Los gobiernos 'progresistas' del continente, y muy en particular los
de Argentina y Brasil, se enfrentan al dilema de promover el viraje de sus
economías 'abiertas' -dependientes de las exportaciones y vulnerables a los
caprichos del capital financiero- hacia las necesidades de sus
pueblos.
Raúl
Zibechi
30/04/2004
Parece un lugar común, sólidamente instalado entre
gobernantes, asesores, economistas, dirigentes políticos y hasta en buena parte
de la opinión pública, que es imprescindible el crecimiento económico para
mejorar la situación de los más pobres. Parte de ese crecimiento vendría de la
mano del aumento de las exportaciones, que redundaría en una mejora de las
cuentas nacionales, de la recaudación del Estado y, finalmente, en una situación
de bonanza económica se produciría un 'derrame' de ingresos hacia los
trabajadores.
Silvio Pereira, nuevo secretario general del Partido de los
Trabajadores (PT) de Brasil, señaló recientemente que la vulnerabilidad
internacional del país le impide al gobierno de Luis Inazio Lula da Silva
'realizar todos los sueños que queríamos'(1). La vulnerabilidad' se ha
convertido en una excusa para seguir aplicando políticas que -aunque parezca un
juego de palabras- profundizan la vulnerabilidad. Para superarla, Brasil pagó en
marzo 1.400 millones de dólares al FMI en concepto de amortizaciones de la deuda
externa. Pero ese mismo mes, la deuda externa de Brasil creció en 1.323 millones
de dólares. Así funciona la dichosa vulnerabilidad.
Desde los gobiernos progresistas y de izquierda se asegura
que una de las formas de superar la vulnerabilidad, y por lo tanto la
dependencia, sería mejorar la inserción de los países de la región en el
escenario internacional, ya sea a través de la integración regional (MERCOSUR),
la negociación de acuerdos comerciales con otros países del Sur (siguiendo el
camino del G-20) y la firma de acuerdos con los países desarrollados (por
ejemplo entre el MERCOSUR y la Unión Europea), pero también a través de acuerdos
como el ALCA 'light' que mantienen la apertura del mercado de Estados Unidos a
las exportaciones latinoamericanas. Como recordó George W. Bush, la mayor parte
de las importaciones de Estados Unidos provienen de América Latina, y los países
del sur no pueden hoy prescindir de las exportaciones hacia el norte.
Sin embargo, esos lugares comunes entre nuestros dirigentes
de izquierda hacen agua por varios costados. La alternativa no parece ser la de
promover una quimérica mejora a corto plazo de la desventajosa inserción
internacional, sino invertir el orden de nuestras prioridades, reorientando los
esfuerzos (desde el aparato productivo hasta la cultura y los medios de
comunicación) hacia el interior de nuestros países: potenciando el mercado
interno a través de una redistribución de la riqueza, invirtiendo en educación,
salud, en autosuficiencia alimentaria, entre otros. No se trata, solamente, de
una opción asentada en convicciones éticas, sino que es la única forma de
sobrevivir en medio de la ofensiva del llamado 'nuevo imperialismo'.
Las nuevas-viejas formas de
acumulación
La razón de ser del capitalismo es la acumulación, proceso
que termina produciendo 'excedentes' de capital y de mano de obra. Estos
excedentes impiden o dificultan la continuidad del proceso de acumulación y sólo
pueden resolverse mediante la destrucción o degradación del trabajo y el
traslado de capital a otras áreas o regiones para evitar su devaluación.
Teóricamente, existiría la posibilidad de promover la distribución a través del
llamado 'gasto social' (para las elites todo lo social es un gasto, una suerte
de 'despilfarro') para continuar así el ciclo de acumulación sobre nuevas bases.
Pero desde hace por lo menos un siglo, las burguesías se han negado a tomar ese
camino y pusieron el grito en el cielo, primero en Gran Bretaña y Europa y luego
en los Estados Unidos, ante lo que consideran una pérdida de sus privilegios y
sólo aspiran a la reducción de los impuestos.
Nada de esto es nuevo. Sin embargo, como señala David Harvey
en 'El nuevo imperialismo', los anteriores equilibrios del capitalismo se han
roto a favor de las viejas formas de acumulación, que reaparecen bajo nuevas
modalidades a las que denomina 'acumulación mediante desposesión' (2). Se trata
de modos similares a los que Marx llamó 'acumulación originaria' de capital y
que nunca fue abandonada por la burguesía, pero que ahora retorna de la mano de
la decadencia de los Estados Unidos y parece ser un sello distintivo del
capitalismo en su período de decadencia. En efecto, la hegemonía económica de
Estados Unidos se vino abajo hacia 1970, ante la competencia de Europa y Japón
que comenzaron a tener sus propios excedentes de capital, o crisis de
sobreacumulación. En ese momento, 'se hizo difícil mantener los controles sobre
el capital al inundarse los mercados con los dólares americanos excedentes';
para hacer frente a la amenaza económica de sus competidores, Estados Unidos
promovió recentrar el poder económico en el complejo Wall Street-Reserva
Federal-FMI. En suma, amenazados en el terreno de la producción, los Estados
Unidos contraatacaron asentando su hegemonía sobre las finanzas'(3).
Pero este nuevo centro de poder, que no sólo es capaz de
controlar las instituciones globales sino que ha modelado el dominio del capital
financiero en todo el orbe, 'sólo puede operar de dicha manera mientras el resto
del mundo esté interconectado y enganchado a un marco estructural de
instituciones financieras y gubernamentales'(4). Este poder forzó la apertura de
las economías, paso necesario para procesar la 'acumulación por desposesión':
expropiación de su material genético a poblaciones enteras, privatización de los
recursos naturales, mercantilización de la cultura y la creatividad intelectual,
privatizaciones de empresas estatales y reprivatización de los derechos ganados
en luchas pasadas, succión de riquezas a través de la apropiación de superávits
de los países endeudados, entre los más destacados. En América Latina, esta
política se consumó con el saqueo de países enteros, como le sucedió a Argentina
durante el reinado de Carlos Menem.
Esta forma de acumulación no sólo es similar, sino que
contempla métodos que nos retrotraen al 'cercamiento' de los campos en la
Inglaterra de los albores del capitalismo. El debate acerca de si la
'acumulación originaria' es un proceso terminado o si siempre coexistió con la
forma dominante en períodos de expansión (la reproducción ampliada), pero
reaparece con fuerza en las situaciones de crisis, no puede soslayar un dato
fundamental: 'El equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación
por expansión de la reproducción ya se ha roto a favor de la primera y es
improbable que esta tendencia haga sino acentuarse, constituyéndose en emblema
del nuevo imperialismo', señala Harvey.
Esto es así sobre todo en este período de crisis 'senil' del
capitalismo, como apunta Samir Amin. Pero, en paralelo, porque nos encontramos
ante una reubicación del centro de poder hacia el sureste y este de Asia,
convertido en el principal centro mundial de producción de plusvalía. Dicho de
otro modo, el centro imperial estadounidense apuesta a una feroz 'acumulación
por desposesión' (incautando por ejemplo los principales recursos petrolíferos
mundiales para prolongar su dominio) ante la pérdida de la hegemonía económica y
ante el riesgo de colapso financiero del dólar.
Actualizar viejos debates
¿Qué tiene que ver lo anterior con las políticas de la
izquierda en América Latina? Como señala Harvey, punto en el que coinciden todos
los analistas de izquierda, el 'nuevo imperialismo' sólo puede funcionar si el
mundo está interconectado. Aparece aquí un debate planteado hace tiempo por
Samir Amin acerca de la necesidad de la 'desconexión'. Como el propio autor
señala, quizá el término elegido no haya sido el adecuado, a la vista del
rechazo que cosechó. En un reciente trabajo, Amin vuelve sobre el tema a través
del concepto de 'desarrollo autocentrado' o 'endógeno'(5) , que es el que
transitaron los centros capitalistas.
Según el autor, un desarrollo de ese tipo supone contar con
instituciones financieras nacionales capaces de mantener su autonomía frente a
los flujos de capital transnacional, una producción orientada básicamente hacia
el mercado interno, el control de los recursos naturales y de las tecnologías.
Por el contrario, el capitalismo dependiente está orientado hacia la exportación
y al consumo de importaciones por parte de las elites.
Esto ya no lo podrán hacer las inexistentes burguesías
nacionales, aniquiladas o cooptadas por la globalización. Podría ser tarea de
los gobiernos de izquierda, si comprendieran que el capitalismo -en particular
el norteamericano- atraviesa una etapa crítica de decadencia. Para tomar ese
rumbo hace falta, en primer lugar, tener el coraje político suficiente como para
enfrentar el chantaje de la superpotencia y de sus centros financieros. En
segundo término, implica romper con ese puñado de grandes empresas exportadoras
de capital transnacionalizado, que son las verdaderas beneficiarias de la
'apertura' de nuestras economías. Eso implica, inevitablemente, un conflicto
interno de proporciones, que no podrá ser evitado aún si se consolidaran los
procesos de integración regional. Apostar a un tránsito gradual, ordenado, 'sin
rupturas y sin traumas' como sostiene el presidente del PT, José Genoino, es o
bien negarse al cambio o negarse a ver la realidad (6).
El imperialismo ya no funciona como antes de los cambios de
los 70. Hasta ese momento, los países centrales exportaban capitales hacia las
periferias donde alentaban un desarrollo dependiente, y retornaban a las
metrópolis las ganancias extraídas al trabajo, en general superiores a las
inversiones iniciales. Ahora no es esa la forma dominante. Los recursos que los
países centrales bombean de América Latina ya no son la contrapartida por
inversiones sino el resultado del simple y brutal robo que supone el pago de
intereses de la deuda externa. La forma fundamental de combatir al imperio no
puede ser ahora a través de la expropiación de las grandes fábricas, como en los
60, sino mediante la ruptura con el capital financiero y negándose al pago de la
deuda. ¿Puede hacerse esto de forma gradual y ordenada?
Notas:
(1) Prensa Latina,
Río de Janeiro, 26 de abril de 2004.
(2) David Harvey, 'El nuevo
imperialismo', Akal, Madrid, 2004.
(3) David Harvey, 'El nuevo imperialismo:
sobre reajustes espacio-temporales y acumulación mediante desposesión', en
revista Viento Sur, España, www.vientosur.info.
(4) Idem.
(5) Samir Amin, 'Más allá
del capitalismo senil', Buenos Aires, Paidós, 2003.
(6) José Genoino, 'Un
nuevo modelo de desarrollo', O Estado de Sao Paulo, 24 de abril de
2004.
Fuente: www.argenpress.info
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