BAGDAD.- Con por lo menos otros diez muertos ayer en
distintos episodios de violencia y el temor a más atentados, se cumple hoy, de
manera trágica, el primer aniversario de la invasión anglo-americana en Irak,
una guerra que, se argumentó, fue lanzada para frenar el terrorismo implícito en
las armas de destrucción masiva que supuestamente escondía el derrocado Saddam
Hussein. Sin embargo, un año después el terror se ha multiplicado, aquí y en
todo el mundo.
Para muchos iraquíes, según los testimonios que se escuchan en la calle, si
los 36 años de dictadura de Saddam fueron sangrientos y asfixiantes, no es mejor
el actual panorama, ya sin una mano de hierro, pero con explosiones y atentados
que los hacen temblar casi todos los días.
En un enésimo parte de guerra, ayer volvió a correr sangre en todo el país,
como sucede inexorablemente, desde hace meses. Mientras aquí seguían removiendo
los escombros dejados por el atentado suicida con coche bomba que arrasó
anteanoche un hotel y varios edificios del centro -cuyo saldo final fue de seis
muertos (cinco iraquíes y un británico), una cifra mucho menor que la que se
había informado-, por los noticieros de radio trascendían nuevos hechos de
violencia.
Tres periodistas iraquíes de un canal de TV financiado por la coalición,
Diyala Television, murieron acribillados por francotiradores en Baquba, 70
kilómetros al norte de esta capital.
Según trascendió, desconocidos abrieron fuego contra su camioneta mientras
iban a trabajar, en un ataque en el que otras diez personas resultaron heridas.
Ultimamente, las nuevas emboscadas de los grupos de la resistencia apuntan a
golpear a los colaboradores de las fuerzas de la coalición, aunque sean civiles.
Tres soldados norteamericanos murieron y nueve resultaron heridos en otro
ataque con morteros a dos bases militares, lo que llevó a 566 el número de
víctimas mortales estadounidenses; en tanto, en Fallujah, una de las ciudades
más peligrosas de Irak, vértice del triángulo sunnita, fuerzas de la coalición
libraron una violenta batalla.
En el sur de Irak, en una zona hasta ahora relativamente tranquila, bajo el
mando británico, una violenta explosión destruyó un hotel en Basora y causó 4
muertos. El blanco fue el Mirbad Hotel, un sitio usado para las conferencias de
prensa por los militares británicos y por las autoridades civiles de la segunda
ciudad más importante de Irak.
Con un escenario así, se entiende por qué los iraquíes -que ayer, ante el
impresionante cráter que dejó el coche bomba que estalló frente al hotel Mount
Lebanon, enfurecidos, seguían acusando a los norteamericanos por el atentado- no
festejarán hoy el comienzo de la guerra que los liberó de Saddam, pero que los
precipitó en el caos.
Acusaciones
"Si los norteamericanos hubieran controlado las fronteras quizá no estaría
sucediendo todo esto", dijo a LA NACION Jamal Al-Zubaidy, un periodista iraquí
que perdió su puesto fijo en uno de los cuatro diarios estatales del régimen y
que hoy sobrevive con lo que gana colaborando en una de las 165 publicaciones
que se editan en el país.
Sin pelos en la lengua, Jamal asegura que vivía mejor en la época de Saddam
"porque había seguridad, trabajo y buenos salarios para todos".
En el Irak de la posguerra, donde cosas tan básicas como la luz y el agua
siguen siendo un bien de lujo, los precios se han disparado. La economía florece
en sectores ligados a la Administración Provisional, la reconstrucción y el
consumo, después de año de embargo comercial, pero sólo una minoría ha logrado
enriquecerse enormemente, gracias a los negocios de la guerra.
Una mayoría, en cambio, sufre el desempleo y la marginación implícita en un
sistema súbitamente capitalista, en el que sobrevive sólo quien tiene un nivel
de educación alto y buenos contactos con los que ahora han pasado a tener el
poder.
"Mis tres hijos son universitarios, pero no tienen trabajo. Se las rebuscan
haciendo changas en el mercado", denuncia Jamal. "Si tuviera amigos en el
Partido Comunista o en los grupos chiitas les conseguiría un puesto en el
Ministerio de Educación, en manos de los comunistas, o en el de Salud, en manos
de los chiitas", agrega.
Futuro incierto
Un año después del inicio de la guerra, regresaron la libertad de movimiento
y de expresión, pero en el nivel político tampoco están muy bien las cosas. Y en
medio de una creciente inestabilidad, provocada por una posguerra de terror, el
futuro es más que incierto. Mientras el poder real está en manos de los grupos
chiitas -reprimidos por la dictadura de Saddam, pero hoy tan influyentes que han
provocado una islamización de la sociedad (muchas mujeres ahora usan velo), y
algunos hasta cuentan con milicias propias-, el administrador Paul Bremer
negocia contra reloj.
Junto con los 25 miembros del Consejo de Gobierno (13 de ellos chiitas)
intenta acordar el "anexo" de la recientemente aprobada Constitución de Irak,
que debe establecer cómo y quién formará el próximo gobierno interino iraquí,
que asumirá el poder el 1° de julio próximo.
Ese día, la Autoridad Provisional de la Coalición, de Bremer, así como el
Consejo de Gobierno, dejarán de existir para cederle el poder (formal, no real)
a un triunvirato -integrado probablemente por un presidente chiita, dos
vicepresidentes (uno kurdo y uno sunnita) y un primer ministro chiita-, que
antes del 31 de enero de 2005 deberán ser confirmados en elecciones generales.
"El traspaso de soberanía del 30 de junio será una cesión virtual de poder,
que servirá para la foto, y para el calendario electoral de Estados Unidos",
confió a LA NACION un diplomático occidental. El fin de la Autoridad Provisional
coincidirá con la inauguración de la hasta ahora inexistente embajada de Estados
Unidos en Irak, que se convertirá en la más grande y fortificada de todo el
mundo, con 4000 empleados.
"Con el traspaso del 30 de junio, el gobierno de Bush mostrará a su gente que
la misión está cumplida -agregó el mismo diplomático-. Después, habrá que ver
qué pasa en las elecciones de noviembre."
Elisabetta Piqué
Fuente: diario La
Nación, de Buenos Aires, Argentina; 19 de marzo de 2004.