aparatos de exportación y conectarse más estrechamente
al mercado mundial. En esto tienen la conformidad de las clases dirigentes
locales, que piensan que el financiamiento del desarrollo, y en muchos casos el
propio enriquecimiento personal, se vincula, principalmente, al endeudamiento
externo.
Pero, a fines de los años 70 y principios de los 80, mientras en
los países latinoamericanos la democracia regresa se produce una segunda etapa
de recesión en la economía mundial, cuando para hacer frente al déficit fiscal y
al proceso inflacionario, la Reserva Federal de los EE.UU. hace lo mismo que el
Banco de Inglaterra en el siglo XIX y promueve una suba significativa de las
tasas de interés.
De ese modo, se vuelve a captar capitales del
exterior para la economía norteamericana, creando una seria crisis en
América latina al incrementarse notablemente el endeudamiento externo de los
países de la región, que habían tomado préstamos en los años anteriores y ahora
debían pagar intereses mucho mayores.
En la década del 90, por el
contrario, con la euforia provocada por la caída del muro de Berlín y la
globalización financiera, impulsada por cambios tecnológicos y la expansión de
los mercados especulativos, se produce otra sobreabundancia de capitales en
el norte. Pero, aunque en el corto plazo esos flujos puedan tener efectos
positivos, desde el punto de vista de los impactos estructurales la situación es
inversa, como señala en un artículo reciente Roberto Lavagna.
Los daños
mayores, en términos de crecimiento, pero sobre todo en términos de desarrollo
con equidad, se producen en los períodos de alta liquidez internacional,
cuando llega un flujo incontenible de capitales financieros en medio de burbujas
especulativas. Entonces se crea un incontrolable endeudamiento
externo.
La deuda de los países periféricos es pues funcional a los
intereses de los capitales que sobreabundan en el norte y que se reciclan
buscando nuevas oportunidad de rentabilidad, ayudados por las políticas de
apertura, des regulación y estabilidad monetaria (en nuestro caso la
convertibilidad) en los lugares donde esos capitales se colocan. Constituye, al
mismo tiempo, una herramienta de disciplinamiento económico por parte de los
organismos financieros internacionales y, sobre todo, una vía de escape del
ahorro interno por parte de las elites locales, a través de la fuga de
capitales.
De una u otra forma, los perdedores están siempre del mismo
lado.
Fuente: diario Clarín, de Buenos
Aires, Argentina; Suplemento Económico, 9 de mayo de
2004.
|