NCeHu
358/04
La Situación Internacional
La más grande
torpeza británica desde Suez
Robin Cook
Los británicos somos
afectos a conmemorar nuestras acciones militares. Sesenta años después aún nos
estamos preparando para recordar la invasión en el Día D y honrar el
valor incomparable de los hombres que desembarcaron ese día.
Habla mucho del nerviosismo
del gobierno hacia Irak que no haya planes para marcar el aniversario de la
invasión.
Se trata de un tema muy
delicado. Cualquier examen retrospectivo inevitablemente llamará la atención
sobre preguntas cada vez más difíciles de responder, por ejemplo: ¿por qué
creímos que Saddam Hussein era una amenaza si resulta que no tenía un programa
nuclear, ni agentes químicos ni biológicos, ni un sistema para lanzarlos?
La manera idónea para
marcar el aniversario sería clavarle una estaca a la doctrina del ataque
preventivo y sepultarla donde nadie pudiera desenterrarla para justificar
otra aventura militar unilateral. La nueva doctrina de Bush reclamó el derecho
de hacer la guerra a cualquier país que pudiera ser una amenaza potencial...
dentro de unos años.
Irak ha comprobado que, más
allá de toda duda razonable, la inteligencia no puede proveer de evidencia
suficientemente confiable que justifique una guerra sobre la base de
especulaciones.
A un año de la invasión,
los ministros no justifican nuestra presencia en Irak con la búsqueda de esas
escurridizas armas de destrucción masiva, sino con la necesidad de -como dijo el
jueves el primer ministro, Tony Blair- mantenernos como una constante contra el
terrorismo. Sin embargo, convertir Irak en un extenso campo de batalla entre
Occidente y Al Qaeda únicamente nos da la medida de nuestro fracaso político, no
la justificación para invadir.
Los fundamentalistas
islámicos trataban a Hussein con la misma hostilidad que el resto del mundo, y
él respondía manteniéndolos fuera de Irak. Fue nuestra ocupación lo que motivó a
Al Qaeda a dirigirse a Irak, y la incompetencia de nuestros planes post Hussein
lo que les abrió las puertas por las que entraron.
Blair tiene razón cuando
insiste en que ningún país puede, individualmente, dar la espalda al terrorismo.
La energía letal de Al Qaeda no tiene la amabilidad de distinguir entre los que
se opusieron a la invasión a Irak y los que la apoyaron. Dado el sentimiento
popular en España, es casi seguro que nueve de cada 10 de los asesinados en
Madrid se opusiera a la guerra en Irak. Al Qaeda no otorga certificados de
inmunidad.
El enfoque racional es
preguntarnos si nuestras acciones han puesto al mundo más a salvo de sus
malignas intenciones. La sombría y deprimente respuesta a esta pregunta es que
la invasión a Irak ha vuelto al mundo más vulnerable a una mayor amenaza de Al
Qaeda, lo cual es precisamente lo que nuestras agencias de inteligencia
advirtieron al gobierno, en vísperas de la guerra.
Las bombas en Madrid fueron
la peor atrocidad terrorista en Europa de los pasados 15 años, y la más reciente
en una letanía de ataques asesinos que van de Turquía a Marruecos.
Nuestra experiencia en
Irlanda del Norte ha demostrado que la única forma de disminuir una amenaza del
terrorismo es aislando a los terroristas y negándoles cualquier simpatía de su
propio público. La invasión a Irak ha entregado a los terroristas un arma
totalmente nueva, que pueden desplegar en todas las calles árabes.
La enorme paradoja es que
invadir Irak es precisamente lo que Al Qaeda quería que hiciéramos, porque eso
servía a su agenda de polarizar a Occidente del mundo islámico. Como observó
George Soros, "caímos en la trampa".
Parte del problema del
actual enfoque occidental del terrorismo es lo que nuestros líderes en
Washington y Londres insisten en considerar una guerra. Como metáfora, la guerra
bien puede enfatizar el hecho de que debe ser prioritario para nuestras fuerzas
de seguridad derrotar al terrorismo.
Desafortunadamente, parece
que demasiados dentro de la administración Bush se han dejado engañar por su
propio lenguaje y creen que el terrorismo puede ser vencido con una guerra
verdadera, como si pudiéramos detener las bombas de los terroristas soltando
nuestras bombas, que son aún más grandes.
Lo cierto es que hubiéramos
hecho mucho más para doblegar el apoyo al terrorismo llevando paz a Palestina,
en vez de guerra a Irak. Pero la promesa del presidente Bush de dar prioridad a
la paz en Medio Oriente se ha convertido en uno de esos compromisos hechos antes
de la invasión y rotos un año después.
El pueblo español ha sido
acusado de tratar de apaciguar a los terroristas y de haber tenido la
impertinencia de rechazar a un gobierno que apoyó a George W. Bush. Acusarlos de
ser blandos con el terrorismo sólo es más injusto, después de lo que han
sufrido. Su negativa a seguir siendo conscriptos dentro de la coalición de Bush
simplemente refleja el hecho de que ellos, mejor que nadie, saben que su
estrategia contra el terrorismo no está funcionando.
Hay otro mensaje en la
suerte que corrió el gobierno de Aznar y que Washington debe meditar. El partido
conservador fue castigado, más que nada, por su exagerado y forzado intento de
exprimirle ganancias políticas al costo humano del terrorismo.
Esta es una conclusión
incómoda para el Partido Republicano, que ha basado su estrategia para la
relección de Bush en la grosera premisa de que un voto por éste es un voto
contra Bin Laden. Se exponen a que sus contrincantes señalen que el sugerir que
Irak tuvo alguna responsabilidad en el 11 de septiembre es un engaño tan grande
como decir que ETA colocó las bombas de Madrid.
Blair bien puede argumentar
que el gobierno británico nunca pronunció deliberadamente algo que no fuera
verdad. Pero tampoco fueron sinceros. Apenas el mes pasado nos enteramos por
primera vez de que el Comité Conjunto de Inteligencia advirtió a Downing Street,
justo antes de la guerra, que la información sobre las armas de Hussein era
"pobre" y que había "inconsistencias" en los estimados sobre el tiempo que
requerían para ser activadas. Esto destruye las afirmaciones de que Irak podía
atacar en un lapso de 45 minutos, pero nunca se le presentaron al Parlamento, o
al público, antes de votar por la guerra.
Una verdad a medias puede
corroer la confianza tanto como una mentira descarada. Ni siquiera era necesaria
la evidencia que dio la encuesta publicada esta semana, que demuestra el apoyo
que ha perdido la acción en Irak para confirmar que la guerra ha sido un
desastre para el Partido Laborista.
La tragedia es, como lo
demostró la lúcida intervención de Gordon Brown el miércoles, que un gobierno
con un poderoso récord de logros en hospitales, escuelas y empleo ha sido
opacado por la larga sombra que proyecta una guerra innecesaria y controversial.
Es un tanto cínico, por parte de la jerarquía partidaria que inició la guerra,
culpar ahora a quienes se opusieron a ella de haber causado divisiones en la
agenda doméstica.
Irak se ha convertido en el
tema que define a este Parlamento, y Blair ha admitido con toda honestidad que
la guerra será recordada como la decisión que más divisiones provocó en su
segundo mandato.
En efecto, nos ha alejado
de nuestros aliados clave en Europa, ha socavado el principio de seguridad
colectiva por medio de Naciones Unidas que anteriores gobiernos laboristas
contribuyeron a diseñar para lograr un foro mundial multilateral. Ha hecho
retroceder el diálogo con el mundo musulmán y dado impulso a los
fundamentalistas.
En el primer aniversario
parece muy probable que en el juicio de la historia se dictamine que la invasión
a Irak ha sido el error más grande en la política exterior y de seguridad
británicas en medio siglo y desde Suez.
© The
Independent
Fuente: diario La
Jornada, de México D.F., México; 20 de marzo de
2004.