NCeHu 384/04
La ignorática y la deshonra del
cero
Por
Sebastián Dozo Moreno*
Para LA
NACION
Buenos Aires -
Argentina
El cero es uno
de los grandes inventos de la humanidad. Lo idearon (o descubrieron) los hindúes
en el siglo V antes de Cristo, y lo bautizaron sunya , que significa vacío. Los
árabes lo tomaron muchos siglos después (siglo VIII) y lo llamaron también vacío
( cefer ), vocablo que pasó al castellano como "cero" y "cifra" a comienzos del
siglo XIII. Hubo que llegar al año 1202 para que el matemático italiano Leonardo
Fibonacci escribiera un texto sobre los números arábigos, El libro del ábaco .
En él introdujo la noción clave del cero en el intelecto de
Occidente. La adquisición del cero permitió el
cálculo infinitesimal, la matemática financiera, la geometría proyectiva del
Renacimiento, la figuración de la divinidad como Cero Absoluto (impensable y sin
límites), las teorías de Newton, Einstein y Max Planck, así como la filosofía
nihilista de Schopenhauer y la literatura escéptica de Kafka y Jorge Luis Borges
(pero también la noción mística, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, del
éxtasis como vaciamiento). En suma, sin el cero nuestra civilización sería algo
totalmente distinto a como hoy la conocemos: no habría computación, ni era
espacial, ni determinadas teorías físicas y filosóficas, ni tampoco...
¡calificaciones alarmantes!
Dos mil
quinientos años después de que los hindúes descubrieron el cero con temor y
temblor, los nuevos universitarios argentinos se estremecen de espanto al ver
girar esa cifra absoluta en sus libretas de calificaciones, y las de sus
compañeros de aventuras: cero... cero... cero... Mientras tanto, las portadas de
los diarios (como si se tratara de una catástrofe natural o de algún atentado
terrorista y devastador) anuncian: "Aplazos masivos en Astronomía, Ingeniería,
Ciencias Exactas, Odontología, Medicina, Informática"... ¿Acaba de leer
ignorática ? No, en esa "ciencia", por excepción, hubo ingresos masivos, y con
cero sobresaliente.
¿A qué se debe
semejante catástrofe? ¿No es la educación la prioridad máxima de profesores,
políticos, y progenitores? Sí, pero sólo en teoría. En la práctica, la realidad
es bien distinta. Hablando de un modo genérico, puede afirmarse que los
profesores no se instruyen debidamente y no se sienten con la autoridad de
exigir lo que ellos mismos no cumplen. Los políticos exaltan la importancia de
la educación durante sus campañas y, una vez obtenidos los votos, hacen votos de
no hablar nunca más de esa cuestión escabrosa que no aporta ningún rédito a la
economía del país a corto plazo. Y los padres, por exceso de complacencia unas
veces, de comodidad, otras, buscan para sus hijos, cada vez más, aquellos
colegios en los que el alumno no sufra exigencias que puedan llevarlos al estrés
o a la repetición. ¿Las consecuencias de esta complicidad de causas? Los aplazos
que acaban de producirse y la peligrosa promoción en nuestro país del hombre
masa anunciado por Ortega, cuyas cualidades propias son falta de instrucción,
relajamiento de las costumbres, carencia de ideas e ideales, mimetismo con las
tendencias imperantes en todos los órdenes, incapacidad de reacción ante la
libertad avasallada, ausencia de conciencia histórica, etcétera, etcétera. Todo
lo cual puede resumirse trazando en una hoja en blanco un rotundo cero, símbolo,
en este caso, de nulidad total y de circulación
viciosa.
El cero que fue noticia en
estos días no es el cero que hizo prosperar a las ciencias y las artes. No es el
cero del cálculo, sino de la especulación. Más que en las teorías físicas de
Einstein o en la Nada positiva de los místicos, el cero en cuestión hace pensar
en la ociosidad vacía y en los juegos de azar. ¿O no apuestan, acaso, los
estudiantes a ingresar en la universidad con un mínimo de conocimientos, para
obtener un día los beneficios de un título profesional? Pregunta obligada: ¿fue
adquirido el vicio de esa apuesta a la ignorancia en el colegio
secundario?
Como sea, la bien
llamada "cultura del zafe", imperante en las nuevas generaciones, da, al
parecer, pésimos resultados en la instancia universitaria, ya que la apuesta al
cero conocimiento acaba siempre en una calificación cero y en el "¡no va más!"
de las ambiciones profesionales del aspirante a la universidad. ¿Acaso durante
los doce años de formación primaria y secundaria el cero fue el número de la
suerte de muchos educadores y educandos? De ser así, es lo que hizo saltar a la
educación por los aires. El suceso devino calamidad
nacional.
Ironía aparte: si los
norteamericanos, según nota de LA NACION, comenzaron a llamar a sus hijos con
nombres de autos y marcas de ropa, como Chevy, Timberland, Camry y Celica,
Armani, etcétera, en concordancia con su sociedad de consumo, ¿empezaremos a
bautizar a nuestros hijos con nombres tales como Serapio, Platero, e Ignorencio,
como identificación inconsciente con nuestra situación cultural y educativa?
Justifica este comentario el filósofo que dijo: "La ironía es la alegría de la
indignación".
Pero entonces, ¿qué
queda por hacer ante un panorama semejante? Al ser consultado el gran novelista
Tolstoi sobre cómo salir de una situación catastrófica, dio como respuesta:
"Trabajar, trabajar y trabajar", que se relaciona con aquello de Goethe: "En el
principio era la acción". Y cuando le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta
cómo haría para socorrer a cientos de niños huérfanos de guerra con sólo un
puñado de hermanas, dijo sin alterarse: "Muy simple: los vamos a socorrer uno
por uno", lo que nos recuerda que la educación bien entendida es, siempre y ante
todo, una labor paciente y personalista, casi
artesanal.
Pero junto con el
fortalecimiento del esmero y la paciencia, se deberá también, sin duda, tomar
medidas urgentes, tales como instrumentar en la educación media nuevos métodos
de estudio, crear el hábito de la lectura completa de libros, promover el
diálogo inteligente entre el colegio y la universidad, exigir a los docentes
mayor formación (y remunerarlos con justicia), erradicar de los textos del
Ministerio de Educación frases como "construcción del conocimiento" para
suplantarlas por otras más humildes y eficaces como "adquisición del
conocimiento" y, sobre todo, convertir esta amarga experiencia de los aplazos
masivos en la hora cero de una nueva etapa en la historia de la educación
argentina, sin demoras y con ánimo decidido y
abierto.
Y una última sugerencia: si el
gran filósofo Platón hizo colgar un letrero sobre la puerta de entrada a su
cátedra que advertía: "El que no sepa geometría no entre aquí", en las
universidades argentinas debería ponerse un cartel semejante que rece: "El que
no sepa nada de nada, que no entre aquí, por respeto al conocimiento, a sí mismo
y al cero... de gloriosa memoria".
*El autor es escritor y profesor de
literatura.
Gentileza: Dra. Susana
Curto
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