"No se defiende a la Argentina a los gritos o con falsos
nacionalismos. La Nación se defiende trabajando todos los días y
llegando a acuerdos razonables", sostiene Roberto Cortés Conde al referirse al
particular estilo de negociación que ha adoptado el gobierno de Néstor Kirchner
ante los acreedores privados.
Pese a haberse recibido de abogado y sociólogo, Cortés Conde se consagró a la
historia económica y hoy, a los 72 años, es miembro de las academias nacionales
de la Historia y de Ciencias Económicas, además de ser profesor emérito en la
Universidad de San Andrés. Fue profesor visitante en las universidades de
Harvard, Chicago, Wisconsin, Texas y Yale. Difícilmente haya en el país otro
historiador de la economía de mayor prestigio que Cortés Conde.
En la entrevista opinó que la propuesta de quita de deuda formulada por la
Argentina "no es razonable" y, al recordar una célebre frase del ingeniero
Alvaro Alsogaray, le recomendó a Kirchner que se prepare para el momento en que
llegue el invierno. "No hay que entusiasmarse con estos períodos económicos
alegres", añadió.
-¿Qué reflexión le merecen las nerviosas gestiones entre el gobierno
argentino y el FMI?
-Lo más importante es que se negocie y que no se rompa la relación. Las
negociaciones no tienen que hacerse a través de los medios de difusión masiva,
sino en ámbitos muchos más recatados.
-¿A qué atribuye que un país que a principios de siglo estaba entre los
diez más ricos del mundo haya llegado a ser uno de los más endeudados?
-Desde mediados del siglo XX, la Argentina produjo cambios muy importantes,
que suponían la industrialización del país. Esto significó protección a la
industria y créditos subsidiados. Pero implicó un problema central: ¿con qué
recursos se financiaba? En el mundo, esto a veces se puede hacer por medio de
reformas tributarias, que ponen mayores imposiciones, no al consumo, sino a los
sectores más ricos. Pero en la Argentina las reformas tributarias no tuvieron
éxito y el financiamiento vino, fundamentalmente, del Banco Central.
-¿Por qué las reformas tributarias no han tenido éxito en la Argentina?
-Porque las reformas tributarias requieren consenso político. Nadie puede
establecer un impuesto que no es votado por el Parlamento. Pero ese acuerdo no
se dio en la Argentina, desde 1930. Entonces, el gran canal de financiamiento
pasó a ser el Banco Central y la consecuencia fue una alta inflación o creación
de dinero. Cuando la inflación es muy elevada, prácticamente no se recaudan
impuestos, porque la gente deja de usar el dinero y la economía se desmonetiza.
Ahí se buscó otro medio de financiamiento, que fue el mercado de capitales; así
se dio lugar al endeudamiento. Las deudas, en épocas de inflación, se licuan.
Pero para que los capitalistas presten, hay que indexar o tomar prestado en
moneda extranjera. Esto hace que la deuda no se pueda licuar y así se fueron
acumulando intereses sobre intereses.
-Por eso algunos pensaron que la devaluación era la solución...
-Durante años, las devaluaciones resolvieron esto, pero cuando las
devaluaciones ya no sirven, porque las obligaciones no están en nuestra propia
moneda, entramos en el default. En el fondo, lo que estamos discutiendo es quién
tiene que perder: ¿los acreedores, los empleados públicos, los beneficiarios de
programas sociales, los políticos, que necesitan mayores presupuestos? Con la
devaluación, perdieron unos y ganaron otros; con el default, pierden los
acreedores, que en algunos casos son externos, pero en otros son locales.
Durante la primera época de Perón se tomaron los fondos de las cajas de
jubilaciones para financiar al Gobierno. En ese momento, nadie se dio cuenta.
Los trabajadores de entonces no sabían que iban a estar condenados cuando se
jubilaran. La gente que hoy tiene ahorros en las AFJP también va a sufrir esto.
El problema económico es un problema político y consiste en cómo llegaremos a
determinados acuerdos.
-¿Una pugna distributiva?
-En la sociedad argentina hubo una sorda guerra de agotamiento, en la cual
los distintos sectores de intereses pugnaron por una parte de la torta. La
inflación permitió ocultar pérdidas; las devaluaciones, también. La última
devaluación generó una descomunal transferencia de ingresos y no ayudó a los más
pobres: hoy hay más pobres que antes.
-¿Qué viabilidad le ve a la negociación de la deuda pública con los
acreedores privados?
-En una negociación entre acreedores y deudores, lo importante es que estos
últimos convenzan a los acreedores de que tienen que asociarse con ellos. Si el
deudor no puede vivir, el acreedor no podrá cobrar. Pero el acreedor debe
convencerse de que el deudor, además de cumplir, no se va a gastar todo en otra
cosa. Una buena negociación es aquélla en la cual las dos partes ganan. Si el
acreedor piensa que el deudor tiene excedentes y que los va a dilapidar, el
acreedor no va a acordar.
-¿Cómo evalúa usted la favorable reacción de la opinión pública, en
general, ante el estilo impuesto por Kirchner en la negociación?
-Hemos tenido una crisis política de proporciones. Tuvimos la experiencia de
una presidencia débil, con De la Rúa, y en la actualidad hay un presidente que
ejerce el poder, lo que a la gente le transmite una idea de gobernabilidad,
porque el país se sentía en la anarquía. La cuestión es si se tiene un orden
consensual o un orden autoritario. En la Argentina, en general, no se ha logrado
un orden consensual. Tuvimos presidencias débiles o presidencias demasiado
fuertes.
-¿Cómo evalúa lo que por un tiempo se llamó "el estilo K"?
-Hay algo tremendamente peligroso: no entender lo que pasa en el mundo y que
se vea todo como una defensa del orgullo nacional. Exponer los valores de la
nacionalidad en negociaciones de este tipo ha sido una gran equivocación y ha
terminado, históricamente, muy mal para la Argentina. Fue muy malo cuando, en la
primera época de Perón, se hizo un acto en la plaza de Retiro para anunciar la
compra de los ferrocarriles, que terminó siendo un pésimo negocio, porque se
confundió soberanía nacional con intereses concretos. Con el conflicto de las
Malvinas, se confundió también un sentimiento nacional con un proyecto que
terminó siendo desastroso. Hay que evitar que nos creamos que la Nación se
defiende a los gritos o con falsos nacionalismos. LA NACION se defiende
trabajando todos los días y llegando a acuerdos razonables.
-¿No negociar lleva necesariamente al aislamiento?
-Yo siento que defiendo más a mi país diciendo que hay que negociar. El
aislamiento después de la Segunda Guerra Mundial nos costó muchísimo a los
argentinos. No votamos por la ruptura de relaciones con el Eje, en 1941, y
tuvimos una posición de neutralidad que fue más favorable al Eje. Brasil, que
fue muchísimo más flexible, mandó una división a Italia, con los aliados, y tuvo
posibilidades de conseguir bienes de capital y muchas más ventajas de parte de
los países aliados.
-Salvando las distancias, así como en la Guerra de las Malvinas se
esperaba la ayuda soviética que nunca llegó, hoy se apuesta al apoyo de Brasil
en el caso de la deuda. ¿Cree que esa ayuda llegará?
-No, de ninguna manera. Lula hizo algunas llamadas telefónicas a líderes
extranjeros. Pero Brasil no va a negociar en conjunto, porque hizo un gran
esfuerzo para no caer en el estigma del default y no va a renunciar a todo lo
que hizo para adherirse a una negociación común con la Argentina. La situación
de Brasil no es comparable con la nuestra. Si alguien hizo un esfuerzo enorme
para evitar una quiebra, ¿por qué va a hacer un club con otro deudor que ya está
quebrado?
-Según una encuesta de la Fundación Bicentenario, ocho de cada diez
argentinos aprueban la propuesta del Gobierno de una quita del 75% de la deuda.
Al mismo tiempo, siete de cada diez no aceptarían dicha propuesta si se tratara
de una deuda con ellos mismos. ¿Ve una contradicción?
-Ahí tiene la contradicción. En toda esta discusión, en el fondo está la
guerra de agotamiento que se vincula con quién paga los platos rotos. ¿Hay que
aumentar los impuestos o bajar los gastos? ¿Tenemos que reducir los planes
sociales? ¿Hay que pagarles a los acreedores? Y cada uno se pone en la posición
que más le conviene.
-Hay quienes dicen que la Argentina no está en el mejor momento para
negociar una quita del 75% porque su economía está creciendo a niveles del 8,7%
anual.
-Deberían hacerse proyecciones de más largo plazo. Nadie piensa que el 8,7%
sea sostenible con el tiempo. Hoy tenemos una situación excepcional, por el
aumento de precios de la soja y del petróleo. Una alternativa es hacer un fondo
anticíclico, porque es insostenible un crecimiento del 8,7% todos los años. La
Argentina debería comprometerse a ir reduciendo su relación deuda/producto, más
que a eliminar totalmente su deuda.
-¿Es razonable para los acreedores la propuesta argentina de Dubai?
-Tal como está, parecería que no. Porque no es, simplemente, una quita del
75%. Si se agrega la extensión de plazos, la disminución de intereses y el no
pago de intereses atrasados, llega al 92% del valor presente. Hay defaults que
son razonables; lo que no es razonable es el repudio y yo creo que la Argentina
debe bajar el nivel de confrontación del discurso político. Creo que, por un
lado, la posición de dureza de Kirchner ha hecho las cosas un tanto más fáciles,
ya que todos están más dispuestos a una mayor quita que antes. Pero si esa
dureza se transforma en intransigencia total, ya no sirve. El FMI y el G-7
pueden ayudar a la Argentina. Tenemos que volver a la situación en que el G-7
era nuestro amigo.
-¿Por qué el G-7 pasó de ser nuestro amigo a ser un adversario?
-Porque la retórica del gobierno argentino ha hecho que pensaran lo que
leían.
-Hay sectores locales que critican la mezquindad del G-7. Alegan que los
Estados Unidos pregonan una quita del 90% para la deuda de Irak.
-Son situaciones incomparables. El problema con el actual gobierno
republicano es que generó un cambio de paradigma que fue muy perjudicial,
especialmente durante el final del ministerio de Cavallo, cuando nos dejaron
solos y dijeron "que se joroben los acreedores". No se dieron cuenta de lo
difícil que iba a ser. Y fue una gran irresponsabilidad la recomendación de
ciertos centros internacionales académicos de devaluar y reprogramar las deudas.
¿Qué pasó con la deuda argentina? Que la devaluación la hizo mucho más cara,
porque el Estado cobra sus ingresos en pesos y tiene una deuda en dólares. Parte
del costo de la deuda es un tipo de cambio de un peso que está muy subvaluado.
Si el peso se valorizara más, el costo del pago de la deuda disminuiría, pero
eso afectaría intereses, los mismos que estuvieron detrás de la devaluación. Y
los que más han perdido son los asalariados, en especial los del sector
informal, que no han tenido ningún aumento. Casi todo el aumento de empleo de
los últimos meses se produjo en el sector informal, esto es, en el sector que
gana menos. Otro problema real es que la Argentina tiene dos millones de
personas en el plan Jefes y Jefas de Hogar; se trata de personas de bajísima
productividad, por lo que se está comprando un problema muy grande para el
futuro.
-¿Cuál será el futuro de esos dos millones de personas que hoy son
auxiliadas por estos subsidios encubiertos?
-Se necesitarían nuevos sectores que demandaran trabajo y, en segundo lugar,
dar entrenamiento a la mano de obra, algo en lo que falló el Estado en la década
del 90.
-¿Hay un plan económico detrás del gobierno de Kirchner?
-Puede decirse que tiene un plan, si tenemos en cuenta que mantiene un
control fiscal y monetario y que no gasta desmesuradamente. Pero, por otro lado,
es un gobierno que parece tener menos confianza en el sector privado que en la
posibilidad de ver al Estado asistiendo a las empresas privadas en determinadas
áreas o haciendo las inversiones por él mismo. Parecería que hay una visión más
pesimista sobre una corriente natural de inversiones.
-¿Cómo ve la relación entre el Gobierno y el empresariado?
-Me hace acordar mucho a la primera época de Perón, que al principio era muy
resistido por los empresarios importantes y después, no tanto. Hay sectores que
se han visto muy beneficiados y que están hoy muy cerca del Gobierno. Pero hay
otros sectores que, sufriendo pérdidas porque tenían deudas en moneda extranjera
en el exterior, han visto la posibilidad de hacer negocios con el Estado. Creo
que el capitalismo no tiene que funcionar asociado al Estado, con ventajas,
avales, exenciones, como durante años ha funcionado con la llamada patria
contratista. Lo fundamental es que la Argentina tenga un capitalismo
competitivo.
-¿Qué le recomendaría a Kirchner?
-Le diría que no se entusiasmara con estos períodos alegres. Porque los
ciclos económicos existen y todos los gobiernos han tenido períodos de
dificultades. Hay que prepararse para el momento en que venga el invierno, como
las hormiguitas.
-¿Cómo ve la posibilidad del ALCA?
-El ALCA le convendría enormemente a la Argentina, como ocurrió con México,
que está exportando 125 mil millones de dólares a los Estados Unidos. Pero el
problema es cómo terminar con el proteccionismo norteamericano de productos
agrícolas. El ALCA puede ser positivo, pero requiere que los Estados Unidos
bajen el proteccionismo.
-¿Se atreve a pronosticar cuál puede ser el final de la historia en la
negociación de la deuda argentina con los acreedores privados?
-En 1827, la Argentina devaluó, entró en default con la Baring Brothers y no
hubo acuerdo hasta 1857; durante treinta años, la Argentina estuvo fuera de los
mercados. En 1857, cuando se arregló la situación, debíamos más del doble, por
los intereses. En 1890, cuando la deuda era muy grande, para evitar otro
default, el comité del Banco de Inglaterra dio un préstamo puente de 25 millones
de libras esterlinas, para que la Argentina siguiera cumpliendo. En 1893,
nuestro país renunció a utilizar ese préstamo y empezó a pagar directamente. En
1897, la deuda representaba apenas el 64% de nuestro PBI, contra el 84% de 1890.
Y en 1905 se hizo una conversión de la deuda. Voluntariamente, se le bajaron las
tasas de interés a la Argentina, porque había confianza en el crecimiento del
país y en sus medidas de ajuste fiscal. La Argentina nunca entró en default
porque había confianza en los mercados de capitales. Acá tenemos dos opciones:
la mala, del período de treinta años en los que el país no pagó nada, pero en el
que su deuda trepó a más del doble, con los intereses atrasados, o la otra, en
la que no hubo interrupción de pagos y tuvimos el período de crecimiento más
impactante de nuestra historia. Espero que nuestro gobierno opte por un
escenario parecido al segundo. El escenario de "malvinización" de la negociación
de la deuda no deja de ser posible, pero sería muy negativo. Creo que los
excéntricos no le han hecho nada bien a la Argentina.
Fernando Laborda
Fuente: diario La Nación, de Buenos Aires, Argentina;
20 de marzo de 2004.